INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA DOCTRINA ESPIRITA.
De; EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
Uno de los mejores libros de todos los tiempos
AUTOR: ALLAN KARDEC
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.
1
A las cosas nuevas, se les asigna palabras nuevas; así lo precisa el lenguaje, para darle claridad, evitando atribuir diversos significados a un mismo término.
Los vocablos espiritual, espiritualista y espiritualismo tienen un significado definido, y por lo tanto, si se quisiese atribuirle uno nuevo para aplicarlo a la doctrina de los Espíritus, se multiplicarían los equívocos.
El Espiritualismo es lo opuesto al Materialismo, por la cual cosa, todos quienes creen tener en sí algo más que la materia, son espiritualistas; pero de esto no se deriva que ellos crean a la existencia de los Espíritus, y mucho menos a la posibilidad de sus comunicaciones con el mundo visible. Para designar, por lo tanto, esta creencia, nosotros, en vez de las palabras espiritual y espiritualismo, utilizamos las de espirita y espiritismo, que tienen la ventaja de ser muy claras, dejando al término espiritualismo su significado común.
Nosotros, por lo tanto, diremos que la doctrina espirita, es decir, el Espiritismo, tiene como principio la creencia en las relaciones entre el mundo material y el mundo invisible, es decir, entre los seres humanos y los Espíritus, y denominaremos espiritas, -o si se prefiere, espiritistas, a quienes aceptan esta doctrina.
II
Existe, además, otro término, en torno al cual es necesario ponerse de acuerdo, por cuanto constituye, por decirlo de esta manera, uno de los puntos cardinales de toda doctrina moral, que suele prestarse a algunas controversias, no habiéndose establecido su verdadero significado, me refiero a la palabra Espíritu.
La disparidad de opiniones en torno a la naturaleza del Espíritu nace de la diversidad de significados que, con frecuencia, se atribuye a esta palabra.
Una lengua perfecta, en la cual cada idea se pudiese expresar con un vocablo propio, ahorraría muchas discusiones inútiles, por cuanto, si hubiese una palabra propia para cada idea singular, muchos se encontrarían de acuerdo sobre cosas en torno a las cuales inútilmente se debate.
Según algunos, el Espíritu es el principio de la vida material orgánica, no existe independientemente de la materia, y termina con la vida: esto es lo que se conoce como materialismo. En este sentido, y como comparación, hablando de un instrumento roto, que no da más el sonido acostumbrado, dicen que no tiene Espíritu. Según esta opinión, el Espíritu sería un efecto y no una causa. Según otros, el Espíritu es el principio de la inteligencia, es decir, un agente universal del cual cada ser absorbe una porción. Según esta opinión no habría en todo el universo más que un Espíritu solo, el cual distribuye sus chispas a todos los seres inteligentes que están en vida, y después de la desencarnación cada chispa regresa a la fuente común, donde se confunde con el todo, al igual que los arroyos y los ríos regresan al mar, del cual han tenido su origen.
Esta opinión difiere de la precedente en cuanto que se admite que hay en nosotros alguna cosa que no es materia, y que continúa después de la desencarnación. Pero, sería lo mismo afirmar que no queda nada, por cuanto, destruida la individualidad del ser, termina en él, necesariamente, la conciencia de sí mismo. Para quienes piensan de esta manera, el Espíritu universal sería Dios, y cada ser, una porción de la Divinidad: en esto reside el panteísmo.
Según otros, en fin, el Espíritu es un ser incorpóreo, distinto e independiente de la materia, que conserva la propia individualidad después de la desencarnación. Esta doctrina, según la cual el Espíritu es la causa y no el efecto, es la doctrina que profesan los espiritas.
Sin entrar en el análisis de estas varias opiniones, y considerando la cuestión, únicamente, desde el lado lingüístico, destacamos que estas tres opiniones constituyen tres ideas distintas, cada una de las cuales precisaría un vocablo específico. Al término Espíritu, por lo tanto, se le ha asignado un triple significado, y cada escuela, según la doctrina que profesa, tiene razón en definirla a su propia manera. La deficiencia reside en el lenguaje, que tiene un solo término para expresar tres ideas diferentes. Para evitar equívocos, convendría restringir el significado de la palabra Espíritu a uno sólo de estos tres conceptos diferentes. A cuál de ellos poco importa; todo está en ponerse de acuerdo en forma definitiva, por cuanto, ordinariamente, el significado de las palabras es del todo convencional. De nuestra parte, estimamos más lógico emplear esta palabra en el significado que más comúnmente se le atribuye, por lo cual, denominamos Espíritu al ser incorpóreo y consciente de sí, que reside en nosotros, y sobrevive al cuerpo. Aún si este ser no existiese, sería necesario tener un vocablo para designarlo.
Nosotros, en ausencia de un término especial para cada una de las ideas correspondientes a las otras dos doctrinas ya expuestas, denominamos principio vital a la causa de la vida material y orgánica, que es común a todos los seres vivientes, desde la planta al ser humano, sea cual fuere su origen. Por cuanto la vida puede existir también sin la facultad de pensar, el principio vital es algo muy diferente de lo que nosotros llamamos Espíritu. La palabra vitalidad no expresaría el mismo concepto. Para algunos el principio vital es una propiedad de la materia, un efecto que se produce cada vez que la materia viene modificada por determinada circunstancias; para otros, en cambio, es esta la idea más común, el principio vital es un fluido especial esparcido por todas partes, y del cual, cada ser, durante la existencia, absorbe y se asimila una parte, como vemos que los cuerpos inertes absorben la luz. Por lo cual, el fluido vital, según la opinión de algunos, no es más que el fluido eléctrico animalizado. Denominado, también, fluido magnético, fluido nervioso, etcétera.
De todas maneras, sea lo que fuere que se quiera creer, existen hechos que no se pueden dudar, es decir:
a) Que los seres orgánicos tienen en sí mismos una íntima fuerza, la cual, mientras exista, produce el fenómeno de la vida.
b) Que la vida material es común a todos los seres orgánicos, e independiente de la inteligencia y del pensamiento.
c) Que la inteligencia y el pensamiento son facultades propias de ciertas especies orgánicas.
d) Que, finalmente, entre las especies orgánicas dotadas de inteligencia y de pensamiento existe una que posee un sentido moral especialísimo, que la convierte incontrastablemente superior a todas las demás, es decir, la especie humana.
Es fácil comprender que, aún cuando no se le de a la palabra Espíritu un significado bien distinto, ella no excluye ni el materialismo ni el panteísmo. El mismo espiritualista puede, también él, considerar el Espíritu según una de las dos primeras definiciones sin perjuicio del ser incorpóreo y consciente de sí, en el cual él cree, y al cual él daría, en tal caso, cualquier otra denominación. Esta palabra, no es la expresión de una idea bien determinada, sino un Proteo, que, cada quien puede, a su gusto, representarse en una u otra forma, y, por lo tanto, constituir motivo de vanas y extensas controversias.
Podría aclararse la cuestión, sirviéndose, también, de la palabra Espíritu, en cada uno de los tres casos, agregándole un calificativo que especifique con cual significado se emplea. Ella, sería, entonces, un término genérico, que podría referirse, al mismo tiempo, tanto al principio de la vida material como a la inteligencia y al sentido moral, y se distinguiría por medio de un atributo, como, por ejemplo, se distingue el término genérico de gas con el agregado de las palabras hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, etcétera. Podría, por lo tanto, decirse y sería, quizá mejor, Espíritu vital, para denotar el principio de la vida material, Espíritu intelectivo, para distinguir el principio de la inteligencia, y Espíritu, para significar el principio de nuestro yo consciente después de la desencarnación.
Como cada quien puede ver, es esta una cuestión de terminología, pero de esencial importancia para poder entenderse.
En conclusión, según lo antes expuesto, el Espíritu vital sería común a todos los seres orgánicos: plantas, animales y seres humanos; el Espíritu, pertenecería, más específicamente, al ser humano.
COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: La diferenciación entre el Espíritu vital y el Espíritu, efectuada por el maestro Allan Kardec, es excelente. Únicamente nos quedaría agregar que ambos se encuentran presentes, simultáneamente, en los seres de los cuatros reinos naturales, con la salvedad de que, en cada especie, y reino, se expresan de acuerdo con las características que les son inherentes. Esto debido a que una es la ley, y todos los seres, en los cuatros reinos: mineral, vegetal, animal y humano, están formados de cuerpo, alma y Espíritu. El Espíritu vital es el reflejo, en la materia, del Espíritu, por cuanto, con la desencarnación, además de la separación del Espíritu del cuerpo, por la separación del alma que les mantiene unidos, también desaparece del cuerpo el Espíritu vital.
Hemos creído necesario anteponer estas explicaciones, porque la doctrina espirita se apoya sobre la existencia, en nosotros, de un ser independiente de la materia y que sobrevive al cuerpo. Dado que la palabra Espíritu debe repetirse con gran frecuencia en el curso de este libro, era preciso establecer, con precisión, con cual significado es utilizada, y esto, para evitar posibles equívocos.
Ahora, pasemos a la parte más importante de estas instrucciones preliminares.
III
La doctrina espirita, como todas las cosas nuevas, tiene seguidores, y, también, opositores. Aportaremos una respuesta a las principales objeciones de estos últimos, examinando el valor de los argumentos sobre los cuales se fundan, sin pretender, sin embargo, de convencerles a todos, por cuanto hay algunos que estiman que la luz de la verdad ha sido hecha exclusivamente para ellos.
Nosotros nos dirigimos a las personas de buena fe, que no tienen ideas preconcebidas e inmutables, y están, sinceramente, deseosos de instruirse, y les demostraremos como la mayor parte de las objeciones, que se mueven en contra de esta doctrina, provienen de una defectuosa observación de los hechos y de un juicio pronunciado con mucha ligereza y precipitación.
Recapitulamos, ante de todo, en pocas palabras, la serie progresiva de fenómenos de los cuales esta doctrina tuvo origen.
El primer hecho que atrajo la atención de muchos, fue el de algunos objetos puestos en movimiento, hecho que se designó con la denominación de mesas giratorias. Este fenómeno, que parece haber sido observado, por primera vez, en América, o mejor dicho, fue reconocido en aquel país, (ya que la historia nos informa que se remonta a la más remota antigüedad), se produjo acompañado de circunstancias singulares, como ruidos insólitos y golpes producidos por fuerza oculta y misteriosa. Desde allí se propagó, rápidamente, a Europa y en otras regiones del mundo. En primera instancia encontró mucha incredulidad; pero, no transcurrió mucho tiempo, y la inmensa cantidad de experimentos realizados demostró que se trataba de algo real y genuino.
Si este fenómeno se hubiese limitado al movimiento de objetos materiales, se habría podido explicar con algún enfoque netamente físico. Nosotros, nos encontramos, todavía, muy lejos de conocer todos los agentes ocultos de la naturaleza y todas las propiedades de aquellos, entre estos agentes, que conocemos ya desde hace tiempo. De la electricidad, por ejemplo, se multiplican, cada día, las aplicaciones a beneficio del ser humano. No era, por lo tanto, imposible, que la electricidad, modificada por ciertas condiciones, o cualquier otro agente desconocido, fuese la causa de estos movimientos. Y, el hecho de que un mayor número de personas acreciente la fuerza que generan aquellos fenómenos parecía avalar una hipótesis de esta naturaleza. Aquel conjunto de fluidos podía considerarse como una especie de pila, cuya potencia se desarrolla en razón del número de elementos que la componen.
El movimiento circular no presentaba nada de extraordinario, el cual, más bien, es natural. Todos los astros se mueven circularmente, y, en el caso del que se trata, podríamos tener, en pequeño, una reproducción del movimiento general del universo, o, mejor dicho, se podía creer que una causa, antes desconocida, produjese, circunstancialmente, sobre pequeños objetos, una corriente análoga a la que hace desplazar a los planetas.
Sin embargo, el movimiento no era siempre circular, sino que, con frecuencia era brusco, desordenado, y en alguna ocasión el objeto era movido con fuerza, volteado, impulsado hacia cualquier dirección, y, en contradicción con todas las leyes de la estática, levantado del suelo y sostenido en el espacio. Todavía, también en estos hechos no había nada que no se pudiese explicar con la potencia de un agente físico invisible. No vemos, quizá, a la fuerza de la electricidad voltear edificios, arrancar árboles, lanzar lejos cuerpos muy pesados, unas veces alejándolos, otras, atrayéndolos.
Los ruidos insólitos, los golpes repetidos, también admitiendo que no fuesen uno de los efectos ordinarios de la dilatación del leño o de cualquier otra eventual causa, podían, perfectamente, ser la consecuencia de la aglomeración de un ignoto fluido; la electricidad, no produce, quizá, fuertes ruidos?
Hasta aquí, como puede verse, todo podía reentrar en el dominio de hechos puramente físicos y fisiológicos. Pero, de todas maneras, también sin salir de un tal orden de ideas, había, en estos fenómenos, suficiente materia de estudios, serios y profundos, tanto como para atraer, completamente, la atención de los doctos.
Por qué no ocurrió esto?
Es preciso reconocer que fue el efecto de causas, que, conjuntamente con otras miles de análoga similitud, prueban la ligereza del espíritu humano. La primera, entre todas estas causas, fue la simplicidad del objeto principal que sirvió de base a todos los primeros experimentos, es decir, un pequeño mueble de madera.
No hemos, quizá, visto cuál increíble influencia tiene, frecuentemente, una palabra, aún sobre los argumentos más serios? Ahora bien, sin considerar que el movimiento podía ser impreso con igual facilidad a cualquier objeto, prevaleció la idea de servirse de una mesa, por resultar más cómodo, y porque todos tenemos la costumbre de tener una mesa, más bien que otro tipo de mueble.
Pero los seres humanos de gran importancia, con frecuencia, incurren en actitudes pueriles, que no es para maravillarse si han creído poco conveniente para su dignidad ocuparse de lo que el vulgo denominaba danza de la mesa. Se podría, casi apostar, que, si el fenómeno observado por Galvani lo hubiese sido por personas de escasa cultura y designado con un nombre simple, sería, aún hoy, relegado al lado de la varita mágica. Y, en verdad, cuál docto académico no habría creído rebajarse tomando en serio la danza de las ranas?
Alguno, pero, con la modestia que le permitió creer que la naturaleza no había dado, aún, la última palabra, quiso seguir insistiendo, aunque fuese solo para tranquilizar su propia consciencia; pero, o bien los fenómenos no correspondieron, siempre, a las expectativas, o bien, por cuanto no se desenvolvieran de acuerdo con su voluntad, no tuvo la paciencia de continuar con la experimentación, terminando con negarlos. Sin embargo, a pesar de esta conclusión, las mesas continuaron a girar, y nosotros podemos decir con Galileo: eppur si muovono! Además, no sólo continuaron a moverse, sino que los hechos se multiplicaron al punto de rendirse comunes, y ahora, no se trataba más que de encontrar la explicación.
Y, en verdad, cómo pueden realizarse inducciones en contra de la realidad de los fenómenos sólo porque no se reproducen de manera siempre idéntica y conforme con la voluntad y a las exigencia de quien los experimenta? También los fenómenos de la electricidad y de la química se encuentran subordinados a ciertas condiciones; pero, quién puede negarlos porque no se efectúan fuera de ellas?
Cuál es la maravilla, entonces, si el fenómeno del movimiento de objetos, por la fuerza del fluido humano, tiene, igualmente, sus condiciones de ser, y no se verifica, cuando el observador, obstinado en su modo de ver, pretende que se desenvuelva a su capricho, y cree de poderlo someter a las leyes de otros fenómenos conocidos, sin comprender que, para hechos nuevos, pueden y deben haber leyes nuevas?
Ahora, para descubrir estas leyes, ocurre estudiar las circunstancias en las cuales los hechos se desenvuelven, y un tal estudio no puede ser más que el fruto de una observación perseverante, cuidadosa, y, con frecuencia, muy larga.
Algunos objetan que en estos fenómenos con frecuencia se han descubierto trucos. En primer lugar, le preguntaremos a estas personas si se encuentran totalmente seguras de cuanto afirman, o si, quizá, no han tomado por truco un efecto cualquiera el cual no sabían como interpretarlo, al igual que aquel aldeano que tomaba un doctísimo físico en el acto de realizar sus experiencias por un hábil escamoteador. Pero después, aún admitido que, realmente, alguna vez ocurra el engaño, sería esto un motivo para negar los hechos? Es preciso, por lo tanto, renegar de la física, porque algunos prestigiosos abusaron de su nombre?
Por otra parte, es preciso tener en cuenta, también, el carácter de las personas, y el interés que podrían tener en la tergiversación de los resultados. Sería, quizá, una broma? Se entiende que hay, siempre, quien quiere, por algún tiempo, divertirse; pero, una comedia prolongada resultaría incomoda tanto para una parte como para la otra.
Del resto, un engaño que pudiese difundirse de una punta a otra del globo, y entre las personas más serias, autorizadas e iluminadas, sería, por lo menos, un hecho tan extraordinario como el mismo fenómeno del cual tratamos.
IV
Si los fenómenos de los cuales nos ocupamos se fuesen limitados al movimiento de objetos, habrían podido tener explicaciones por las ciencias físicas, pero no fue así; debían, poco a poco, revelarnos hechos verdaderamente extraordinarios. Se advierta, no sabemos en cual modo, que el impulso dado a los objetos no era efecto de una fuerza mecánica ciega, sino indicaba la intervención de una causa inteligente. Abierta que fue esta vía, se encontró un campo de observaciones del todo nuevo, y se quitó el velo a muchos misterios.
Pero, en estos fenómenos existe, propiamente, una causa inteligente?
Y, después, si esta causa inteligente existe, de qué naturaleza es? Cuál es su origen?
Se trata de una entidad superior a la inteligencia humana? Estas son las otras cuestiones que constituyen la consecuencia lógica de la primera.
Las primeras manifestaciones inteligentes tuvieron lugar por medio de pequeñas mesas, que, elevándose de un lado y batiendo con uno de los pies un determinado número de golpes, respondían a la pregunta con un sí o con un no, según la convención acordada.
Hasta aquí, ninguna prueba evidente para los escépticos, por cuanto todo esto podía ser pura casualidad. Pero, seguidamente, se obtuvieron respuestas precisas con las letras del alfabeto; la mesa batía un número determinado de golpes, correspondiente al número de orden de cada letra, y de esta manera dictaba palabras y proposiciones, que respondían a las preguntas hechas.
La precisión de las respuestas, su perfecta correlación con las preguntas, causaron maravilla.
Interrogado en relación con la naturaleza, el ser misterioso que respondía en aquel modo, declaró ser un “espíritu”, se dio un nombre, y proporcionó informaciones sobre su estado. Esta es una circunstancia importantísima y digna de ser notada, por cuanto de ella resulta que nadie había recurrido a la hipótesis de los Espíritus para explicar el fenómeno, sino que, en cambio, fue el ente comunicante a sugerir aquella palabra.
Si en las ciencias exactas se hacen, con frecuencia, hipótesis, para tener una base de razonamiento, en nuestro caso no fue de esta manera.
Pero, esta manera de comunicación era larga e incomoda. El mismo Espíritu, y esta es la segunda circunstancia que es preciso tener en cuenta, sugirió otra manera más expedita, aconsejando de adaptar un lápiz a una cestita. La cestita, colocada sobre una hoja de papel, es puesta en movimiento por la misma fuerza oculta que hace mover las mesas, y en tanto el lápiz, movido por una mano invisible, escribe las letras, formando palabras, y frases, y enteros discursos de muchas páginas, tratando las más sublimes cuestiones de filosofía, de moral, de metafísica, de psicología, y temas similares, con tanta rapidez, como si se escribiese con la mano.
Este consejo fue repetido contemporáneamente en América, en Francia, y en muchos otros países. Estas son las palabras con las cuales fue dado a París, el día 10 de junio de 1853, a uno de los más fervientes cultores de la nueva doctrina, que ya, desde hacía varios años, es decir, desde 1849, se aplicaba a evocar a los Espíritus: -“Anda a tomar en la habitación contigua una cestita que allí hay, amárrale un lápiz, ponlo sobre el papel, y ten los dedos sobre los bordes”-.
Pocos momentos después, la cestita comenzó a moverse, y el lápiz escribió de manera legible estas palabras: -“Cuanto ahora os he dicho no quiero que lo digáis a alguien. La primera vez que volveré a escribir, lo haré mejor”-.
Ahora, dado el objeto, al cual se amarra el lápiz, no es otra cosa más que un soporte, y poco importa su naturaleza y su forma, se buscó otro más cómodo, y muchos utilizan, a tal fin, una tablilla.
Pero, sea tablilla o cestita, el medio no se mueve sino bajo la influencia de ciertas personas dotadas de una facultad especial, y estas personas son designadas como médiums, es decir, intermediarios entre los Espíritus y los seres humanos.
Las condiciones de las cuales depende esta facultad son determinadas, al mismo tiempo, por razones físicas y morales hasta hoy poco notas, por cuanto se encuentran en cada edad, en cada sexo, y en los grados más variados de cultura y de desarrollo intelectual. La mediumnidad, del resto, se desarrolla y mejora con el ejercicio.
V
Con el correr del tiempo se reconoció que cestita o tablita no eran otra cosa, en realidad, que un simple apéndice de la mano; por lo que, tomando el medium, sin más, el lápiz, se puso a escribir bajo un impulso involuntario y casi febril. Con este medio las comunicaciones se transformaron en más rápidas, fáciles y completas, y este medio, hoy, es tan común, cuanto que se incrementa, de día en día, el número de las personas dotadas de esta facultad.
La experiencia, seguidamente, hizo conocer mucha otras especies de facultades mediumnicas, y se aprehendió que las comunicaciones podían obtenerse, igualmente, o bien por medio de la palabra del médium, o del oído, de la vista y del tacto, y, aún, sin el concurso de la mano del medium, es decir, mediante la escritura directa de los Espíritus.
Obtenido, en esta nueva manera, el fenómeno, quedaba por verificar un punto esencial, es decir, la influencia que puede ejercer el medium en las respuestas, y su inherencia mecánica y moralmente. Dos circunstancias capitales, que no debería escapar, en ningún modo, a un observador experimentado, pueden eliminar toda duda.
La primera de estas circunstancias es la manera con la cual la cestita se mueve con la sola inerte imposición de los dedos del medium sobre sus extremos. Un examen, aún superficial, permite comprender, enseguida, la imposibilidad de imprimirle una determinada dirección. Esta imposibilidad, luego, se transforma en absoluta, cuando dos o tres personas juntas ponen sus dedos sobre la misma cestita, porque sería necesaria, en ellos, una uniformidad de movimientos, sin duda, imposible, y, además de esto, una total concordancia de pensamiento para poderse entender en torno a las respuestas que deben darse a las preguntas que se hacen.
Otro hecho digno de ser tomado en gran consideración es el cambio radical de la escritura, que se verifica cada vez que cambia el Espíritu comunicante, y que se reproduce en la forma precedente, cuando el primer ente regresa. Sería preciso que, cada medium se hubiese ejercitado en transformar su caligrafía de cien maneras diferentes, y a recordarse de las características especiales que él le habría atribuido a uno u otro Espíritu.
La segunda circunstancia sobre la cual conviene detenerse para reflexionar resulta de la naturaleza misma de las respuestas, las cuales, normalmente, y de manera especial cuando se trata de cuestiones abstractas o científicas, son del todo extrañas a las cogniciones del medium, y con frecuencia, muy superiores a su capacidad intelectual. Él, del resto, la mayor parte de las veces no tiene conciencia de lo que se escribe por su intermedio, y casi siempre no entiende el tema propuesto, por cuanto puede ser hecho o mentalmente o en una lengua que él no conoce, y se note que, alguna vez, su mano escribe la respuesta en la misma lengua.
Sucede, en fin, con mucha frecuencia, que la tablita escriba espontáneamente, sin pregunta precedente, sobre cualquier argumento del todo inesperado.
Estas respuestas, en ciertos casos, tienen una tal impronta de sabiduría, de doctrina y de oportunidad, y contienen pensamientos tan nobles y sublimes, que no pueden provenir que de una inteligencia superior, y de moralidad purísima y elevadísima.
En otros casos, al contrario, las respuestas son tan ligeras, tanto frívolas, y con frecuencia, también, tan triviales, que la razón rechaza que puedan ser originadas por la misma fuente. Tal diferencia de lenguaje no se puede explicar sino por la diversidad de inteligencias que se manifiestan.
Pero estas inteligencias son humanas, o lo son fuera de la humanidad?
Este es el punto que se debe aclarar, y de eso se encontrará la explicación en el presente libro, tal cual ha sido dictada por ellos.
Tenemos, por lo tanto, algunos hechos que no se pueden poner en duda, y que se producen fuera del círculo de nuestras observaciones. Estos hechos no se desenvuelven en el misterio, sino a plena luz, que todos pueden ver y verificarlos, y no son privilegio exclusivo de pocos, sino de miles y miles de personas, que los han observado, los repiten todos los días y los confirman.
Estos hechos tienen, naturalmente, una causa, y dado que revelan la acción de una inteligencia y de una voluntad, salen del campo puramente físico. Para explicarlos se han inventado muchas teorías, que nosotros, seguidamente, examinaremos, y veremos si son suficientes para explicarlos todos. Primero, pero, comencemos admitiendo la existencia de los seres distintos de la humanidad, siendo esta la explicación dada por las mismas inteligencias que se manifiestan, y veamos cuales son sus enseñanzas.
VI
Los seres que comenzaron con nosotros de la manera que hemos expuesto, se dan el nombre de Espíritus, y muchos de ellos dicen de haber animado el cuerpo de personas que han vivido sobre la tierra. Ellos constituyen el mundo espiritual, al igual que nosotros, durante nuestra vida terrena, constituimos el mundo corpóreo.
Recapitulemos, en pocas palabras, los puntos principales de la doctrina que nos han transmitido, para responder más fácilmente a algunas objeciones.
I. -“Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, omnipotente, supremamente justo y bueno.
II. -“Él ha creado el universo, que comprende todos los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.
III. -“Los seres materiales constituyen el mundo visible o corpóreo, y los seres inmateriales el mundo invisible o de los Espíritus.
IV. -“El mundo de los Espíritus es el mundo normal, primitivo, eterno, preexistente o sobreviviente a todo.
V. -“El mundo corpóreo es secundario: podría cesar de existir o no haber existido jamás, sin alterar la esencia del mundo de los Espíritus.
VI. -“Los Espíritus asumen, temporalmente, una envoltura material caduca, cuya destrucción, con la desencarnación, los restituye a la libertad.
VII. -“Entre las diversas especies de seres corpóreos Dios ha elegido la especie humana para la encarnación de los Espíritus que han alcanzado un determinado grado de desarrollo, lo cual le confiere, a esta especie, una gran superioridad moral, e intelectual, sobre todas las otras.
VIII. -“El alma, -o periespíritu, une al Espíritu con el cuerpo, que es su envoltura.
IX. -“En el ser humano hay tres cosas: -a) El cuerpo, substancia material análoga a la de los animales, y animada del mismo principio vital. -b) El Espíritu, substancia inmaterial, encarnado en el cuerpo. –c) El alma, o periespíritu, ligamen que une el Espíritu y el cuerpo, principio intermedio entre la materia y el Espíritu.
X. –“El ser humano tiene dos naturalezas: por el cuerpo participa de la naturaleza de los animales, de quienes tiene los instintos; por el Espíritu, de la espiritual.
· COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: El Espíritu, emana a la conciencia, en un momento dado, del Creador Universal, formado de su misma naturaleza espiritual, eterno e inmortal, y dotado de sus mismos atributos o valores universales, impresos en su conciencia, en estado potencial, como ley cósmica, siendo esa conciencia una réplica exacta de la del creador. Por medio de esa conciencia, se realiza la comunicación entre el Creador y el ser, utilizando el lenguaje de los sentimientos que corresponden a cada valor universal, del cero grado al infinito, vehículo que utiliza el Supremo Artífice para cumplir sus funciones de Gran Pedagogo Universal, mediante sus inspiraciones en la conciencia del ser individual, y colectivamente, en los cuatro reinos naturales.
XI. El alma, o periespíritu, que mantiene unido el cuerpo y el Espíritu, es una especie de envoltura semi-material. Después de la desencarnación, mediante la cual se disuelve la envoltura material, el Espíritu conserva la segunda, que le sirve de cuerpo etéreo, invisible para nosotros en el estado normal, pero que puede rendirse, en determinadas circunstancias, visible, y también, tangible, como ocurre en los fenómenos de apariciones.
XII. –“Como consecuencia de esto, el Espíritu no es un ser abstracto, indefinido, concebible sólo por el pensamiento; sino real, circunscrito, que algunas veces entra en el campo perceptivo de la vista, del oído y del tacto.
XIII. –“Los Espíritus pertenecen a diferentes categorías, y no son iguales, ni en potencia, ni en inteligencia, ni en saber, ni en moralidad. Los del primer orden, es decir, los Espíritus superiores, se distinguen de los demás por sus cogniciones, proximidad a Dios, pureza de sentimientos y amor al bien; son los Espíritus puros. Las otras categorías, se distancian, grado a grado, de esta perfección. Las de orden inferior, están sujetas a la mayor parte de nuestras pasiones, como al odio, a la envidia, a los celos, al orgullo, y se complacen del mal. En este número los hay de aquellos que no son ni buenos ni malos, ni del todo malos: intrigantes e inoportunos, más bien que malvados; parecen imbuidos de malicia y de contradicciones: son los Espíritus ligeros o traviesos.
XIV. –“Los Espíritus no permanecen perpetuamente en la misma categoría. Todos mejoran pasando por los diferentes grados de la jerarquía espirita. Este mejoramiento se lleva a cabo por medio de la encarnación que algunos asumen como expiación, otros como prueba, y otros, aún, como misión. La vida material es una prueba por la cual deben pasar muchas veces, hasta que hayan alcanzado un determinado grado de perfección: es una especie de crisol, del cual salen más o menos purificados.
XV. –“Abandonado el cuerpo, El Espíritu vuelve a entrar en la dimensión espiritual, de la cual había salido, para reemprender una nueva existencia material después de un espacio de tiempo más o menos largo, durante el cual queda en el estado de Espíritu libre.
XVI. Por cuanto el Espíritu debe pasar por varias encarnaciones, todos nosotros hemos tenido varias encarnaciones, y tendremos otras en diferentes grados de progreso, bien sea en la tierra o en otros mundos.
XVII. –“La encarnación de los Espíritus tiene siempre lugar en la especie humana. Sería un error creer que el Espíritu pueda encarnarse en el cuerpo de un animal.
XVIII. –“Las diversas existencias corpóreas de los Espíritus son siempre progresivas, y jamás retrógradas; pero la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hacen para alcanzar la perfección.
XIX. –“Las cualidades del ser humano son las del Espíritu encarnado, es decir, la persona virtuosa, es la encarnación de un Espíritu bueno, y la perversa, la de un Ente impuro.
XX. –“El Espíritu tenía su propia individualidad antes de encarnarse. y la conserva, también, después de la separación del cuerpo.
XXI. –“A su regreso a la dimensión espiritual, el Espíritu vuelve a encontrar a todos aquellos que ha conocido en sus precedentes existencias, y estos se le presentan claramente, y con precisión, con el recuerdo de todo el bien y el mal que les ha hecho.
XXII. –“El Espíritu encarnado está sujeto a la influencia de su materia. La persona que se libera por la elevación y la pureza del Espíritu, se acerca a los buenos Espíritus con los cuales estrechará vínculos en mayor grado.
XXIII. –“La persona que, al contrario, se deja dominar por las bajas pasiones, y cifra su alegría en satisfacer sus apetitos groseros, se acerca a los Espíritus impuros, cediendo el campo a la naturaleza animal.
XXIV. –“Los Espíritus encarnados habitan diferentes globos del universo.
XXV. –“Los Espíritus no encarnados, o libres, no ocupan una región determinada o circunscrita: están en todas partes, en el espacio y a nuestro lado, nos ven y nos siguen continuamente, formando una población invisible, que se desenvuelve en nuestro entorno.
XXVI. –“Los Espíritus ejercitan sobre el mundo moral, y también sobre el corpóreo, una influencia perenne; actúan sobre la materia y los pensamientos, y forman una de las fuerzas de la naturaleza, que es la causa eficiente de una cantidad infinita de fenómenos hasta ahora incomprensibles, o incorrectamente explicados, y que encuentran una solución racional, únicamente, en el Espiritismo.
XXVII. –“La relación de los Espíritus con los seres humanos son continuas. Los buenos nos estimulan al bien, nos sostienen en las pruebas de la vida, y nos ayudan a soportarlas con coraje y resignación; los inferiores nos inducen al mal, y gozan cuando ven que se sucumbe y se les asemeja a ellos.
XXVIII. –“Las comunicaciones de los Espíritus con los seres humanos son ocultas o tangibles. Las ocultas tienen lugar por medio de la influencia buena o mala que ellos, sin darnos cuenta, ejercitan sobre nosotros, con las buenas o malas inspiraciones, las cuales, con el propio juicio, debemos discernir. Las comunicaciones tangibles se producen por medio de la escritura, de la palabra o de otras manifestaciones materiales, las más de las veces por medio de los médiums, de quienes se sirven como de instrumentos.
XXIX. –“Los Espíritus se manifiestan espontáneamente, o por efecto de evocación. Pueden evocarse todos los Espíritus, tanto aquellos que han animado seres humanos oscuros, como los de personajes más ilustres, en cualquier tiempo que hayan vivido, y los de nuestros familiares, amigos o enemigos, y obtener, con comunicaciones escritas, o verbales, consejos, aclaraciones sobre su estado en la dimensión espiritual, sobre sus pensamientos en relación con nosotros, así como aquellas revelaciones que les son permitidas.
XXX. –“Los Espíritus son atraídos en razón de su simpatía por la naturaleza moral de las personas que las evocan. Los Espíritus superiores se complacen de las reuniones serias, en las cuales predomina el amor al bien y el deseo sincero de instruirse y mejorarse. Su presencia aleja a los Espíritus inferiores, los cuales, al contrario, tienen libre acceso, y pueden actuar con plena libertad ente las personas frívolas, o impulsadas por simple curiosidad, y en general, en donde se encuentran instintos menos depurados. En vez de obtener buenos consejos y enseñanzas útiles, no se recaba más que frivolidades, falsedades, bromas de mal gusto y engaños, por cuanto, frecuentemente, asumen nombres venerables para mejor inducirnos en error.
XXXI. –“Pero, es facilísimo distinguir los Espíritus buenos de los malos: el lenguaje de los primeros es siempre digno, noble, imbuido de sublime moralidad, libre de toda baja pasión. Sus consejos inspiran gran sabiduría, y tienden, siempre, a nuestro mejoramiento y al bien de la humanidad. El de los segundos, en cambio, es desconsiderado, frecuentemente trivial, y, también, rústico. Si alguna vez dicen cosas buenas o verdaderas, las dicen, muy seguido, falsas y absurdas, por malicia o por ignorancia. Toman a juego la credulidad y se divierten a costa de quienes les interrogan, adulándoles la vanidad, y alentándoles los deseos con falsas esperanzas. Comunicaciones serias en todo el sentido de la palabra no se obtienen sino en las reuniones formales, donde reina una íntima comunión de pensamientos en la obtención del bien.
XXXII. –“La moral de los Espíritus superiores se compendia, como la de Jesús, en el aforismo: Hacer a los demás lo que, razonablemente, quisiéramos que nos fuese hecho a nosotros; lo que significa: Hacer siempre el bien, jamás el mal. El ser humano encuentra en este principio la regla universal, la norma para cada uno de sus actos.
XXXIII. –“Los Espíritus buenos nos enseñan: -a) Que el egoísmo, el orgullo y la sensualidad, son pasiones que nos acercan a la naturaleza animal y nos ligan a la materia; –b) Que el ser humano, el cual en esta vida se desapega de la materia, despreciando las vanidades mundanas y amando a sus semejantes, se aproxima a la naturaleza espiritual; –c) Que cada uno de nosotros debe rendirse útil a los demás según las facultades y los medios que Dios le ha dado para probarle; -d) Que los fuertes y los poderosos deben sostener y proteger a los débiles, por cuanto, quien abusa de su fuerza y de su potencia para oprimir a su semejante, transgrede la ley de Dios; -e) Que en el mundo de los Espíritus ninguna cosa puede quedar oculta, el hipócrita será desenmascarado y todas sus torpezas descubiertas; -f) Que la presencia inevitable y continua de todos aquellos hacia los cuales hayamos actuado mal, es uno de los más tremendos castigos que se nos ha reservado; -g) Que, en fin, en el estado de inferioridad o de superioridad de los Espíritus son inherentes insatisfacciones o alegrías, que nosotros ignoramos. Pero, nos enseñan, también, que no existen culpas irremisibles, las cuales no puedan ser canceladas con la expiación. El ser tiene la oportunidad, en las diversas existencias, de mejorarse en razón de sus deseos y de sus esfuerzos, y de avanzar, de esta manera, en la vía del progreso hacia la perfección, última y suprema meta”-.
Esta es, en síntesis, la doctrina espirita, la cual resulta de las enseñanzas de los Espíritus superiores. Veamos, ahora, las objeciones que se les anteponen.
VII
La oposición de las corporaciones científicas es, para muchos, si no una prueba, por lo menos una presunción en contra del Espiritismo.
Nosotros, ciertamente, no somos de quienes desprecian los científicos, que, más bien, los tenemos en gran consideración y estimaremos un honor tenerlos de nuestra parte; pero, todavía, su opinión no siempre se debe considerar como un juicio inapelable.
Cuando la ciencia sale del campo de la observación y se entra en el ámbito de las apreciaciones y de las explicaciones, se abre el campo a las conjeturas, y cada quien se cree autorizado a anteponer su pequeño sistema buscando de hacerlo prevalecer, sosteniéndolo férreamente. No vemos, quizá, hoy día, las más dispares opiniones antes promulgadas como verdades dogmáticas y después puestas en el bando de los errores rudimentarios? No vemos las grandes verdades antes rechazadas como absurdos y después universalmente aceptadas y exaltadas?
Los hechos, constituyen el único, y verdadero, soporte para sustentar nuestros juicios, el solo argumento sin réplica. Cuando ellos falten, la duda es la opinión del prudente.
En las cosas notorias la opinión de los doctos hace fe, y esto con razón, por cuanto ellos saben más y mejor que el vulgo; pero, tratándose de principios nuevos y de cosas ignotas, su modo de ver las cosas debe, siempre, considerarse como una hipótesis, por cuanto, también ellos, al igual que cualquier otro humano, no se encuentran exentos de preconceptos, y, más bien, se puede decir que el docto tiene, quizá, más prejuicios de cualquier otro, por cuanto una propensión instintiva le lleva a medir cada cosa con la matriz de opiniones de sus estudios favoritos. El matemático no ve pruebas posibles que en una demostración algebraica; el químico, refiere todo a la acción de los elementos, y así sucesivamente. Las personas que se han dedicado a una rama especial de la ciencia, se agrupan y se infunden todas sus ideas; haced que salgan de su ámbito, y las veréis decir insensateces, por cuanto quieren fundir cada cosa en el mismo caldero, lo cual no es más que una consecuencia de la humana debilidad. Consultaremos, por lo tanto, voluntariamente, y con plena confianza, a un químico en torno a una cuestión de análisis; a un físico, sobre el fluido eléctrico; a un mecánico, en relación con una fuerza motriz; pero, ellos, nos permitirán, después, y esto sin mermar la estima que han sabido merecer con su doctrina especial, de no dar igual peso a sus juicios en torno al Espiritismo, como no lo haríamos con el juicios de un arquitecto en relación a una cuestión de música.
Las ciencias comunes se basan sobre las propiedades de la materia, que se puede experimentar y manipular mediante la propia iniciativa; los fenómenos espiritas, en cambio, se fundan sobre la acción de inteligencias que tienen la voluntad propia y que no dependen de nuestros propios caprichos. Por lo tanto, las observaciones en torno a estos fenómenos no pueden ser realizadas de igual modo que en las ciencias experimentales, y precisan condiciones especiales y un diverso punto de partida. Quererles subordinarles a nuestros ordinarios procesos de investigación sería establecer analogías que no existen. Por lo tanto, la ciencia, propiamente dicha, es, como tal, carente de competencia para juzgar en torno al Espiritismo: ella no debe ocuparse del mismo, y su juicio, sea cual fuere, no podría constituir autoridad sobre la materia.
El Espiritismo es el resultado de una convicción personal, que los científicos pueden tener como individuos, dejando de lado sus convicciones como científicos; pero, el pretender el sometimiento de la cuestión a la ciencia sería lo mismo que hacer decidir sobre la existencia del Espíritu a una asamblea de físicos y astrónomos. De hecho, el Espiritismo reside sobre la existencia del Espíritu y en su estado después de la desencarnación, y sería, por lo tanto, un gran error creer que un ser humano deba ser un gran metafísico, sólo porque es un gran matemático, o anatomista. Este último, en el examinar el cuerpo humano, busca el Espíritu, y porque no lo encuentra bajo su bisturí, al igual que se encuentra un nervio, o porque no le ve evaporar como un gas, deduce, por ello, que el Espíritu no existe, ni de esto sigue que él tenga razón en contra de la universal creencia.
Está claro que la ciencia común no puede arrogarse el derecho de sentenciar en torno al Espiritismo.
Cuando las creencias espiritas sean más difusas y aceptadas por las masas populares (la cual cosa, a juzgar por la rapidez con la que se propaga, no puede ser muy lejana), entonces ocurrirá con ellas lo que aconteció con todas las ideas nuevas, las cuales a los inicios tienen, siempre, encontradas oposiciones y contrastes: los doctos cederán a la evidencia, y se convertirán, uno a uno, por la fuerza misma de las cosas. Pero, mientras tanto, es intempestivo distraerles de sus valores especiales para obligarles a ocuparse de un argumento extraño a sus estudios, cometido y respectivo programa.
Todos aquellos que, privados de la experiencia necesaria en torno a este argumento, niegan decididamente y escarnecen a quien no acepta su juicio, olvidan que tocó de igual suerte a todos estos grandes descubrimientos de los cuales se honra la humanidad, y se exponen a ver sus nombres en la lista de los ilustres adversarios de las ideas nuevas, inscritos al lado de aquellos miembros de la docta asamblea que en 1752 acogió con clamorosas risas el invento de Franklin sobre los pararrayos, y juzgó aquella comunicación poco seria e indigna de serle presentada, y de aquella otra docta asamblea que más tarde hizo perder a Francia el primer beneficio de la navegación a vapor, declarando el sistema de Fulton una utopía irrealizable. Y aquellos eran argumentos científicos de su propia competencia!
Si, por lo tanto, aquellas academias, que contaban en su seno la flor y nata de los humanos doctos del mundo, no tuvieron más que burlas y sarcasmos por las ideas que ellos no comprendieron, pero que, después de pocos años triunfaron, aportando una verdadera evolución en la ciencia, en las costumbres y en las industrias, cómo esperar que una cuestión del todo extraña a sus estudios obtenga, hoy, mejor acogida?
Pero, aun cuando la historia no registrase hechos de tal grave incomprensión, como los que hemos referido, debemos creer que sea necesario un diploma oficial para tener buen sentido, y que, fuera de los sabios académicos la capa del cielo no cubra más que tontos e imbéciles?
Pasad en reseña los seguidores de la doctrina espirita y veréis que son todo menos idiotas, y que el número de personas de gran ingenio y de gran autoridad que la han aceptado no permite, por lo tanto, de relegarla entre las creencias vulgares. El carácter moral y el valor científico y literario de estos seres humanos, impone, expresamente, que se diga: ya que estos fenómenos vienen confirmados por personas de este nivel, es preciso, también, convenir que trata de cosas dignas de ser tomadas en serio.
Es preciso repetirlo, si los hechos de los cuales hablamos se hubiesen limitado al movimiento mecánico de algunos cuerpos, la búsqueda de la causa física del fenómeno le correspondería de pleno derecho a la ciencia; pero, ya que se trata de manifestaciones que se encuentran fuera de las leyes de la humanidad, la ciencia material no es más competente para juzgarlas, por cuanto no puede dar la explicación ni por vía de cifras, ni por vía de una fuerza mecánica.
Cuando ocurre un hecho nuevo que no entra en el campo de una ciencia conocida, el docto, para investigarlo, debe poner aparte el sistema de su escuela, y persuadirse de que aquello es un nuevo estudio, el cual, evidentemente, y razonablemente, no se puede hacer con ideas preconcebidas.
El ser humano que cree infalible su razón está ya, por esto, muy cerca del error. También aquellos que tienen las ideas más falsas se apoyan siempre sobre la razón, y por lo tanto rechazan todo aquello que a ellos les parece imposible. Quienes rechazaron, un día, los admirables descubrimientos de los cuales, ahora, la humanidad se enorgullece, hacían, también ellos, énfasis en la razón para repudiarles.
Hoy, como entonces, lo que se quiere denominar como razón, no es más que, con frecuencia, orgullo encubierto. Ahora como antes, quienquiera que crea en su infalibilidad es un iluso que se reputa igual a Dios.
Nosotros, por lo tanto, nos dirigimos a quienes, con verdadera prudencia, dudan de lo que no han visto, pero que, juzgando el porvenir a partir del pasado, no creen que el saber del ser humano haya alcanzado el límite externo, ni que la naturaleza volteara para ellos la última página de su libro.
VIII
El estudio de la doctrina espirita, que nos transporta de repente a un nuevo orden de cosas, de tanta trascendencia, no puede iniciarse con provecho sino por personas serias, perseverantes, libres de prejuicios, y animados de un propósito firme, sincero, de alcanzar la meta. Nosotros, por nuestra parte, no podemos considerar tales quienes con imperdonable ligereza juzgan a priori sin haber observado todo, dejando de poner en sus investigaciones la perseverancia, la regularidad y el recogimiento, que son tan necesarios. Mucho menos podremos considerar como serios a quienes que, por no afectar su fama de gente de espíritu, se la ingenian para encontrar un lado burlesco también en las cosas más graves e importantes., o que, por lo menos, son considerados tales por personas cuyo carácter y convicciones le da el derecho al respeto de quienes quieren merecer el título de personas educadas. Quien, por lo tanto, considere los hechos de los cuales tratamos indignos de sí,
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