EL POR QUÉ DE UN NUEVO BLOG

Después de abrir y mantener actualizado el blog: CENTRO VIRTUAL DE ESTUDIOS

ESPIRITISTAS Y AFINES, para la formación doctrinaria dentro de los postulados eminentemente racionalistas y laicos de la filosofía espírita codificada por el Maestro Allan Kardec que exhibe la Confederación Espírita Panamericana, a la cual nos adherimos, creímos conveniente abrir un nuevo Blog de un formato más ágil y que mostrase artículos de opinión de lectura rápida, sin perder por ello consistencia, así como noticias y eventos en el ámbito espírita promovidos por la CEPA, a modo de actualizar al lector.
Esa ha sido la razón que nos mueve y otra vez nos embarcamos en un nuevo viaje en el cual esperamos contar con la benevolencia de nuestros pacientes y amables lectores y vernos favorecidos con su interés por seguirnos en la lectura.
Reciban todos vosotros un fraternal abrazo.
René Dayre Abella y Norberto Prieto
Centro Virtual de Estudios Espiritistas y Afines "Manuel S. Porteiro".



sábado, 26 de enero de 2013

 AMÉLIE BOUDET
O LA MUJER EN LA SOMBRA
FRÉDÉRIQUE MINADAKIS
LE JOURNAL SPIRITE N° 91 JANVIER 2013

El 21 de enero de 1883, falleció a la edad de ochenta y
nueve años, Amélie Boudet viuda de Hippolyte Rivail.
Fue inhumada en el cementerio del Père Lachaise al
lado de su marido que había partido catorce años
antes. En el más allá, encontró a su compañero, su amor.
Durante una sesión de escritura automática, vino a dar
testimonio: “…En esta Tierra, en mi encarnación, me casé
con H. L. Denizard Rivail y con él compartí mis días terrenales.
Creo que juntos luchamos por una noble causa,
por la de la supervivencia del alma. Teníamos juntos esa
necesidad, teníamos juntos esa emoción de compartir,
teníamos juntos ese sentimiento absoluto de la eternidad
de la vida, prueba de la existencia del espíritu… Mi unión
con Hippolyte, convertido en Allan Kardec, continúa en
lo invisible, en el más allá de los espíritus y por la misma
causa…”
Si bien en la historia del espiritismo, es ineludible el
personaje de Allan Kardec, no se puede desconocer la
presencia de la que fue su esposa y asistente durante
treinta y siete años, Amélie Boudet. Ella compartió sus
ideas pedagógicas así como sus ideas espirituales y más
tarde sus ideas espíritas. No es fácil evocar su biografía
pues, igual que su esposo, era modesta y reservada,
hablaba muy poco de ella y prefería permanecer en
la sombra. La mayoría de las informaciones se han
extraído de notas autobiográficas de Allan Kardec, fragmentos
de un manuscrito titulado Previsiones referentes
al espiritismo, recogidos por Pierre Gaétan Leymarie
y transcritos en el libro de Jean Prior Allan Kardec y su
época.
Nacida el 23 de noviembre de 1795 en Thiais (Sena),
Amélie Boudet era hija única de una familia acomodada
y burguesa. A los treinta y cinco años, era una joven
moderna, fina y cultivada. Se dedicaba a la acuarela y a
la poesía. Publicó tres libros: Fabulae primaveris en 1825,
Nociones de dibujo en 1826 y Lo esencial de las bellas artes
en 1828. Si bien su fortuna no la obligaba a trabajar,
desde hacía quince años ejercía con pasión el oficio de
institutriz para conservar cierta independencia. En 1830,
vivía sola con su padre Julien Boudet, notario jubilado.
Vivían en la calle de Sèvres en un inmueble vecino a la
institución escolar creada por un tal Hippolyte Rivail.
Hasta ese día, Amélie siempre había rechazado a los
pretendientes que se le presentaban, por “insulsos y
superficiales” para su gusto, hasta el día en que tuvo el
encuentro con el profesor Rivail a quien encontró muy
guapo. Hippolyte se sentía solo sentimentalmente.
Aquel cartesiano se encontraba incómodo en esa época
romántica. No soñaba con un enlace tumultuoso sino
más bien con una felicidad tranquila junto a una esposa
proveniente de la buena burguesía. He aquí lo que le
confía a sus amigos respecto a Amélie: “Ella es menuda
y muy bien formada, amable y graciosa, inteligente y
vivaz”. Los contemporáneos confirmaron esta descripción.
Y aunque ella fuera nueve años mayor, parecían de
la misma edad.
La boda tuvo lugar el 6 de febrero de 1832. Amélie
asistió a su marido en lo que éste esperaba de una
mujer. Gabriel Delanne diría que ella fue para el profesor
Rivail “la mujer del evangelio”. Este enlace de amor fue
seguido por treinta y siete años de felicidad ejemplar,
felicidad tranquila y estudiosa: “Mi bien amado compañero
de trabajo” decía Amélie. “Mi mujer que, para
trabajar conmigo, ha renunciado a todas las distracciones
del mundo a las cuales la posición de su familia la
había acostumbrado” decía Hippolyte. Se entendían tan
bien en el plano de la inteligencia y de la espiritualidad,
como en el plano de las artes. Compartían su pasión por
la música clásica. Además, ambos creían en Dios pero
no admitían ni el culto externo ni el dogmatismo.
No obstante, si bien la pequeña señora Rivail adoraba
a su esposo, tenía sus ideas y sabía defenderlas; no
compartía la admiración de Hippolyte por Jean-Jacques
Rousseau. Le parecía que lo que él dice acerca de la
educación de las niñas es particularmente escandaloso.
Sin embargo, el Instituto técnico de la calle de Sèvres
era un remanso de felicidad donde reinaban la amistad
y la paz.
Desgraciadamente, en los años 1840, sobreviene una
terrible prueba. El tío Duhamel, comanditario del
instituto, es un jugador empedernido. Para cubrir una
deuda de juego, los Rivail se ven obligados a vender
el instituto. A esta prueba financiera, de por sí importante,
se suma para la pareja, el inmenso dolor de ver
hundirse la obra de enseñanza a la que con tanto celo
se habían dedicado.
Amélie, como buena tesorera, coloca el resto del
dinero con un amigo, que le asegura a los esposos una
buena jubilación. Nueva desdicha, el amigo quiebra,
están arruinados. Aunque todavía no son espíritas y
por consiguiente no tienen ninguna razón lógica para
aceptar con resignación este doble golpe de la suerte,
los esposos Rivail, en lugar de perderse en el lamento,
se ponen a trabajar con energía para buscarse la vida.
Para salir adelante, Amélie reduce su tren de vida y
retoma el trabajo en el curso de Lévy-Alvarez inventor
de un Método ingenioso para la instrucción de las
niñas. En cuanto a su esposo, se hace cargo de tres
contadurías, consigue un puesto de profesor en el
Lycée Polymathique, igualmente enseña en el mismo
curso que Amélie y encuentra tiempo para redactar
nuevas obras escolares.
Sin embargo, ni Amélie ni Hippolyte están en su verdadero
camino. Ellos hubieran querido volver a crear una
institución digna de la primera. El hecho de estar arruinados,
de no poder crear una obra propia es una prueba
muy pesada, pero pensándolo bien, fue providencial y
ellos así lo comprendieron quince años más tarde.
Al encuentro de los espíritus
Estamos en 1854, por primera vez Hippolyte y Amélie
oyen hablar de las mesas giratorias.
En 1856, Léon Denizard, convertido en Allan Kardec,
está escribiendo El Libro de los Espíritus. Dotada de una
buena memoria, inteligente y rápida, Amélie hace las
veces de secretaria.
Montherlant ha dicho “Un escritor no necesita de una
concepción del mundo, sino de una buena secretaria”. El
afortunado Kardec los tiene a ambos en la persona de
Amélie; infatigable, ella lo secunda con eficacia e inteligencia.
Copia sus textos y lee sus cartas de las que
subraya las partes importantes, corrige las pruebas de la
Revista Espírita y de los libros, comparte con su esposo
las relaciones con los editores y mantiene las finanzas
con mano firme.
Le corresponde igualmente filtrar a los visitantes pues,
en aquella época sin teléfono, la gente, sobre todo los
provincianos y los extranjeros, llegan sin avisar. Finalmente,
cuida la preparación de las giras de conferencias
por las grandes ciudades; laboriosos viajes que, a
partir de 1860, serán cada vez más frecuentes. Para los
quehaceres domésticos, Amélie es ayudada por una
criadita que ella dice que no es muy despierta pero sí
muy dedicada.
La cotidianidad de los esposos Rivail
Amélie se levanta a las cuatro de la mañana para
preparar el café de su marido quien, inmediatamente
después, se pone a trabajar. Hacia las diez, ella le trae
las pruebas de la Revista o las de la obra en curso que
acaba de corregir. Poco antes del mediodía, Amélie
reaparece y le sirve un refrigerio. Es la hora del descanso
y de la charla informal. A partir de las dos comienza el
concierto de timbres y la invasión de visitantes. Amélie
se mantiene en guardia. No hace falta que los admiradores
y, sobre todo, las admiradoras, hagan perder
demasiado tiempo a su gran hombre. En su trabajo de
filtrado, distingue muy bien de antemano a los simples
charlatanes de los que tienen algo que decir y sale de
su reserva para despedir a las admiradoras con tacto y
autoridad.
Si bien el refrigerio del mediodía es frugal, la cena no lo
es. Los esposos Kardec aprecian los placeres de la mesa
a la que hacen honor. Amélie no es de esas criaturas
seráficas que se deleitan con sopas insípidas y tisanas.
Ella alimenta muy bien a su hombre. Demasiado bien
quizás, y Allan aprecia los exquisitos platillos cocinados
a fuego lento con amor.
Las noches que coronan la bien cargada jornada son
breves. La familia Delanne, Pierre Gaétan Leymarie, el
Sr. Desliens, Muller y de vez en cuando Camille Flammarion
hacen su aparición y se retiran pronto para no
cansar al maestro. El viernes por la noche está dedicado
a las conversaciones con los espíritus y el domingo por
la noche se reserva para el concierto y el teatro. La
pareja que ha trabajado tanto toda la semana, desea
relajarse y divertirse. Ambos, apasionados de la música
clásica, aprecian igualmente las óperas de Offenbach.
Por fin, Allan y Amélie rebosan de felicidad: terminaron
los problemas de dinero y los trabajos mercenarios a
menudo fastidiosos. Sus actividades presentes les
apasionan cada vez más; construyen en común una
obra que saben necesaria y duradera. Su amor es tan
vivo como treinta años antes; están tan enamorados
uno del otro como en el momento en que el apuesto
Léon Denizard le pidió al Sr. Julien Boudet, la mano de
su hija Amélie.
Con el transcurrir de los años, gracias a las rentas de
los manuales escolares, a los derechos de autor de
los libros espíritas y las juiciosas colocaciones realizadas
por Amélie, los esposos Rivail tienen adquirido
un pequeño peculio. Siguiendo los consejos de un
cofrade de la Sra. Boudet, adquieren un terreno de
2.600 m2, situado detrás de los Inválidos. Hacen construir
allí la villa Ségur y tienen en proyecto la construcción
de una decena de casas, destinadas a miembros
meritorios de la Sociedad.
Los domingos se trasladan a la Villa rodeados de sus
amigos más cercanos. La atmósfera es distendida y
alegre. La carne es buena; como todas las mujeres de
su época, Amélie está orgullosa de su mesa.
A principios de 1869, Allan está decidido a dejar la sede
de la Sociedad cuyo arriendo se acaba, para instalarse
definitivamente en la Villa Ségur. Es allí donde se siente
en casa, donde podría llevar una vida tranquila, indispensable
para su salud. Desea mudarse lo más pronto
posible y para ello pone en orden sus asuntos.
La partida de Allan Kardec y después…
Estamos a 31 de marzo de 1869, Amélie se ha dirigido
temprano al 7 de la calle de Lille, nueva sede de la
Sociedad, que se trataba de reorganizar sobre las bases
indicadas por su marido. Cuando hacia el mediodía
vuelve a la calle Sainte Anne, ¡qué impacto! Se ha dejado
caer sobre el sofá y no se ha movido más. Está como una
estatua fulminada. Sus ojos, que miran a lo lejos, ya no
tienen más lágrimas. Está desesperada por haber estado
ausente, por no haber podido sostener la mano de su
marido en el momento supremo. Allan Kardec se había
hundido sobre sí mismo sin una palabra, sucumbió
a una ruptura de aneurisma. Notificado, Alexandre
Delanne acudió enseguida, lo friccionó y lo magnetizó
pero en vano.
Siempre pequeña y menuda, ella tiene ahora setenta y
cuatro años y sueña con los treinta y siete de tranquila
felicidad que acaban de terminar. Por el momento, se
imagina que seguirá pronto al que ama y eso la ayuda
a sostenerse. En realidad, le quedan por recorrer catorce
años sin él.
La inhumación de Allan Kardec en el cementerio de
Montmartre es sólo provisional. Un año más tarde
Amélie y la Sociedad espírita adquieren un lugar en el
Père-Lachaise y hacen construir el dolmen, recuerdo de
una vida de druida. Amélie no participó en la inhumación,
destrozada física y moralmente, prefirió quedarse
sola en la calle Saint Anne.
Después de haber recuperado las fuerzas y la combatividad,
daría a conocer el testamento que la nombraba
heredera universal. Bajo su impulso, la Sociedad Parisiense
de Estudios Espíritas fue reconstituida como
sociedad anónima y se instaló en el 7 de la calle de Lille.
En cuanto a Amélie, se mudó a la Villa Ségur pero las
diez casas previstas nunca vieron la luz.
Muerto Allan Kardec, Amélie continuó valientemente
la lucha al lado de Alexandre Delanne, Camille Flammarion,
Victorien Sardou y Théophile Gautier pero sobre
todo con su abnegado amigo Pierre Gaétan Leymarie.
En 1871, éste se convertirá en redactor jefe y Director
de la Revista Espírita en la cual imprimirá las primeras
pruebas de fotografía espírita producidas por William
Crookes. Luego, él mismo experimentará esas manifestaciones
con un médium fotógrafo de nombre Edouard
Buguet. Durante las sesiones, obtuvo una serie de clisés
reales que publicó en 1875.
No obstante, su buena fe es engañada y los enemigos
del espiritismo están al acecho de todo lo que pueda
detener el desarrollo de la doctrina espírita. Edouard
Buguet es vigilado por la policía en la persona de
Guillaume Lombart. Éste se presenta anónimamente en
su casa para pedirle una fotografía espírita, lo sorprende
en flagrante delito y lo arresta.
El Ministerio Público instruye un proceso por fraude y
mistificación en contra de Leymarie y de Buguet. Desde
su detención, este último confiesa que no tiene poderes.
La requisitoria del abogado de la República pone en tela
de juicio a los acusados, a la doctrina espírita y a la viuda
de Allan Kardec.
Durante el proceso, la cuestión de la creencia y de la
persuasión será el centro de los debates. Cada parte
tiene una argumentación respecto a esta estrategia de
la persuasión:
- Para el ministerio público, lo que está en juego es
combatir la doctrina espírita como fuerza política y religiosa.
El procurador va a rechazar la creencia en estas
fotos espíritas.
- El fotógrafo confiesa la superchería y socava toda
posible creencia. Dice: “No soy ni espírita, ni médium;
simplemente tengo “trucos” de una gran sencillez”.
- Los partidarios del espiritismo, con Leymarie el sucesor
de Kardec a la cabeza, se defienden separando a Buguet
de su propia actividad, dicen haber sido engañados por
él y pretenden que es manipulado por el ministerio
público, para evitar reunir aún más espíritas.
Amélie Boudet tiene ya ochenta años cuando es llamada
a declarar en el tribunal. Durante este interrogatorio, su
buena fe será puesta en tela de juicio y ensuciada la
memoria de su marido.
La totalidad de la declaración está consignada en El
Proceso de los Espíritas, una obra escrita por Marina
Duclos-Leymarie. En este libro están compiladas no
sólo las declaraciones, las requisitorias, un considerable
número de testimonios a favor de Pierre Gaétan
Leymarie, de Amélie Boudet y de la Sociedad Parisiense
de estudios Espíritas, sino igualmente toda la correspondencia
entre Buguet y Leymarie.
Pierre Gaétan Leymarie será acusado y condenado a
un año de prisión. Sin embargo quince días antes de
su condena, se le sugiere declararse culpable y solicitar
la indulgencia. Él se niega y felizmente para él, la
condena es derogada algunos meses más tarde por una
completa rehabilitación.
He aquí la última carta escrita por Edouard Buguet,
condenado también a un año de prisión. Está precedida
por los comentarios de Marina Duclos-Leymarie: “Esta
última carta, escrita por Mazas, hace alusión al hecho
siguiente: un oficial de caballería, de la guarnición de
Vendôme, que vino para obtener una fotografía espírita,
se encontraba en casa de Buguet en el momento de las
investigaciones de la justicia; el mismo día, a las tres de
la tarde, le avisaba al Sr. Leymarie que quería ir inmediatamente
a casa de Buguet con el oficial, pues no podía
creer, sin haberlo visto por sí mismo, que el fotógrafo
hubiera empleado trucos. En casa de Buguet, Leymarie
fue arrestado, y es a este hecho que hace alusión esta
primera carta; esta conducta del gerente de la librería
basta para probar su buena fe”.
Estimado señor Leymarie,
Tengo la esperanza de que el momento de detención que
el Comisario de Policía os ha hecho sufrir en mi casa el
día de la mayor desdicha de mi vida, no haya producido
ningún accidente enojoso y que estéis de vuelta enseguida
con vuestra encantadora familia; veis, estimado
Sr. Leymarie, en qué situación me encuentro, y mi pobre
casa en manos extrañas.
Vengo a pediros, en nombre de vuestro buen corazón para
con todos, que hagáis todo lo posible para detener este
desgraciado asunto. Es en nombre de mi pequeña familia
que vengo a pediros perdón por haber pecado tan inconscientemente
y sin darme cuenta de lo que hacía, pido mil
veces perdón a Dios por ello, a todos vosotros, y espero que
vuestro buen corazón con todos no fallará para evitar más
pena a un padre de familia.
En la esperanza, estimado Sr. Leymarie, de tener algunas
palabras de consuelo de vuestro buen corazón, os ruego
recibir mis saludos más sinceros y presentar mis mejores
votos a vuestra encantadora familia.
E. Buguet - Primera division, celda N° 30

viernes, 25 de enero de 2013

ALLAN KARDEC, LE FONDATEUR DU SPIRITISME
por
COLOMBE JACQUIN

ALLAN KARDEC Y SU ÉPOCA
LE JOURNAL SPIRITE N° 91 JANVIER 2013
Hippolyte Rivail, espíritu cultivado, hombre universal,
profesor creyente en el progreso social definido por
Jean-Jacques Rousseau y en el advenimiento de un
siglo de justicia y felicidad para todos, no podía menos
que ser sensible al entorno político y al contexto social
de la Francia del siglo XIX. Nacido el mismo año de la
consagración de Napoleón I, va a vivir los rebotes de una
sociedad que vacila entre monarquía y república, entre
conservadurismo y conmoción social. La institución que
funda en la calle de Sèvres es a la imagen del hombre:
su enseñanza se basa en el desarrollo simultáneo de
las cualidades intelectuales, morales y físicas de los
jóvenes; aplica lo que le fue enseñado por Pestalozzi; en
este sentido redacta obras pedagógicas convirtiéndose
de alguna manera en el precursor de un Jules Ferry que
algunos años más tarde instauraría la enseñanza laica,
gratuita y obligatoria para todos.
En una sociedad donde la Iglesia católica está
vinculada al poder político, Rivail tiene afinidades con
Louis Philippe (el rey bonachón, derrocado durante
la revolución de 1848), quien, como él, es un liberal
anticlerical sensible al mundo de los trabajadores.
Inspirado por las ideas de Rousseau, también ha sido
profesor y será además un precursor de la enseñanza
primaria con las leyes votadas bajo la égida de Guizot,
su ministro de Instrucción Pública. Desgraciadamente,
no tomará en cuenta el creciente descontento
especialmente en la clase proletaria y, a pesar de las
tentativas de rectificación, será forzado a abdicar.
Después de él, el príncipe Louis Napoléon Bonaparte,
único Presidente de la efímera Segunda República, el
único en ser elegido a su solicitud por sufragio universal
hasta el advenimiento de la Quinta República, coquetea
con las ideas socialistas. Está muy atento a los problemas
de los obreros y los campesinos y además ha redactado
una obra titulada La extinción de la miseria. Hombre de
corazón, republicano convencido, francmasón, busca a
Dios fuera de la religión católica, para entonces religión
de Estado, rechazando sus errores y contradicciones.
No obstante, aquel que instaura el sufragio universal,
va a arrogarse, por el golpe de Estado de 1851, amplios
poderes y a expulsar del territorio francés a sesenta y
seis antiguos representantes del pueblo en la Asamblea,
entre ellos Victor Schoelcher, apóstol de la abolición
de la esclavitud y Victor Hugo, el literato humanista.
Hugo, implacable luchador por la libertad quien, con
sus hijos, ha hecho campaña para que Louis Napoléon
sea elegido en 1848, se revela entonces ferozmente
opositor a aquel de quien se burla bajo el nombre de
Badinguet. El 2 de diciembre de 1852, éste se convierte
en el emperador Napoleón III, casándose un mes más
tarde con Eugenia de Montijo que será una fiel lectora
del futuro Allan Kardec.
Para entonces, Hippolyte Rivail no sabe que le espera
una verdadera revolución espiritual. Invitado por el
magnetizador Fortier y luego por su amigo Carlotti,
conoce igualmente a Victorien Sardou hombre de teatro
y médium. Éste ha redactado cincuenta cuadernos
de mensajes mediúmnicos con Friedrich Tiedemann
docente y miembro del Instituto de Francia, René
Taillandier especialista en literatura germánica y suiza,
y el editor Didier. El que se convertirá en Allan Kardec,
al principio escéptico, termina por acceder a estudiar
estos mensajes que luego contribuirán a la redacción
de El Libro de los Espíritus. Él se dice entonces convertido
por la lógica verificada por la experimentación; no es la
desesperanza lo que lo lleva al espiritismo, al contrario
de Victor Hugo que, desde lo más profundo de su exilio,
fue persuadido por Delphine de Girardin a dedicarse a la
nueva moda de las mesas giratorias. Escéptico también
al principio, fue convencido cuando su hija Léopoldine,
ahogada accidentalmente en 1843 junto con su marido,
se le manifestó a él y a su familia reunidos en la isla de
Jersey. Las comunicaciones eran recibidas a través de
su propio hijo médium, Charles Hugo. Durante ese
largo exilio, fueron obtenidos numerosos mensajes,
procedentes de personajes célebres de la historia pero
también emanados de espíritus que representaban
a los elementos, a la naturaleza, tales como el viento
o el mar. A este respecto es muy lamentable que los
biógrafos de este genial escritor hayan considerado el
episodio de las mesas giratorias de Jersey como una
suerte de paréntesis surrealista, consecuencia del dolor
de un padre desesperado, cuando fue la expresión de
una convicción espírita.
En cuanto a Napoleón III, él fue sensibilizado respecto al
más allá gracias a su esposa Eugenia de Montijo, ferviente
adepta al espiritismo, que había descubierto gracias a
Victorien Sardou cuyos talentos dramáticos apreciaba.
Ella participó en varias sesiones, y recibió mensajes que
compartía con su marido emperador, lo que le valió
algunas contrariedades pues ciertos mensajes quizás no
eran auténticos o provenían de espíritus malévolos. Así,
en 1854, la guerra contra Nicolás II, emperador de Rusia,
al lado de Inglaterra, lejos de ser un conflicto corto como
prometía el mensaje, fue una verdadera guerra dura y
sangrienta. La pareja imperial asistió a impresionantes
sesiones junto al médium escocés Daniel Dunglas
Home, médium de efectos físicos, que causó sensación
durante su primera sesión en las Tuileries: “Las sillas y
las butacas eran como arrastradas por un viento furioso,
¡volaban de una esquina de la sala a la otra!” Durante
esas sesiones, se manifestaron varios difuntos de la
familia imperial, como la reina Hortense y también
Napoleón I, quien estampó su firma sobre un cuaderno,
firma que su sobrino reconoció enseguida. La pareja
conoció igualmente a Allan Kardec, de quien el espíritu
Napoleón III vino a manifestar en sesión: “Hemos vivido
la extraordinaria época del nacimiento del espiritismo
en Francia. Eugenia, y yo mismo, éramos afectos a las
sesiones espíritas y nos reunimos repetidas veces con el
maestro Allan Kardec. Es difícil imaginar, en vuestro siglo,
la importancia del personaje que tenía entonces un
millón de adeptos en el territorio francés y cuyas obras
eran reeditadas cada año. Es difícil comprender el alcance,
a la vez filosófico y social del movimiento espírita en el
siglo XIX. El druida Allan Kardec no estaba de acuerdo con
mi política y me acusaba de haber utilizado las urnas de
Friedrich Tiedemann René Taillandier Napoléon III
la República para restablecer el Imperio, y tenía razón.
Eugenia siempre pensó que yo debía abdicar, y los espíritus
me lo aconsejaban. No quise seguir sus mensajes y, un año
después de la muerte de Allan Kardec, ocurrió el drama de
1870 y el desastre de Sedan.
Mi mayor falta fue el exilio de Victor Hugo quien, desde hace
mucho tiempo, ha sabido otorgarme su perdón. Deseo
con todas mis fuerzas que la Francia de hoy encuentre el
impulso de su siglo dentro del renacimiento espírita y así,
os aliento a mi manera”.
Napoleón III no fue el único político convencido por el
espiritismo; el presidente Sadi Carnot diría algunos años
más tarde: “Soy espírita por convicción y católico por razón
de Estado”.
La influencia de Allan Kardec es grande en el siglo
XIX. Además de los intelectuales y los docentes, toca
el mundo literario: Théophile Gautier en su novela
Espírita se inspira en los recientes descubrimientos
del espiritismo; George Sand, Honorato de Balzac y
Lamartine también hacen alusión en sus novelas al
mundo invisible.
Allan Kardec no se contenta con escribir las numerosas
obras que siguen siendo, aún hoy, los fundamentos de
la doctrina espírita; también dicta conferencias y desde
el año 1860 emprende giras por Francia. Trata de juzgar
por sí mismo el estado real de la doctrina conociendo
los grupos espíritas que se han formado rápidamente
en numerosas ciudades de provincia. Recoge de ello
preciosas observaciones y las aprovecha para instruir y
alentar a los espíritas.
Su primera gira está reservada a Lyon, su ciudad natal
a la que sigue muy vinculado sentimentalmente: “Si
París es la cabeza del espiritismo, Lyon será su corazón”. Es
recibido como si fuera san Ireneo, el venerado obispo
de la ciudad. Lyon cuenta ya con algunos cientos de
adeptos; un centro espírita creado en los Brotteaux
de Lyon se dedica al estudio de las tres obras escritas
entonces por el maestro. Círculos parecidos ven la luz
en varias capitales regionales como Metz, Tours, Poitiers,
Angers, Biarritz, Burdeos y Limoges, allí donde recibe en
sesión este mensaje profético: “Tienes todavía para diez
años de trabajo, no permanecerás mucho tiempo entre
nosotros. Será necesario que regreses para terminar tu
misión que no puede ser acabada en esta existencia”. Dos
años más tarde en 1862, Allan Kardec cumple otras
giras por Francia de las cuales da testimonio en su obra
Viaje espírita en 1862. Comienza por Lyon y Burdeos y se
percata de cuánto ha crecido la idea espírita desde su
primer viaje. En Lyon, el número de espíritas se calcula
entre 25.000 y 30.000; en Burdeos ha pasado de 1.000 a
10.000.
Paradójicamente, Allan Kardec debe su notoriedad
sobre todo a sus detractores; así las violentas prédicas
contra el espiritismo calificado de “religión del siglo XIX
y culto a Satán” atizan la curiosidad de la población que,
de esa manera, se interesa por las obras de Allan Kardec.
Se dirige a numerosas otras ciudades: Toul, Orleáns,
Aviñón, Provins, Troyes, Sens, Montpellier, Tolosa, Albi,
Marmande, Royan, Angulema y otras ciudades de
Charente. En todas partes, es recibido calurosamente.
Comprueba de inmediato que el espiritismo es
abordado en serio en sus aspectos filosóficos y morales
y que las preguntas fútiles y de pura curiosidad se han
descartado. Dice en Bordeaux: “Estamos muy lejos de las
mesas giratorias y sin embargo apenas algunos años nos
separan de esa cuna del espiritismo”.
Tiene oportunidad de conocer médiums, algunos de los
cuales califica de notables: así, en Lyon varios médiums
dibujantes, en San Jean d’Angely una mujer que escribe
largas y hermosas comunicaciones mientras lee su
periódico. Celebra la seriedad con la que los nuevos
médiums asumen su misión; señalamos igualmente
que en esa época varios médiums son iletrados y
escriben sin nunca haber aprendido.
Observa la evidente diminución de médiums de efectos
físicos a medida que se multiplican los médiums de
comunicaciones inteligentes. El período de curiosidad
ha pasado y a partir de entonces se trabaja en construir
la nueva filosofía para reformar a la humanidad.
A través de las manifestaciones recibidas es perceptible
una marcha progresiva de enseñanza; eso se debe,
desde luego, a la seriedad de los médiums pero también
a la asistencia que rodea al médium, más consciente y
capaz de reflexionar sobre las revelaciones obtenidas.
Esta actitud espírita es calificada por Allan Kardec
de desinterés moral. Entiende por ello abnegación,
humildad, ausencia de todo pensamiento dominante,
ausencia de toda pretensión orgullosa y freno a la
manifestación de un más allá cuidadoso de brindar
enseñanzas de calidad.
Apoyándose en la historia de los endemoniados de
Morzine, a la que fue confrontado, pone en guardia
contra un peligro inherente a una mala práctica del
espiritismo, la obsesión, e insiste para que el trabajo se
realice dentro del respeto a los principios descritos en El
Libro de los Médiums.
Se sorprende al comprobar que muchos adeptos nunca
han asistido a una sesión y que sin embargo están
convencidos de la realidad espírita por la lectura de
los libros; ve allí las premisas de una reforma moral. No
obstante, el espiritismo es recibido de manera diferente
según las regiones. En ciertos lugares, prosperan los
grupos espíritas y en otros les cuesta trabajo formarse.
La idea espírita es en primer lugar un hecho de la clase
media ilustrada: muchos abogados, magistrados y
funcionarios están en la formación de los grupos. Pero
hace falta contar también con numerosos obreros
que organicen los banquetes (de momento, toda
agrupación política está prohibida) convirtiéndose por
eso en pretextos de intercambio sobre el espiritismo.
Entre los más letrados, se lee a Émile Zolá y Victor Hugo
cuyas tomas de posición no contradicen la filosofía
espírita, y además, la perspectiva de una vida futura
consuela muchos de los sufrimientos terrenales.
Allan Kardec saluda la valentía de todos sus adeptos
frente a los ataques y las calumnias, pues la oposición
es muy real, marcada especialmente por el auto de
fe de Barcelona. De ello concluye esto: “Además su
animosidad es grande, además prueba la importancia
que adquiere la doctrina a sus ojos, si fuera una cosa sin
importancia, una de esas utopías que no nacen viables,
no le prestarían atención ni tampoco a mí”. Esos ataques
proceden a veces de personas que adoptan las ideas
espíritas pero sólo creen en los fenómenos, sin deducir
de ellos ninguna consecuencia moral.
En el transcurso de sus viajes, Allan Kardec dictó
numerosas conferencias públicas. Dio preciosos
consejos a los espíritas para formar los grupos,
aunque fueran limitados, a partir de un núcleo de
personas serias que fueran “personas ilustradas,
sinceras, penetradas por las verdades de la doctrina y
unidas en sus intenciones”. Insiste en la participación
de los jóvenes y las mujeres: “Excluir a las mujeres de
estos grupos sería una injuria a su juicio que, dicho sea
sin halago, a veces hasta daría puntos al de los hombres
incluso el de ciertos críticos letrados”. Da consejos sobre
la manera de organizar y dirigir las sesiones, insiste en
el empleo de la oración para convocar el auxilio de
los buenos espíritus, y disponer a los participantes al
indispensable recogimiento para el buen desarrollo
de las sesiones. Preconiza igualmente que los
espíritas no marquen su pertenencia con un signo
externo indicador, como existe en las religiones; el
espiritismo no es un nuevo culto, se dirige a todos
y a todas las confesiones; no es una secta como
pretenden algunos de sus enemigos, sino que llama
a los hombres de todas las creencias “bajo la bandera
de la caridad y la fraternidad”.
Con todo el rigor y la precisión que lo caracterizan,
Allan Kardec redacta un proyecto de reglamento para
uso de los espíritas. Conoce las debilidades humanas
y sabe que en materia de espiritismo, tal vez más que
en otras disciplinas, hace falta un marco que garantice
la integridad y autenticidad de las sesiones así como
el funcionamiento interno de los grupos, pues ya
el espiritismo es mancillado por publicaciones
lamentables que emanan de supuestos adeptos
que transforman en ridiculez la comunicación con el
más allá. Reconoce entre sus contemporáneos dos
faltas mayores, el orgullo y el egoísmo, que ya ha
percibido en ciertos médiums calificados por él de
“industriales sin patente”, que explotan la credulidad
o la desesperanza de personas que vienen a buscar
consuelo después de una prueba. Propone insertar en
su reglamento la divisa que es la señal del espiritismo
auténtico: “Fuera de la caridad no hay salvación, fuera
de la caridad no hay verdadero espírita”.
El espiritismo se propaga rápidamente en Francia,
pero también en Austria, Polonia, Rusia, Italia,
España y Constantinopla, donde se crean sociedades
espíritas organizadas.

jueves, 24 de enero de 2013


LE JOURNAL SPIRITE N° 91 JANVIER 2013
D O S S I E R
ALLAN KARDEC, LE FONDATEUR DU SPIRITISME
por
É T I E N N E B E RTHAUT

LA FINALIDAD ESPÍRITA

El 10 de marzo de 1985, durante una sesión de incorporación,
el espíritu Allan Kardec aportó un mensaje esencial
de nuestro patrimonio espírita. Este mensaje, muy
completo, sintetiza por sí solo toda la quintaesencia del
espiritismo en su definición, principios y consecuencias
morales para nuestra condición de seres humanos
encarnados en la Tierra. Un poco a la imagen de un testamento
moral, estas palabras de Allan Kardec siempre han
marcado época y referencia en nuestra difusión, reflexión
y comprensión de la filosofía espírita. Entre la multitud de
mensajes recibidos de los espíritus desde hace cerca de
cuarenta años, este, entre muchos otros, sigue siendo un
mensaje universal y atemporal que conserva casi todo su
valor treinta años después de haber sido recibido. De gran
exhaustividad en cuanto a los pormenores del espiritismo,
es propuesto regularmente al intercambio y la discusión
entre los nuevos adherentes que se unen a nosotros y
desean inscribirse, a través de nuestra asociación, en la
trayectoria y herencia dejadas por Allan Kardec.
“Nuestra presencia entre los hombres en la fórmula espírita
debe aportar a la Tierra una respuesta global al conjunto de
los problemas. Por consiguiente, la entrada en contacto con
los espíritus requiere por parte de los espíritas una exigencia
cualitativa en nuestras relaciones, y exponer la necesidad de
solventar la ignorancia de la naturaleza humana en todos
los campos.
Por su definición, el espiritismo responde a los criterios de
la ciencia y la filosofía. Implica por parte de los comunicantes
expectativas que realcen estos dos aspectos de la
reflexión intelectual.
El espírita no vive en el más allá, en la negativa de la
realidad física, material y social de su existencia. El espírita,
consciente de su eternidad y de la relatividad de sus conocimientos,
utiliza el contacto con lo invisible con la finalidad
de transformar su conciencia y compartir su metamorfosis
dentro de la propuesta de una sociedad más justa, a
dimensión planetaria.
Al no sufrir de ninguna clase de dogma ni rito iniciático, el
espiritismo se dirige a todos los hombres ávidos de conocimientos
y emancipación moral e intelectual.
El espírita sobrepasa las fronteras habituales del razonamiento
establecido, sabe que el cuerpo provisional está allí
para conducirlo hacia el mejoramiento de su espíritu que
no tendrá fin. Sabe que el universo está poblado de miles de
planetas habitados y que los poderes ilusorios en las sociedades
de la Tierra deben desaparecer un día en pro del reconocimiento
de la vida extra-planetaria.
El espírita es también un hombre de razón, lo que pone un
término a todas las conjeturas herméticas del ocultismo, el
esoterismo y la magia, que son formas de pensamiento a la
vez elitistas y opresivas.
El espírita ha comprendido que la única respuesta al mal
lleva por nombre amor dentro del conocimiento, y que ese
amor y ese conocimiento son accesibles a todos, en el origen
divino de la vida.
El espírita está consciente del ritmo natural de la evolución
universal, sabe que la lucha por el bien exige de su parte
la ayuda a los espíritus inferiores que rodean el planeta y
actúan sobre los espíritus encarnados.
El espírita es ante todo un individuo consciente de que su
individualidad no significa nada sin los demás, encarnados
o desencarnados. Por consiguiente rechaza las propuestas
idílicas del Nirvana personal, egoísta y envilecedor.
El espírita es el hombre del mañana, artesano riguroso del
porvenir, fundador del ideal astral a la luz de los mensajes
que recibe.
Todas las especies vivientes de la Tierra y de los mundos
habitados evolucionan dentro de un deseo direccional de
carácter atractivo y al cual denomino Dios.
El espiritismo renaciente encontrará su desarrollo para los
que hayan sabido en qué lugar ubicarlo. Los poderes superiores
desencarnados no se manifestarán jamás a los grupos
inferiores encarnados que no buscan nada exigiendo a los
espíritus que se ocupen de su vida.
Convertidos en responsables y conscientes al reconocer su
dimensión divina, los hombres del mañana habrán hecho
de la Tierra una esfera superior dentro de la ley del amor.
Es así como este que os protege define en el momento, la
finalidad ESPÍRITA”.
Recordando los grandes principios que caracterizan al
espiritismo (pluralidad de mundos habitados, noción del
espíritu, fuerza divina, evolución a fin de mejorar, vida
encarnada provisional, manifestaciones del más allá…),
Allan Kardec presenta muy claramente las consecuencias
morales que su aplicación engendra o engendraría en la
medida de una exigencia, una reflexión y una aplicación
por los hombres a la altura de las enseñanzas e incitaciones
de los espíritus. En el hecho de ser espírita y estar
conforme con él en toda su extensión, en este sentido
definió un estado de ánimo que debe conducir hacia un
estado de ser, un comportamiento, en coherencia con los
objetivos de una evolución que se inscribe en una ley de
amor de carácter divino.
Ya hay una lucidez en cuanto a su condición de humano
dentro de los límites de sus propios conocimientos, condición
de encarnado consciente de su naturaleza ante todo
espiritual, pero que adopta la materialidad sin rechazarla
jamás. Luego, el hecho de ser de naturaleza espiritual, es
llegar a ser él mismo como espíritu, y es saber adquirir, o al
menos encontrar, una libertad que trasciende las contingencias
materiales. El espíritu libre se convierte entonces
en un ser de razón y de conciencia que no puede ser
encerrado en un corsé de pensamientos que le serían
impuestos. La noción de libertad siempre se ha opuesto a
todas las formas de fatalismo, determinismo, conservadurismo
o pensamientos negativos, ya sean éstas filosóficas,
religiosas o políticas, y que arrastran al hombre al rechazo,
la renuncia, la pasividad, el silencio o la abnegación.
Esta libertad incorpora entonces la noción de responsabilidad,
al mismo tiempo individual y colectiva, pues
la conciencia de una emancipación hacia el sentido del
bien y el amor, que es el atributo del origen divino de la
vida, debe comprometer a este ser humano espírita en
una ayuda mutua colectiva junto a sus semejantes, pero
también en el rechazo a todo lo que impida esa libertad y
esa emancipación. Ese rechazo puede tomar la forma de
un combate muy concreto contra lo inaceptable y lo intolerable,
contra los orgullos y egoísmos de toda naturaleza,
en la defensa de valores humanistas universales. En espiritismo,
estamos pues al lado opuesto de un pensamiento
con atributos sectarios, como demasiado a menudo se le
califica, por desconocimiento o ignorancia, pero también
por necedad y calumnia, porque linda con lo espiritual.
El espírita es entonces un ser libre y responsable, dotado
de una razón que sabe ejercer, consciente del carácter
universal de la vida y de lo que eso significa, y activo y
actuando para avanzar ayudando a los demás, ya sean
encarnados o desencarnados, por el camino del amor.
Entonces, ¿cuáles son las consecuencias de todo esto?
¿Qué perspectivas de porvenir podemos avizorar?
Estamos actualmente sobre un planeta considerado
inferior. La humanidad sufre: cada radio, periódico o información,
desgrana todos los días su rosario de catástrofes,
miserias, injusticias y sangre vertida, en múltiples conflictos
de todo orden. Como reacción a este sufrimiento, ser espírita
es promover el espíritu cristiano en cada uno, con la
aplicación de un mensaje de amor y de paz. A largo plazo,
¿qué provoca eso? Una esfera de amor que habiendo
alcanzado a su Creador se convierta en el objetivo de una
evolución ya en marcha, por supuesto muy lenta y difícil,
pero que compromete a todas las fuerzas del progreso.
Los espíritus siempre han alabado, alentado y apoyado,
todas las luchas —y a los actores que las conducen— que
saben inscribirse en estos valores humanistas fundamentales
de respeto, tolerancia, compartimiento y paz. Esa paz
tan esperada, siempre ha sido una preocupación mayor
de los espíritus para nuestro globo. Pues una esfera de
amor es una esfera que conoce ya la paz a nivel planetario:
no más guerras, no más conflictos, no más destrucción, no
más fronteras, sino más bien un gobierno de tipo planetario
que vela por el equilibrio del planeta sin armas y sin
violencia.
Una esfera de amor, es también una esfera donde los
habitantes tendrían de qué vivir su materialidad de
manera justa, dentro de la noción del reparto para todos
sin provecho para algunos, por lo tanto sin más hambre
mortal para unos y descarada opulencia para otros, pero
también con la desaparición del dinero que ya no sería
más un fin en sí mismo, si es que aún subsistiera. Una
esfera de amor, es además una esfera sin religiones, pero
más allá de las religiones, sin el dominio de cualquier
forma de pensamientos intelectuales que encierren la
razón en un corsé ideológico, cualquiera que sea su naturaleza
y contenido.
Una esfera de amor, es también una esfera con un
modelo de sociedad y de civilización totalmente repensado,
donde el otro es la riqueza dentro de la diversidad
de su cultura, su origen, su color de piel o su sexualidad,
sin injusticias sociales, donde cada uno sabe actuar en el
lugar que le corresponde participando en la construcción,
equilibrio y emancipación de ese mundo nuevo, y dentro
de la complementariedad de las aptitudes de cada uno.
Una esfera de amor es, finalmente, una esfera que integra
una comunicación natural entre el mundo encarnado y
el mundo desencarnado, siendo ambos nada más que
un estado de la vida natural del espíritu, donde el pensamiento
se convierte en el medio de intercambio y acción,
dirigida hacia el bien, hacia Dios, pero también hacia sus
semejantes de otras esferas dentro del reconocimiento de
una vida en el infinito de la Creación.
Henri Regnault, uno de los pioneros del espiritismo en la
primera mitad del siglo XX, había comprendido bien en
su libro Sólo el Espiritismo puede renovar al Mundo, que
“La principal consecuencia del conocimiento y la práctica
del espiritismo es dar a su adepto la más completa felicidad
terrenal”. Sí, se trata de esa felicidad adyacente a
un planeta convertido en superior por la ley del amor.
Pero, ¡cuánto camino hay aún por recorrer! ¡Cuántos
combates qué realizar! Sin embargo, no hay otra vía,
no hay otra ley. Ese es el sentido de la vida, el sentido
mismo de nuestra existencia, nuestra finalidad como
seres estimulados por Dios. Ese es la finalidad Espírita
revelada por los espíritus y puesta en evidencia para ser
cumplida por los hombres, por Allan Kardec, profeta de
pleno derecho de ese mensaje divino dirigido desde
hace ciento cincuenta años a nuestra reflexión, nuestro
sentimiento y nuestra conciencia.

miércoles, 23 de enero de 2013

ALLAN KARDEC, LE FONDATEUR DU SPIRITISME
por
KARINE CHATEIGNER

ALLAN KARDEC :
AL ENCUENTRO DE LOS ESPÍRITUS

LE JOURNAL SPIRITE N° 91 JANVIER 2013

A partir de 1848, con los eventos de Hydesville, nace
en América el Moderno Espiritualismo. Una pléyade de
distinguidos hombres y mujeres ya ha hecho valer los
méritos de la Revolución que se operaba, abriendo las
conciencias a su eternidad, sugiriendo por los hechos la
cuestión de los orígenes y el destino del hombre.
Este viento revelador va a emprender entonces su
revolución en otros lugares e insuflar su mensaje de
eternidad. Es así como acompañada por médiums
que cruzaron los mares, la experiencia espírita se da a
conocer en Inglaterra, en Alemania y luego en Francia.
Es en Francia y más precisamente en París hacia los años
1852-53, donde vamos a encontrar, tanto la llama como
la luz, de otro gran espíritu: Hippolyte Léon Denizard
Rivail.
En esa época, la danza de las mesitas acompañaba los
valses del Segundo Imperio. Esas experiencias de moda
se observaban en lugares muy diferentes; las conversaciones,
tanto en los elegantes bulevares como en
los más humildes arrabales, giraban invariablemente
alrededor de las mesas “parlantes”. Para la gente, era un
pasatiempo como cualquier otro y casi nadie trataba de
profundizar en el estudio de la causa de estas manifestaciones.
Comenzaron a aparecer libros hablando sobre
estas asombrosas mesas. En principio, los magnetizadores
y otros observadores suponían que estos bailes
inesperados eran resultado de la acción de un fluido
magnético o eléctrico, u otro, de propiedades desconocidas.
Antes de aquel mes de mayo de 1855, fecha en que
asistió a su primera sesión, Hippolyte Denizard Rivail
conversaba con sus amigos como el Sr. Fortier, el corso
Carlotti o el editor Maurice Lachâtre. Pronto la mesa giratoria
estuvo en el centro de la conversación. El profesor
Rivail, que se interesaba por el estudio del magnetismo
animal, aprobaba la teoría de los fluidos según Mesmer.
No obstante, su amigo, el Sr. Fortier, magnetizador él
mismo, insistía dándole testimonio del lenguaje inteligente
de la mesa que respondía a las diversas preguntas
planteadas. Hippolyte Rivail, poseedor de una austera
lógica le respondió a su amigo: “Creeré cuando lo vea y
cuando se me pruebe que una mesa tiene un cerebro para
pensar y nervios para sentir, hasta entonces permítame
no ver allí sino un cuento chino”. Como lo señala Anna
Blackwell, su futura biógrafa y que lo conoció personalmente
“ese espíritu activo y tenaz era precavido, hasta
prácticamente la frialdad, escéptico por naturaleza y por
educación”.
El Sr. Carlotti, amigo de Rivail desde hacía veinticinco
años, fue el primero en mencionar la intervención de los
espíritus en estos extraños fenómenos, lo cual, lejos de
convencer a Hippolyte Rivail, no hizo sino incrementar
sus dudas: “Cuando uno se pone a estudiar las ciencias, la
credulidad supersticiosa de los ignorantes hace reír y uno
ya no puede creer en los fantasmas. Sin embargo, yo estaba
ante un hecho inexplicado y aparentemente contrario a
las leyes naturales y que mi razón rechazaba. Pero sabía
que los experimentos eran realizados por hombres serios
y creíbles”.
Algún tiempo después, Hippolyte Rivail fue invitado a
asistir a las experiencias que se realizaban en casa de la
Sra. Plainemaison, y reconoció inmediatamente: “Allí, vi
por primera vez las mesas que giraban, saltaban y corrían.
También fui testigo de algunas pruebas muy imperfectas
de escritura mediúmnica. Sin duda alguna allí pasaba
alguna cosa que debía tener una causa. Bajo aquellas
aparentes futilidades y la suerte de juego que se hacía con
esos fenómenos, entreví algo serio y como la revelación de
una nueva ley que me prometí profundizar”.
“Por estas reuniones, emprendí el estudio serio del espiritismo,
más por las observaciones que por las revelaciones.
He aplicado a esta nueva ciencia lo que siempre
he aplicado, el método empírico. Nunca he elaborado
teorías preconcebidas. Yo observaba cuidadosamente,
comparaba y deducía. A partir de los efectos, trataba de
remontarme a las causas por deducción y por el encadenamiento
lógico de los hechos. Una de las primeras
constataciones de mis observaciones fue que los espíritus,
también llamados almas de los hombres, no tienen ni la
plena sabiduría, ni la ciencia integral. Su saber está limitado
a su nivel de desarrollo. Su opinión sólo tiene el valor
de una opinión personal. Eso ha evitado que crea en la
infalibilidad de los espíritus y me ha impedido formular
teorías prematuras que no tendrían por base más que sus
palabras. El solo hecho de la comunicación con los espíritus,
sin considerar sus palabras, probaría la existencia de
un mundo invisible, pero real. He aquí un punto esencial
que nos abre enormes posibilidades de investigación. Un
segundo punto no menos importante es que esta comunicación
hace posible el conocimiento de los estados de ese
mundo y sus costumbres”.
El año siguiente, 1856, las sesiones a las cuales asistió
Hippolyte Rivail tuvieron lugar en la casa del Sr. Roustan,
luego en la del Sr. y Sra. Baudin. En el seno de esta familia
descubrió el ambiente ideal para proceder a sus estudios.
Caroline y Julie Baudin, de 18 y 15 años, recibían los
mensajes por psicografía (escritura).
A pesar de las preguntas frívolas y materiales hechas
a los espíritus que animaban veladores y lápices,
Hippolyte Rivail observaba los nuevos fenómenos
que sólo podían encerrar una causa nueva. Por su sola
presencia, las sesiones tomaron otro giro, la ligereza de
su contenido anterior se transformó en profundidad
filosófica, pues Hippolyte Rivail tomó la costumbre de
asistir con una serie de preguntas.
“Hasta entonces las sesiones en la casa del Sr. Baudin no
habían tenido ningún objetivo determinado; me propuse
resolver los problemas que me interesaban desde el punto
de vista de la filosofía, de la psicología y de la naturaleza
del mundo invisible. Llegaba a cada sesión con una serie
de preguntas preparadas y metódicamente arregladas,
que siempre eran respondidas con precisión, profundidad
y de manera lógica. Al principio yo no tenía en la mira
sino mi propia instrucción; más tarde, cuando vi que eso
formaba un conjunto y tomaba las proporciones de una
doctrina, tuve la idea de publicarlo para instrucción de
todo el mundo. Son esas mismas preguntas las que, desarrolladas
y completadas sucesivamente, constituyeron la
base de El Libro de los Espíritus”.
Antes que nada el profesor Hippolyte Rivail comprendió
la seriedad de la exploración que iba a emprender,
entreviendo en esos fenómenos la clave del tan oscuro
y controvertido problema del pasado y el porvenir de la
humanidad, la solución de lo que él había buscado toda
su vida. Pues como el verdadero cristiano de antes del
Concilio de Nicea, Hippolyte Rivail buscaba incansablemente
a Dios.
Vinieron luego los cuadernos de varios cientos de
páginas que le fueron confiados por sus amigos de la
época que, desde hacía ya algunos años, se dedicaban
a la experimentación espírita. Eran cuatro: el filósofo
holandés Tiedeman-Marthèse, el autor dramático
Victorien Sardou, el historiador, escritor y político René
Taillandier y el editor Alfred Didier. Después de algunos
titubeos frente a esta nueva perspectiva, Hippolyte
Rivail puso manos a la obra. Ordenó los mensajes por
temas.
Aunque trabajó con alrededor de una decena de
médiums, la elaboración de El Libro de los Espíritus
fue concebida en gran parte con la participación de
los médiums Julie y Caroline Baudin, Céline Japhet y
Ermance Dufaux.
“En gran parte mi obra estaba terminada y tenía la
importancia de un libro. Pero yo quería hacerla examinar
por otros espíritus con la ayuda de diferentes médiums.
Más de diez médiums participaron en este trabajo. De la
comparación y coordinación de las respuestas organizadas,
clasificadas y a menudo retocadas en el silencio
de la meditación, he presentado la primera edición de El
Libro de los Espíritus”. De este estudio y de las respuestas
obtenidas para coordinar el todo, surgió una fuente
de verdades espíritas de las que ningún editor quería
hacerse cargo. Allan Kardec, tal sería desde entonces su
seudónimo, se encargó de la edición de El Libro de los
Espíritus. Estamos en 1857. La primera aparición tuvo
lugar el 18 de abril de ese mismo año. Al momento de
publicar, el profesor Rivail se vio en aprietos para saber
cómo firmaría su obra. Siendo su nombre muy conocido
por el mundo científico, en razón de sus trabajos
anteriores, y pudiendo llevar a una confusión que hasta
perjudicara el éxito de su empresa, decidió firmar con
el nombre de Allan Kardec que le había sido revelado
por su guía, un nombre que llevaba en tiempos de los
druidas. Y este libro, rechazado en todas partes, tuvo un
éxito extraordinario.
Sobre el escritorio de Rivail, que finalmente conservaría
el seudónimo de Allan Kardec, hubo un alud de cartas,
provenientes de todos los medios, sobre todo de los
medios obreros: se leía a Kardec en las urbanizaciones
obreras y en las chozas. Se lo leía también en los palacios.
Anna Blackwell, la traductora inglesa del afortunado
autor, nos informa que Napoleón III lo hizo ir
muchas veces a las Tuileries para conversar con él sobre
estos asuntos que apasionaban a la pareja imperial.
La obra filosófica que acababa de nacer plantea las bases
de la doctrina espírita y explica el pasado, el presente y
el futuro del ser humano. Una parte de verdad acababa
de escribirse en tinta indeleble.
“Cuando haya venido el consolador, el Espíritu de Verdad,
os conducirá en toda la verdad; pues no hablará de sí
mismo, pero dirá todo lo que haya oído, y os anunciará las
cosas por venir”. (Juan XVI-13)