Entre Dios y el Ser
©GIUSEPPE
ISGRÓ C.
¿Hay que temer a Dios?
Dios, en todas sus expresiones universales refleja amor, aún en la máxima expresión del rigor de la justicia divina, por cuanto ésta siempre busca el bien del ser a quien se aplica.
Empero, las leyes divinas, con sus respectivos valores y anti-valores, es decir, en sus polaridades positivas y negativas-, son inmutables, inflexibles y justas, y sin buscar sino el bien de todos los seres, su infracción implica una consecuencia que es preciso asumir, lo cual significa un aprendizaje. Cada acción tiene una reacción semejante y equivalente, siempre.
Si ejecutas una acción en desacuerdo con algunos de los valores universales y su respectiva ley cósmica que le rige, experimentas una reacción análoga cuyo efecto se percibe inmediatamente, aún cuando la acción haya sido ejecutada mentalmente, sin efectuar un perjuicio físico y llevado a cabo una acción en el plano material. Desde el simple pensamiento de llevar a cabo una acción incorrecta hasta la culminación del acto, en el caso de completarlo, enseguida se comienza a experimentar las consecuencias del mismo, tal como lo dijera Jesús: -“Si has deseado la mujer de tu prójimo ya has entrado en falta”-. (Paráfrasis).
Los antiguos observaron los efectos de la ley cósmica por lo cual hablaban del temor a Dios y éste, -es decir, experimentar las consecuencias de las propias acciones en su polaridad negativa-, le daba fortaleza para evitar la acción improcedente.
De manera que, en realidad, el temor que hay que tener no es de Dios, sino de salir del círculo de la polaridad positiva de los valores que rigen las respectivas leyes cósmicas.
Dichos valores, en su polaridad positiva, sirven de guías o sentidos direccionales que orientan las propias acciones para circunscribirse dentro del radio de acción que permitan cosechar compensaciones y reciprocidades gratificantes, de acuerdo a la propia suma existencial.
El temor de experimentar las consecuencias de las acciones que reflejen anti-valores, sirve de ayuda, en determinadas fases evolutivas, para evitar de incurrir en ella, una vez que se han experimentado sus efectos y la persona se percata de que es imposible burlar su vigilancia, por cuanto, es un mecanismo automático de acción-reacción.
En la primera fase es el temor el que permite de evitar dichos actos reñidos con los valores universales en su polaridad positiva.
Empero, a medida que se va adquiriendo un grado de conciencia determinado, en vez del temor comienza a actuar el amor a los valores universales, es decir, a la sabiduría que ellos implican como conocimiento del universo, sus leyes y principios divinos que rigen toda la creación.
Entonces, el ser comienza a actuar siguiendo la polaridad positiva de cada valor para beneficiarse de los efectos de las respectivas acciones acordes con la propia suma existencial o karma, es decir, el saldo evolutivo, en el cual se equilibran y compensan el debe y el haber.
Es preciso sustituir el temor de Dios por el amor a Dios, a sus leyes, valores y obras universales. Hay que amar su obra y contribuir a acrecentarla con acciones positivas y de cooperación a los tres reinos naturales.
Hay que hacer el mayor bien posible por cuanto el bien se vuelve con quien lo hace. No hay atajo posible que se pueda seguir salvo el del estricto cumplimiento de las leyes divinas, en concordancia con los valores éticos universales.
Cuando el amor a Dios rige la propia vida y la comprensión de los valores universales permite la practica de todas las virtudes, ya el temor de Dios es sustituido y cada ser es sustentado por la misma ley cósmica a cuyo estricto cumplimiento se ciñe, por sus efectos matemáticos, y el temor se transforma en confianza en Dios, en sus leyes, en su asistencia Divina y en la respectiva compensación, por cuanto, como lo observara Emerson, muy sabiamente, -“Todo acto en si mismo tiene su propia compensación”, la cual es de polaridad acorde al mismo.
La observancia rigurosa de los principios cósmicos –regidos por los valores- conducen a los seres por el camino de la felicidad en el planeta tierra, por cuanto, la mayor satisfacción consiste en el deber cumplido, mientras que, toda violación de los derechos ajenos, es preciso compensarla, reparándola, oportunamente.
Ese es el verdadero y único camino a seguir para que, el temor de Dios se transforme en amor a Dios, ahora y siempre, y volver al seno paterno para optimizar la gran carrera universal, en la eterna y continuada vida, en el universo, en miles de millones de planetas, en un ascenso evolutivo que siempre encontrará un más allá de sabiduría, progreso y bienestar.
Adelante.
PLAN DE ACTUACIÓN:
AFIRMA:
1. Entro en la conciencia del amor al Creador Universal. (Tres veces).
2. Ahora estoy, ya, en la conciencia del amor al Creador Universal. (Tres veces).
3. Formo una unidad perfecta con el Creador Universal por la conciencia del amor. (Tres veces).