de
Manuel Bernal Parodi
De un tiempo a esta parte se está debatiendo el asunto de la actualización del Espiritismo. Algunos lo observan con horror, otros con optimismo y esperanza. Yo soy de estos últimos.
En primer lugar hay que decir que para los que defendemos el aggiornamento del Espiritismo, esta puesta al día no supone, de ninguna manera, la supresión o el cambio de sus principios básicos. Parafraseando a Kardec, puedo decir que para los nuevos tiempos se necesitan nuevos enfoques.
El carácter renovador del Espiritismo es una cualidad intrínseca otorgada por el mismo Codificador: la primera versión de El libro de los espíritus constaba de 501 preguntas y respuestas, la segunda y definitiva de 1018; la segunda versión de su tratado de mediumnidad, El libro de los médiums, contó con una primigenia composición más reducida titulada Instrucción práctica sobre las manifestaciones espiritistas, la cual sigue publicándose, aunque es prácticamente desconocida para la mayoría de los espiritistas. Kardec en estas obras había revisado y ampliado su criterio sobre los temas tratados; así pues, el Kardec, y con él el Espiritismo, de la primitiva obra espiritista (de la que pronto se cumplirá el sesquicentenario de su publicación) no es el Kardec de La génesis o de Obras póstumas.
Es precisamente en este último libro donde Kardec aconseja que la dirección del Espiritismo sea ejercida por un «Comité Central» –cuya actuación fuese estrictamente democrática– que fuese elegido en congresos que representasen al mundo espírita y que mantuviese siempre viva la antorcha del progreso.
Le cabe a un español, Antonio Torres-Solanot y Casas (ello demuestra a la altura que estaba el Espiritismo español en aquellos tiempos), dadas sus dotes de organizador, ser el primero en intentar organizar tales eventos. En 1873, a cuatro años de la desencarnación del Codificador, y en calidad de presidente de la Sociedad Espiritista Española, Torres-Solanot se dirige a la Sociedad Espiritista de Viena para que, con ocasión de celebrarse en dicha ciudad la Exposición Universal, se realice allí el primer congreso espiritista mundial. No pudo ser. Poco tiempo después realiza la misma gestión para que se organice en Filadelfia el tan deseado evento con motivo de su Exposición Universal de 1876. Tampoco pudo ser.
Pero como nunca es tarde si la dicha es buena, el tesón de Torres-Solanot se vio por fin coronado por el éxito en 1888. En la ciudad de Barcelona, aprovechando su Exposición Universal, se llevó a cabo el Primer Congreso
Espiritista Internacional, organizado por la Federación Espiritista del Vallés y el Centro Barcelonés de Estudios Psicológicos, y del que Torres-Solanot fue su presidente.
Este Primer Congreso Espiritista Internacional fue célebre por sus avanzadas resoluciones, concluyendo que el Espiritismo es «una ciencia integral y progresiva que no impone una creencia, sino que invita al estudio» y que aconseja «el constante esfuerzo para difundir el laicismo por todas las esferas de la vida, la absoluta libertad de pensamiento, la enseñanza integral para ambos sexos y el cosmopolitismo como base de las relaciones sociales», entre otras muchas conclusiones, insistiendo, sobre todo, en el carácter filosófico, científico y ético del Espiritismo.
Desgraciadamente, los posteriores congresos no estuvieron a la altura de éste. El carácter ético del Espiritismo fue fundiéndose hasta convertirse en una aleación a la que se le añadió mucho material religioso.
Barcelona fue otra vez, en 1934, sede de un congreso: el V Congreso Espiritista Internacional. Por este Congreso circuló también la sangre de la vena mística y religiosa aludida anteriormente, a la que su presidente, el
español Eduardo Anaya Mena (Profesor Asmara), dio rienda suelta al abusar de su condición de presidente del Congreso y recién elegido presidente de la Federación Espiritista Internacional.1
En el Congreso quedaron marcadas las diferencias, «de momento irreductibles», como apuntaba el propio Congreso, entre los espiritistas latinos y anglosajones en relación con la reencarnación. Los primeros eran reencarnacionistas; los segundos, no.
Pero el caso es que yo no he podido nunca comprender del todo como nosotros, los espiritistas kardecistas (los auténticos espiritistas, porque los otros no han sido nunca espiritistas, sino espiritualistas), hemos aprobado en los distintos congresos internacionales esta división «como prueba de tolerancia», como también sentenciaba este V Congreso. Para un kardecista la creencia (aunque el asunto no depende de creer o no creer, sino de estar informado) en la reencarnación es un punto irrenunciable del Espiritismo, pues conlleva otras consecuencias, como la evolución, no sólo espiritual, sino también material, además de que no se comprenderían muchas actitudes y aptitudes humanas.
La voz más altisonante de la actualización del Espiritismo en el Congreso de 1934 fue, sin duda alguna, la de Porteiro, quien, en representación de la Confederación Espiritista Argentina, presentó varias ponencias. Una de éstas consistía en la propuesta de creación de una comisión de personas caracterizadas para la revisión de las obras fundamentales del Espiritismo, a fin de sanearlas de los posibles errores científicos y doctrinarios, enmendar sus defectos y despojarlas del ropaje religioso con que, en su tiempo, se les había revestido.
El mismo Porteiro comprendía que la aprobación de esta proposición era muy difícil, dada la imposibilidad legal de modificar el texto de las obras; pero, al menos, decía él, se podrían éstas condensar en nuevas obras con todo lo mucho de bueno que hay en ellas.
Todo esto, a mi entender, era una quimera inalcanzable, porque al ser el Espiritismo una ciencia integral y progresiva (máxima que sumó Porteiro a su definición de Espiritismo), todo lo que sale a la luz hoy tendrá que ser rectificado o aumentado mañana, y esto sería el cuento de nunca acabar.
Las obras clásicas están, íntegras, donde les corresponden, y las nuevas ya se encargarán por sí solas de poner las cosas en su sitio, lo que no impide para nada la actualización del Espiritismo. Así pues, esta sugerencia de Porteiro pasó prácticamente inadvertida para el Congreso.
Pero Porteiro no cejó en su empeño de poner el Espiritismo al día. En Espiritismo dialéctico (1936), escribe:
«En 1857, Hippolyte Léon Denizard Rivail (Allan Kardec), espíritu observador y de una penetración poco común, examinó, compiló y clasificó los hechos, formuló la teoría y estableció la nomenclatura espírita, creando un vocabulario con el que expresó los hechos y los conceptos doctrinarios que de ellos se desprenden. Pero la doctrina de Kardec y sus colaboradores, con ser verdadera en sus principios fundamentales, no pudo traspasar los límites de su época ni romper por completo con los moldes religiosos a los cuales se ajustó [...]
Hoy, las exigencias del espíritu científico y filosófico, que abarcan horizontes más amplios, no se satisfacen con los expedientes religiosos y morales de san Luis, de san Agustín o de cualquier otro santo filósofo o teólogo, ni con versículos, preceptos o parábolas extraídas de la Biblia […]
Nuevos tiempos, nuevos hombres, nuevas concepciones del universo, nuevas ideologías y nuevas formas a las ideas [...]
No hay ciencia ni filosofía que, en el curso de su evolución, no sufra modificaciones, que no cambie en algunos de sus conceptos y en los términos del conocimiento, a medida que éste se hace más extensivo, más claro, más comprensible, más ajustado a la verdad esencial que encarnan los hechos o fenómenos estudiados».
En 1936 el Espiritismo sufrió un fuerte frenazo en Europa, y con él su actualización. La Guerra Civil en España y su posterior dictadura y la II Guerra Mundial fueron la causa. Los espiritistas españoles pasaron a la clandestinidad y, en su caso, a la persecución, hasta la legalización de la Federación Espiritista Española en 1981.
Los espiritistas del resto de Europa tuvieron problemas más acuciantes que la actualización del Espiritismo.
El relevo pasó, entonces, a América, en donde coexisten dos Espiritismos: uno científico y progresista y otro (mayoritario) religioso y retrógrado. Y España no se ha librado de la influencia de este último, con su roustainguismo y ceremonial religioso y todo, el cual nos ha venido de rebote y dado una nueva hornada de espiritistas.
Estos neófitos del Espiritismo creen que han inventado la pólvora y resulta que la pólvora estaba ya inventada, porque el auténtico Espiritismo español –con sus defectos, como ya he contado en relación con Asmara– no es el que ha venido de ultramar recientemente, sino aquel que ha seguido existiendo dignamente en la clandestinidad de la dictadura franquista para resurgir de nuevo. Así pues, este Espiritismo (el español) no se originó allende, sino aquende los mares, lo que no es un impedimento para reconocer y admirar lo que la otra América (la científica y progresista) ha aportado y aporta al Espiritismo universal.
Y a propósito de aquello que decía de ceremonial religioso: un espiritista brasileño escribía, «horrorizado», al periódico espírita Abertura. El motivo era la siguiente noticia que, con el título de “Casamiento espírita”, aparecía en Jornal do Brasil del 14 de marzo de 2006:
«SALVADOR. Después de ocho meses de batallas judiciales, el comerciante Itamar Cardoso y la funcionaria Cristina Leal consiguieron reconocer el casamiento realizado en el Centro Espírita Cavaleiro da Luz, en Salvador.
Tres días después de la ceremonia, el Tribunal de Justicia (TJ) desautorizó el reconocimiento civil del matrimonio que aconteció del 2 de julio. El TJ alegó que los espíritas no tienen autoridad para oficiar la celebración.
Los abogados de la pareja recurrieron la sentencia y consiguieron una victoria contundente. Por 10 votos a favor, de un total de 11 votantes, el TJ autorizó que Cristina e Itamar registrasen el casamiento.
–Conseguimos una victoria maravillosa, añadió Itamar.
El médium José Medrado, que ofició la ceremonia, calificó el resultado como “una victoria de la ciudadanía”».
El aterrado escritor de esa carta, Luciano Dos Anjos, se preguntaba si después de esta ceremonia no vendrían otras, como el bautismo, porque la «misa espírita del séptimo día» ya las había en algunos centros desavisados.
Pero el caso es que Dos Anjos llega tarde, porque, en nuestro país, España, ya se ofician “bautismos espíritas”, aunque, eso sí, sin respaldo oficial (véase artículo “El carácter del Espiritismo” en el número 7 de esta revista).
Pero nada de esto es de extrañar: algunos dirigentes espíritas asisten, como representantes de una religión más, a eventos donde acuden distintos credos.
Con esta perspectiva el asunto de la actualización del Espiritismo se nos va al traste. Con un canto en los dientes nos podríamos dar si se quedara todo tal y como está. Pero, a pesar de todo, yo apelo por una actualización constante y metódica; es decir, por el progreso: que no es otra cosa que seguir los pasos de Kardec.
Hace ya años que la CEPA y otras agrupaciones espiritistas progresistas debaten esta cuestión de la actualización en sus respectivos congresos, y todavía sigue. No hay consenso.
Pero, en definitiva, tanto la actualización del Espiritismo como todo aquello que atañe a su progreso en general deben estar dirigidos, según creo, a los espiritistas que así lo consideran. Los espiritistas religiosos no tienen cabida en este movimiento. Las religiones tienen sus dogmas, y los dogmas no se discuten: se creen y se acatan a pies juntillas. Que cada cual escoja su camino libremente.
Otro debate paralelo a éste de la actualización es el de cómo nominar al Espiritismo de nuestro tiempo; esto es: qué nuevo nombre le ponemos para que el de «espiritismo» –dado el uso bastardo que le han dado personas ajenas, y no tan ajenas, a él– no suene tan mal.
Pero esta propuesta de cambio de nombre tampoco es nueva. Ya en 1934 el espiritista venezolano Adán Isola llevó al Congreso de Barcelona una ponencia en la que se recogía la sustitución del término espiritismo por el de heliosofía ‘sol de sabiduría’, proposición que fue rechazada. No obstante, algunos espiritistas venezolanos y guatemaltecos acogieron favorablemente esta denominación, que aún utilizan.
Léon Denis, en vez de «espiritismo», utilizaba con frecuencia el nombre de «espiritualismo moderno».
El psicólogo clínico y espiritista brasileño, Jaci Regis, propuso en el IX Simposio Brasileño del Pensamiento Espírita, en septiembre de 2005, un nuevo nombre para el Espiritismo: doctrina kardeciana, «como forma de identificación –dice Regis– y fidelidad a Kardec y con el propósito de rescatar la esencia de Kardec». Regis lanza esta propuesta como jugadera para que cada uno dé su opinión sobre el asunto, y que debatan, critiquen, corrijan...
No se trata –viene a decir Regis– de crear un cuerpo doctrinario que sustituya al de Kardec, sino de enfocar la doctrina con una mentalidad actual.
Pero el caso es que una mentalidad cristalizada a lo largo del tiempo no cambia de la noche a la mañana: un cambio de nombre no lleva, o no tiene por qué llevar, aparejado un cambio de actitud. Ojalá se libere –liberemos– el
Espiritismo (con mayúscula inicial, para distinguirlo de eso otro espiritismo que el DRAE asocia, más que con la mediumnidad, con el mediumnismo, aunque estos dos últimos términos no los recoge el Diccionario) de toda esa morralla adherida a él. Esto es más urgente y necesario que un cambio de nombre, aunque mucho más difícil de llevar a cabo.
A mi modesto entender, creo que a los añejos y honrados nombres de «espiritismo», «filosofía espiritista» y «doctrina espiritista» no hay nada que reprocharles. No necesitamos, pues, un cambio de nombre, simplemente
porque el auténtico Espiritismo no tiene de qué avergonzarse. La alternativa del Espiritismo no es cuestión de nombre, sino de información y de formación: información para los ajenos a él y formación para sus adeptos.
No obstante, no me cabe la menor duda de que esa iniciativa de Regis es una clara muestra de su gran amor por el Espiritismo. Con ello pretende no sólo un cambio de postura más acorde con los nuevos tiempos y con Kardec, sino que también intenta desligar al Espiritismo del significado que ha llegado a tener su vocablo, el cual ha sido desvirtuado a lo largo del tiempo por propios y extraños, además de usurpado por embaucadores y charlatanes de todo pelaje.
Todo espiritista sabe que los términos «espiritismo» y «espiritista» fueron acuñados por Kardec, porque, como él mismo decía, para las cosas nuevas necesitamos de nuevas palabras. Pero Kardec no podía adivinar la desviación y el mal uso que se iba a hacer de estos vocablos, hasta llegar a la desastrosa definición del DRAE.
Al reclamo de Regis ha acudido Alexandre Cardia Machado, quien propone que en vez de Doctrina Kardeciana debería llamarse Teoría Kardeciana, porque considera que «doctrina» es un término que significa algo así como ‘listo’, ‘acabado’, y, por el contrario, «teoría» representa un concepto más actual, mejor adaptado a una propuesta dinámica en permanentemente evolución, demostrando con ello tener un carácter humano, que puede ser revisado, profundizado y probado.
Así –continúa Cardia– la Teoría Kardeciana colocaría a Kardec a la altura de un Einstein, un ser humano, con la ventaja de descolocar a Kardec del eje Moisés-Jesús, personajes entre el mito y la realidad. Si así fuera, la Teoría Kardeciana tendría el mérito de construir un puente entre la Doctrina Espírita del siglo XIX y el movimiento de ideas transformadoras surgidas después de la II Guerra Mundial: Teoría de la Relatividad General y Teoría Cuántica (enraizadas con el Principio de Incerteza de Eisenberg), y que produjeron un cambio de paradigma en todas las áreas de la sociedad.
Y ahora digo yo: ¿acaso el hecho de que el Espiritismo se siga llamando Espiritismo impide situar a Kardec a la altura de un Einstein o a la filosofía espiritista tener concomitancias con esos principios o teorías mencionados?
Creo, sinceramente, que nada lo impide.
En cuanto al significado de «doctrina», tampoco estoy de acuerdo con Cardia, ya que no ha degenerado tanto como el de «espiritismo». El primero, DRAE en mano, sigue significando ‘enseñanza’, ‘ciencia’, ‘sabiduría’, etc., ya que conserva el significado original latino. De manera que, si a alguien «doctrina» le huele exclusivamente a incienso, está equivocado. El término «doctrina» es, pues, apropiado para unirlo al de «espiritista». En cuanto a lo de «kardeciana», ya lo valoraremos más adelante.
Sin embargo, para explicar el significado del segundo nombre, el de «espiritismo», los sesudos miembros de la Real Academia Española no se dirigieron a las fuentes originarias, sino a la desfigurada interpretación del vulgo.
No voy a pedir que incluyan a un espiritista en la Academia (aunque no creo que sea una medida muy disparatada, ¿no han incluido a humoristas?, ¿por qué no ha de haber un espiritista?) para que resuelva los malentendidos que existen sobre esta filosofía, porque eso sería mucho pedir a un país como el nuestro; pero lo mismo que últimamente han ingresado en aquélla ciertos especialistas en las distintas ramas del saber con dominio del lenguaje para incluir en el DRAE los términos que faltan de las distintas disciplinas y corregir los posibles errores que hubiere, también podrían incluir a algún que otro experto en espiritualismo en general con conocimiento del tema –que también los hay duchos en lenguaje– para el mismo menester, y si no hay presupuesto para ello sólo tienen que dirigirse al prestigioso Instituto de Francia y preguntarle qué es el Espiritismo, que ése sí lo sabe.
Lo curioso del caso es que el Diccionario define el espiritualismo como una doctrina filosófica, cuando en verdad no es más que el denominador común de todas las filosofías, religiones o creencias que han existido y existen en el mundo que reconocen el dualismo materia-espíritu, y no una escuela determinada. Tampoco el Espiritualismo anglosajón, aquel que surge en Hydesville con las hermanas Fox, es una doctrina filosófica, sino una creencia que sólo tiene como base la existencia del espíritu y el reconocimiento de sus manifestaciones. El Espiritismo, por el contrario, tal como lo reconocen instituciones y personas ajenas a él, sí que es una doctrina filosófica completa; pero de esto no se dice nada en el Diccionario.
Ante este panorama, ¿se imaginan ustedes la revolución que tendría que ocurrir en nuestro país para que una institución espiritista –como lo es la CEPA, actualmente, del Consejo Nacional de Salud (CNS) de Brasil– forme parte de una organización estatal española?
Se ha propuesto también –sigamos con el asunto de marras– el nombre de «neoespiritismo». Es evidente que del Espiritismo de Kardec al de hoy en día –como debe ser– media una considerable distancia evolutiva; como también media una gran distancia –mucha más todavía, debido al mayor tiempo transcurrido– entre la medicina de Galeno, Hipócrates o la del papiro de Ebers y la de la actualidad, y a nadie se le ocurriría denominarla con el nombre de «neomedicina», por mucha diferencia que haya entre ambas.
A ese cambio constante, a ese aprender de los errores, a esa puesta al día, se llama «ciencia».
Y a todo esto, ¿cuáles son los principios que propone Regis para la “nueva” doctrina? Éstos son:
1. La doctrina no constituye formalmente una nueva doctrina, sino que se propone rescatar el pensamiento de Allan Kardec haciendo una relectura de su obra.
2. Una relectura significa analizar el pensamiento original, contextuarlo y proyectarlo ante las nuevas conquistas y avances de la ciencia, la cultura y las aspiraciones de las colectividades humanas.
3. A partir del esbozo básico establecido por Kardec en la caracterización de los principios que sustenta la teoría espírita, la Doctrina Kardeciana se propone crear un nuevo lenguaje para estructurar su discurso de manera actualizada.
4. La Doctrina Kardeciana es un movimiento de ideas apoyadas en el pensamiento de Allan Kardec, aunque desvinculada de la base cristiana en que éste desenvolvió su trabajo.
5. La Doctrina Kardeciana considera fundamental, para crear una nueva forma de entender la realidad y los fundamentos básicos del Espiritismo en que se apoya, desvincularse de los símbolos, doctrina y teología del cristianismo, que se consolidaron en la mente de los espíritus durante milenios de adoctrinamiento, por considerarlos inapropiados para un nuevo entendimiento del hombre y de la vida.
6. La Doctrina Kardeciana desenvolverá su teoría con las contribuciones de la ciencia y la filosofía descartando cualquier movimiento místico, profético o religioso, por lo tanto, no acepta la designación dada por Kardec de “tercera revelación de la ley divina”, al entender que la actuación divina se realiza de forma natural, distribuida ecuánimemente entre todos los pueblos y tiempos históricos.
7. La Doctrina Kardeciana considera que para formar una mentalidad lo suficientemente liberada como para aceptar lo nuevo, es indispensable el descondicionamiento mental, sin lo cual todo análisis estará viciado, y exige, por consiguiente, un redimensionamiento de las estructuras mentales, liberándolas de los residuos culturales adquiridos en las vivencias reencarnatorias.
8. Aceptando y apoyándose en los principios básicos del Espiritismo, la Doctrina Kardeciana investigará la mediumnidad dentro de criterios científicos y considerará la Ley de Evolución como punto fundamental de su discurso, dentro de la cual está la reencarnación como instrumento de progreso y crecimiento individual y colectivo.
9. Considerando que el pensamiento kardeciano se estructuró a partir de la relación con los espíritus, la Doctrina Kardeciana usará la mediumnidad no sólo como prueba de la inmortalidad del alma, sino como canal de desenvolvimiento de ideas y conocimiento del plano extrafísico.
10. La Doctrina Kardeciana considera al ser humano un espíritu inmortal, cuya estructura mental es compleja, sobre todo en el campo afectivo, y, por tanto, deberá realizar actividades capaces de ofrecer a las personas una directriz saludable para el propio desenvolvimiento personal, principalmente en el plano de las interferencias de los desencarnados en el campo mental de los encarnados.
Por mi parte, no tengo nada en contra de este decálogo propuesto por Regis para que sirva de guía o modelo al Espiritismo, pero sigo creyendo que no hay ningún impedimento en que el Espiritismo se siga llamando Espiritismo y marche al ritmo del progreso, como decía Kardec.
Por otro lado, con esa designación de Doctrina o Teoría Kardeciana se le concede a Kardec tanta exclusividad en la creación de la filosofía espiritista que ni el propio Codificador estaría de acuerdo con ello, porque, a decir verdad, no es cierto tal monopolio. La Doctrina de los Espíritus, como a Kardec le gustaba también llamar al Espiritismo, fue iniciada por los espíritus (no olvidemos que Kardec determinó que el libro que sienta las bases del Espiritismo llevase por título El libro de los espíritus), metodizada por Kardec y continuada –porque está en perpetua expansión– tanto por espíritus encarnados como por desencarnados. El Espiritismo es, pues, una obra construida al alimón entre las humanidades de ambos lados de la vida.
Habrán ustedes observado que he resaltado la metodización del Espiritismo por Kardec.¿Qué quiero dar a entender con ello?: que si bien Kardec no fue el creador exclusivo del Espiritismo, tampoco estuvo en tal elaboración como el convidado de piedra. En la codificación del Espiritismo Kardec dejó su indeleble huella de hombre de ciencia. De eso no cabe la menor duda, pero quiero resaltar también que no todo el Espiritismo está en Kardec.
Y para terminar, vuelvo a repetir: no es su nombre el mal que aqueja al Espiritismo, sino la ignorancia que existe sobre él, y sálvese quien pueda.
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1 Este mandato quedó interrumpido en 1936 a consecuencia de la Guerra Civil. El Profesor Asmara fue detenido por las autoridades franquistas dado que, además de espiritista, era masón. Estuvo preso en el Penal de El Puerto de Santa María (Cádiz) y en la Prisión Central de Burgos hasta 1945. Murió en Madrid en 1971.
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