EL POR QUÉ DE UN NUEVO BLOG

Después de abrir y mantener actualizado el blog: CENTRO VIRTUAL DE ESTUDIOS

ESPIRITISTAS Y AFINES, para la formación doctrinaria dentro de los postulados eminentemente racionalistas y laicos de la filosofía espírita codificada por el Maestro Allan Kardec que exhibe la Confederación Espírita Panamericana, a la cual nos adherimos, creímos conveniente abrir un nuevo Blog de un formato más ágil y que mostrase artículos de opinión de lectura rápida, sin perder por ello consistencia, así como noticias y eventos en el ámbito espírita promovidos por la CEPA, a modo de actualizar al lector.
Esa ha sido la razón que nos mueve y otra vez nos embarcamos en un nuevo viaje en el cual esperamos contar con la benevolencia de nuestros pacientes y amables lectores y vernos favorecidos con su interés por seguirnos en la lectura.
Reciban todos vosotros un fraternal abrazo.
René Dayre Abella y Norberto Prieto
Centro Virtual de Estudios Espiritistas y Afines "Manuel S. Porteiro".



lunes, 6 de septiembre de 2010

EL ESPIRTISMO ANTES DE KARDEC, LOS PRECURSORES. TOMADO DE LE JOURNAL SPIRITE N° 81 JULLET 2010

El espiritismo antes de Allan Kardec, los precursores
Si bien el campo de investigación espírita referente al mundo
de los espíritus encontró su enfoque hace más de 150 años,
es evidente que los fenómenos de orden espírita han ocurrido
desde los tiempos más lejanos de la historia de la humanidad.
El mundo invisible se adapta a las civilizaciones, las épocas y
las comarcas, donde las prácticas se remiten a la magia y las
ceremonias revisten el aspecto de cultos. A ratos se mezclan
las almas de los antepasados, los dioses familiares, las intervenciones
o fenómenos milagrosos, y el carácter o núcleo
científico del hecho manifestado (núcleo que Allan Kardec se
esforzó por poner en evidencia) es ahogado por las creencias y
la religiosidad que lo envuelven a falta de algo más elaborado
y más codificado. Es pues difícil sintetizar de manera exhaustiva
lo que precedió a Allan Kardec.
Sin embargo, es interesante señalar aquí y allá en la historia
moderna de los hombres, tentativas de análisis de estas experiencias
y hechos espíritas empíricos, por lo menos existe un
conjunto de actas, tratados y textos que quieren recolectar y
reunir lo vivido al respecto por el hombre, a falta de tener aún
el material y la metodología para comprenderlo. De manera
anecdótica, podemos citar la publicación en 1475 en la
Suiza alemana, en Burgdorf específicamente, de un Tractatus
de apparitionibus post exitum del teólogo polaco Jacques
Junterbuck. Citemos también un mamotreto de mil páginas
publicado en Angers en 1586 por el demonógrafo Pierre Le
Loyer y titulado (¡respiren profundo!): Discursos e historias de
los espectros, visiones y apariciones de los espíritus, ángeles,
demonios y almas, haciéndose visibles a los hombres, dividido
en ocho libros, los cuales por las visiones maravillosas
y prodigiosas apariciones ocurridas, tanto sagradas como
profanas, se manifiesta la certeza de los espectros y visiones
de los espíritus, y se entreabren las causas de las diversas
clases de apariciones de éstos, sus efectos, sus diferencias y
los medios para reconocer los buenos y los malos, y cazar los
demonios. Dos años más tarde apareció en Ruán, de la pluma
de Noël Taillepied, doctor en teología (1540-1589) una obra
más sobriamente impresa Psicología o tratado de la aparición
de los espíritus, a saber, de las almas separadas, fantasmas,
prodigios, accidentes maravillosos. Finalmente, recordemos
en forma divertida la aparición en Sajonia en 1804, año de la
consagración de Napoleón I en Notre-Dame, pero también
año del nacimiento de Allan Kardec, de un libro, que por cierto
hizo algún ruido, de un tal Dr. Karl Wötzel de Chemnitz: Apariciones
de mi esposa después de su muerte…
El moderno precursor del espiritismo fue sin duda alguna el
sueco Emmanuel Swedenborg (1688-1772), político, filósofo
místico, científico, personaje muy erudito, reconocido por su
saber, su mérito y su sabiduría, miembro de la Academia Real
de Ciencias de Suecia y ennoblecido por la reina Ulrica. Preocupado
por la noción de Dios, la felicidad eterna y los sufrimientos
morales del hombre, E. Swedenborg fue un precursor y
un visionario en la medida en que intentó descubrir al Creador
escrutando la creación. En una época en que la ciencia llamada
moderna daba sus primeros pasos, aportó una dosis de racionalismo
calificado de científico e impulsó la transición entre
una verdad revelada de manera profética desde hacía siglos
y un enfoque razonado de realidades filosóficas y científicas.
Abrió la vía hacia esta metodología rigurosa de la observación
de los hechos y los testimonios que envolvió de manera
notable el conjunto de trabajos adelantados por A. Kardec más
de un siglo más tarde. Su búsqueda y su actuación estaban
dirigidas hacia la comprensión progresiva de Dios sobre la
base de enseñanzas obtenidas por revelación a través de una
mediumnidad surgida en 1745. Lo que recibió por videncia
y escritura le permitió establecer una doctrina que encontró
ciertas similitudes con el espiritismo: existencia de un mundo
invisible o espiritual que está en permanente correspondencia
con el mundo natural o material, posibilidad de comunicarse
con él, unicidad de Dios. Entre los espíritus que apoyaron a
Allan Kardec en el momento del desarrollo de la tercera revelación,
E. Swedenborg fue de los que se comunicó con él y
hasta respondió numerosas preguntas de su parte (sesiones
en septiembre de 1859). Reconoció además haber cometido
grandes errores en la elaboración de su doctrina, tales como el
carácter eterno de las penas o el mundo de los ángeles y de los
santos. En su descargo, explicó haber tenido que luchar contra
más ignorancia y sobre todo más superstición, en una época
donde la impronta religiosa era de las más fuertes, pero donde
ya se hacía sentir la emancipación traída por los filósofos de
las Luces. Si bien Allan Kardec estuvo plenamente consciente
de los aspectos refutables de su doctrina, supo reconocer en
él las verdaderas cualidades de aquel hombre y su aporte en
las bases del naciente espiritismo: “A pesar de sus errores de
sistema, Swedenborg no deja de ser una de las grandes figuras
cuyo recuerdo permanecerá unido a la historia del espiritismo,
del que fue uno de los primeros y más celosos promotores”.
(La Revue Spirite - Noviembre de 1859)
Poco tiempo antes del comienzo de los trabajos de Kardec en
espiritismo, un acontecimiento mayor fue también origen de
un considerable número de hechos y experiencias que marcó
en un contexto particular el período de definición del espiritismo.
Se trata de la conocidísima historia de las hermanas
Fox, Margaret y Katie, que en 1848 percibían golpecitos y
ruidos insólitos en la casita familiar de Hydesville, estado
de Nueva York, en los Estados Unidos. Esos fenómenos eran
producto del espíritu de un hombre cuyos restos se encontraron
debajo del sótano. Era el antiguo arrendatario, un tal
Charles Ryan, asesinado por el vecino. Por este suceso, del
que por otra parte la historia humana puede conocer miles,
el descubrimiento de un medio de comunicación con los
espíritus se apoderó de toda Norteamérica y fue el origen de
la considerable atracción hacia esa disciplina. En 1852, tuvo
lugar el primer Congreso Espírita en Cleveland. Si bien en ese
fausto contexto, pueden citarse algunos autores norteamericanos,
como el médium Andrew Jackson Davis (1826-1910) o
el Dr. John Worth Edmonds que realizó los primeros enfoques
teóricos, finalmente el espiritualismo anglosajón no tuvo
verdadera consistencia filosófica pues las leyes naturales en el
origen de los fenómenos todavía no estaban bien delimitadas
y permanecían mal definidas. Aunque los hechos estaban
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allí, bien demostrados, sus interpretaciones de acuerdo a las
creencias de cada uno daban lugar a grandes contradicciones
no resueltas, como por ejemplo la idea de la reencarnación,
aceptada por unos, rechazada por otros.
Fue la moda de las mesas giratorias o del baile de las mesas,
muy apreciada en los tranquilos salones de cierta burguesía
carente de sensaciones y que se propagó tanto en el Nuevo
como en el Viejo Continente. Esa moda, un tanto superficial,
concordaba sin duda alguna con ese siglo ávido de romanticismo
donde sus más ilustres representantes, contemporáneos
de Allan Kardec, no escondían sus relaciones con aquel espiritismo
naciente: C. Nodier, G. Sand, G. de Nerval, T. Gautier, V.
Hugo, H. de Balzac, A. de Vigny, A. de Lamartine. Todos estos
místicos, estremecidos por los ideales de las Luces canalizados
por la Revolución todavía cercana, habían soñado con una
religión hermosa, universal, y con una sociedad fraterna en
armonía con la naturaleza y con el espíritu. Y es dentro de ese
contexto nutritivo y fértil que llegó Allan Kardec, o más bien
Hippolyte-Léon-Denizard Rivail…
Allan Kardec, el pedagogo
Antes de convertirse en Allan Kardec a los 50 años, tuvo una
vida que, no por azar, preparó y anunció este doble nacimiento,
el del espírita y el del verdadero espiritismo. Detengámonos
un instante en este período. Criado en una atmósfera más
bien estricta, pero dentro de un espíritu de justicia y honestidad,
asistió durante cerca de 15 años a una escuela famosa,
multicultural e internacional, fundada por un cierto Henri
Pestalozzi en Yverdon, Suiza. Influenciado por los preceptos
de J. J. Rousseau, la enseñanza se quería universal, insistiendo
en la espontaneidad natural del ser humano, a quien debía
permitírsele desarrollar el espíritu de observación, memoria,
análisis, curiosidad al contacto con la naturaleza y las cosas de
la vida, allí se cultivaba más bien el arte de aprender. La educación
que insistía en los sentimientos de fraternidad, igualdad,
tolerancia y respeto, era a la vez, suave y severa, justa y caritativa,
paternal y liberal. Esta savia construyó el niño Rivail, luego
al adolescente, y forjó al hombre íntegro y erudito que fue,
impregnado de claridad, método, y brevedad, que sabía ir a lo
esencial dentro de un rigor muy cartesiano. Desarrolló también
su sentido humanista, que toma conciencia del hombre como
ser libre y universal, donde el espíritu de tolerancia y caridad
debe privar sobre toda pertenencia política, religiosa, o social.
Por otra parte, el joven Rivail tuvo más tarde afinidades con
las ideas de la Francmasonería, que predica el mejoramiento
moral y material del hombre dentro de los principios heredados
del siglo de las Luces y que uno encontrará después
entre las consecuencias morales y sociales del espiritismo.
Convertido en pedagogo al servicio de la instrucción pública y
de la educación, aplicó esa enseñanza al servicio de los demás,
hasta su encuentro en 1854 con los textos espíritas que
orientaron la vida que se le conoce al servicio del espiritismo.
Igual que para la educación del género humano, hizo obra de
educación en su trayectoria de difusión espírita, aclarando
punto por punto todos los conceptos de esta nueva espiritualidad
a la luz de rigurosas observaciones y experiencias. Con un
extraordinario espíritu de síntesis, efectuó un inmenso trabajo
de compilación y comparación, agotando a los médiums
haciendo preguntas en forma cruzada, volviendo atrás sobre
los puntos oscuros o mal definidos. A cada instante aplicó, con
inteligencia y método la topología educativa de Henri Pestalozzi:
partir del hecho bruto, del elemento “natural”, para a
fuerza de experimentación y de observación, pero también de
abstracción y de intuición, establecer el precepto educativo,
teórico y científico del espiritismo. Con respecto a la difusión
de la nueva filosofía y ciencia espírita, fue un infatigable comunicador,
brillante orador, conferencista contundente, pero a
quien también le encantaba recibir en su casa a los numerosos
visitantes que querían conocerlo. Con ese público atraído por
las ideas espíritas, era el mismo pedagogo benevolente, que
explicaba con un rigor sin fallas las menores dificultades de
comprensión, procediendo siempre de lo conocido a lo desconocido,
de lo simple a lo compuesto, haciendo tocar con
los dedos las verdades esenciales, y no confiando al espíritu
más que lo que había sido captado por la inteligencia. Ante
cada crítica, sabía elevar un razonamiento irrefutable, de una
claridad y una lógica temibles, porque era verdadera y justa.
Esa manera de actuar, ese comportamiento de rigor y método,
le permitió al espiritismo salir de los balbuceos y los hábitos de
la interpretación subjetiva y empírica, al darle las armas pacíficas
para oponerse a todas las contradicciones, intolerancias,
y otros múltiples ataques que tuvo a sufrir en repetidas oportunidades.
Aún hoy, el edificio establecido por Allan Kardec
sigue teniendo una notable coherencia y es la primera obra de
referencia sobre ese mundo espiritual paralelo, en permanente
interacción con nuestro mundo material, y las leyes que rigen
esa interacción. En primer lugar Kardec aportó esa pedagogía
indispensable a la tarea de estructuración, luego de difusión,
de los principios espíritas. Por otra parte, el retrato hecho por
Anna Blackwell, la traductora inglesa de su obra en el siglo
XIX, es revelador de lo que era el hombre y su personalidad:
“Allan Kardec es de estatura media, robusto, de cabeza ancha,
redonda, firme, con rasgos marcados y ojos gris claro, que más
bien parece alemán que francés. Es enérgico y tenaz, pero de
un temperamento tranquilo, prudente y realista hasta de una
cierta frialdad. Incrédulo por naturaleza y por educación, de
una razón lógica y precisa, eminentemente pragmático en
ideas y acciones, se distancia tanto del misticismo como del
entusiasmo. Serio, poco dado a la charlatanería, sin afectación,
pero con una cierta dignidad tranquila, resultado de la seriedad
y la independencia de criterio, que son los rasgos distintivos de
su carácter, no busca ni evita las discusiones, pero sin aceptar
críticas sobre el tema al cual ha dedicado toda su vida. Recibe
amablemente a los innumerables visitantes que vienen de
todas partes del mundo para hablar con ellos sobe las ideas
de las que es el representante más autorizado, respondiendo
a las preguntas y a las objeciones, resolviendo dificultades
e informando a todos los investigadores serios con quienes
habla libremente y con animación. Muestra en toda ocasión
un rostro radiante, agradable, del que se transparenta su buen
humor, aunque por su sobriedad natural en sus maneras,
nunca se le ve reír”.
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Allan Kardec, el científico
Dentro del esfuerzo de investigación positiva y de experimentación
que caracteriza al fundador del espiritismo, el conjunto
de sus trabajos responde a un mismo enfoque, el que ya había
sido vislumbrado por E. Swedenborg, que responde a la noción
de rigor científico y que parte del hecho registrado. Es también
el que ya había sabido desarrollar el brillante espíritu del niño
en la escuela de Pestalozzi. Recomendando a quien quisiera
conocer en serio el espiritismo obligarse al estudio riguroso y
profundo, él mismo definió un esbozo de metodología dentro
de la observación pura y sistemática
de las cosas. Así escribió en El Libro de
los Médiums: “Toda enseñanza metódica
debe proceder de lo conocido a
lo desconocido. Para el materialista, lo
conocido es la materia, partid pues de
la materia, y procurad ante todo, haciéndosela
observar, convencerle de que
en él hay algo que escapa a las leyes
de la materia”. Partiendo de la teoría
espírita que se define como hipótesis
de trabajo y extraída de la observación
de hechos registrados, Allan
Kardec invita luego a pasar revista a
los fenómenos espíritas encontrados.
Éstos se vuelven entonces explicados
o explicables: uno puede darse cuenta,
comprender la posibilidad, conocer las
condiciones en que pueden producirse
y los obstáculos que pueden encontrar, y eso cualquiera que
sea el orden en que sean llevados por las circunstancias. Derivando
lógicamente de esa conducta, lo que se pone en juego
es la repetición experimental y lo que debe permitir invalidar
o confirmar la teoría inicial, siendo ésta susceptible de modificaciones
a todo lo largo de las comprobaciones ulteriores
producidas por esos mismos experimentos.
Este enfoque fenomenológico, presentido por Kardec en
una época en que la ciencia moderna se encontraba en sus
primeros balbuceos, no tiene nada que envidiar al moderno
enfoque científico de los más grandes científicos de nuestro
tiempo. Corresponde a la esencia misma del avance científico,
tal y como lo aplicaron los grandes sabios de los años 1885
a 1925 sobre, por ejemplo, los fenómenos de materialización
y de ectoplasmia por médiums de efectos físicos. Podemos
resumir así las principales exigencias:
- Observación imparcial y sistemática de los hechos, - Sometimiento
de los hechos a la experimentación dentro de la capacidad
de repetición y renovación de las observaciones,
- Establecimiento de una teoría como hipótesis de trabajo,
- Comprobación experimental de la hipótesis y si fuera necesario
ajustar la tesis inicial,
- Establecimiento de una ley general que considere la relación
de causa a efecto, las mismas causas deben producir los
mismos efectos.
Nunca se apartó Allan Kardec de esta línea de conducta,
heredada de su formación en Yverdon con el contacto simple
pero auténtico con la naturaleza, que agudizó su sentido de la
observación meticulosa y atenta. He allí el considerable aporte
que permitió al espiritismo encontrar su carta de nobleza para
hacer juego de igual a igual con las ciencias, porque justamente
contenía en él todos los atributos de la ciencia. Esa
actitud dio al espiritismo una suerte de fianza moral que autorizó
finalmente a romper el sobre oculto de las creencias y las
supersticiones que le impedía ser lo que realmente es:
- una filosofía, pero este atributo es más fácil de comprender
debido al vínculo manifiesto con las grandes cuestiones
metafísicas del hombre,
- y una ciencia a carta cabal, para una
época en que, para existir, la propia
ciencia defendía lo contrario de una fe
secular donde el pensamiento humano
era comprimido desde hacía siglos por
la intolerancia religiosa (recordemos a
Galileo) seguía siendo un reto desde
el instante en que las nociones de
alma, de comunicación con el más
allá y de leyes divinas que allí están
incorporadas, volvían a reducir más la
idea espírita justamente a religión o
creencia religiosa. No olvidemos que
en tiempos de Allan Kardec, catolicismo
y Estado todavía estaban “naturalmente”
unidos, que cuando él nació
el primer dirigente del país había sido
consagrado por el Papa, confirmando
así su legitimidad de soberano de derecho divino por la gracia
de Dios.
Allan Kardec, el arquitecto indispensable
Lejos de ser una actividad arbitraria, un pasatiempo, un entretenimiento
o hasta un engañabobos, la esencia misma del
espiritismo se halla muy en otra parte. Para Kardec, se trata
a la vez de una investigación científica y filosófica, reunir
estas dos nociones convertidas en enemigas, en primer lugar
porque el objetivo no es gratuito, luego porque los resultados
alcanzados son indudables, y por último porque las consecuencias
que impone son de un alcance y un poder capitales
para la evolución y el porvenir de la humanidad. Si el espiritismo
como doctrina filosófica pudo ser fundamentado
científicamente, se lo debe a la particular formación de su
codificador, pero también a su personalidad y su carácter. En
suma, en 1854 hubo un feliz encuentro —¡pero finalmente
no tan arriesgado!— entre una ciencia que daba sus primeros
pasos y un hombre muy cultivado y avezado en las exigencias
más objetivas del rigor científico, que hasta muchos de sus
detractores saludaron.
Si bien la vida de pedagogo como H. L. D. Rivail al servicio de
la instrucción pública durante más de un cuarto de siglo dejó
algunas huellas a través de una docena de obras reconocidas
y adoptadas por la Universidad de Francia, fue el espiritismo el
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que hizo salir del anonimato a Allan Kardec. A la inversa, fue él y nadie más
quien salvó el espiritismo del peligro de ser una simple fantasía, un entretenimiento
de salón. A no dudarlo, no hubo casualidad en ese encuentro:
H. L. D. Rivail fue un espíritu comisionado para cumplir justamente esa
inmensa tarea de estructuración y codificación de lo que significaba el
espiritismo aun antes de que existiera la palabra. Y si pasó dos veces más
tiempo en la instrucción que en el espiritismo, fue porque ciertamente
era preciso sembrar las semillas en el mantillo del hombre ya fértil para
recoger más tarde todas las cualidades y aptitudes necesarias para ese
trabajo. No se explica el espiritismo si se olvida que un hombre de razón,
humanista, honesto y riguroso, hizo los experimentos antes de poner por
escrito las bases del concepto espírita. Bien lejos de significar que el espiritismo
había planteado como hipótesis inicial la existencia e intervención
de los espíritus o cualquier otro principio de su filosofía (reencarnación,
etc.) “el espiritismo llega a la existencia de los espíritus cuando esa existencia
es resaltada con evidencias por la observación de los hechos” como
diría él a la inversa. Si los espíritus no se hubieran manifestado, nunca
hubiera habido filosofía, ciencia o moral espírita derivadas de ello. Sin
su enseñanza, ningún hombre —habría sido un genio— hubiera podido
encontrar los principios, las leyes y las reglas de conducta del espiritismo,
y H. L. D. Rivail jamás se hubiera convertido en Allan Kardec y finalmente
no se le habría concedido mayor interés.
Soporte esencial para la investigación metapsíquica
Así, es evidente que hacía falta un espíritu del temple de Allan Kardec,
con el método y el rigor que fueron suyos, para demostrar a los filósofos
que el espiritismo no es una doctrina abstracta, a los religiosos que no es
una nueva secta, y finalmente a los científicos que el ámbito espírita es
tan natural como el de la biología, la física o la química para citar sólo
estas. Comprender el espiritismo significa, para todos y cada uno de los
que se interesan con seriedad en el asunto, comprender y conocer a su
fundador en su vida y en la obra que ha legado en herencia para toda la
humanidad. Si fue inseparable de un hombre para que le diera el impulso,
fue inseparable de los espíritus que permitieron esa enseñanza, pero sin
embargo, no quedó encadenado al hombre para desaparecer con él. A
partir de allí, el espiritismo pudo vivir y seguir viviendo su propia vida,
enriquecerse con el avance de la ciencia y de las conciencias y marcar
su independencia por su existencia propia, tal como el ser humano que
crece después de haber sido parido. Es en ese sentido que Allan Kardec
tuvo estas palabras algunos meses antes de su muerte: “El espiritismo no
es más solidario con aquellos a quienes gusta llamarse espíritas que la
medicina con los charlatanes que la explotan, ni la sana religión con los
abusos o hasta crímenes cometidos en su nombre. No reconoce como
adeptos sino a aquellos que ponen en práctica sus enseñanzas, es decir,
que trabajan por su propio mejoramiento moral, esforzándose por vencer
las malas inclinaciones, ser menos orgullosos, más dulces, más humildes,
más pacientes, más benevolentes, más caritativos hacia el prójimo, más
moderados en todas las cosas porque ese es el signo característico del
verdadero espírita”. Nadie puede imaginar lo que hubiera ocurrido con la
investigación parapsíquica sin el pensamiento kardecista que establece
las bases ineludibles a toda reflexión sobre el asunto. Es justamente lo
que proponen los diferentes artículos de esta revista explicando cómo
las investigaciones, los trabajos y las obras de los continuadores, pudieron
hacer avanzar la reflexión científica y filosófica a partir de esta arquitectura
inicial establecida por Allan Kardec.
E C O S
Entre las sepulturas de los grandes
pioneros ubicadas en el Père Lachaise, es
sobre todo el dolmen de Allan Kardec,
la tumba más visitada y más florida del
cementerio del este parisino, que es
objeto de un fervor místico por parte de
un vasto público que hasta desconoce
la vida y obra del fundador del espiritismo.
En cambio, las tumbas de Gabriel
Delanne, Pierre-Gaétan Leymarie y
Ruffina Noeggerath (llamada “Bonne
Maman”), son visitadas sólo por un
número más limitado de personas,
las que siguen vinculadas al recuerdo
de estos precursores, en total conocimiento
de su acción terrenal al servicio
del espiritismo.
La sepultura de P-G Leymarie es un
pequeño dolmen, situado no lejos del
dedicado a Allan Kardec, sobre el que se
lee la inscripción “Morir, es abandonar la
sombra para entrar en la luz