EL POR QUÉ DE UN NUEVO BLOG

Después de abrir y mantener actualizado el blog: CENTRO VIRTUAL DE ESTUDIOS

ESPIRITISTAS Y AFINES, para la formación doctrinaria dentro de los postulados eminentemente racionalistas y laicos de la filosofía espírita codificada por el Maestro Allan Kardec que exhibe la Confederación Espírita Panamericana, a la cual nos adherimos, creímos conveniente abrir un nuevo Blog de un formato más ágil y que mostrase artículos de opinión de lectura rápida, sin perder por ello consistencia, así como noticias y eventos en el ámbito espírita promovidos por la CEPA, a modo de actualizar al lector.
Esa ha sido la razón que nos mueve y otra vez nos embarcamos en un nuevo viaje en el cual esperamos contar con la benevolencia de nuestros pacientes y amables lectores y vernos favorecidos con su interés por seguirnos en la lectura.
Reciban todos vosotros un fraternal abrazo.
René Dayre Abella y Norberto Prieto
Centro Virtual de Estudios Espiritistas y Afines "Manuel S. Porteiro".



miércoles, 9 de octubre de 2013

EL MUNDO INVISIBLE Y LA GUERRA
Léon Denis, el apóstol del espiritismo
por
CHRISTOPHE CHEVALIER


Léon Denis escribe El Mundo Invisible y la Guerra durante
la primera guerra mundial, en un contexto histórico
de acontecimientos dolorosos y particularmente
complejos. En efecto, desde octubre de 1914, es decir
justo después de la orden de movilización de las
tropas francesas el 3 de agosto, Léon Denis comienza
la redacción de su obra, teniendo como objetivos
principales demostrar que los combates no ocurren
únicamente en los diversos escenarios de guerra, sino
también en el más allá; que la sociedad de los hombres
es el resultado de una falta de evolución global que
tiene su origen en la falta de educación de las jóvenes
generaciones y, finalmente, demostrar que la religión,
encerrada en sus dogmas y sus ritos está en completa
oposición con la filosofía espírita. Para hablar de lo que
es propiamente la guerra, Léon Denis que reconoce
la valentía y el coraje de los soldados, trata también
de mostrar que estas cualidades son a menudo
influenciadas por lo invisible, igualmente formado
en orden de batalla. Éste, poblado de espíritus de
diferente evolución espiritual, en busca de soluciones
tácticas para orientar la victoria lo más rápidamente
posible, influencia positivamente, pero también
negativamente, a los oficiales más receptivos.
Entre los mensajes espíritas transcritos en esta obra,
hay tres que, ellos solos, podrían sintetizar la génesis
de esta abominable guerra y las pasiones que ella
desencadenó. El primero es de Heinrich Heine, un poeta
alemán que prefirió Francia a Alemania y se dirigió
a Bismarck recordándole sus iniciativas guerreras,
su brutalidad y la ignominia de su obra. Ese mismo
Bismarck le respondió por mensaje interpuesto, sobre
la grandeza de su trabajo que permitía a Alemania,
para él por encima de todo, aplastar a sus enemigos
por la fuerza. Luego, el espíritu de Federico III que sólo
pudo comprobar con gran tristeza la debilidad de su
hijo, Guillermo II, que impulsó la política de Bismarck a
su paroxismo. Estas tres manifestaciones nos muestran
claramente dos espíritus perfectamente conscientes
de los objetivos y otro que se obstina en la ceguera y
la guerra. Continúan pues, a su manera, influenciando
a los hombres en un sentido o en otro. Otro mensaje,
recibido por un joven soldado en el frente, espírita
clariaudiente, le indicó también las interacciones entre
los dos mundos. En efecto, los Espíritus brindan su
apoyo a los soldados agonizantes, recuerdan el libre
albedrío de los hombres y les exhortan a que retengan
todas las lecciones de esta tragedia para que no resurja
nunca. ¡Esfuerzo perdido cuando los hombres volvieron a
empezar dos decenios más tarde!
Léon Denis trata de demostrar que el mundo invisible que
rodea la Tierra es particularmente activo, incluso hasta
parte implicada en la cercana victoria francesa; todos los
Espíritus que se manifiestan en este período crucial del
siglo XX, en algún momento de su vida y de su acción, han
participado en la historia de Francia.
La religión y la educación ocupan un lugar importante
en este libro. Para Léon Denis, es muy lamentable que
los cincuenta años que precedieron a este conflicto, no
hubieran visto cristalizar la filosofía espírita codificada por
Allan Kardec y divulgada por numerosos simpatizantes.
En efecto según él, las sociedades europeas prefirieron
tonificarse con el materialismo, al que compara con “un
fruto venenoso”, mientras que la filosofía espírita conjuga
“los principios esenciales y elementales de la ciencia, la
filosofía y la religión”. Hace un verdadero alegato en favor de
los hombres de ciencia que se inclinaron ante las pruebas
de la supervivencia del alma rechazadas en bloque por las
instancias religiosas. Del mismo modo que rechazaron el
axioma de los sabios que afirmaban que la Tierra no era el
centro del Universo, rechazaron ferozmente un espiritismo
cristiano. En cuanto a la educación oficial, que debería ser
el punto de anclaje de elevados principios morales, que
eviten todos los oscurantismos, excluirá la verdad de la
supervivencia, limitándose a enseñar falsas verdades, todo
para hacer promoción a un sistema que impulsa a los seres
a atribuirse cualidades ficticias y méritos imaginarios, en
detrimento de opiniones fuertes y valores humanos. En
El Mundo Invisible y la Guerra, Léon Denis realiza un fino
análisis de la constante interacción entre nuestros dos
mundos, el visible y el invisible. Con sus libros y sus tomas
de posición, contribuirá vigorosamente a la puesta en
evidencia del espiritismo.

martes, 8 de octubre de 2013

Léon Denis, el apóstol del espiritismo
por
J O C E LY N E C H A R L E S

EL GRAN ENIGMA

El Gran Enigma, Dios y el Universo,
editado en 1911, es la quinta obra
publicada por Léon Denis. Los temas
abordados son Dios, la Ley universal, la
Naturaleza y la Reencarnación. El autor
se expresa con poesía y delicadeza; las
palabras cantan, particularmente en los
capítulos sobre la Naturaleza.
Al lector
Léon Denis se dirige en primer lugar
al lector y explica las razones por las
cuales escribe este libro:
“¿Dónde y cómo soñé con escribirlo? Era una tarde de
invierno, una tarde de paseo en la costa azul de Provenza…
Una voz me dice: Publica un libro que nosotros te
inspiraremos, un libro pequeño que resuma todo lo que el
alma humana debe conocer para orientarse en su camino;
publica un libro que demuestre a todos que la vida no es
una cosa vana, que uno puede usar con ligereza, sino una
lucha por la conquista del cielo, una obra elevada y seria
de edificación, de perfeccionamiento, una obra regida por
leyes augustas y justas, por encima de las cuales revolotea
la Justicia eterna, temperada por el Amor”.
Primera parte: Dios y el Universo
¿Hay en el Universo un objetivo, una ley? Si la inteligencia
está en el hombre, debe encontrarse en este Universo
del cual éste es parte integrante. ¿Quién pues gobierna
los mundos si no es Dios, la suprema inteligencia? Otras
tantas cuestiones que el autor tratará de resolver.
“Dios se manifiesta por el Universo que es su representación
sensible, pero no se confunde con él. No es pues en los
templos construidos por los hombres donde hay que
buscar a Dios, sino en la Naturaleza que es su templo
eterno… Nacidas de Dios, todas las almas son hermanas.
De la paternidad de Dios emana la fraternidad humana”.
El escritor desarrolla los temas de la solidaridad y la
comunión universal. “Todo nos habla de Dios, lo visible
y lo invisible. La inteligencia lo percibe, la razón y la
conciencia lo proclaman”. Pero sobre todo, el hombre
es capaz del amor y lo que lo caracteriza,
es el sentimiento. Es a esta fuente a la
que hay que acudir para concebir al Ser
Supremo. El autor ve manifestarse la
acción de Dios de manera permanente
en la historia. En el pasado, puede
observarse ese impulso de la humanidad
hacia lo mejor, a pesar de las fallas y
los inevitables retrocesos, fruto de sus
errores y su estado de inferioridad. “Lo
que demuestra, en forma clamorosa, la
intervención de Dios en la Historia, es
la aparición, en momentos adecuados,
en horas solemnes, de grandes misioneros que vienen
a tender la mano a los hombres y volverlos a colocar en
el camino perdido, enseñándoles la ley moral y el amor
a sus semejantes… Entonces, ¿quién los impulsa hacia
adelante, si no es la mano de Dios?”.
Segunda parte: El libro de la Naturaleza
La segunda parte de la obra está dedicada a la
Naturaleza. En el cielo estrellado, el mar, el bosque
y la montaña, Léon Denis reconoce el sello divino,
resuelve el enigma y escucha la suprema lección que
es amar. Entonces su corazón rebosa de alegría, y de
su alma brota espontáneamente la oración que no
es un balbuceo mecánico, sino verdaderamente una
proyección del ser hacia Dios, su fuente y su fin.
Tercera parte: La ley circular, la vida, las edades de la
vida, la muerte

La ley circular rige las evoluciones de la Naturaleza, de
la historia y de la humanidad. Cada ser gravita dentro
de un círculo, cada vida describe un circuito, toda la
historia humana se divide en ciclos. De allí resulta la ley
de la reencarnación.
Terminaremos esta presentación citando la primera
frase de esta obra: “En las horas pesadas de la vida, en los
días de tristeza y de agobio, ¡abre este libro! Eco de las voces
de lo alto, él te dará el valor; ¡y te inspirará la paciencia y la
sumisión a las leyes eternas! (…)”

domingo, 6 de octubre de 2013


CONAN DOYLE Y LÉON DENIS,
UN RESPETO MUTUO

LE JOURNAL SPIRITE N° 93 JUILLET 2013


En su discurso de apertura del Congreso Espírita de 1925
en París, que reunía a los representantes de veinticinco
naciones, Léon Denis rindió un vibrante homenaje a los
investigadores ingleses y especialmente a Sir Arthur
Conan Doyle:
“Honremos a estos hombres laboriosos que, con la frente
en alto y el alma serena, no han temido enfrentar la
opinión hostil, proclamar su convicción y el resultado de
sus trabajos. En primera línea, coloco a los sabios ingleses
que, desde William Crookes hasta Lodge, pasando por
R. Wallace, Myers y Barrett, sin olvidar a nuestro amigo
Conan Doyle, han dado tan gran ejemplo. Con frecuencia
he citado este ejemplo de los sabios ingleses, y recordado
el coraje con que han enfrentado la opinión. Es a ellos a
quienes debemos el ver hoy elevarse este magnífico edificio
del pensamiento y de la ciencia humana”.
¿Qué tienen en común estos dos hombres que la Mancha
separa, uno, prolífico escritor y padre de Sherlock
Holmes, el otro considerado como “el apóstol del
espiritismo” y sucesor de Allan Kardec? Evidentemente,
la defensa de la idea espírita, su profunda convicción y su
indeclinable empeño por la difusión del espiritismo y su
lucha contra el escepticismo, no podían sino reunirlos.
Nacimiento de la idea espírita
Iniciado con las mesas giratorias entre 1885 y 1888
cuando todavía era médico, Conan Doyle decide efectuar
una serie de investigaciones sobre el fenómeno. Se une
a la Sociedad de Estudios Psíquicos. Sus detractores le
atribuyen esta curiosidad a la pérdida de su hijo menor,
Kingsley, en la guerra.
Conan Doyle admite de buena gana que ese duelo le ha
abierto los ojos sobre otro mundo y que “estos estudios
psíquicos, que había proseguido por tanto tiempo,
eran de una inmensa importancia y ya no podrían ser
consideradas como un simple pasatiempo intelectual o la
búsqueda de la continuación de una novela fascinante”.
Su certeza está en su experiencia: “Nunca hay un mes,
una semana, que no converse con él. ¿Por qué deberíamos
temer a una muerte que conocemos por algunos y que es
la puerta de indecibles goces?”
Desde comienzos de 1916, se dedica esencialmente
al tema espírita con su segunda esposa. Organizan
conferencias en numerosos países. A las críticas responde
incansablemente: “Puedo afirmar solemnemente que en
el curso de mi larga carrera como investigador, no recuerdo
un solo caso donde se haya mostrado claramente que me
había equivocado en un punto grave, donde haya dado
un certificado de honestidad a una manifestación que
haya sido claramente probada luego como deshonesta.
Un hombre crédulo no toma veinte años de lectura y
experiencias para ofrecer sus conclusiones”.
Una lucha sin descanso
Los periódicos más opuestos a la doctrina espírita,
como el New-York Times, se estremecieron ante la
lectura de un artículo aparecido en noviembre de
1916 en The Light, firmado por Sir Arthur Conan Doyle,
convertido en ardiente defensor de la vida después de
la muerte.
Durante una intervención pública el 11 de marzo
de 1920 en el Queen’s Hall de Londres, se mostró
impecable en un debate con Joseph McCabe, de
la Rationalist Press Association. Para introducir sus
palabras, sacó un librito negro: “En este libro, le dijo
al público, he anotado los nombres de ciento sesenta
hombres eminentes que creen sin ninguna reserva en la
verdad de la ciencia espírita. Estos hombres son políticos,
diplomáticos, escritores, científicos, militares, ejecutivos,
artistas. ¿Debe considerárseles como una partida de
bobos? La calidad de algunos adeptos al espiritismo
simplemente nos obliga a considerar esta nueva ciencia
sin prejuicios desfavorables”. (Coren, 1996, p. 169-170)
Entre 1917 y 1930, publica seis obras sobre espiritismo
además de su Historia del Espiritualismo en 1926.
Siempre combativo, escribe en la introducción de su
libro La Nueva Revelación (marzo de 1918): “A todos
aquellos, hombres y mujeres, desde los más humildes,
hasta los más instruidos, que durante setenta años han
tenido la fuerza de carácter para enfrentar el ridículo o
los prejuicios de este mundo, a fin de afirmar su fe en una
Verdad suprema…”
Nacimiento de una amistad
La amistad entre Léon Denis y Sir Arthur Conan Doyle
nace cuando éste manifiesta el deseo de traducir al
inglés Juana de Arco Médium (Léon Denis, 1910) que
se convertirá en The Mystery of Jeanne d’Arc (1926). Su
correspondencia comienza en 1923, cuando el autor
de Sherlock Holmes solicita permiso a Léon Denis para
traducir su libro. Ese mismo año, Conan Doyle muestra
al público del Carnegie Hall fotografías del cenotafio
de White Hall en Londres, tomadas el 11 de noviembre
de 1923, día conmemorativo del armisticio. Cada año,
desde la guerra, tres minutos de silencio honraban la
memoria de los soldados británicos caídos en el campo
de honor. Los clisés proyectados muestran varios
cientos de rostros que, según Sir Arthur, representan los
soldados muertos. Fue por un médium inglés rodeado
de espíritas que se obtuvieron tres clisés. El periódico Le
Midi, fechado el 12 de abril de 1923, destaca la intensa
emoción del público durante esta proyección fuera de
lo común.
Sir Arthur Conan Doyle no olvida hacer llegar a Léon
Denis esos clisés del monumento de White Hall,
acompañados por una carta impregnada de respeto: “Le
saludo como a un viejo guerrero en batalla y también como
a un gran escritor francés”. El 23 de septiembre de 1924,
Conan Doyle le hace enviar la fotografía psíquica del Dr.
Geley que había sido registrada a las 11 de la mañana
en el British collège of Psychic Science, en el círculo Crewe,
documento que en la época fue mencionado por las
publicaciones espíritas. En la foto, tomada el 24 de julio
de 1924, Léon Denis pudo ver la imagen suspendida
entre tres personas de Gustave Geley, fallecido nueve
días antes.
En el prefacio del libro Léon Denis intimo, escrito por
Claire Baumard que fue su secretaria durante dieciocho
años, Conan Doyle escribe estas líneas en 1929: “Dedico
estas páginas a la memoria de Léon Denis, el maestro
venerado a quien debo una justa comprensión de la
vida y de la muerte”. El retrato presentado expresa, sin
duda alguna, su profundo apego y su viva emoción al
conocerlo: “Sinceramente debo decir que pocos hombres
han producido, en un tan corto lapso de tiempo, una
impresión más viva en mi espíritu. Todavía vuelvo a
ver muy claramente su espalda sólida y fuerte, su aire
majestuoso y su cabeza leonina que recordaban a aquellos
viejos sacerdotes celtas o a los guerreros primitivos, figuras
notables de un tiempo pasado que le encantaba evocar.
Severo pero benévolo, impetuoso pero sabio, emotivo pero
reflexivo, tales eran las cualidades tan diferentes que percibía
sobre ese notable rostro. Como escritor, me conmueve
profundamente… Ahora, me desvanezco para dejar al
lector enterarse más íntimamente de la historia terrenal de
este hombre superior, historia escrita por quien tuvo tan
excepcionales oportunidades de conocerlo y comprenderlo”.
Conan Doyle, Presidente honorario del congreso
Durante el Congreso Espírita de 1925, Conan Doyle fue
invitado como presidente honorario y dictó una primera
conferencia en la sala de las Sociedades Científicas ante
un numeroso público, y luego una segunda en la sala
Wagram. Dos mil personas no pudieron entrar y la prensa
de la época mostró su asombro, al comprobar que en
París el espiritismo le interesaba a tanta gente. Léon Denis
se alegró por esa solicitud de la multitud alrededor de Sir
Arthur. En el discurso de clausura del Congreso, destacó
una vez más el alcance de la palabra de su amigo del
otro lado de la Mancha: “Por último, agradeceré sobre todo
a nuestros hermanos ingleses, americanos y de todas las
naciones que han venido a participar en nuestros trabajos,
y especialmente a Sir Arthur Conan Doyle que ha dado un
impulso tan vigoroso a la opinión espírita, y ha hecho resonar
en toda la prensa francesa su palabra vibrante y el resultado
de sus proyecciones. Nos ha prestado una colaboración que no
olvidaremos jamás, y cada vez que quiera regresar a Francia,
lo mismo que ustedes, mis Hermanas y Hermanos, serán
acogidos de una manera absolutamente sincera y fraternal.
Uno a estas palabras, mis respetos a Lady Conan Doyle quien
ha querido acompañar al ilustre escritor a través del mundo,
porque es en todo el mundo donde ha sembrado el germen de
la verdad y la creencia”.
A los ochenta años, casi ciego, Léon Denis dirá a la salida
del Congreso que ha pasado el tiempo de la impugnación
de la idea, dejando lugar finalmente a la discusión, pues
él, como Sir Arthur Conan Doyle cuyo coraje admira, han
sabido dar la fuerza necesaria a la idea de la inmortalidad
del alma, de las vidas sucesivas y de la evolución, para que
sea oída y estudiada. Pruebas, ¡siempre las habrá!
LE JOURNAL SPIRITE N° 93 JUILLET 2013
D O S S I E R
Léon Denis, el apóstol del espiritismo
por
C O LO M B E J A C Q U I N
Para comprender al hombre, escuchemos primero un
extracto de su testamento moral: “Llegado al atardecer
de la vida, en esta hora crepuscular donde una nueva
etapa finaliza, donde las sombras suben a porfía y cubren
todas las cosas con su velo melancólico, considero el
camino recorrido desde mi infancia, dirijo luego mi mirada
hacia adelante, hacia esa salida que pronto se abrirá para
mí, sobre el más allá y sus claridades eternas. A esta hora,
mi alma se recoge y se despoja de antemano de las trabas
terrestres; comprende el objetivo de la vida, consciente de
su papel en este mundo, agradecida de los favores de Dios,
sabiendo por qué ha venido y por qué ha actuado”.
Este extracto de una de las últimas páginas de Léon
Denis ubica bien al personaje: un estilo suntuoso, como
ya no se acostumbra, al servicio de una gran voz, de una
hermosa alma. ¿Qué retener de esta vida tan austera y
tan colmada, que no se apaga sino a más de los ochenta
y un años? Él mismo nos lo va a decir, en el mismo
texto: “He dedicado esta existencia al servicio de una gran
causa, el espiritismo que será ciertamente la creencia
universal, la religión del porvenir”. Ni una sola duda, ni una
sola aflicción en este momento decisivo; es la voz de un
gigante que va a callar, después de la misión cumplida.
En su tiempo fue adulado por su público y tratado por
la Iglesia como un diablo en una pila de agua bendita.
Examinemos su vida, se descubrirá allí a un hombre
humilde y autodidacta llamado a la extraordinaria
misión de ser portavoz del espiritismo.
Un hombre humilde y un autodidacta realizado
Nació el 1º de enero de 1846, en Foug, de padres pobres.
El padre, albañil asalariado, sin empresa personal,
no podrá darle la posibilidad de seguir los estudios
que su inteligencia muy vivaz y su gusto por el saber
podían permitirle. La madre se ocupa del hogar y de
los niños. Sus maestros intervendrán a su favor, pero
la familia tiene demasiada necesidad de su salario, y
sería incapaz de pagar sus gastos de matrícula. Al ritmo
de los empleos del padre que es primero obrero en
Estrasburgo y después en Burdeos, antes de un puesto
de jefe de una estación muy pequeña en
las Landas, luego en el Jura, Léon Denis
multiplica las tareas de obrero, aprendiz
o ayudante de su padre. Durante sus
noches, se impone un segundo empleo:
lee y prosigue, solo o con la ayuda del
instructor local, los estudios primarios y
secundarios que no puede seguir. En 1852
la familia se establece en Tours y de allí no
se moverá más; su situación económica
permanece precaria siempre. Léon trabaja
entonces más que nunca, primero en
una industria de loza, luego una casa
de cueros donde realiza pesadas labores manuales.
Destacado por su inteligencia, accede rápidamente a
puestos de empleado administrativo y contable, mejor
remunerados y donde va a sobresalir. Se convierte en
viajante de comercio itinerante, en Francia y luego en
el extranjero.
Se inscribe en cursos nocturnos que le ofrecen un
complemento, y desgasta sus ojos leyendo sin cesar
para adquirir una cultura universitaria. Se apasiona por
la geografía y la historia, pero también por la filosofía, las
artes y las letras, etc. En algunos momentos considera
llevar una vida normal, casándose, en el marco de
un amor compartido, pero comprende que toda su
vida deberá mantener económicamente a sus padres
que viven con él. Renuncia entonces al matrimonio
y permanece célibe; se consuela en la lectura y los
estudios. Se apasiona por las grandes cuestiones de
la filosofía. Dios le atrae, pero rechaza los dogmas y
la pequeñez de las Iglesias. Como lee todo lo que se
incluye en las vitrinas de las librerías, un día encuentra
en Tours un título que le llama la atención: El Libro de
los Espíritus, por Allan Kardec. Tiene dieciocho años, lo
adquiere enseguida y devora el libro a escondidas de su
madre, a quien teme inquietar con una literatura poco
ortodoxa. Su convicción es un hecho: el espiritismo es
la clave que buscaba de la comprensión del mundo. Se
volverá pues espírita. Para su gran alegría, su madre, de
quien es muy cercano, también lee el libro a escondidas
de su hijo y manifiesta el mismo entusiasmo. Su padre
se adherirá posteriormente. Toda la familia alienta al
hijo pródigo a entrar al servicio del espiritismo que se
difunde rápidamente en Francia. Desde 1862 se forman
varios grupos espíritas en Tours, con él, luego alrededor
de él, pues allí también se destaca rápidamente por
su cultura y sus múltiples talentos. A partir de allí ha
encontrado su vocación; desde Tours se convierte en
uno de los faros del espiritismo de su época.
En adelante su carrera acumula responsabilidades y
éxitos nacionales e internacionales. Tours le permite a
Léon Denis conocer las escuelas de pensamiento que
lo prepararán para una admirable carrera de orador.
La educación le apasiona: rápidamente se convierte
en militante de la Liga de la enseñanza que difunde en
Tours, así como en otras partes, el programa
de la escuela republicana gratuita, laica
y obligatoria. El militante convencido
se convierte en un propagandista muy
apreciado. Combina sus viajes de negocios
con un ciclo de conferencias, a veces con
Jean Macé, presidente de la Liga de la
enseñanza, en favor de poner en marcha la
escuela republicana.
Igualmente, en 1869, es admitido en el
seno de la Francmasonería en la logia
de los “Démophiles”, (los amantes del
pueblo), cuyas ideas laicas y republicanas
complementan la doctrina de la Liga de la enseñanza.
Rápidamente se convierte en el orador de su logia, es
decir el que cierra los debates y pronuncia los discursos.
Esto se corresponde bien con su gusto por una cultura
humanista, y le obliga a leer aún más y a preparar sus
intervenciones. Con mucho es el espiritismo el que
predominará en su preferencia, con su práctica personal
en el seno de los círculos espíritas de Tours. Lee todos los
libros y artículos que puede encontrar sobre el tema; y
rápidamente se convierte en una enciclopedia espírita.
En vida se reunirá poco con Allan Kardec: tres veces en
total, a partir de 1867, pero será recibido por él en París,
antes del deceso del Maestro en marzo de 1869.
La guerra de 1870 pone fin a este aprendizaje, en pro
del compromiso patriótico. Primero es exonerado
y más tarde, después de la derrota de Sedan, es
aceptado en los ejércitos de la República donde
obtiene rápidamente sus galones de suboficial y luego
de oficial. El fin de la guerra lo reintegra a Tours y a su
destino marcado por las sesiones espíritas; es alentado
por los Espíritus para que se dedique a la propaganda
y la difusión del espiritismo. A partir de 1873, comienza
a escribir para este trabajo de difusión que lo lleva a
aceptar conferencias en las ciudades, hasta cuarenta
y cinco por año, y donde ejerce también su trabajo de
representante de comercio. Será cerca de Tours, luego
en Francia, en Córcega y finalmente en el extranjero:
Italia, Túnez, África del Norte. Para él, estos viajes son
también fabulosas oportunidades de descubrir paisajes,
hábitos y costumbres de vida. Por ejemplo, surcará a
pie el Alto Atlas, casi solo, yendo a lugares por donde
ningún europeo había pasado. Desarrolla un amor muy
particular por la naturaleza, los animales y los humildes.
Se convierte en un apasionado de la montaña, que
también incita a la elevación del espíritu, hacia las
realidades del más allá que le apasionan.
Sus cualidades de orador lo hacen cada vez más
apreciado. Un notable local le propone, a los treinta y
cinco años, convertirse en su sucesor en la Asamblea
Nacional. Declina cortésmente la invitación,
alegando principalmente sus problemas de salud.
Sufre una operación luego de una oclusión intestinal.
Su vista continúa decayendo regularmente. A pesar
de todo, se convierte en representante nacional e
internacional de los espíritas.
En diciembre de 1882, lógicamente es nombrado
miembro de un congreso nacional destinado a crear la
Fundación de Estudios Espíritas, encargada de la difusión
de las ideas espíritas, especialmente con un periódico,
Le Spiritisme. Desde entonces frecuenta hasta su muerte
a Amélie Boudet, viuda de Allan Kardec, a Pierre-Gaétan
Leymarie, célebre librero y más tarde editor en París,
que se ha puesto al servicio del espiritismo, igualmente
a Gabriel Delanne, otro hijo espiritual de Allan Kardec,
y a muchas otras personalidades. Es reconocido como
orador tanto como colaborador regular de las revistas
espíritas, y luego como autor de obras de doctrina
espírita, en la más estricta línea de la enseñanza de Allan
Kardec. Durante el Congreso Internacional Espírita de
1889, donde los numerosos adversarios del espiritismo
le hacen la vida imposible a los espíritas, defiende
brillantemente las tesis. Igual que Kardec, aparece como
un brillante defensor del espiritismo experimental y
científico. También sostiene regularmente el destino
divino del hombre, más allá de los dogmas y las
pequeñeces de las religiones. En conjunto, gusta
mucho su estilo brillante y poético al servicio de ideas
muy cercanas al mensaje de Jesús; los críticos lo exaltan,
o bien lo demuelen, cuando están al servicio de ideas
tradicionales como las del clero católico oficial. Hasta
la Gran Guerra, proseguirá conferencias, congresos
espíritas y encuentros con todos los auditorios: mineros
belgas, obreros del Norte, pequeños y medianos
burgueses, universitarios, aristócratas y gente modesta,
sobre todos los temas vinculados con el espiritismo:
espiritismo e idea de Dios, espiritismo y cuestiones
sociales, materialismo y espiritualismo, el ser y el destino,
etc. Atrae a sus ideas a numerosas personalidades, aun
entre el clero. Pasa por todas las ciudades, incluyendo
Nancy, donde fue todo un éxito evocando sus orígenes
loreneses y su admiración por Juana de Arco, sobre
quien se volverá inagotable.
Es presidente del Congreso Espírita Internacional de
1900 y comienza a combatir las ideas de la metapsíquica,
antecesora de nuestra actual parapsicología, que
reconoce los fenómenos paranormales, pero rechaza
toda noción del más allá. Según esta teoría no habría
sino fenómenos humanos, aún no aclarados. Él, defiende
brillantemente los fenómenos espíritas y su vínculo con
el mundo de los espíritus. También es muy brillante
en los Congresos de Lieja en 1905, como presidente
honorario y luego en el Congreso de Bruselas en 1910,
finalmente en el Congreso Internacional de Ginebra en
1913. Termina los Congresos en 1925, en plena gloria y
siendo largamente aclamado por el Congreso entero.
Su amigo Gaston Luce lo describe así: “Léon Denis era de
estatura mediana, de ancho de espalda un tanto macizo.
Caminaba balanceando los hombros como un viejo lobo
de mar. Todo en su persona daba impresión de robustez y
solidez… Afanoso, el intenso trabajo cerebral acapara la
mayor parte de sus fuerzas. Su salud seguía siendo delicada
pero eso no le impedía ser un intrépido caminante… Se
sentía que la voluntad reinaba soberana en él… Bajo
la frente inclinada en forma de torre, a lo Hugo, el rostro
que corta el mostacho galo, irradia inteligencia”. Después
de la muerte de sus padres, cuando ha vivido mucho
tiempo con su madre, se encuentra solo, desde 1903
y cada vez más invidente. Los amigos y relacionados
compensarán un poco la soltería forzada. Durante un
tiempo vive también con la Sra. Forget, su médium
preferida, que falleció en 1917. El anciano cambia
completamente de apariencia, y cada vez más recuerda
a un druida con su frondosa barba; sus contemporáneos
evocarán un parecido con Tolstoi. Palia su soledad con
una sólida red de amistades y relaciones. Su reputación
se torna inmensa; tenderá sin embargo a chocar con
la pequeñez de los hombres y especialmente con sus
celos. En 1906 se gana enemigos suplementarios al
intervenir vigorosamente en el caso del médium Miller,
de excelente reputación hasta entonces, pero pillado in
fraganti en simulación de un espíritu, durante una sesión
de espiritismo en París. Léon Denis condena firmemente
toda estafa, pero igualmente recuerda que no por
ello hay lugar para considerar como trampas todas las
manifestaciones obtenidas, cuya seriedad y veracidad
han sido demostradas con gran frecuencia. El mundo
católico tradicional ataca regularmente, calificando a
los fenómenos espíritas de satánicos. Siempre salta con
ímpetu a la palestra y desarma las cábalas. Lo cito: “La
Iglesia haría bien en pensarlo dos veces antes de lanzar
sus anatemas contra la gente honrada, buenos y leales
obreros de la verdad… Podríamos citar más de un caso
de locura religiosa, de histeria mística que han causado
resonantes escándalos… ¿Nos ha
venido la idea, a los espíritas, de
explotar contra la Iglesia un delito
parecido…? Sabemos que en este
mundo el hombre abusa de todo,
hasta de las cosas más sagradas. El
espiritismo tiene sus simuladores y
sus exaltados, como la ciencia tiene
sus charlatanes y como la religión
tiene sus impostores”.
Seduce a numerosas personalidades,
que pasan a verlo y mantienen
correspondencia con él. Será el
caso de Arthur Conan Doyle, que lo
traducirá y difundirá en el mundo
anglosajón. Jean Jaurès lo recibirá
personalmente en Tolosa y le testimoniará
su amistad.
El viejo luchador se cansa. Abandona
el extenuante ciclo de conferencias
pero escribe mucho para las revistas
de espiritismo. En 1910 renuncia
a la Sociedad Francesa de Estudios
de los Fenómenos Psíquicos, luego
de pérfidos ataques internos que
lo agobian. Y, por más que se
afligió Gabriel Delanne, que dirigía
junto con él esta realización, mantuvo su renuncia,
conservando toda su amistad por Delanne. Sobreviene
la gran guerra, que suspende totalmente los progresos
del espiritismo. Léon Denis, que en 1914 tiene sesenta y
ocho años, va a sufrir profundamente por ese retorno a
la brutalidad, sin desesperar nunca de la salida favorable
del conflicto. Termina casi ciego y muy disminuido
físicamente, pero su espíritu y su determinación están
intactos. Aprende el braille y debe tomar una secretaria
hasta el final de su vida, para dictarle correspondencia y
libros. Permanece en el trabajo en favor del espiritismo.
Jean Meyer, próspero empresario convertido al
espiritismo, pondrá toda su fortuna y toda su alma en
esta obra de renacimiento. Pide ayuda a Léon Denis que
le promete una colaboración regular en la nueva Presse
Spirite. Rechaza en cambio el cargo de presidente de
la nueva Unión Espírita, a pesar de la insistencia de
Meyer. Su salud, su casi ceguera, así como su edad y
su deseo de no dejar más Tours, prevalecen sobre el
deseo de ser todavía útil. Acepta a lo sumo una honrosa
“Presidencia honoraria”. El Congreso Internacional de
1925 en París, que es su último mandato, dedica una
casa a los espíritas así como al Instituto Metapsíquico
Internacional. Observa con satisfacción este ascenso y
se retira definitivamente en su casa de Tours, para no
dedicarse más que a la escritura, para las revistas y para
sus últimos libros. Fallece el 12 de abril de 1927, apenas
un mes después de haber terminado El Genio Celta,
ampliamente inspirado por el espíritu de Allan Kardec.
Encontrémosle durante la redacción
de su testamento filosófico. Se le
percibe orgulloso de la vida que ha
vivido: “Por la causa del espiritismo he
renunciado a todas las satisfacciones
materiales, pero en definitiva soy feliz
de acercarme a los que me esperan
allá arriba en la luz divina… Quiero
que los recursos que dejo sean
dedicados al servicio de esta misma
causa”. Ni un solo arrepentimiento,
y una fe tan ardiente como al
comienzo de su apostolado. Parte
en plena gloria, persuadido de que,
después de él, el espiritismo no
puede sino crecer y embellecerse
especialmente en Francia. Pero,
por el contrario, hubo un creciente
retroceso con la metapsíquica y
luego con la parapsicología que
cortó los puentes con el más
allá. Finalmente, las ideologías
totalitarias engendraron la última
gran guerra y abrieron un bulevar al
materialismo dominante.
¿Habría Léon Denis luchado en
vano? Felizmente podemos afirmar
que nada de eso. Desde el más allá, sigue con entusiasmo
el renacimiento del espiritismo, especialmente a través
de nuestro grupo espírita conforme a la teoría y la
práctica de Allan Kardec. Escuchémosle, en mensaje
espírita: “El espíritu se incorpora, se une entonces a un
cuerpo extraño (en este caso se trata de una sesión de
incorporación) para encontrarse con las sensaciones
pasadas a fin de proponerles (en el sentido de discutir con
los espíritas) sobre la verdad, sobre su supervivencia, sobre
su vida, sobre su amor, sobre sus envidias y, en fin, sobre su
deseo de decirles: No, yo no estoy muerto, vivo como viven
ustedes, simplemente que en un plano distinto”. ¿De qué
nos habló? De espiritismo, evidentemente. Cito otro
mensaje: “Espiritismo viviente, espiritismo que es preciso
afirmar siempre en su definición, espiritismo que es preciso
revelar siempre a aquellos que aún no saben, espiritismo
vivido entre los hombres, espiritismo que vengo a seguir
viviendo con ustedes”. Se le encuentra siempre en su
inmenso amor a Dios; cito otro mensaje: “Nosotros somos
la filosofía del infinito. Somos la filosofía de Dios, de Dios
que ya no es más un misterio, sino de Dios que es preciso
saber mirar, sino de Dios que es preciso saber escuchar,
sino de Dios que es preciso saber amar”. Este mensaje de
esperanza está acorde con toda su vida: el espiritismo
sigue siendo para él el porvenir filosófico y social del
mundo y su renovación está siempre en marcha luego
de las traiciones y los olvidos materialistas. Es por esa
metamorfosis que Léon Denis sigue expresándose.
El Cristianismo, religión dominante en particular en
Francia, ha sufrido en el transcurso de los siglos una
transformación que la aleja considerablemente del
mensaje original de Jesús, mensaje que se encuentra
completado, demostrado y experimentado a través del
espiritismo. Es lo que ya demostraba Léon Denis en su
obra Cristianismo y Espiritismo.
El Cristo no escribió nada, los primeros evangelios
aparecen entre el año 60 y el año 80. Aun cuando divergen
un tanto según sus redactores, Juan, Marcos, Mateo o
Lucas, al menos han puesto de relieve el mensaje de Jesús,
a saber la paternidad de Dios y la fraternidad humana.
Con Pablo vieron la luz nuevos conceptos y con ellos
cierta cantidad de doctrinas confusas como la divinidad
de Jesús, la creencia en Satanás y el infierno, la gracia y
la redención. En general, los textos escritos se resienten
de las pasiones y prejuicios de la época, asociados a los
diversos elementos introducidos con los años por los
Papas y los Concilios. En un primer tiempo, la Iglesia sirvió
a la causa de la humanidad, alentando en los pueblos
bárbaros ideas generosas que pondrían fin al politeísmo
griego y romano, pero fue culpable de prolongar
indefinidamente el estado de ignorancia de la sociedad,
obstaculizando el desarrollo de las ciencias y la filosofía.
No respetó la palabra de Jesús que no exigía cultos ni
ceremonias, que pedía caridad, bondad y sencillez, y
que proclamaba la sucesión de las vidas por medio de la
reencarnación, la pluralidad de los mundos y la estrecha
unión y solidaridad entre los dos mundos. De esa manera,
los primeros cristianos se comunicaban con los espíritus
de los muertos y de ellos recibían enseñanzas a través de
profetas que no eran otra cosa que médiums. Animados
por el espíritu de caridad y abnegación, vivían en una
estrecha solidaridad.
Para hacer oposición a la emancipación de las almas y
en reacción a las enseñanzas recibidas de los Espíritus,
la Iglesia condenó la comunicación espírita y entre 325
y 1870, estableció dogmas que van desde el dogma del
pecado original (que castiga a toda la descendencia de
Adán y Eva), de la Inmaculada Concepción, del misterio
de la Trinidad y para remate el dogma de la infalibilidad
papal. Cada dogma se erigió sobre otro, afirmando lo
que los tiempos anteriores habían negado; así nacen
los sacramentos: bautismo, penitencia, remisión de
los pecados que permite evitar un infierno eterno que
“ofende