BREVE BIOGRAFÍA DEL DR. MANUEL AUSÓ Y MONZÓ
Nació
Manuel Ausó y Monzó en la ciudad de Alicante el 8 de diciembre de 1814.
Desde niño mostró una gran afición al estudio y sus padres, aunque con
escasos recursos, procuraron darle una educación conforme a las
aspiraciones y aptitudes del joven.
Realizó
sus primeros estudios en el convento de San Francisco, en Alicante,
cursó Filosofía en Santo Domingo de Orihuela y comenzó en Madrid la
carrera de Medicina, compartiendo también estos estudios en las
Universidades de Valencia y Barcelona. Se licenció como Doctor en
Medicina en Madrid en 1845, a los 29 años de edad.
Por
convencimiento íntimo se declaró ferviente partidario de la medicación
homeopática. Publicó, defendiéndola, muy notables trabajos, sosteniendo
lúcidas polémicas en varias revistas científicas.
Mediante
oposición, logró en 1844 la Cátedra de Historia Natural en el Instituto
de Segunda Enseñanza de Alicante, llegando a ser Director interino del
mismo. En ella se convirtió en maestro queridísimo de sus discípulos,
entre los que se contaron muchos que luego llegaron a ser hombres
notables. Allí enseñó los sanos y hermosos contenidos de la asignatura
que le estaba encomendada, destacándose por su modo pedagógico claro,
sencillo y al alcance de todas las inteligencias.
Durante
las epidemias que asolaron la región en 1854, 1870 y 1885, demostró su
valor y abnegación, acudiendo con sus grandes conocimientos médicos en
socorro de los afectados, prodigando consuelos y auxilio.
Fue
siempre demócrata ferviente en política y durante muchos años ocupó los
primeros lugares entre los republicanos históricos de su región.
A él
se debe la creación del Gabinete de Alicante, que fuera enriquecido
sucesivamente con las colecciones de objetos geológicos y
protohistóricos de la provincia, formadas a ruego suyo por el sabio
geólogo Sr. Vilanova y Priera.
En
1868 creó la "Sociedad de Estudios Psicológicos", primer centro
espiritista de Alicante. Siguiendo su ejemplo se fundaron otros muchos
centros de estudio en la ciudad.
En
1872 se refundieron diversos centros espíritas, dando por resultado la
creación de la "Sociedad Alicantina de Estudios Psicológicos", que le
nombró su presidente. Esta Sociedad llegaría a tener más de 400
miembros, haciendo una gran labor de difusión en la región.
Poco
después crearía la importante revista espiritista bautizada con el
nombre de "La Revelación", que dirigió hasta poco antes de su muerte y
en la que brilló como literato y profundo pensador. Tras su
desencarnación, su sustituto en este menester sería otro destacado
espiritista alicantino y colaborador suyo, Francisco Arqués Guerri.
Fue,
en cuanto a las manifestaciones mediúmnicas, un hombre de convicción
arraigada, pero que no se dejaba vencer sin pruebas. Allí donde aparecía
el fenómeno Ausó inquiría, estudiaba, aquilataba y después admitía o
rechazaba conforme a su sereno juicio y al imparcial resultado de sus
investigaciones. Y aunque parezca mentira, la lealtad y rectitud
científica en este terreno le valieron innumerables agravios,
sufrimientos y sinsabores. Al tener conocimiento de las supuestas curas
"milagrosas" que realizaba un famoso médium de apellido Baldaet, dedicó
al asunto su clara inteligencia y los espiritistas fanáticos, que vieron
aminorado el prestigio de su ídolo, acusaron al Dr. Ausó de interesado
en el descrédito del médium, por la competencia que como sanador podía
hacerle.
Pero
Ausó nada había de temer en su conciencia limpia y tenía quien
respondiera por él: los necesitados que encontraron siempre su mano
cariñosa de padre que socorre y consuela; sus amigos y cuantos habían
admirado su hermoso corazón de intachable ciudadano como hijo, esposo y
padre, que supo hacerse querer de un pueblo entero. Todos ellos sabían
de la imposibilidad de que un corazón tan abierto al bien y a la virtud,
pudiera nunca albergar miras interesadas, nacidas del amor al dinero.
Ausó
lo único que pretendía era buscar el medio de quitar la venda que cubría
la inteligencia de muchos hermanos suyos, que demasiado encariñados con
el curanderismo, no hallaban sitio en su cerebro para discutir con
tino; Ausó ansiaba arrancar la careta a los que amparándose en ella,
explotaban la buena fe de los demasiado creyentes y, estudiando el
fenómeno, mostrar donde estaba el fraude y la mentira, el engaño y la
superchería. Y por haber querido romper un ídolo de barro, por intentar
tan sólo matar algunas ilusiones engañosas, le acusaron de envidioso, a
él, que demostró tener talento de sobra para valer más que todos los
curanderos juntos y alma tan noble y generosa como ruin y mezquina era
la de sus detractores... Así amargaron en parte su vida, pero él,
espíritu grande y sabio, supo olvidar y perdonar.
Fue socio corresponsal del Instituto Agrícola Catalán de San Isidro y de la Academia Homeopática española.
Manuel
Ausó y Monzó desencarnó el 25 de Enero de 1891, a la edad de 76 años,
en su querida Alicante, ciudad que ha honrado su memoria bautizando una
de sus calles con su nombre.
Dejó publicadas las siguientes obras:
"Baturrillo
médico" ( Sainete), publicado en el folletín del periódico El
Comercio; "Conferencia Agrícola celebrada el 25 de enero de 1880 en el
Salón del Consulado de esta ciudad". Alicante, imprenta de José Marcili,
1880. Un folleto en 4.° de 27 páginas; "La Homeopatía. Colección de
artículos publicados en el periódico El Graduador en contestación a los
que D. Ricardo Fajarnés y D. Matías Domenech, insertaron en los diarios
El Eco de la Provincia, y La Unión Democrática”, Alicante, imprenta de
José Marcili y Oliver, 1881. Un tomo en 8.° de 414 páginas, "Instituto
provincial de segunda enseñanza de Alicante. Programa de Historia
natural y de Fisiología é Higiene, a los que ajustará sus explicaciones
el Profesor de dichas asignaturas". Alicante, Establecimiento
Tipográfico de José Marcili, 1884. Un folleto en 4.° de 24 páginas, y
multitud de artículos sueltos, memorias y poesías.
Debe
el Movimiento Espiritismo Español guardar como un tesoro la memoria de
quien le consagró vida, inteligencia y alma; tengamos, pues, los
espiritistas de la España del siglo XXI un recuerdo de gratitud y
admiración para quien nos precedió en la siembra en esta tierra de los
ideales del progreso humano.
******
Recopilación
y adaptación: Oscar M. García Rodríguez. Esta biografía está basada
principalmente en un escrito homenaje publicado por la revista espírita
madrileña "La Irradiación", en su nº 43, de 1º de diciembre de 1893,
firmado por La Redacción.

Si
yo hubiese aceptado como buena e indiscutible la educación religiosa
que recibí de los autores de misdías - único alimento que se dio a mi
espíritu para su adelanto - y a su vez el fanatismo de aquellos tiempos,
tan feroz como intransigente, hubiera sentado sus reales en el
santuario de mi conciencia, ahogando en sus primeros albores la noble y
constante aspiración al progreso que sentía bullir incesantemente en
el fondo de mi alma, yo hubiera sido, como tantos otros de mi época y de
mis años, un católico, apostólico, romano, cortado a la usanza de los
tiempos que corren y siempre refractario a toda idea grande y
regeneradora; y sentados estos precedentes yo no hubiera sido jamás
espiritista.
Pero
contra los deseos y las voluntades ajenas, nuestro espíritu, libre como
el aire y la luz, se encuentra ligado a las condiciones esenciales que
le caracterizan, incomprensibles si se quiere, pero que le ayudan a
levantarse potente por sus propios esfuerzos, para salirse fuera de la
norma trazada por la voluntad y el capricho de los hombres, impulsándole
a marchar impávido por el camino que su propia intuición le señala,
para realizar más tarde cuanto le sea necesario a la consecución del fin
providencial porque vino a la tierra. Y si así no fuese. ¿cómo se
explicaría esa inclinación irresistible, esa fuerza superior a la
voluntad, que siente latiren lo más profundo de su ser y que le obliga a
ver las cuestiones más trascendentales y de comprensión más difícil,
de un modo distinto, y contrario a veces, de como se quieren imponer y
grabar en el entendimiento? Problema es este de solución difícil para
las diferentes escuelas filosóficas, pero que el espiritismo aclara y
resuelve fácilmente, poniéndolo al alcance de cuantos quieran examinar
con recto a imparcial criterio sus obras fundamentales y las doctrinas y
las enseñanzas de los espíritus. Ni la educación religiosa que se
recibe desde los primeros años de la vida en el seno de la familia, ni
los conocimientos científicos que suelen adquirirse en las escuelas
oficiales, son ni pueden ser en todos los casos, los factores que han de
constituir el carácter moral é intelectual del individuo.
O el
espíritu acepta de buen grado y sin previo examen la educación que
recibe, o la rechaza con energía después de serio y detenido estudio.
En el primer caso es como el ciego del Evangelio, que se deja guiar por
otro ciego para precipitarse los dos en el hoyo. En el segundo, es el
libre pensador que busca la verdad, y aprovechándose de su luz purísima
admira extasiado la obra grandiosa y sublime de la Creación. El primero
huye de Dios y de sus obras, que mira con desdén. El segundo le busca
por todas partes, le sale al encuentro por todos los caminos, procura
comprenderle en lo que le es posible y le alaba y glorifica contemplando
sus encantadoras maravillas.
Ansiando
alcanzar mayores y más positivos progresos, viene el espíritu a la
vida material acompañado de intuiciones, más o menos claras, que han de
servirle de guía en todo aquello que se propone realizar en esa nueva
etapa de su eterna existencia, y en la que, si consigue curarse de los
defectos e imperfecciones que entorpecieron su marcha en anteriores
encarnaciones y al mismo tiempo borrar, mediante el trabajo, la
meditación y el estudio, los grandes errores que ofuscaron su
entendimiento y le hicieron caminar por desconocidos y tortuosos
senderos, habrá dado un gran paso en el camino de su adelanto y se habrá
aproximado a Dios. En el caso contrario, quedará estacionado, y
después de perder todo el tiempo de una vida material, le pasará lo que
al estudiante que perdió el curso y ha de empezarle de nuevo
forzosamente. Volverá, pues, a la erraticidad, donde, por medios que nos
son desconocidos, se preparará y fortalecerá con voluntad y decisión
más firmes, para encarnar de nuevo, con intuiciones más claras, en el
mismo mundo o en otros acomodados a las necesidades que reclame su
situación, y conseguir, por medio del trabajo y la práctica del bien, su
necesario e indispensable perfeccionamiento.
He
aquí explicado, en breves palabras, el porqué yo he venido rechazando
desde las primeras alboradas de mi inteligencia todo aquello que no se
armonizaba con mi razón ni con el fin providencial que me trajo a este
mundo, y porque también, sin grandes esfuerzos, he abandonado aquellas
absurdas enseñanzas y aceptado con fe y entusiasmo la doctrina
espiritista. Y caminando siempre en pos de la verdad en todos los
órdenes de ideas, he militado sucesivamente y siguiendo siempre los
impulsos de mi corazón, en las filas más avanzadas de todo racional
progreso, habiendo sido en política antiguo progresista primero,
demócrata después y hoy republicano histórico. En medicina, después de
conseguir los grados de licenciado y Doctor, principié mi práctica sin
fe en las doctrinas que me enseñaron mis maestros, en las que no veía la
luz que mi espíritu ansiaba, y cuando a consecuencia de un
padecimiento crónico del pecho, con grandes y frecuentes hemorragias
pulmonares, llegué hasta los umbrales de la muerte; desahuciado y sin
esperanza alguna de recuperar mi salud, busqué en la medicina
homeopática los consuelos que la alopatía me había negado, y conseguí
con la suavidad y dulzura de sus racionales tratamientos restablecer
completamente mi estado normal.
Esto
pasaba el año 1851 y desde aquella época, y cada vez con más entusiasmo y
fe, he seguido ejerciendo la medicina homeopática, consolando y
aliviando a la humanidad en sus dolencias, así en tiempos normales como
en las varias y horrorosas epidemias, tanto del cólera morbo como de la
fiebre amarilla, que diezmaron varias veces esta desgraciada población,
mi país natal, y que tan tristes recuerdos dejaron grabados en la
memoria de sus habitantes.
En
religión he sido siempre racionalista, y por esta causa acepté el
Espiritismo en cuanto tuve la más ligera noción de esta doctrina, que
está en perfecta armonía con las divinas enseñanzas de Jesús; que tantos
consuelos dan incesantemente al peregrino de la tierra, y cuyos
fulgores, si iluminaran como fuera debido la conciencia de los pueblos,
mejorarían las condiciones de la humanidad y regenerarían completamente
el mundo.
El año
1871, acompañado de uno de mis hijos, medico homeópata también, nos
trasladamos a la inmediata villa de Aspe, donde mi hermano mayor tenía
su residencia, con objeto de pasar en su compañía los últimos días de la
semana santa. Mi hermano, que ya no está en este mundo, era también
libre pensador, conocía muy bien la Biblia y defendía; cuando la ocasión
se presentaba, con muy buen criterio y abundancia de datos bíblicos, la
doctrina de Jesús, contra las absurdas enseñanzas de los hombres. Le
pasaba lo que a mí; ningún vestigio guardaba en su alma de la educación
religiosa que, como yo, había recibido en el hogar doméstico, ni nada
tampoco de aquellas absurdas y ridículas doctrinas que había recibido de
los frailes. Él había tenido, antes que yo, la dicha de conocer el
Espiritismo, y al vernos en su casa sin previo aviso y en días de
recogimiento para la generalidad de las gentes, creyó que aquella
visita tan inesperada tenía otro objeto, y que éste era el averiguar lo
que respecto del Espiritismo había de verdad, recelando por qué extraño
conducto podía haber llegado este asunto a nuestra noticia. Mas, al ver
nuestro silencio y nuestra indiferencia para todo lo que se relacionaba
con esta idea que tanto llamaba su atención, se vio en la necesidad de
declararse, refiriéndonos toda la historia de su rápida y firme
conversión al Espiritismo. Nos enseñó el “Libro de los Espíritus”, el
“Libro de los Médiums”, el “Evangelio según el Espiritismo”, obras de
Allan Kardec fundamentales de la nueva doctrina y a cuyo estudio se
hallaba entonces dedicado. Y después de hablarnos mucho sobre este
particular, que ya nos iba atrayendo y preocupando también, para que no
nos quedase género alguno de duda, nos acompañó a casa de uno de sus
amigos, donde había una médium y se recibían comunicaciones por medio
del trípode. Nuestra sorpresa y nuestro asombro fueron tan grandes, como
grande era y trascendental el asunto que lo motivaba. Yo evoqué
sucesivamente a los espíritus de mi madre y mis hermanos, recibiendo de
ellos saludables consejos y consoladoras frases; y desde aquel instante
el hecho de la comunicación con los espíritus fue para mí indudable, y
convencido de esta gran verdad me declaré espiritista. Mi conversión a
esta nueva doctrina debía estar preparada con mucha antelación, ya que
tan fácil me fue recorrer con rápida y vertiginosa mirada sus vastos y
luminosos horizontes.
¿Quién
había de esperar ni de creer que de un pequeño pueblo de la provincia
había yo de traer a la capital, grabada ya en el fondo de mi alma, la
idea espiritista para propagarla y defenderla? Así es que, en cuanto
volví a Alicante encargué libros y al poco tiempo y dada publicidad a la
idea, se crearon centros que funcionaron con orden y regularidad, se
desarrollaron médiums y más tarde veía la luz un periódico, "La
Revelación", propagador y defensor de las nuevas ideas, y de cuya
publicación, aunque inmerecidamente, fui luego y continúo siendo
director.
Los
que aceptan y propagan ideas basadas en un error, el más funesto y
trascendental de todos los errores, y en los asuntos de la más alta
importancia para el bienestar presente y futuro de la humanidad, la
dirigen con los ojos vendados, adormecida y esclavizada la inteligencia,
por tortuosos senderos que han de conducirla más tarde al abismo de su
perdición, se hacen reos de lesa conciencia y faltan a sus más sagrados
deberes, aprisionándola con su torpe conducta en las redes de la
superstición y del fanatismo y saturando su alma de los errores más
funestos. ¿Por qué en vez de esto no enseñan la luz radiante de la
verdad que brilla inextinguible en las páginas del Evangelio, en ese
libro tres veces santo, cuyas cristalinas aguas regenerarían el mundo
si se ofrecieran en su nativa pureza como saludable bebida al sediento
peregrino de la tierra? ¡Oh! Si esa doctrina bienhechora, única que ha
brotado de los divinos labios de Jesús, la hubieran enseñado en todos
tiempos los que tienen el deber ineludible de extenderla y propagarla
por el mundo, otra sería la suerte de la generación actual, que no puede
verse libre de la funesta levadura que tiene contaminada su sangre y
que ha menester siglos y esfuerzos sobrehumanos para verla completamente
regenerada. Siendo esta la causa de mayor influencia y el más grande
obstáculo que se opone hoy al triunfo rápido y definitivo del
Espiritismo.
¡Ley
santa del progreso, yo te saludo con la más dulce emoción de mi alma y
te bendigo con júbilo! Tú te reflejas en todos los actos de nuestra
vida, inundas de vivísima luz nuestra almay con tus claridades
purísimas, estereotipas en lo más recóndito de nuestro ser tus divinos y
sacrosantos preceptos. Tú, con la magia poderosa de la verdad que
difundes, levantas del cieno de la superstición y del fanatismo a
cuantos en ti se inspiran, destruyendo en brevísimos instantes cuanto el
trabajo de una educación sin fundamento y de una enseñanza hipócrita
levantaran en el transcurso del tiempo. Tú regeneras el mundo y las
generaciones que pasaron, cegadas por el sol de tu justicia, huyen
todavía despavoridas y avergonzadas, para ocultar en los abismos
insondables del no ser, su torpe conducta, sus punibles veleidades, sus
grandes vicios, sus funestos errores y su asquerosa hipocresía, para dar
paso a la luz que brilla, como nuevo y esplendoroso sol, en las doradas
páginas del Espiritismo.
Me
manifiesta usted, señor Director, en apreciabilísima carta, que mi firma
hace falta en el Álbum biográfico espiritista que viene publicando la
ilustrada revista que usted tan dignamente dirige y en la cual reputados
escritores, con galana frase, elevados conceptos y correcto estilo,
siguen embelleciendo con general aplauso y gran contentamiento sus
interesantes páginas. Y como una sola palabra de usted la entiendo como
si fuese un mandato y son, por otro lado, tan grandes el cariño y la
amistad que le profeso, no he titubeado un sólo instante en dar
satisfacción a sus deseos, en la medida de mis fuerzas y en lo que ha
permitido el tiempo de que actualmente puedo disponer, sintiendo que la
escasez de mis luces, mi insuficiencia y mi pobre palabra, no me
hayan permitido decir más y mejor de cómo he venido al campo del
Espiritismo. Pero si así y todo he conseguido llevar mi grano de arena
al suntuoso edificio que se levanta, para bien del mundo, en el vasto
océano de la conciencia universal, y del cual es usted uno de sus más
valiosos y esclarecidos obreros, yo quedaré recompensado de este
pequeño e insignificante trabajo y completísimamente satisfecho.
Manuel Ausó Monzó
Alicante, Enero de 1884.
idafe | 9 abril 2014 en 14:00 | Etiquetas:
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