El secuestro del espíritu
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Porto Alegre - Brasil
Traducción: Pura Argelich
¿Quién dijo que el espíritu es propiedad de la religión?
Antes de esa apropiación, la filosofía cuidaba de él con mayor eficiencia.
La cuestión del aborto es tempestuosa porque toca una profunda angustia humana: no tenemos aún un concepto definitivo de vida.
Es verdad que, no hace mucho tiempo, realizamos una gran hazaña, elaborando el mapa de los genes humanos. Nos desciframos biológicamente, pero aún no somos capaces de descifrar el enigma de la vida. Su concepto reclama un enfoque multidisciplinar y, si un día fuere posible hacer una síntesis, necesariamente ésta será fruto de un amplio acuerdo entre la ciencia y la filosofía. Un hecho mucho más importante del que el festejado mapa del genoma humano.
Podemos decir que todas nuestras inquietudes en torno de la vida y de la muerte derivan de ese vacío, del foso existente por no habernos, aún, descifrado a nosotros mismos.
Dos mil quinientos años después de Sócrates, no fuimos capaces de atender su llamamiento de conocernos a nosotros mismos.
El inicio y el fin de lo que convenimos en llamar vida, a efectos biológicos y jurídicos, no siempre encaja con aquello a lo que nuestras experiencias e investigaciones filosóficas nos ha conducido. Legítimamente, nos permitimos unir al concepto de vida otros factores que extrapolan el campo de la biología y no son tenidos en cuenta por el derecho positivo.
El derecho hace bien en ignorarlos. No le quedó otro camino. La modernidad nos colocó en un terrible dilema. Después de un largo periodo en el que la filosofía se convirtiera en sierva de la teología, el hombre moderno se vio obligado a optar entre el conocimiento científico, provisorio y mutable, y los dogmas impuestos como definitivos e inmutables. La vida, por lo tanto, se dicotomizó en lo sagrado y en lo profano. En ese reparto, las cuestiones del espíritu pasaron al dominio de la religión, y las de la materia, donde aparentemente se sitúa la vida, fueron confinadas a la gestión de la sociedad políticamente organizada.
Estaban delimitados los dos campos en los que se mueve la modernidad: la visión religiosa y la secular. Pero, ¿quién dice que el espíritu es propiedad de la religión? Mucho antes de esa apropiación, la filosofía cuidaba de él con mayor eficiencia. En la historia del pensamiento hay una rica tradición filosófica, iniciada con Sócrates y Platón, y que fluyó, en la modernidad, con el pensamiento de filósofos idealistas. En ella, se piensa en la realidad humana justamente a partir del espíritu y se sintetiza en él la más íntima y amplia identidad humana. Ahí están Kant, Schopenhauer, Leibniz, Spinoza y tantos otros. En la literatura se les unieron Shakespeare, Víctor Hugo y muchos más.
¿Por qué despreciar esa contribución? ¿Por qué esa falta de coraje para enfrentar el materialismo científico posmoderno, que nos permite indagar acerca del hombre a partir de aquello que le es más real, vivo y concreto: el espíritu? Cómodamente, etiquetamos todo lo que a él se refiere como cosas de la religión, pertenecientes a los inescrutables dominios de la fe. En el siglo XIX, atento a esa tendencia, un pedagogo francés[1] propuso la realización de esa síntesis en lo que denominó espiritismo. En Brasil, la propuesta encontró excelente resonancia, pero no dejaría de sucumbir a la avasalladora dicotomización a la que se sometió toda la realidad humana.
Como que tenía que escoger una vertiente, asumió la condición de religión. Perdió con eso. Siempre que temas tan importantes, como, por ejemplo, el del aborto, es mencionado, sin reparos es asociado a las actitudes más retrógradas y fundamentalistas en la suposición de que ésa es la mejor compañía para sus postulados filosóficos en defensa de la vida.
No lo es. El espíritu, como realidad fundamental, sugiere actitudes de humanismo que no son compatibles con los dogmas religiosos. Lleva, por ejemplo, a admitir que, en el proceso de gestación de la vida biológica, se pueden contraponer derechos naturales de diferentes sujetos, como la gestante y el concebido. Y que no es justo sacralizar los de uno en detrimento de los del otro. Como lo hace la fe.
No sólo ocurre entre los espiritistas, hay personas, diseminadas por toda la sociedad, que orientan sus posiciones delante de la vida a partir de la realidad fundamental del espíritu como entidad preexistente a la vida física. Defienden que esa condición, de forma diferente del dogma religioso de la creación del alma en el momento de la concepción, conduce a actitudes más tolerantes y humanistas. Vislumbran en el fenómeno de la vida un proceso dinámico, teleológico, que, en cualquier circunstancia y a pesar de los accidentes del recorrido, conducirá a una etapa de felicidad y plenitud a la que todo individuo tiene derecho. Pero los que piensan así quedaron condenados al silencio. No son convocados a opinar sobre las grandes cuestiones de la vida. Porque el espíritu fue secuestrado por la extraordinaria connivencia posmoderna materialismo/religión.
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* Milton R. Medran Moreira, fiscal jubilado; periodista.
Autor del libro “Derecho y Justicia, una Visión Espirita”.
Artículo publicado en el periódico “FOLHA DE SÃO PAULO”, SP (Brasil), en fecha 26/11/2007.
[1] Hipolytte Léon Denizard Rivail. Publicó su primera obra “El Libro de los Espíritus”, el 18 de Abril de 1857, con el pseudónimo Allan Kardec.
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