D O S S I E R
SUEÑOS Y PREMONICIONES
por
JACQUES PECCATTE
El sueño es un viaje interior que revela las profundidades
de nuestro ser, de donde surgen los sueños y los
ensueños. El espíritu queda en actividad, pero de una
manera subconsciente que libera lo imaginario. Las
barreras de nuestros prejuicios y de nuestros tabúes
todavía pueden influenciar la expresión del sueño, pero
en menor medida que el estado consciente.
Nuestros deseos insatisfechos y nuestras aspiraciones
más secretas crean a veces situaciones oníricas que
nuestro consciente social apenas se atrevería a confesar.
Más allá de los tabúes y las convenciones, con el sueño
el espíritu se burla de las conveniencias y escapa de
su lógica consciente; se libera de sus represiones y
realiza, en forma imaginaria, lo que la vida ordinaria no
le permite.
La libre expresión de nuestro subconsciente vierte todas
las contradicciones de nuestro espíritu encarcelado en la carne,
tributario de las coacciones, prohibiciones y razonamientos que
limitan y contrarían nuestra necesidad de libertad. También nuestros
deseos más oscuros, los que escapan de nuestra reflexión consciente,
encuentran un saludable exutorio en la construcción del sueño.
Saludable en efecto, la imaginación subconsciente permite dar libre
curso a la expresión de los deseos o los tormentos reprimidos en estado
de vigilia. El sueño es pues indispensable para el equilibrio psíquico del
ser humano, es una necesidad vital.
El subconsciente, depósito de nuestros deseos ocultos, de
nuestras angustias y de todo lo que hemos rechazado, aun desde
hace mucho tiempo, lo libera momentáneamente de lo que lo
agobia recreando situaciones que corresponden a nuestras
aspiraciones, pero también a nuestras neurosis o psicosis.
Sigmund Freud descubrió eso, poniendo en evidencia
las profundidades del subconsciente. Sin embargo
exageró la importancia de los rechazos de orden
sexual, en un enfoque por eso mismo demasiado
reductor. Dentro de su concepción,
todo terminaba por vincularse, de
cerca o de lejos, a los rechazos que
en última instancia hacen intervenir
la sexualidad. Aunque, por una parte,
este aspecto es innegable, en
su descubrimiento de
ello el padre del psicoanálisis lo hizo el soporte de su teoría
ocultando otros aspectos fundamentales.
Por su parte Carl Gustav Jung se esforzó por ampliar el
campo de la actividad subconsciente mucho más allá de
las explicaciones que hacen intervenir la sexualidad. Para él,
los motores íntimos de la actividad espiritual, consciente o
subconsciente, son múltiples, pudiendo extenderse hasta los
fenómenos de telepatía y clarividencia.
TODO EL MUNDO SUEÑA
Muchas personas dicen que no sueñan o sólo en raras
ocasiones. Es difícilmente concebible suponer que el
período de sueño sea para ciertos individuos la ausencia
total de toda actividad del espíritu, el agujero negro,
la nada. En estado de vigilia, nuestro espíritu está en
perpetua actividad. Quién no ha hecho el experimento
de tratar de dejar de pensar, sólo algunos instantes, para
comprobar que es definitivamente imposible. En cierta
forma, en vigilia se puede poner el espíritu en reposo, por la
inactividad o la relajación. Pero ni retrasando su actividad
se puede impedir que surjan los pensamientos. Puede
dormirse el cuerpo pero no se puede dormir el espíritu. Así
pues, durante el sueño, el espíritu continúa su actividad de
manera subconsciente.
Ciertos especialistas han circunscrito el tiempo de sueño a las
fases del sueño paradójico, apoyándose en las observaciones
realizadas por medio del electroencefalograma. Se ha
comprobado así que en sueño paradójico, el trazado es
prácticamente idéntico al que produce el cerebro de
un individuo cuando está despierto y en plena actividad
intelectual. Todos los sujetos despertados en ese momento
preciso han declarado haber sido interrumpidos durante un
ensueño. Ciertos investigadores han concluido entonces
que la fase del sueño paradójico era la de la actividad
onírica, y observaron que en todos los individuos esta fase
se repetía varias veces en la noche a intervalos regulares.
Esta observación, por interesante que sea, es desmentida
por todas las personas que recuerdan fácilmente sus
ensueños y que, despertadas de su sueño en cualquier
momento, son interrumpidas durante un ensueño en
curso o al menos durante una fantasmagoría incoherente.
No hay pues ruptura respecto a la actividad del espíritu;
ya se trate de ensueños estructurados o de producción de
pensamientos descosidos, incoherentes, encadenamientos
de imágenes desordenadas, de ideas sin relación unas con
otras, siempre está pasando algo. Evidentemente afirmar
eso es un poco frustrante para las personas que dicen no
soñar nunca o no recordar casi nada…
EL PROBLEMA DEL RECUERDO
La ausencia total del menor recuerdo al despertar tiene
una explicación dada por algunos psicólogos, y podemos
adherirnos a esta tesis. En estado de vigilia vivimos de una
manera consciente que es esencialmente racional y lógica.
En cambio, durante el sueño, es toda la parte irracional
de nuestro ser la que despierta, la parte oculta de nuestra
alma la que reacciona, creando situaciones imaginarias
fantasmagóricas y surrealistas, con frecuencia relacionadas
además con episodios de la vida diaria. Toda la información
que almacenamos, pero también las perturbaciones y
contrariedades del estado consciente, reaparecen a nivel
subconsciente y se expresan por el ensueño. Es de alguna
manera un exutorio necesario.
La ausencia total del menor recuerdo al despertar
corresponde muy probablemente a una forma de autocensura
inconsciente, que establece una pared entre el yo
consciente de la vigilia y el estado subconsciente del sueño.
Esta amnesia correspondería entonces a un rechazo de la
personalidad subconsciente, o al menos, a una disociación
entre los dos estados, consciente y subconsciente.
EL SUEÑO Y EL ENSUEÑO
Más allá de las definiciones psicoanalíticas freudianas
y otras, las concepciones espíritas permiten ampliar
considerablemente todos los datos de la psicología clásica.
El espíritu dirigido por el periespíritu se disocia del cuerpo
físico en el momento de la muerte, es el principio primero
a partir del cual existe la comunicación espírita. Pero este
principio no se aplica sólo al fenómeno de la muerte,
fue observado también con motivo de experiencias de
desdoblamiento en estado de vigilia, desdoblamiento que
se opera igualmente durante las fases de sueño profundo.
En el transcurso de una noche el espíritu se libera varias
veces de su traba corporal por un lapso total que no
excede las dos horas y corresponde a las fases del sueño
paradójico citado anteriormente. Un vínculo fluídico le
permite al cuerpo conservar su vitalidad.
El espíritu, momentáneamente liberado de sus carnes,
recobra su verdadera naturaleza. Puede trasladarse a la
otra dimensión y entrar en contacto con el mundo de los
espíritus. El desprendimiento nocturno es pues un estado de
percepción del otro mundo, que permite el encuentro con
el guía y con otros espíritus que prodigan sus consejos. La
mayoría de las veces estos encuentros, no dejan recuerdos
al despertar; sin embargo, rastros inconscientes podrían
reaparecer bajo la forma de intuiciones o impresiones
durante el día que sigue.
Estos encuentros con el más allá nos han llevado a hacernos
una pregunta: ciertos espíritus poco evolucionados o
malintencionados quedan largo tiempo en una profunda
turbación después de la muerte; ¿cómo concebir entonces,
que esos mismos espíritus, en vida, hayan penetrado
todas las noches la dimensión del más allá? ¿Cómo han
podido encontrarse regularmente con sus guías durante
su desprendimiento nocturno, mientras que después de
su muerte los guías ya no llegan a alcanzarlos? Le hemos
planteado esta pregunta a los espíritus; de hecho, muchos
seres humanos no conocen el contacto con el más allá
durante sus escapadas nocturnas definido anteriormente.
Por falta de evolución, por apego al mundo material o por
bajeza de sentimientos (y aun podrían encontrarse otros
criterios), el estado de ánimo de esas personas impide el
vínculo con el otro mundo. El desdoblamiento durante
el sueño corresponde entonces a un vagabundeo que
reproduce las producciones imaginarias del sueño ordinario.
Para hacernos comprender esta situación, los espíritus
precisan en su lenguaje que estos seres encarnados
“permanecen cerca de las vibraciones materiales”
durante su desincorporación nocturna. No tienen pues la
oportunidad de vivir lo que puede llamarse el ensueño. El
ensueño corresponde al recuerdo de una realidad vivida,
es el contacto con los espíritus desencarnados. El sueño,
en cambio, es el mero producto de nuestro imaginario que
expresa todo lo que el subconsciente hace reaparecer.
EL SUEÑO RECURRENTE
En psicología clásica, el subconsciente se limita a todo lo
que el espíritu ha registrado desde su nacimiento, incluso
eventualmente desde su período fetal. El concepto de
reencarnación nos lleva a añadir al contenido memorial del
subconsciente, todo lo vivido en nuestras vidas anteriores.
Puede suceder que durante el sueño surja un evento
perteneciente al lejano pasado. Cualquiera que sea la
naturaleza del evento, agradable o traumatizante, el
recuerdo se concretará en forma de sueño que puede
dejar un rastro memorizado al despertar. Así, un suceso
particularmente penoso inherente a una vida pasada puede
volver de manera obsesiva como sueño repetitivo. El sueño
recurrente, si bien a veces corresponde a un traumatismo
de la vida presente, puede pertenecer también al recuerdo
de otra vida, al recuerdo atormentado de un choque o de
una viva emoción que el espíritu no ha podido superar y
que se impone todavía a la memoria de manera obsesiva.
Muchos psicoanalistas han fracasado frente a pacientes
en los que han buscado desesperadamente dónde podía
encontrarse la causa de tal o cual fobia, obsesión, psicosis
o neurosis, sufrida en estado consciente o bien obsesiva en
el sueño recurrente. Médicos más audaces que otros, con
arreglo a una certeza reencarnacionista, no han vacilado
en franquear el paso, y gracias a la hipnosis, en aventurarse
al terreno de las vidas pasadas. Es así como los psiquiatras
ingleses Denys Kelsey y Yoan Grant han llegado a resolver,
por medio del sueño hipnótico, numerosos problemas
cuyo origen se encontraba en otra vida.
¿PUEDE DISTINGUIRSE
EL SUEÑO DEL ENSUEÑO?
Todas las personas que tienen recuerdo frecuente de
sus sueños se encuentran siempre ante el problema de
la interpretación. Y en algunos prosperan muy bien las
interpretaciones confusas. Con la ayuda de libros que tratan
de símbolos considerados como universales, las diferentes
“llaves de los ensueños” abren el camino a todas las
interpretaciones posibles que permiten tranquilizarse sin
daño o angustiarse por nada. Existen, desde luego, símbolos
que intervienen en el sueño, pero cada individuo se fabrica
su propia simbología. Por ejemplo, soñar con un caballo es
considerado a menudo como un augurio favorable, pero
también se puede soñar con caballos simplemente porque
se gusta mucho de ese animal.
“Si habéis soñado con serpientes, es porque una mujer
envidiosa os amenaza; si es con una iglesia, es un hombre
maduro que os desea un bien, etc.” Si todos los sueños
tienen un sentido, ese sentido sólo puede referirse al
soñador mismo, pues cada uno tiene su propia simbología.
Y el caballo, la serpiente o la iglesia no tienen el mismo
significado para cada uno, sabiendo además que se puede
soñar con estos elementos de manera completamente
prosaica y por tanto no simbólica.
Además de la cuestión de los símbolos, que no tienen
forzosamente el significado que se les quiere dar, es
preciso considerar también la realidad del ensueño y las
reminiscencias de vidas anteriores mencionadas antes. Se
hace referencia a los ensueños, especialmente en la Biblia,
en episodios probablemente novelados, incluso hasta
mitológicos. Pero eso poco importa, la idea es que esta
noción de ensueño hace intervenir ángeles anunciadores;
cambiemos ángel por espíritu desencarnado o guía
protector, y tendremos la idea del encuentro con el más
allá durante el sueño.
En todos los tiempos se han relatado ensueños que
hacen pensar claramente en lo que fue revelado por la
comunicación espírita: el encuentro con los espíritus
durante los desprendimientos nocturnos. Pero vamos
un poco más lejos: partiendo de este principio, se puede
considerar también el encuentro entre seres humanos que
se hallan liberados del cuerpo en el mismo momento de su
sueño. Un poco más adelante se relata un caso que tiende
a probar esta hipótesis. Pero por otra parte, se puede soñar
igualmente con una persona sin por ello encontrarla como
espíritu: se puede encontrar en situaciones oníricas que
hacen intervenir diferentes personajes que imaginamos,
que recreamos, ya sean vivos o fallecidos. La imaginación
creadora es desbordante a nivel del sueño, tanto que
cuando soñamos con un pariente o amigo, vivo o fallecido,
a menudo es imposible determinar si se trata de un
encuentro real de espíritu a espíritu o bien de la re-creación
imaginaria de los personajes en cuestión. En efecto, se
presentan ambos casos. Y es sólo mediante un análisis
meticuloso que puede intentarse detectar la eventualidad
de un encuentro real. Generalmente ese contacto es
confirmado por los acontecimientos ulteriores en los que
se encontrará la información o la advertencia contenidas en
el sueño. Con mucha frecuencia, pero esto no es una regla,
el sueño que tiene un contenido informativo importante
es más notable, más intenso y más preciso que el sueño
corriente. Este criterio no es de una fiabilidad absoluta, es
preciso limitarse simplemente a la comprobación de las
informaciones así obtenidas.
EL SUEÑO PREMONITORIO
Los sueños o ensueños anunciadores corresponden a tres
posibilidades esenciales: la telepatía, la visión de escenas
asimilable a la clarividencia y el encuentro directo con un
espíritu.
La telepatía vivida en estado de vigilia de manera
totalmente inconsciente, es un fenómeno frecuente que
puede observarse si se presta atención. En estado de sueño
luego del desdoblamiento, la pared creada por la materia
se disipa, lo cual indudablemente acentúa la facultad
telepática. Es así como el durmiente puede captar una
información sin saberlo. Por ejemplo, puede percibir en
otra persona una enfermedad, que trasladará a su propio
imaginario en forma de un sueño, a veces difícil de descifrar
si es simbólico.
Entre lo imaginario y la información real, hay una noción
de la que no podemos prescindir nunca: todo lo que tiene
una procedencia externa a nosotros mismos en el sueño o
el ensueño es reinterpretado de alguna manera por nuestro
propio espíritu. Cuando integramos una información
añadimos algo de nosotros mismos. Lo imaginario y lo
simbólico pueden intervenir en la restitución de un dato
muy preciso. De hecho, ese estado lleva al estudio de
sueños y ensueños muy complejos, ya que por interesantes
que sean, casi siempre están parasitados por nuestra propia
interpretación onírica, imaginaria y simbólica.
Más allá de la simple telepatía, el sujeto dormido puede
encontrarse colocado ante una escena que le impresiona.
Entre los acontecimientos más comúnmente relatados
figuran los cataclismos naturales y los accidentes. En
nuestra experiencia espírita, que evidentemente nos
sensibiliza a las realidades del sueño, y por los testimonios
procedentes de nuestro entorno, los sueños de este tipo
resultan frecuentes. Hace varios años, una persona que
conocíamos se despertó en medio de la noche asustada
por un sueño donde asistía a un terrible terremoto que
ubicaba en el Oriente Medio. Por la mañana, se enteró de
que un fuerte sismo había tenido lugar en Irán, a la misma
hora en que lo soñó. La concordancia geográfica y sobre
todo la simultaneidad en el tiempo dan testimonio de una
visión real que corresponde, sin duda alguna, a una fase de
desdoblamiento.
Los sueños anunciadores: el análisis tiende a menudo
a probar que no hay realmente visiones de porvenir, se
comprueba sobre todo una anticipación de un evento
que puede explicarse de otra manera que no sea la
percepción profética de una fatalidad. Sucede lo mismo
en el sueño que en la clarividencia: la percepción del
futuro es una anticipación por parte del sujeto, que
traduce en sensaciones o imágenes, el resultado final
de un desarrollo progresivo ya en curso. Tomemos el
ejemplo clásico del accidente de avión. Los sujetos, ya
sean clarividentes o en estado de sueño, con frecuencia
han relatado de antemano un accidente de avión
muy preciso con lugares de salida y destino, el día,
el tipo de aparato y otras informaciones que a veces
permiten identificar precisamente el avión en cuestión.
Ante la imposibilidad de transmitir la advertencia, la
catástrofe se torna inevitable y se desarrolla como lo
predijo el soñador o el clarividente. Muy a menudo,
el sujeto no percibe la avería o la falla mecánica que
causará el accidente. En cambio, percibe directamente
la consecuencia final, es decir, lo que más le va a
impresionar. Se encuentra en un proceso inconsciente
de deducción mediante el cual su atención ha sido
llevada a ver la consecuencia catastrófica de una avería.
Respecto a los testimonios de este género, por lo general
llegamos a descifrar su sentido para comprobar que no
tienen verdadera connotación premonitoria, sino que
corresponden simplemente a un proceso deductivo de
anticipación.
En cuanto a su origen la forma de percepción es difícil de
determinar. Puede tratarse de una percepción a distancia
de tipo clarividencia. También el sujeto puede estar en
su fase de desdoblamiento lo cual le permite de alguna
manera acercarse al objeto de su visión. O bien, y es sin
duda la circunstancia más frecuente, el sujeto desdoblado
en su sueño está en contacto con un espíritu. En este
caso, es advertido “en sueños” de un acontecimiento
que se perfila, por un espíritu desencarnado que percibe
fácilmente los riesgos y peligros inminentes. En esta
circunstancia, el espíritu transmite la información por
contacto telepático, incluso por imágenes fuertes
destinadas a impresionar al sujeto, para que la traduzca
en un sueño del que se acordará al despertar.
LOS SÍMBOLOS UNIVERSALES
Uno de los grandes precursores del psicoanálisis, Carl
Gustav Jung, ha sugerido, más allá de la simbología personal,
la existencia de una categoría de símbolos vinculados a lo
que él llamó el inconsciente colectivo: los “arquetipos”.
El arquetipo simboliza una idea según un modelo propio
de una civilización o de una cultura. En nuestra civilización
judeocristiana se encuentran arquetipos de orden religioso
que han modelado el inconsciente colectivo desde
hace siglos: el sentido del pecado, el bien y el mal, la
culpabilidad, la moral convenida, etc. Después de Jung, la
simbología de los sueños está ligada a la impregnación de
los conocimientos y las mentalidades inherentes a cada
cultura. Así, los arquetipos de los papúes de Nueva Guinea
son totalmente diferentes a los de los musulmanes, que
están alejados de los de los cristianos de occidente. Eso
significa que no se sueña en absoluto de la misma forma
en una región que en otra. Son al menos los soportes
simbólicos del sueño los que varían según el inconsciente
colectivo en que nos hemos sumergido desde nuestro
nacimiento. Por otra parte, Jung comprueba igualmente
que ciertos arquetipos son universales, y por tanto
comunes a civilizaciones que nunca han tenido contacto
entre ellas. Así pues, los soportes de la simbología del
sueño son muy variados, y por ello difíciles de diferenciar,
entre lo que pertenece al inconsciente colectivo universal
o cultural, o al inconsciente individual.
SUEÑOS DESCIFRADOS,
TESTIMONIOS PERSONALES
Para ilustrar todo lo que acaba de ser mencionado, he
aquí el relato comentado de un sueño que pude analizar
y que comporta ciertos aspectos simbólicos en una forma
aparentemente premonitoria.
Una mañana de 1975, me desperté con el recuerdo muy
preciso de un sueño que me dejaba una fuerte impresión
de realidad. En ese sueño, estaba en la India, en la orilla
de un gran río. Allí encontré a un antiguo compañero
de clase llamado Christian, este muchacho, al que había
conocido en el último curso, antiguo seminarista, tenía
la fe de un apasionado católico pero al mismo tiempo,
descubría la filosofía y se planteaba numerosas preguntas.
Estaba allí, sobre la orilla rocosa y accidentada del río. Las
casas y los edificios eran blancos y los colores verdes y
malva dominaban el entorno. Christian me hablaba de
espiritualidad, pero en una búsqueda que no le conocía.
Ya no se trataba de fe católica; la conversación se refería a
la iniciación en el sentido de las tradiciones orientales; era
cuestión de una búsqueda del absoluto, de una búsqueda
de la verdad sobre las huellas de los grandes maestros
del Oriente. A todo lo largo del sueño, Christian estaba
atormentado por una idea fija: pretendía que era posible
atravesar el río a pie seco; esta travesía era la iniciación
indispensable para el descubrimiento de la verdad. Observé
bien, aquí y allá, algunas crestas rocosas, pero demasiado
distantes unas de otras como para efectuar el recorrido
sin caer al agua. La solución era quizás la levitación como
prueba iniciática. Pero el sueño terminó antes de que
el río fuera cruzado. Christian se quedó atormentado,
discutiendo el por qué y el cómo, estaba seguro de que la
verdad se encontraba a su alcance pero, al mismo tiempo,
se desesperaba por no poder alcanzarla.
La impresión esencial que me quedó de ese sueño, fue
esa búsqueda del absoluto simbolizada por la travesía del
río marchando sobre las aguas, búsqueda imposible que
dejaba a mi amigo postrado pero persuadido de encontrar
un día la solución. En el momento me fue imposible
comprender ese sueño, y con razón, pues el contenido era
premonitorio, aunque el adjetivo no sea apropiado como
lo veremos luego.
Ese sueño tuvo lugar cuando yo aún vivía en Versalles.
Unos dos meses más tarde, Michel Pantin y yo conocimos
a unas personas, muy interesadas por el espiritismo, que
vivían en Lunéville. Todo un concurso de circunstancias,
que no me detendré a desarrollar aquí, hizo que nos
mudáramos a Lunéville y luego a Nancy, con la esperanza
de fundar un grupo con estos nuevos amigos, vivamente
interesados en nuestras experiencias. Esta gente, en ese
momento, manifestaba una gran inquietud por un amigo,
cierto Christian que había abandonado todo para partir
hacia la India, persuadido de encontrar allí la verdad. En
su búsqueda mística, deseaba encontrar a los grandes
maestros del Oriente que, a juicio de ciertos libros, hacían
prodigios y conservaban los secretos de la vida.
Algunas semanas más tarde, Christian, a pedido suyo,
fue repatriado por su familia, ya no tenía de qué vivir y,
desorientado en ese país de miseria, no había tenido los
encuentros con los que contaba. Lo vimos poco tiempo
después, su falta de entusiasmo al describir el viaje mostraba
que ciertamente no había descubierto los secretos del
Nirvana pero, en lo que a mí respecta, experimenté una
viva satisfacción al escuchar a este curioso personaje que,
sin saberlo, explicaba, punto por punto, el sueño que yo
había tenido algunos meses antes.
Había emprendido ese viaje luego de la lectura de un libro
titulado “La vida de los Maestros”, suerte de novela iniciática
donde el autor hacía intervenir a los grandes maestros
del Oriente, siempre existentes y considerados como
inmortales. En ese libro, se trata de atravesar un río, suerte
de visión simbólica que corresponde, sin duda, al paso de
la vida física a la vida espiritual; y como sucede con mucha
frecuencia, el símbolo es transpuesto a la realidad bajo una
forma iniciática, en este caso, franquear el río marchando
sobre las aguas. Por esa capacidad de trascender las leyes
de la materia, la evolución era tal que el iniciado se tornaba
inmortal y podía, a discreción, hacerse visible o invisible.
Dejemos ahora esta leyenda para encontrarnos con nuestro
viajero del imposible.
Christian me confirmó el símbolo de la travesía del río que
había sido para él una gran pregunta. Comprobó que su
interrogante correspondía perfectamente a lo que yo había
soñado, con la diferencia de que el personaje del sueño era
alguien distinto con el mismo nombre. La correspondencia
entre mi sueño y el viaje a la India permite hacer las
siguientes deducciones:
- Se comprobó que el sueño tuvo lugar en la misma
época en que Christian estuvo de viaje preocupado por su
búsqueda espiritual. Hay pues concordancia en el tiempo. La
simultaneidad elimina el carácter premonitorio de un sueño
que apunta más bien a una forma de telepatía.
- Es probable que nuestros dos espíritus se hayan encontrado
durante el desarrollo del sueño, aunque no nos conociéramos.
- En el sueño, como en la realidad, la preocupación principal
de Christian era cruzar el río a fin de descubrir la verdad.
- En el sueño se estableció una transposición de personajes.
En aquel momento, yo no conocía a ese joven, entonces
mi subconsciente lo reemplazó por otro Christian al que
sí había conocido bien, también en busca del absoluto
pero en otra forma. Esta sustitución de un personaje del
mismo nombre era necesaria como soporte a la memoria.
Inconscientemente, se impuso esa transposición pues no
hubiera podido acordarme fácilmente de un individuo que
me era totalmente desconocido.
- Durante el sueño mi espíritu, con toda certeza encontró
al de Christian y, en un proceso de identificación, mi
subconsciente lo sustituyó por otro Christian que se convirtió
en el soporte indispensable para un buen recuerdo. Además,
este amigo, al que conocí como ferviente católico, era el
personaje imaginario ideal que se superpone a otro hombre
del mismo nombre, dado el paralelo entre dos individuos que,
en el fondo, tenían preocupaciones semejantes. Todo este
trabajo subconsciente reemplaza entonces a un personaje
desconocido, por el que sería el mejor para simbolizarlo.
A primera vista el hecho de haber soñado con alguien, tres
meses antes de conocerlo podría parecer premonitorio;
pero en este caso, como en muchos otros, la presciencia
de acontecimientos futuros es sólo ilusoria. En este caso
preciso, se produjo un encuentro en estado de sueño, eso
supone, por simple deducción, que el encuentro con las
personas de Lunéville, que conocían a Christian, estaba
programado ya por nuestros espíritus. Hubo, por el sueño, un
contacto con un individuo que nos sería presentado en un
futuro cercano. Eso significa que en estado de sueño, y más
concretamente durante el desdoblamiento provisional, se
establecen contactos a veces con desconocidos, o mejor aún,
con entidades que hemos frecuentado en el más allá o en
vidas anteriores. En el sueño que acaba de ser relatado, todo
hace pensar que los encuentros futuros ya están previstos de
antemano por los espíritus encarnados que, sin conocerse en
el tiempo presente, han decidido encontrarse.
Por la misma época (otoño de 1975) otro sueño de tipo
anunciador me había marcado particularmente. He aquí
el relato que publiqué en mi libro A la rencontre des
esprits (Al encuentro con los espíritus) p. 98: “Durante
este último período de vida en Versalles, me desperté una
mañana con el recuerdo muy preciso de un sueño, la clase
de sueño que deja una impregnación más fuerte que de
costumbre. Se lo conté a Michel.
Yo visitaba una ciudad desconocida que recorría en
todos sentidos. Me quedaron las imágenes detalladas de
monumentos, pero sobre todo de las iglesias que podía
ubicar aproximadamente unas con relación a las otras. Hay
de alguna manera lugares que ubico geográficamente. Están
los contornos de esa ciudad, una colina en arco de círculo,
y sobre el flanco o al pie de la colina un establecimiento
que me hace pensar en un hospital psiquiátrico. Más allá
de todas estas imágenes que permanecían intactas cuando
desperté, había la idea persistente de que viviríamos en la
ciudad de Nancy. En aquel momento, ese sueño realmente
no significaba nada. La ciudad de Nancy nos era totalmente
desconocida y la idea de ir a vivir en Lorena jamás nos había
pasado por la mente.
Por un tiempo olvidé ese sueño del que sin embargo un día
me tocaría comprobar todo el significado: algunos meses
más tarde, fue en Nancy donde finalmente depositamos
nuestras maletas, y durante mi primera visita a esa ciudad,
encontré todas las imágenes de mi sueño. A medida que
descubro la ciudad, las ubicaciones relativas de cada lugar
calzan perfectamente sobre las ubicaciones geográficas
que el recuerdo del sueño me dejó”.
Para terminar, otro ejemplo más reciente: a principios de enero
de 2005, una mañana justo antes de despertarme, una frase
me pasó por la cabeza: “el Presidente de Togo ha muerto”.
Sorprendido por esta información que tenía el mérito de ser
clara, me interrogué sin embargo sobre su sentido eventual,
estando persuadido de que Togo ya no existe con ese nombre.
Creo recordar que ese país ha sido rebautizado igual que
Dahomey se convirtió en Benin o el Alto Volta en Burkina
Faso. Error… al comprobar en la Red, Togo existe todavía, y su
Presidente estaba muy vivo… Unas tres semanas más tarde, el
5 de febrero de 2005, el presidente togolés Etienne Eyadéma
Gnassingbé murió de un ataque cardíaco…