EL POR QUÉ DE UN NUEVO BLOG

Después de abrir y mantener actualizado el blog: CENTRO VIRTUAL DE ESTUDIOS

ESPIRITISTAS Y AFINES, para la formación doctrinaria dentro de los postulados eminentemente racionalistas y laicos de la filosofía espírita codificada por el Maestro Allan Kardec que exhibe la Confederación Espírita Panamericana, a la cual nos adherimos, creímos conveniente abrir un nuevo Blog de un formato más ágil y que mostrase artículos de opinión de lectura rápida, sin perder por ello consistencia, así como noticias y eventos en el ámbito espírita promovidos por la CEPA, a modo de actualizar al lector.
Esa ha sido la razón que nos mueve y otra vez nos embarcamos en un nuevo viaje en el cual esperamos contar con la benevolencia de nuestros pacientes y amables lectores y vernos favorecidos con su interés por seguirnos en la lectura.
Reciban todos vosotros un fraternal abrazo.
René Dayre Abella y Norberto Prieto
Centro Virtual de Estudios Espiritistas y Afines "Manuel S. Porteiro".



martes, 21 de abril de 2015



CIENCIA & ESPIRITUALIDAD

DEL MATERIALISMO AL ESPIRITUALISMO: LOS AVANCES DE LA CIENCIA ACTUAL
por ETIENNE BERTHAUT

LE JOURNAL SPIRITE N° 100 avril 2015

«Como todos los hombres, sin duda, desde los pintores de Lascaux —quizás mucho antes—hago la pregunta del sentido de nuestra vida y de la existencia de un más allá, de una trascendencia, cualquiera que sea su forma. El azar, una vez más, es un elemento fundamental del crecimiento de la complejidad. Pero, ¿es él la suprema instancia? ¿Todo “eso” es fruto del puro azar? No lo creo. ¿Pero entonces? ¿Qué o quién? Me gustaría tanto saberlo… Con frecuencia me preguntan: “¿Es creyente?” Yo respondo: “Pienso que sí, ¡pero no sé en qué”!» - Hubert Reeves (Convicciones Íntimas)

Desde hace más de un siglo, la ciencia oficial se ha desmarcado totalmente del espiritualismo, rompiendo ese vínculo natural y secular que se había establecido desde los precursores de la Antigüedad conciliando la noción de ciencia, dentro del enfoque fenomenológico explicativo de las cosas a partir de la observación experimental de los hechos, y la noción de filosofía, respondiendo ésta a la reflexión metafísica innata del hombre, por ese enfoque intuitivo de una dimensión espiritual, incluso divino, de la explicación de la realidad. Sin embargo, por una parte las teorías llamadas materialistas responden cada vez menos a las preocupaciones fundamentales de una humanidad que aún se busca, y por otra parte la ciencia oficial ve llegar cada vez más investigadores y científicos que, confrontados a la evidencia de ciertos hechos o descubrimientos, pero también a la apertura de un pensamiento menos presuntuoso, toman el camino contrario y se comprometen en reflexiones más metafísicas. A la hora de estas dos comprobaciones, la ciencia actual parece efectuar desde hace varios años un cambio fundamental de rumbo. Y es a través de varios campos, como la física de las partículas y la comprensión de lo infinitamente pequeño a través de la física cuántica; como la medicina con la consideración de nuevos enfoques médicos, hasta entonces vilipendiados como el magnetismo o la hipnosis; y como también la astrofísica que ya no excluye la posibilidad de vida más allá de la Tierra, que estos avances de una ciencia que comienza una verdadera mutación son los más significativos. Vamos a ver cómo lo impensable de ayer, dentro del estrecho espíritu cientificista de los inmutables conocimientos del siglo XIX, se convierte en lo posible de hoy y en una certeza para el mañana, en ese camino renovador de una reconciliación definitiva de la ciencia con lo espiritual, la noción de Dios, y la existencia del espíritu.

EN LAS FUENTES DE UNA CIENCIA MATERIALISTA
En 1898, el gran químico Marcellin Berthelot afirmaba: “Gracias a la ciencia, desde ahora el conocimiento del universo está concluido”. Los descubrimientos científicos del siglo XX desmintieron rápidamente sus palabras y hoy los sabios son mucho más modestos ante la complejidad y sutileza de las leyes que rigen un Universo todavía muy enigmático. Pero esta afirmación es sintomática de un estado de espíritu científico heredado del cientificismo,(*) verdadera “religión de la razón” que de manera recurrente había anunciado la muerte de Dios gracias a las victorias de la ciencia, y teniendo él mismo sus raíces en el racionalismo de Descartes, las ideas de Condorcet sobre las ciencias positivas, y más cerca de él, el positivismo de Auguste Comte. En cuanto al espiritismo científico, sin embargo, éste conoció su edad de oro entre las dos guerras, con cientos de experiencias con médiums de efectos físicos (ectoplasmia, materializaciones…) y, gracias a formas operacionales y condiciones experimentales sin concesiones, y a través de múltiples actas e informes, dio testimonio de manera absoluta de la existencia del Espíritu en su dimensión
espiritual. No obstante, después de la desaparición de los principales protagonistas de estos trabajos que —es preciso recordarlo— eran (o se volvieron) espíritas convencidos, los científicos embarcados en el desarrollo del movimiento metapsíquico a partir de los años 1925-1930, no se interesarían más que en el aspecto puramente físico de los fenómenos, dejando a un lado la causa original y olvidando la dimensión filosófica. ¿Cuáles fueron las razones de este deslizamiento de la ciencia hacia el puro materialismo? Son múltiples, pero llaman la atención algunas ideas fundamentales. La primera —y más importante— reúne un desvío del enfoque experimental, con la aparición en la época de medios de investigación inéditos que redujeron la investigación al mero aspecto mecanicista de las cosas. Limitándose así al campo estrictamente material, la naciente ciencia metódica y experimental creyó entonces erradamente demostrar la no existencia de un principio inmaterial, libre, inteligente y no sometido a las leyes mecánicas universales, porque se liberaba de él. El error fundamental de los materialistas ha sido entonces creer que su concepción era científica porque se alejaba de los dogmas religiosos. Como observó con justeza el filosofo Henri Bergson, se ha ataviado con el título de afirmación científica esta concepción llamada materialista que no es, de hecho, más que una hipótesis puramente ideológica o un simple postulado. Derivando de la misma desviación del enfoque experimental, el segundo error fundamental de la ciencia moderna fue no querer considerar a toda costa que sólo podía ser calificado de científico el fenómeno renovable en condiciones rigurosamente dadas. Este dogma reductor excluía entonces de entrada una multitud de conocimientos científicos del campo de la ciencia estándar como la astronomía, la meteorología, la sismología, o más aún, las ciencias humanas en las cuales el método científico tradicional es prácticamente inaplicable. Esta rigidez científica, basada en un enfoque estrictamente material de las cosas, no ha podido, ni ha sabido, integrar las especificidades de la fenomenología en la que ciertos hechos —como en espiritismo— no pueden responder satisfactoriamente a todas las exigencias propuestas. Y para rematar todo, a partir de la misma época la ciencia se dividió cada vez más en diversas disciplinas. Hasta comienzos del siglo XIX, por lo menos, los científicos que se llamaban, más comúnmente “sabios” abarcaban una amplia diversidad de campos: se era tanto filósofo como matemático, se ocupaba de física sin omitir estudiar la teología o las nacientes ciencias humanas, se podía ser igualmente escritor o hasta artista. Desde hacía siglos había, pues, esa conexión natural y auténtica entre lo material y lo espiritual, entre la ciencia pura y la filosofía, la una sabía nutrirse de la otra y aportar chispas de reflexión suplementarias, suplementos de alma de alguna manera, que ciertamente permitían avanzar en armonía, pero sobre todo en totalidad, dentro de la comprensión de las cosas, del mundo y de la naturaleza. Esta multidisciplinariedad en una sola persona autodidacta ya no fue más posible desde el instante en que los descubrimientos y teorías acumuladas complicaron notablemente cada naciente disciplina científica. Considerando que un solo cerebro no podía dominarlo todo, los científicos se vieron obligados a especializarse para adquirir el dominio necesario de su disciplina, mientras que las enseñanzas escolares y universitarias también se especificaron y se volvieron pasos obligados. Así ya no hubo más ninguna posibilidad de aprendizaje autodidacta ni de vínculos entre los diversos campos y saberes que hasta entonces habían alimentado el espíritu humano. Irremediablemente, la ciencia se desconectó entonces de lo inmaterial en el sentido amplio, es decir de la filosofía y de la espiritualidad. Materialismo que rechaza un principio no material, rigidez de la repetitividad experimental, separación entre las disciplinas científicas, es todavía hoy en día la situación que perdura notablemente en la ciencia de hoy, con esta dicotomía un tanto caricaturesca pero exactamente representativa: espíritu = religión, y ciencia = materia.

OTRO ESTADO DE ÁNIMO CIENTÍFICO PARA UN NUEVO ENFOQUE ENTRE CIENCIA Y ESPIRITUALIDAD
Relanzar el enfoque científico por un camino nuevo, por el camino perdido donde ciencia y espiritualidad eran hermanas complementarias, donde el valor del razonamiento metafísico tenía igual fuerza que el valor de la observación de un hecho reproducible, responde ante todo a un asunto de estado de espíritu de la comunidad científica. En el tiempo del espiritismo científico, fueron numerosos los sabios e investigadores, a cual más eminente y respetable, que con paciencia y objetividad, supieron afirmar con absoluta certeza la existencia de un principio espiritual llamado espíritu. Entre ayer y hoy, las cosas no han cambiado fundamentalmente, y aquellos hombres de ciencia no tenían nada de particular, o nada más que los de hoy, excepto la amplitud de miras, la apreciación y la humildad necesarias. La ciencia de hoy no difiere de la de ayer más que por la notable evolución de las técnicas de investigación y experimentación, y un conocimiento mucho mejor de ciertas leyes físicas y materiales, pero el enfoque fenomenológico por el método de la observación sigue siendo absolutamente el mismo. Lo que hace el resto, es la actitud y la ética del científico, en el noble sentido del espíritu científico, que acepta por ejemplo la parte de incertidumbre y lo inesperado de los fenómenos espíritas, lo cual no impide en absoluto la rigurosa observación de los hechos y su repetición. Ser científico, es tener la perspectiva necesaria para darse cuenta de que el conocimiento es sólo una herramienta y no el saber total, es admitir que hace falta aprender sin escuelas, sin definiciones, sin prejuicios y sin definiciones materialistas. Durante ciertos fracasos en los años 20, en experimentos con médiums de efectos físicos realizados por científicos que no tenían el estado de ánimo adecuado y la apertura necesaria, el error fundamental fue concluir: “Puesto que no hemos visto nada, ¡es porque nunca hubo nada!” Aún hoy, existe esa dificultad en el mundo científico, de aceptar experiencias vinculadas a las
fuerzas del espíritu y su existencia, de considerarlas como serias y susceptibles de abrir otros campos de investigación científica. En la medida en que allí no se puede aportar una explicación “racional”, el consenso es decir más bien que eso no existe. Finalmente, ser científico es saber salir del marco inicial de su saber para adaptarse a la realidad de la cosa estudiada que existe como tal delante de él, y no tratar altaneramente de hacerla entrar en ese marco fatalmente restrictivo e imperfecto de un conocimiento limitado por el enfoque materialista o mecanicista. Ahora bien, ¿qué comprobamos hoy, en ciertos campos científicos? Que numerosos experimentos, numerosos hechos observados o descubrimientos recientes, a fuerza de ir cada vez más lejos en la complejidad y el detalle del análisis, ponen a los científicos justamente fuera del marco. Y a fuerza de repetitividad, esos mismos científicos se encuentran enfrentados finalmente a evidencias que obligan a revisar juicios y certezas establecidos, pero sobre todo, que invitan a más humildad. Esta situación trae en paralelo todo un conjunto de reflexiones, personales o compartidas entre colegas, que plantean preguntas sobre el principio mismo de la ciencia, sus objetivos, su trayectoria, su autenticidad. Se trata allí de una verdadera revolución de carácter filosófico de la ciencia acerca de ella misma. Y en muchos libros, en las palabras de cada vez más investigadores, se encuentra poco a poco el camino de la reflexión metafísica que se inicia de nuevo. Es un cambio de estado de espíritu de gran importancia, nuevo desde hace algunos años, donde ya no se vacila —cosa inimaginable hace algunos decenios— en afirmar hasta convicciones personales, filosóficas, espirituales, incluso religiosas, que pueden alimentar de nuevo la reflexión científica fundamental. La ciencia está aprendiendo —o reaprendiendo— cómo estar más cómoda con todos estos temas. El muro que, desde hace más de siglo y medio, separaba ciencia y espiritualidad se derrumba, la costumbre que tenían los científicos de oponerse, ahora se pulveriza, y vamos a ver de qué manera a través de algunos representantes significativos.

JEAN STAUNE Y UN DIÁLOGO RESTABLECIDO ENTRE CIENCIA Y FILOSOFÍA
Hay personas como Jean Staune, que tratan de reconciliar más intensamente la ciencia y la filosofía, para restaurar el lugar de la ciencia en el terreno de la espiritualidad. Este filósofo de las ciencias y ensayista, nacido en 1963, es diplomado en paleontología, matemáticas, gestión y ciencias políticas y económicas. Antiguo colaborador científico de la Escuela Politécnica de Lausana, es secretario general de la Universidad Interdisciplinaria de París. Ha escrito numerosos libros fundamentales sobre las implicaciones filosóficas de la ciencia. Estableciendo una notable síntesis sobre las implicaciones metafísicas de la ciencia contemporánea, su última obra Notre Existence a-t-elle un sens? (¿Tiene sentido nuestra existencia?) ha sido celebrada por la crítica científica. Afirma que recientes descubrimientos científicos, como el que ha llevado a la física cuántica que abordaremos más adelante, tienen en sí iguales implicaciones filosóficas y metafísicas, independientemente de toda implicación teológica o religiosa. Estos descubrimientos dan incluso una nueva credibilidad a las concepciones no materialistas del mundo y del hombre, y coinciden con ciertas intuiciones de las grandes tradiciones, monoteístas o no. Organizador desde hace veinte años de numerosos coloquios internacionales, sobre temas vinculados a la ciencia, la filosofía y la religión, defendiendo un diálogo entre ciencias y religiones, denunciando las desviaciones oscurantistas comprobadas en este campo. A propósito de la física cuántica afirma, por ejemplo, que “vivimos una revolución conceptual que hace más fácil tener una visión religiosa del mundo y más difícil una visión materialista de éste. Hay pues, en nuestros días, una mayor compatibilidad entre la ciencia y una visión espiritual del mundo”. He aquí una visión muy nueva que se introduce poco a poco en los debates sobre la ciencia, compartidos con científicos de renombre que pueden conservar todavía una impregnación materialista, pues hasta los materialistas, todavía ampliamente mayoritarios en la comunidad científica, ya no cierran la puerta a este diálogo, más que estimulante, donde los cuestionamientos de fondo sobre la existencia de Dios, el porqué del universo y la espiritualidad en sentido amplio, ya no son considerados como tabús.

TRINH XUAN THUAN Y EL PRINCIPIO ANTRÓPICO
Otro caso particular, característico de esta nueva generación de científicos que progresivamente comienzan a considerar y sostener una extrapolación espiritualista de la ciencia, es el de Trinh Xuan Thuan. Nacido en 1948 en Vietnam, Trinh Xuan Thuan es un renombrado astrofísico, profesor en la Universidad de Virginia, investigador en el Instituto de Astrofísica de París, y miembro también de la Universidad Interdisciplinaria de París. Es igualmente escritor, pero también budista, y a través de sus libros ha explicado y desarrollado especialmente sus posiciones en favor del principio antrópico. El principio antrópico no es una concepción filosófica carente de argumentación científica según la cual, puesto que existen seres como el humano (anthropos en griego), el Universo es necesariamente compatible con su existencia. En otras palabras, se estipula que el Universo (y por tanto los parámetros fundamentales de los que éste depende) debe ser de tal manera que permita el nacimiento en su seno de observadores en cierto estadio de desarrollo. El estudio pormenorizado de las consecuencias de esta afirmación lleva a profundas consecuencias en física y en particular en cosmología, donde parece que las leyes de la física están sujetas a un número asombrosamente importante “de finos ajustes” sin los cuales jamás hubiera podido producirse en el Universo la emergencia de complejas estructuras biológicas. En efecto, así lo afirma Trinh Xuan Thuan: “La moderna astrofísica nos dice que la aparición de la vida y la conciencia a partir de la ‘sopa primordial’ depende de un arreglo extremadamente preciso de las leyes de la naturaleza y de las condiciones iniciales del Universo. ¡Se hubiera cambiado aunque fuera algo la intensidad de las fuerzas fundamentales y no estaríamos aquí para hablar de ello! Entonces, ¿azar o necesidad?” Si existe esa comprobación de un arreglo tan fino de las constantes físicas del Universo, como para permitir la existencia del ser humano tal y como es, entonces ciertos científicos defienden la idea de que en el origen de la vida sobre la Tierra habría una “Intención”, pues sus condiciones de aparición son tan precisas que no podrían ser fruto del azar. Frente a esta armonía del universo, su coherencia, su perfección y también su belleza, nos encontramos ante la idea de un origen extra-normal, como la noción de una suerte de Gran Arquitecto como causa de todo. Desembocamos así en el Dios explicado por los espíritas, la gran fuerza creadora en el origen de todas las cosas. Este principio suscita desde hace veinte años numerosos debates en la comunidad científica, porque entra abiertamente en una reflexión metafísica, incluso teológica y religiosa del Universo. De allí la afirmación de ciertos astrofísicos de convicciones de orden espiritual a título más personal, pero a este título dejemos concluir a Trinh Xuan Thuan: “No puedo pensar que la armonía, simetría, unidad y belleza que percibimos en el mundo —desde los delicados contornos de una rosa hasta la majestuosa arquitectura de las galaxias— pero también, de manera mucho más sutil y elegante, las leyes de la naturaleza, sean sólo producto de la casualidad. Si aceptamos la hipótesis de un Universo único, el nuestro, creo que debemos postular la existencia de una causa primera que ha reglamentado el Universo desde su comienzo para que tome conciencia de sí mismo”. (El Caos y la armonía).

FRÉDÉRIC LENOIR Y EL PUNTO DE VISTA DE LOS FILÓSOFOS
Si bien corresponde a los científicos reconsiderar el punto de vista filosófico, es necesario observar también que los literatos se interesen por este nuevo enfoque científico y por el discurso de estos investigadores que quieren preconizar un diálogo recuperado entre ciencia y espiritualidad. Al mantener esta relación encontrada, todos alaban los cuestionamientos y debates que parecen esenciales para una mejor comprensión del mundo y de nosotros. Citemos a Frédéric Lenoir, nacido en 1962, filósofo, sociólogo, conferenciante, periodista y escritor, y autor de numerosas obras de filosofía y sobre las religiones. Antiguo director de la revista Le Monde des Religions, firmó en enero de 2010 el editorial de un dossier especial dedicado a Dios y la ciencia, dando “la palabra a científicos de renombre internacional que llaman a tal diálogo. En efecto, no son tanto los religiosos como los hombres de ciencia, que cada vez son más numerosos, los que preconizan un nuevo diálogo entre ciencia y espiritualidad. Para una gran parte eso mantiene la evolución de la propia ciencia durante el siglo pasado. A partir del estudio de lo infinitamente pequeño (mundo subatómico), las teorías de la mecánica cuántica han mostrado que la realidad material era mucho más compleja, profunda y misteriosa que no se la podía imaginar según los modelos de la física clásica heredada de Newton. Al otro extremo, el de lo infinitamente grande, los descubrimientos en astrofísica sobre los orígenes del Universo, y especialmente la teoría del Big Bang, han barrido las teorías de un Universo eterno y estático, sobre las que se apoyaban numerosos sabios para sostener la imposibilidad de un principio creador. En menor medida, las investigaciones sobre la evolución de la vida y sobre la conciencia tienden hoy a relativizar las visiones cientificistas del ‘azar que lo explica todo’ y de ‘el hombre neuronal’. Los científicos forman parte a la vez de los hechos —lo que se ha convertido en ciencia desde hace un siglo— y de su propia opinión filosófica: ¿por qué la ciencia y la espiritualidad pueden dialogar de manera fecunda dentro del respeto a su respectivo método? Yendo más lejos aún, otros investigadores aportan su propio testimonio de científicos y creyentes, y dicen las razones que les hacen pensar que, lejos de oponerse, ciencia y religión tienden más bien a converger”.
Según la opinión de los filósofos que se interesan en la cuestión, el pensamiento científico permite a los seres humanos liberarse de una parte de sus temores, rechazando sin cesar las fronteras de lo desconocido. Reconectándose con la espiritualidad, compromete el pensamiento humano a excluirse además de todos los dogmas, incluido el de su propia omnipotencia. Rechazar en su propio campo todo principio de autoridad arbitraria, allí está quien es tan salvador como para ayudar a la ciencia a (re) descender de su pedestal materialista.

UNA CONDUCTA SOSTENIDA POR EL MÁS ALLÁ DESDE AYER HASTA HOY
Se comprueba entonces una saludable competencia, una nueva efervescencia, en estos cambios e interacciones entre científicos por una parte y filósofos o espiritualistas por otra. Considerar lo que como espíritas damos por sentado, a saber la existencia del espíritu, desgraciadamente nosotros aún no contamos allí. Pero, desde hace decenios, los Espíritus científicos que se han manifestado en sesiones espíritas siempre han recordado lo que la ciencia tenía que reconquistar. Y siempre ha habido una esperanza impulsada por estos espíritus desencarnados, físicos de ayer, que han podido participar en esta reconquista y que tratan de influenciar a todos estos investigadores encarnados de hoy para ir a largo plazo en el tan esperado sentido del reconocimiento del Espíritu. Así se expresó ya el espíritu Paul Langevin, físico francés, en un mensaje recibido en marzo de 1984: “… Ahora Dios debe intervenir en la Tierra, en el seno de la investigación física fundamental, lo que hubiera podido parecer hace treinta años, una aberración mental. Una extrapolación espiritualista de la ciencia comienza progresivamente sobre el planeta Tierra a volverse posible, presumible, factible, sin que eso estorbe para la investigación fundamental de carácter oficial. El progreso está pues allí, está presente. En cuanto a nuestros espíritus, ellos no están presentes sólo en la sesión espírita, están presentes en los laboratorios de investigación, están presentes al lado de ciertos investigadores actuales encarnados sobre este globo, y se manifiestan como pueden, es decir tratan de influenciar a esos mismos investigadores en un sentido profundamente humanista que, por consiguiente, no puede ser sino de esencia espiritual. La humanidad no puede encontrar su verdadera dimensión más que en el reconocimiento del espíritu. El reconocimiento del espíritu, a nivel de la estructura atómica de la materia, está a la orden del día y, en eso, nuestras esperanzas son grandes”. Mucho camino queda todavía por recorrer, pero mensajes recientes nos han llamado la atención sobre este innegable acercamiento entre ciencia y metafísica, y al parecer descubrimientos afines, a la manera del reconocimiento del doble etérico, poniendo de manera evidente al materialismo frente a su propio crepúsculo. Mensaje del espíritu Albert Einstein recibido en abril de 2014: “Vengo a alentar un trabajo científico que, poco a poco, año tras año, orienta su pensamiento de manera diferente tratando de debilitar ciertos límites que el materialismo había impuesto desde hace muchos decenios. La esperanza es grande, de ver en adelante una reflexión metafísica invadiendo a investigadores cada vez más numerosos a los que sin descanso tratamos de influenciar hacia otras vías, otras perspectivas. No hay otras orientaciones, y cada vez más, se comprueban límites infranqueables sin integrar otros criterios, espirituales, divinos; es decir abrir la puerta a un campo de exploración que hará acercar al hombre de ciencia a su naturaleza espiritual y a su paternidad divina. Cada vez hay más hombres y mujeres sinceros que se aventuran, con prudencia pero con lucidez, sobre todo en el campo de la astrofísica, la cosmología y la exo-biología. Somos muchos los que acompañamos esta transformación. Estén atentos a ciertas declaraciones en los años por venir”. Mensaje del espíritu Marie Curie recibido en junio de 2014: “Mi acción en el más allá tiene continuidad y materialización tanto en investigación como en nuestra influencia cierta sobre los científicos encarnados en vuestro globo. A este respecto podemos decir que las conclusiones y apariciones oficiales civiles con vistas a la incontestable puesta en evidencia del periespíritu están a punto de llegar a buen término. No puedo decir lo mismo respecto a la puesta en evidencia del principio espiritual necesario para la realización duradera y explotable del fenómeno fusional del átomo. Es perjudicial que en nombre de su complejidad la ciencia se haya dividido en compartimientos, y que los intercambios interdisciplinarios sean insuficientes, pues nadie duda que la convergencia hacia la realidad del espíritu sería más rápida. Muchos de vuestros hombres de ciencia integran la idea de un gran arquitecto, pero omiten la posibilidad de que el hombre pueda poseer esa parcela divina, piedra angular en la comprensión y puesta en práctica de fuerzas decuplicadas. Es hacia ellos que dirijo mis pensamientos”.

LOS AVANCES CONCRETOS 
En la práctica, es así en algunos campos precisos, incluso muy concretos, donde los avances de una ciencia que comienza una real mutación metafísica son más significativos. Los hombres de ciencia no siempre explican las cosas, pero comprueban y
trabajan a partir de análisis y de comprobaciones que les hacen salir ampliamente del campo estrictamente materialista. El primero de ellos se refiere al de la física de las partículas y más precisamente los recientes avances desde hace algunos decenios en lo que se llama la física cuántica (del nombre “quanta” que significa “partícula”). El estudio de la estructura de la materia se ha complicado cada vez más desde comienzos del siglo XX para describir las partículas, las fuerzas a las que están sometidas, y los campos intercambiados entre ellas (ver artículo p. 23 “De la materia a lo espiritual, una historia de partículas” - Journal Spirite Nº 92). Y es el estudio de las interacciones a nivel subatómico entre estas partículas lo que constituye la física cuántica, disciplina que sigue siendo ante todo una teoría probabilista de predicción de ocurrencia de ciertos estados de las partículas. Y es forzoso constatar que son comprobadas, y verificadas por la experiencia, propiedades muy extrañas, que revolucionan la noción del determinismo y chocan hasta con el sentido común habitual del razonamiento intuitivo. Así, partículas sin masa, sin realidad material aparente, pero cuyas demostraciones implican su existencia, bordean las partículas materiales más conocidas que componen la materia inerte. El último gran descubrimiento hasta la fecha es el de julio de 2012 de la partícula del boson de Higgs, denominada la “partícula de Dios”, ¡porque era inasequible desde hacía decenios y permitiría explicar por qué ciertas partículas tienen masa y otras no! En otras circunstancias, es hasta la noción de espacio-tiempo la que es preciso repensar con el principio de la no-localidad o no-separabilidad: bajo ciertas condiciones, dos partículas están en relación de tal manera que una tiene influencia sobre la otra y eso instantáneamente, o sea mucho más rápido que la velocidad de la luz, y ya sea que las partículas estén a algunos metros o a decenas de kilómetros una de la otra… ¡En cierta forma a la imagen misma de la transmisión instantánea del pensamiento! Otro campo, mucho más accesible a nuestra cotidianidad, se refiere a los avances de la medicina que desde ahora puede integrar otros tipos de medicina, terapias hasta ahora rechazadas porque no son oficiales, terapias complementarias no alopáticas, como el magnetismo o la hipnosis. Desde hace varios años, son cada vez más utilizadas para disminuir los efectos indeseables de tratamientos agresivos o para calmar el dolor, entre otras cosas. Respecto al magnetismo, finalmente se ha instaurado un diálogo entre curanderos, magnetizadores y médicos reputados que hoy ya no dudan en recurrir a esta técnica. Ciertos servicios hospitalarios, servicios de emergencia, como en Saint-Brieuc, Rodez, Annemasse, Marsella, o París para citar sólo algunos, pero también en Suiza o los Estados Unidos, confirman que han recurrido de manera oficiosa a la práctica magnética para detener las quemaduras luego de un accidente o durante tratamientos de cáncer por radioterapia, calmar esguinces, hacer desaparecer un herpes, acelerar una cicatrización, etc. Otra terapia cada vez más utilizada es también la hipnosis. Ésta ha encontrado sus cartas de nobleza desde la creación en el año 2000 del primer diploma universitario de hipnosis en la Pitié-Salpêtrière de París. Utilizada oficialmente, pues desde entonces es reconocida, la hipnosis se desarrolla en numerosas especialidades, especialmente en Bretaña, región piloto en este campo, con el CHU (*) de Rennes: muchos médicos, internistas, psiquiatras y psicólogos, pediatras, anestesistas, dentistas, oftalmólogos y tantos otros han recurrido a la hipnosis en múltiples campos de aplicación. El CHU de Lieja en Bélgica la utiliza mucho, por ejemplo en anestesia-reanimación, para administrarla en operaciones quirúrgicas benignas. (*) Hospital Universitario (N. del T.)
Un tercer dominio donde el campo del procedimiento científico permite la reflexión espiritual y filosófica se refiere a la comprensión de lo infinitamente grande, en disciplinas como la astrofísica, la cosmología y la eventualidad de una vida extraterrestre. Con el descubrimiento desde 1995 de exo-planetas fuera del sistema solar, existe un interés creciente en cierto sector de la comunidad científica por la posibilidad de vida extraterrestre: físicos y astrofísicos reputados, tales como Hubert Reeves, Jean-Pierre Luminet o Trinh Xuan Thuan, al que ya hemos citado, son favorables al carácter universalmente extendido del principio de vida en todas partes del cosmos. En enero de 2015, había 1.804 exo-planetas censados oficialmente, en 1.109 diferentes sistemas planetarios. Varios miles de exo-planetas suplementarios, descubiertos por medio de telescopios terrestres o de observatorios espaciales, como el Kepler, están en espera de confirmación. Extrapolando a partir de los descubrimientos ya efectuados, existirían por lo menos 100 mil millones de planetas nada más que en nuestra galaxia, como lo confirma un estudio reciente llevado a cabo por un equipo internacional de investigadores (información Science & Avenir Febrero de 2015). Sin abordar, no obstante, el fenómeno OVNI, de difícil acceso entre verdades, mentiras y desinformación, hablar de la vida extraterrestre con todas las consecuencias filosóficas que ello implica, ya hoy no es un tabú, como ya daba testimonio de ello el astrofísico Hubert Reeves en 2002: “Uno de los descubrimientos fundamentales de estos diez últimos años, es que la vida es mucho más robusta de lo que se pensaba. Antes, se creía que ésta sólo existía en límites físicos muy estrechos. Que la vida sea mucho más resistente de lo previsto nos lleva a cuestionarnos. Hoy en día, uno es mucho menos categórico, la comprobación de ignorancia nos inclina a más modestia. Hasta se dice que quizás todavía hay vida que duerme en Marte, pues ciertas bacterias parecen poder hibernar durante millones de años. Menos personas se atreven a afirmar que la vida sólo puede aparecer sobre una hermana gemela de la Tierra”.

CONCLUSIÓN
Cercano a las ideas de Spinoza, sobre un Dios que se revela a sí mismo en el orden armonioso de lo que existe, autor de varios textos que tratan de las relaciones entre ciencia y religión, el célebre Albert Einstein nos ha dejado algunas hermosas reflexiones filosóficas, donde lo espiritual, pero también Dios, se mezclan, a veces con humor, a la reflexión científica. Una de sus famosas observaciones está inscrita en alemán en el vestíbulo de la universidad de Princeton (Estados Unidos) donde enseña: “Dios es sutil, pero no es malicioso”. Eso significa que el mundo que Dios ha creado es complejo y difícil de comprender para todos, científicos incluidos, pero que no es arbitrario e ilógico, es decir inaccesible a la razón humana. La ciencia y la espiritualidad representan, ambas, los esfuerzos del hombre que trata de comprender su Universo y a fin de cuentas deben tratar de la misma “sustancia”. Mientras el pensamiento humano parece querer progresar en estos dos campos, estos últimos deben evolucionar juntos por un mismo camino, y nosotros, espíritas y Espíritus reunidos, no podemos sino regocijarnos y alentar este acercamiento comprobado desde hace ya varios años. Ciencia y espiritualidad deben converger, y de esa convergencia nacerá una nueva fuerza para ambas, que sabrá hacer emerger por fin un hombre nuevo, en el reconocimiento de su naturaleza intrínsecamente espiritual, la del espíritu finalmente comprendido y reconocido. n (*) Cientificismo: Visión del mundo surgida en el siglo XIX según la cual la ciencia experimental tiene prioridad para interpretar el mundo por encima de las formas más antiguas de referencia (revelación religiosa, tradición, costumbres e ideas recibidas). El cientificismo quiere, según la fórmula de Ernest Renan (1823-1892), “organizar científicamente a la humanidad”. Se trata pues de una confianza (el término fe no se aplica en el campo experimental) en la aplicación de los principios y métodos de la ciencia experimental en todos los campos.

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