Jon Aizpúrua – Psicólogo y Escritor, Ex-Presidente de CEPA.
La noticia de la desencarnación de Gualberto Plaza me afectó en lo más
íntimo, no sólo porque fuimos amigos de décadas, sino porque admiré
siempre su talento y su talante, su cultura y buen ánimo, y su
incondicional disposición para estudiar y servir a la difusión del
Espiritismo, en especial el que interpreta la doctrina enseñada por
Kardec dentro de una concepción laica y librepensadora. Van
transcurriendo los días de aquella triste noticia y sin embargo, con
sobrada frecuencia me envuelve la nostalgia por el recuerdo de las
numerosas ocasiones en que disfruté del calor y la hospitalidad de su
hogar, al lado de Carmen, su eterna y fiel compañera.
Mucho hablé con Gualberto en Miami, en Caracas y Maracay, en San Juan
de Puerto Rico, en Porto Alegre y Sao Paulo, en Buenos Aires y en
Rafaela, ciudades en las que participamos en Congresos y Conferencias
espíritas convocados por la Confederación Espírita Panamericana. En cada
ocasión conversamos mucho sobre Espiritismo, y siempre coincidíamos en
la conveniencia de reafirmar las bases kardecianas de la doctrina
espírita a la vez que debía tenderse a su inaplazable actualización,
aunque también hablamos de otros asuntos relativos a nuestras vidas,
ocupaciones y proyectos.
De esas charlas brotó y se consolidó nuestra entrañable amistad. Conocí
de primera mano su experiencia de joven cubano llevado tempranamente a
la lucha social y política. Supe por sus propias palabras, que se había
entusiasmado por el ideal de una patria libre, democrática, próspera y
con oportunidades para todos sus ciudadanos, que ofrecía un líder desde
la Sierra Maestra, y constaté, por las lágrimas que incontenibles
brotaban de sus ojos, cuanta decepción había en su alma por la traición
de ese líder a sus promesas y cuanto dolor por la entronización en la
patria de Martí de una tiranía de corte totalitario, sustentada sobre
una asfixiante ideología materialista. Me enteré entonces de los meses
que estuvo encarcelado por manifestar su desacuerdo con el inesperado
giro que tomaban los acontecimientos y de su audacia para librarse de la
prisión y desafiar al embravecido mar hasta llegar, literalmente
desnudo, a las playas de la Florida. Igual que otros cientos de miles de
sus compatriotas, Gualberto pagaba el duro precio del exilio por ser
fiel a sus convicciones.
Vendría entonces el difícil proceso de adaptación y recuperación
física, moral y espiritual de su existencia en los Estados Unidos de
América, país al que, agradecido, tendría por segunda patria, aunque
nunca olvidaría su isla preciosa, los blancos muros de su infancia, la
visión del mar cercano, presentido en la brisa de las tardes bajo los
árboles de la plaza, y el amor de los seres íntimos que allí quedaron.
En Miami reorganizaría el hogar junto a Carmen y luego nacerían sus
hijos y más tarde los nietos, dando sentido y alegría a la vida que las
circunstancias habían impuesto. Y en esta pujante capital
latinoamericana de los Estados Unidos, sería el Espiritismo, luminosa
concepción de Dios y de la realidad espiritual y material, la filosofía
que llenaría sus expectativas intelectuales y afectivas, y seduciría su
alma por la racionalidad de sus principios y la belleza de sus
enseñanzas morales y sociales. Aquí ofrecería el concurso de sus mejores
esfuerzos para la constitución de Ciencia Espiritista Kardeciana,
sociedad espírita nítidamente kardeciana, digna heredera de aquel
movimiento espírita cubano que brilló en el firmamento espiritista
panamericano e internacional por la limpidez de sus ideas, su admirable
organización y la calidad intelectual y moral de sus líderes. Ahora,
inspirado en el trabajo pionero del inolvidable Luis Guerrero Ovalle y
de invictos trabajadores espíritas de la primera hora, como Nidia de
Sendra, Norma y Casiano Fernández, y de otros entusiastas idealistas
cubanos y latinoamericanos incorporados paulatinamente, como la dinámica
Sonia Rodríguez, el ánimo de Gualberto se recuperaba de las tristezas
del pasado y se regocijaba al calor del estudio y la divulgación del
Espiritismo, daba rienda al desenvolvimiento de su educada mediumnidad y
disfrutaba el encuentro con almas afines que participan del mismo
empeño, en el ámbito de la vasta e intensa tarea que desde hace más de
seis décadas se ha impuesto la Confederación Espírita
Panamericana.
Para Carmen, hijos y nietos, un afectuoso abrazo, y que la certeza de
la inmortalidad espiritual sirva para aliviar el dolor de la pérdida
material del hombre que en esta existencia les amó como esposo y padre, y
desde su condición desencarnada les sigue amando y prodigando solícitos
cuidados.
Para mis queridos y recordados compañeros de Ciencia Espiritista
Kardeciana, mi palabra de solidaridad ante la partida física del
Presidente de la institución, y de aliento para que en su mismo recuerdo
y como el mejor homenaje por él deseado, sigan adelante librando la
grande y amorosa batalla por el mayor y mejor conocimiento del ideal
espírita.
Para ti, Gualberto, ahora en el plano espiritual, la renovación de los
sentimientos de amistad y cariño que nos unieron y nos mantendrán
vinculados por siempre. Seguiré queriéndote, recordándote y admirándote
porque fuiste conjunción de inteligencia y de bondad, y bondad
inteligente es lo que necesita el mundo para ser mejor, y tu supiste
enseñarla y practicarla inspirado en las luces que te proporcionó la
doctrina espírita, de la cual fuiste digno y apasionado estudioso y
seguidor.
Caracas, 8 de enero de 2012.
EXTRAÍDO
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