METEMPSICOSIS Y ESPIRITISMO: RECUERDO DE UNA POLÉMICA ENTRE EL “PROFESOR ASMARA” Y PÍO BAROJA
18 noviembre 2013 por
idafe
El notable escrito que
reproducimos a continuación, del que es autor el Profesor Asmara
(Eduardo Anaya Mena), presidente por muchos años de la Federación
Espiritista Española y a partir de 1934 de la Federación Espiritista
Internacional, apareció en el periódico El Heraldo de Madrid, en dos
entregas, en las ediciones del 6 y el 8 de febrero de 1935, bajo el
título “PÍO BAROJA. RETADO A SINGULAR COMBATE POR EL
PROFESOR ASMARA. Interesante réplica del ilustre definidor espiritista a
un artículo publicado en “Ahora”, del eximio literato”.
Es este un acabado ejemplo del tono
educado y la calidad intelectual, filosófica y moral con que los
polemistas espíritas afrontaban los insultos, las maledicencias, las
denigraciones y juicios interesados que sobre la escuela que sustentamos
periódicamente aparecían en la prensa y en otros foros públicos.
Desconocemos si Pío Baroja (1872-1956),
una de las figuras literarias más destacadas de la Generación del 98
recogió el guante y si la polémica siguió adelante, pero estas líneas
son por sí mismas un prototipo de por dónde deben ir y la actitud a
tomar por quienes nos declaramos espíritas. Nos sobran las razones, nos
sobran los argumentos para saber encarar con altura las confrontaciones
que nos quieran proponer sin caer en las redes tramposas del insulto y
el menosprecio de los que no piensan como nosotros. El mismo derecho que
reclamamos para proclamar unas ideas que nos parecen sólidamente
sustentadas en hechos experimentales, filosóficamente fundamentadas y
éticamente elevadas, respetamos para los que discrepan argumentadamente,
con consideración y buena voluntad.
Llamo la atención al lector sobre las
conclusiones del Congreso Espiritista Internacional de Barcelona de 1934
que se reproducen en el artículo como sustento de la postura netamente
espiritista que el Profesor Asmara representa. Nunca antes y
posiblemente tampoco después, en ningún Congreso Espiritista, fueron
mejor definidos los fundamentos, objetivos y alcances de la ciencia, la
filosofía y la ética espiritistas. Quizá lo único que precisaríamos más
es aquello que en el texto llama “sentimiento religioso”: concordamos
con el espíritu de la letra, aún así si se substituyera por la expresión
“sentimiento espiritual”, el argumento no perdería nada y sin embargo
ganaría mucho.
METEMPSICOSIS Y ESPIRITISMO
Carta abierta a don Pío Baroja.
Leo en «Ahora» su artículo del domingo
sobre «… Metempsicosis y otras fantasías», y me pregunto, un tanto
perplejo, quién ha podido decir a usted que los espiritistas creen en la
metempsicosis. ¿Ha sido quizá la Enciclopedia Espasa?
Para no agraviar a la verdad ha debido
escribirse «palingenesia», o sea la definición moderna y cabal de la
reencarnación progresiva, única que juega en la concepción evolucionista
que admite el espiritismo, cuyo lema es éste: «Semper ascendens».
En su consecuencia, no hay para qué
hablar del gallo de Madagascar. En eso no creen ya ni las porteras
medianamente ilustradas. Y es deplorable, mi admirado amigo, que el
pobre cretino de las sesiones espiritistas resulte en ese punto mejor
informado que un prócer de la pluma. Por algo dice nuestra doctrina:
«Nadie tan sabio que no tenga cosas que aprender, ni nadie tan ignorante
que no tenga alguna que enseñar».
Admitido
desde luego que hay porteras que creen haber sido Cleopatras, o
carboneros que aseguran haber sido faraones. Por esa parte está mejor
fundada su información; pero yo le diré que esa portera y ese carbonero
no son espiritistas en serio. Como no son católicos, por ejemplo, esas
beatas que, en fuerza de extravíos y de ignorancias, deforman por
completo su devoción. Como no será nada, en ningún sistema, todo el que
se fanatiza o cae en una aberración.
Y añado a renglón seguido, sin ánimo de
decirle nada nuevo, que la crítica serena no puede combatir al
catolicismo por las beatas, sino discutiendo con teólogos, filósofos y
santos padres. O fustigará al fanático en su propio extravío,
distinguiendo las cosas que están en los hombres de aquellas que están
en las doctrinas.
Por último, es muy del caso advertir que
cuando el espiritismo sitúa a la reencarnación, no a la metempsicosis,
como instrumento de la ley de evolución, como explicación plausible de
las cualidades innatas o de la precocidad y como el mejor exponente de
la justicia distributiva y retributiva, se funda en conclusiones
científicas y filosóficas que merecen, cuando menos, ser conocidas antes
que vituperadas.
Pruebe usted, si quiere, a refutarlas y
ya veremos de medir las armas. Advirtiéndole que si usted nos vence, el
espiritismo en masa le agradecerá el esfuerzo hecho para sacarnos del
error.
Porque hasta el símil del hombre
afeminado y de la mujer hombruna que usted esgrime con mal disimulada
ironía, es posible que tengan en este sistema, como una aberración o
accidente de las leyes de herencia psicológica y fisiología, una
explicación científica y plausible que acaso no encontrará usted en la
ciencia positiva materialista. Y éste sería otro punto por paradoja en
el cual el cretino de marras pudiera codearse con las eminencias.
¿Ha leído usted algo moderno y solvente sobre espiritismo? Los
prejuicios que fluyen de su bien cortada pluma dan a entender que no.
O, lo que es peor todavía, que sólo ha leído lo malo; la exudación oral o
literaria de sujetos audaces o aprovechados, la extravagancia de quien
se llama espiritista como pudiera llamarse musulmán.
Conviene al caso decir además que en
orden al espiritismo, a su fenomenología y a sus postulados nos
encontramos hoy como en aquellos tiempos gloriosos para la Astronomía
que han inmortalizado a Galileo. Gran parte de la masa vive aferrada a
la ciencia de Ptolomeo. La Tierra es plana y es fija; los astros giran a
nuestro alrededor rindiéndonos pleitesía.
Y por cierto que los hechos, muchos
hechos consagrados por la ciencia positiva de aquel tiempo, se ofrecían a
la contemplación de los sentidos como si realmente fuera plano e
inmóvil nuestro pequeño mundo, confirmando los errores del geocentrismo.
Pero, entretanto, ese mundo seguía
navegando por el piélago. Copérnico tenía razón, aunque no se le
entendía, porque su verdad chocaba contra la fe religiosa o la fe
científica de la masa. Y surgieron la conmoción y los ataques
personales, la persecución y la injuria. Como en los tiempos de Cristo,
el vulgo propende a crucificar a los redentores.
Es que el movimiento de la Tierra no
implica un simple problema de mecánica celeste, sino la caída vertical
de todo un sistema; y no todo el mundo tiene preparación o agilidad
mental para resistir estas conmociones.
Tenemos la pretensión de creer que
estamos frente a una colisión semejante, ante dos corrientes de ideas
que huyen respectivamente del materialismo y del espiritualismo. Si
usted quiere, de la interpretación materialista o espiritualista
de la Historia, una de esas corrientes se aferra a lo que pudiéramos
llamar ciencia de Ptolomeo y, naturalmente, no ve, ni siente los hechos y
las razones, que son solamente comprensibles en los nuevos horizontes
abiertos por Galileo.
Transportando la imagen a nuestro tiempo y
al meridiano de Zaragoza, para seguir a usted en su misino
razonamiento, ¿qué duda cabe que se han tenido que decir muchas
tonterías, como usted indica, al interpretar el caso paranormal del
supuesto duende? Como habrían dicho de un meteoro o de un cometa en
tiempos de Ptolomeo.
Cuando no estaremos tan de acuerdo es al
elucidar las que lo son y las que no lo son. Dónde están las que
realmente han sido dignas de Zululandia, aunque no lo parezcan.
Y cuáles otras, en fin, recuerdan la
anécdota de aquel otro prócer que, indignado ante lo incomprendido,
gritaba airadamente en la Academia Francesa, cuando la primera
demostración del gramófono: ¡Superchería…! ¡Superchería…!
Tonterías aparte, usted convendrá conmigo
en que el nódulo de la cuestión estriba en saber si ese meteoro es una
realidad o una ilusión de los sentidos. Si explica su mecanismo la
teoría ptolomeica o la de Galileo.
Y, en definitiva, supuesto que por falta
de tiempo o de medios se nos ha escapado la manifestación del fenómeno,
si tenemos la evidencia de «su posibilidad», lo que vale tanto como su
«realidad» en esos casos desdichados, como el de Zaragoza1, en que los astrónomos nos quedamos sin prueba ni garantía momentáneamente.
Sí, mi buen amigo. No se resuelven los
problemas que usted ataca estableciendo con criterio simplista que la
paciencia es el genio para el avance maravilloso de la ciencia. Lo que
importa aclarar es si la paciencia sirve para algo sin el concurso del
conocimiento. Y si lo uno y lo otro, el complejo de la inteligencia y el
de la conciencia, como el complejo vital, son un producto natural de la
materia, secreción del cerebro, resultado de la sinergia de la células,
o si, contrariamente, esos complejos son instrumentos de una entidad
distinta, foco energético e inteligente, anterior y posterior al hombre,
y en función directiva y activa en nosotros durante nuestra vida
orgánica.
A fin de que podamos entendernos, si
usted lo quiere, partiendo de una base concreta en la discusión, soy yo
el obligado a decirle qué es en rigor el espiritismo, según sus más
altos definidores. Para ello nada más adecuado que ofrecerle las
conclusiones que nos acaba de dar el Congreso Espirita Internacional
celebrado en Barcelona durante la primera decena de septiembre último.
Helas aquí;
«Esta doctrina se propone hacer luz en
el misterio del ser y del destino, situando racionalmente los problemas
que atañen a la naturaleza del hombre y a su posición relativa en el
Universo. ¿Qué somos? ¿Por qué vivimos? ¿De dónde venimos y a dónde
vamos?
¿Qué es la vida y qué la muerte ? ¿Qué el Universo como escenario de la Vida?
¿Qué principio ordenador, qué causas o
qué poderes han formado ese Universo? ¿Qué leyes lo rigen, y hacia qué
fines lo conducen?
El espiritismo pretende, en fin, establecer un orden de verdades sobre todas aquellas cuestiones
Y partiendo de ese orden propugna que
los hombres se impongan conscientemente un Código moral, una ley social,
económica o política, que se inspire en los «valores universales»,
científicos y filosóficos, que estas verdades contengan.»
«Como instrumento para llegar a esas verdades, el espiritismo es, en primer término, una ciencia integral que abarca:
El estudio del alma y de sus facultades normales y paranormales.
El de la relación posible, y desde
luego cierta, del mundo visible con el invisible; de los seres que viven
en la carne y los que viven separados de ella, después de la transición
que se llama muerte.
El de la posibilidad y la realidad de
que todo lo que existe, desde los átomos hasta los soles, esté regido o
formado por la actividad de focos energéticos o inteligentes; en
definitiva, por fuerzas espirituales más o menos complejas y en grado
mayor o menor de evolución.
Pero el espiritismo es, también por
razón de sus fines, una ciencia de lo universal, enciclopédica, en
cuanto necesita aceptar, discutir o depurar, mediante procesos
estrictamente científicos, los conocimientos conquistados por toda otra
ciencia conexa, para formar de concierto con ellas, la constelación de
VERDADES DE FACTO2, madre de nuestra Filosofía.»
«Porque, subiendo de grado, el
espiritismo es, por propia naturaleza, una filosofía que arranca unas
veces de los hechos y otras do los fueros de la razón para establecer
nuestras VERDADES DE RATIO3
Y es, también, necesariamente,
ecléctica por las mismas razones que se dieron para la ciencia a todo lo
ancho y a todo lo largo de la Historia de la Filosofía, constituyendo,
por lo tanto, una Epistemología.»
Por último, el Espiritismo tiene la
clave de la verdad intuitiva y del sentimiento religioso innato en el
hombre: de esos frutos criptestésicos, subconscientes, que toman su
parte en los problemas del conocimiento, con determinación específica en
nuestro modo de sentir, de pensar o de querer.
Esa es NUESTRA VERDAD DE FIDE4
y esa es la fuente escondida de donde fluye la religión natural: la que
no necesita de templos; ni santos, ni rito, ni clero para poner a cada
uno en, consonancia con lo superior, con la Mente Suprema,
incomprensible, que es nuestro Dios.»
“Dicho cuanto antecede, le importa al
Congreso consignar que el espiritismo sitúa al hombre como ningún otro
sistema sobre las rutas gloriosas del conocimiento. Más cerca que
ninguno de las facultades maravillosas del espíritu, única entidad que
conoce, y más cerca también de los mecanismos somático-psicológicos que
regulan la función subalterna de conocer, marcándole vías naturales a la
experiencia, a la razón o a la fe.
Esos mecanismos, en fin, que
determinan en cada uno su ecuación personal, «su modo de conocer». Que
nadie es escéptico o crédulo, místico o crítico, genio u obtuso, porque
él lo quiera o lo haya aprendido, sino por los fueros del espíritu y de
su momento evolutivo.»
«El espiritismo ofrece solamente
verdades relativas, sólidas y bien fundadas para cada tiempo, aunque
mutables y perfectibles en el tiempo, FACTO, RATIO y FIDE dan en esencia
verdades complementarias entre sí, que a lo largo de la función de
conocimiento se perfeccionan necesariamente.
«Semper ascendens». Ni dogmas ni
verdades transmitidas «personalmente» por los dioses. Nuestra revelación
no es en ese concepto divina, sino humana. Porque aunque Dios está
revelando eternamente su Verdad; aunque vivimos sumergidos en ella y
«somos» a causa de ella, solo podemos tener de ella una noción finita,
limitada a nuestra posibilidad de cada tiempo, necesariamente
antropolátrica, o sea captada y digerida a través de los medios humanos,
aunque estos medios hayan correspondido a hombres cumbres, faros de la
Humanidad; pero, en definitiva, hombres, por muy altos, que se
contemplen en el mundo de la Ciencia, de la Filosofía o de la Moral.
El Congreso subraya esta declaración
para combatir desde ahora la sugestión, el fanatismo o el extravío que
crea en las almas sencillas el mal uso dé las llamadas «verdades divinas
».
Y ofrece, en cambio, a la
consideración del mundo profano, el estímulo de verdades humanas
perfectibles, que nos brindan cada día motivos para una superación,
acercándose cada vez más a la auténtica verdad por nuestro propio
esfuerzo.»
Puede que le parezca a usted ese plan una
utopía, sobre todo si nos tasa el tiempo para su realización. Como
puede que le parezca equivocado; pero no podrá negar que es generoso. Y
que los hombres que son capaces de sentir y de servir ese ideal no
pueden ser confundidos con la gente irregular, inmoral o extraviada. Le
ruego, pues, que nos reintegre a la consideración de personas decentes.
No es que nos apeste la compañía de esos
desdichados, criminales, invertidos y prostitutas, aunque no
frecuentamos su trato. Antes al contrario: si queremos redimir a alguien
o servir para algo en bien de la Humanidad no hay otro remedio que
empezar por los ignorantes y los pecadores, entre los cuales se suele
encontrar tantas veces, por ironías del destino, gente sana
espiritualmente hablando; como no es raro encontrar gente degradada
espiritualmente entre los sabios y los virtuosos.
Y, dentro del mismo orden de ideas,
resulta a lo mejor que entre esa gente que usted considera degradada y
creyendo en fantasías, no siempre encuentra el humanista o el buen
psicólogo al individuo decadente y execrable, sino a elementos que
tienen inquietud espiritual: la intuición de que más allá del horizonte
sensible de la vida, en sus horizontes racionales, hay, como presentía
Hamlet, algo más de lo que puede pesar y medir la ciencia positiva,
cuyos fueros defiende usted, sin que el espiritismo se los niegue, ya
que los admite complacido en lo que valen.
Lo que no es científico ni caritativo es
suponer que todo sea patología y corrupción en esos bajos fondos ni que
deban despreciarse sólo por ser bajos, con criterio de egoísta, de
escéptico o de miope.
Vamos a discurrir sobre todo eso, si a
usted le interesa, supuesto que el objetivo de su artículo habrá sido
poner en carne viva los problemas involucrados en su diatriba. En
cualquier caso, yo espero que ayudará usted a corregirlos
participando con su cultura en las altas funciones de la educación
popular, como diría el maestro Altamira.
Prof. ASMARA, presidente de la Federación Espirita Internacional. París, 25 de Enero de 1935
NOTAS:
1. Se alude aquí a un famoso hecho que
sucedió en una casa de Zaragoza entre mediados del mes de septiembre y
noviembre de 1934, conocido como el “Duende Zaragoza”. En un edificio
situado en el nº 2 de la calle Gastón de Gotor habitado por la familia
Grijalba y una criada llamada Pascuala Alcocer, comienza a manifestarse
una voz que sale del hornillo de la cocina. La voz llamaba a la criada
por su nombre, emitía risas, luego insultos y llegó a establecer dialogo
con los presentes, incluida la policía que terminó por acercarse a la
casa a la vista de la dimensión pública que fue cobrando el caso. Estos
enigmáticos hechos fueron incluso reflejados en la prensa extranjera.
Los jueces llegaron a dictaminar que El
“duende” se debía a un fenómeno psíquico que se producía tan solo en
determinadas ocasiones. Todo estaba aclarado según el juez, sin embargo,
el problema aún seguía en pie, ya que no por ello el “duende” se
marchó. Sin embargo, el caso debía ser cerrado rápidamente para
“devolver el orden” a la ciudad.
El informe forense apuntó a Pascuala
Alcocer como responsable de la voz que salía de la hornilla, a pesar de
que ésta también se manifestase incluso cuando ella no estaba en casa.
Aún así Pascuala fue desterrada a su ciudad natal.
Finalmente en diciembre de 1934, el “duende” desapareció no sin antes proferir una inquietante amenaza: “¡Voy a matar a todos los habitantes de esta maldita casa, cobardes!”
Este tipo de fenómenos los explica
perfectamente el Espiritismo como producidos por entidades espirituales
que por su escasa conciencia quedan apegadas al plano físico y que
encontrando alguien que les proporciona la energía intermediaria
necesaria –alguna forma de ectoplasma- por ser médiums inconsciente –muy
probablemente Pascuala Alcocer lo era-, pueden afectar a los medios
físicos y producir fenómenos como movimientos de objetos, golpes y raps y
hasta, como en el caso que nos ocupa, la voz directa.
2. “De facto” (de hecho) es aquello que
tiene existencia en la práctica o en la realidad sin que se ajuste a
una normativa. Por tanto las realidades que se definen o se derivan de
los mismos hechos.
3. “Ratio” es un vocablo latino que se
utiliza como sinónimo de razón. Por tanto, es lo que es por su misma
racionalidad intrínseca.
4. “De fide”, literalmente y según su
significado latino, aquellas que tienen que ver con la fe, en este caso
con una fe racional no basada en creencias sino en convicciones
fundamentadas y sentidas.
TOMADO DE: http://grupoespiritaisladelapalma.wordpress.com/2013/11/18/metempsicosis-y-espiritismo-recuerdo-de-una-polemica-entre-el-profesor-asmara-y-pio-baroja/
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