Enrique Pastor y Bedoya (Alverico Perón)
Enrique
Pastor y Bedoya -Alverico Perón- (1831 - 1897) fue, cronológicamente
hablando, el primer gran pionero del espiritismo español y también el
autor de la primera obra espiritista que vio la luz en nuestro país en
el año 1861.
Sería publicada
inicialmente como anónimo en el periódico madrileño La Razón y se
tituló "Carta de un espiritista a D. Francisco de Paula Canalejas". Está
fechada en Madrid el 5 de
Junio de 1861 y constituye un folleto con extractos de "¿Qué es el
Espiritismo?", de Allan Kardec. Más tarde, en 1865, se hizo una edición
en la Imp. de Manuel Galiano (Madrid) y tres años más tarde la
revista El Criterio Espiritista - publicación fundada también por
Alverico Perón - la reproduciría en sus columnas, en sus dos primeros
números correspondientes a los meses de noviembre y diciembre de 1868.
No
piense nadie que D. Francisco de Paula Canalejas y Casas era un
personaje con animadversión u ojeriza contra Enrique Pastor y Bedoya, ni
mucho menos. Al contrario, socios los dos del Ateneo de Madrid, a
ambos unía una íntima amistad. Todo esto nos hace sospechar que la
"polémica" fue una construcción bastante artificial que permitió a
Enrique Pastor hacer por primera vez una defensa y una explicación
pública de los ideales y fundamentos espiritistas; en todo caso, la
"oportunidad" fue convenientemente aprovechada.
A
continuación reproducimos este documento que ocupa un sitial de honor
en la historia del espiritismo en España. Lo podéis encontrar y
descargar en formato PDF en la sección Biblioteca de este mismo blog.
CARTA DE UN ESPIRITISTA AL
Dr. D. FRANCISCO DE PAULA CANALEJAS
Publicada en LA RAZON
D E D I C A T O R I A .
A
MR. ALLAN KARDEC, que ha sido el primer escritor que ha metodizado y
puesto en orden con suma claridad los preceptos filosóficos de la nueva
escuela, dedica este insignificante trabajo su apasionado
correligionario,
UN ESPIRITISTA
FILOSOFÍA ESPIRITISTA
SR. D. FRANCISCO DE PAULA CANALEJAS
Muy señor mío: Perdone V. a un partidario de la filosofía espiritista (o sea de la evocación de los espíritus, de esa SUPERSTICIÓN VULGAR, como V. la apellida) dirigirle unos renglones, sugeridos por la lectura del profundo discurso que sobre el estado actual de la filosofía en las naciones latinas, pronunció V. en el ATENEO, y reproduce La Razón (2) en su último número de 30 del pasado mes de Junio.
No
imitaré yo ciertamente el ejemplo que me da, dirigiendo a la escuela de
que es partidario ninguna frase dura y sarcástica, como la que V.
dedica a la moderna filosofía espiritista, cuando dice: Y ¿qué
diremos al volver los ojos a los pueblos latinos, en los que apenas se
ha sospechado su carácter de la ciencia filosófica, y en que los
psicólogos son considerados como forjadores de sueños, y la metafísica
corre parejas con la evocación de los espíritus, o con esas
supersticiones vulgares?, etc.
Más modesta y comedida es mi misión.
Deseo
tan sólo hacer constar que en uno de los tantos escritores
materialistas que V. tan hábilmente refuta y cita en su citado
discurso, no era ciertamente de extrañar semejante menosprecio; pero en
V., filósofo espiritualista, tamaño desdén se convierte en crueldad
inconcebible e injustificable.
Quien viera el desvío con que somos juzgados, pensaría tal vez que se trata de una turba de empíricos muñidores de mesas danzantes, y no
de partidarios de una filosofía racional y lógica, como la que se
desprende del resumen que, tomado del notable folleto de M. KARDEC,
pondré a continuación para que sea conocido del público, y pueda ser
impugnada debidamente por V., que tan sin piedad la trata, negándole
derecho de ser tenida en más que una superstición vulgar.
Nada
más lejos de mi ánimo que entablar hoy una polémica, porque, como dijo
FERNANDO II a su hijo (más tarde FRANCISCO II de NÁPOLES), i tempi non li concedeno. Es
bastante ardua, compleja y espinosa semejante cuestión, para ser
debatida en la prensa; pero tiempos vendrán en que la discusión sea
posible, y para entonces emplazo al SR. CANALEJAS, para probarle que no
somos, como él nos llama, supersticiosos vulgares.
Para
entonces le reto, y espero de su cortesanía que no me negará el favor
de romper una lanza y ceñir una hoja de laurel a la corona que hoy orla
su frente, venciendo al novel atrevido caballero, que, nuevo
completamente en la lidia, viene sin empresa en el escudo, no confiado
en el temple de sus armas, sino en la justicia de su causa.
Si entre tanto me dispensa V. el obsequio de hacer insertar en La Razón estos renglones y el resumen que los acompaña, le quedaré reconocido.
RESUMEN DE LA FILOSOFÍA ESPIRITISTA
PRELIMINARES.
—El espiritismo se funda en la creencia de que existen seres
inteligentes e invisibles que pueblan los espacios, y a quienes damos el
nombre de espíritus.
La
existencia de los espíritus está confirmada por hechos de que somos boy
testigos, y por la historia, tanto sagrada como profana, que patentiza
la universalidad de esta creencia en todas épocas.
Se
ha designado a los espíritus bajo diferentes nombres, según los
tiempos, los lugares, las costumbres y las preocupaciones de las
naciones. La ignorancia les ha concedido atributos más o menos absurdos.
Forman parte de la teogonía de todos los pueblos. En los paganos eran
considerados como divinidades, y se comunicaban con ellos por medio de
oráculos; para unos eran ángeles o demonios; para otros genios o
sílfides. Según el espiritismo y las modernas observaciones, no son
seres de naturaleza especial; son las almas de los que han vivido en la
Tierra (o en otros mundos habitados), despojados de su envoltura
material, y que han llegado a diferentes grados de perfeccionamiento.
Los espíritus están en todas partes; a nuestro lado, codeándose con nosotros, y observándonos sin cesar.
Por
su presencia incesante a nuestro lado, los espíritus son los agentes de
muchos fenómenos que desempeñan un importante papel en el mundo moral, y
hasta cierto punto en el mundo físico, constituyendo, por lo tanto, una
de las potencias de la naturaleza.
Los
hechos prueban que los espíritus pueden manifestar su presencia entre
nosotros; que podemos entrar en comunicación con ellos, y cambiar con
ellos nuestro pensamiento.
En
las comunicaciones que tienen con nosotros los espíritus, nos enseñan
en el límite de su poder sus conocimientos, y según el grado de
elevación en que se hallan sobre su propia naturaleza, su situación; su
influencia en nuestro mundo, las condiciones de nuestra dicha y de
nuestra desgracia futura; nos inician en los misterios con su propio
ejemplo, haciéndonos conocer la suerte que á nosotros nos espera.
El conjunto de los conocimientos enseñados por los espíritus constituye el espiritismo, que es la ciencia de todo lo que tiene relación con el conocimiento de los espíritus o del mundo invisible.
DIOS
I.
Existe un ser único, eterno, inmutable, inmaterial, todopoderoso,
soberano, justo y bueno, e infinito en todas sus perfecciones; ser de
quien no le es dado al hombre en la tierra comprender la verdadera
esencia.
Ese ser supremo se llama Dios.
II. DIOS ha creado todas las cosas visibles o invisibles, y todas las gobierna por su soberano poder.
III.
El principio de las cosas está en los secretos de Dios, y no nos es
dado inquirir aquí bajo, sino en los límites asignados por su voluntad;
querer ir más allá, es caminar en tinieblas, y caer en el error de los
sistemas.
LOS ESPÍRITUS
IV.
Dios ha creado seres inteligentes que constituyen el mundo espiritista o
de los espíritus: los espíritus están por todas partes, los espacios
son infinitos, y están poblados al infinito.
V.
La naturaleza intima de los espíritus nos es desconocida. No son
inmateriales en el sentido absoluto de la palabra, puesto que son alguna
cosa, y constituyen individualidades; son, si se quiere, una especie de
materia, para la cual no puede servimos de término de comparación nada
de lo que está bajo el poder de nuestros sentidos.
VI.
Los espíritus son sencillos e inexpertos, se ilustran y purifican basta
llegar a obtener la perfección de que es susceptible la criatura. Hay
espíritus más o menos ilustrados, más o menos perfectos, según el grado
de elevación a que han llegado.
Estos
diferentes grados establecen una jerarquía, desde el más ínfimo basta
el estado de espíritu puro, y constituyen la escala espiritista
siguiente:
ESCALA ESPIRITISTA, U ORDEN DE LOS ESPÍRITUS
VII.
Según la bondad y sabiduría de Dios, no hay seres condenados esencial y
perpetuamente al mal y a la ignorancia; a todos se les permite
mejorarse con el tiempo.
VIII. Los espíritus están revestidos de una envoltura sobrematerial imperecedera, designada bajo el nombre de periespíritu, que traen al fluido universal, que es más o menos etéreo, según el grado de purificación y las esferas en que se encuentran.
Se revisten además temporalmente de envolturas materiales destructibles, cuya duración constituye la vida corporal.
IX.
El mundo espiritista, o de los espíritus, es el mundo normal,
primitivo, preexistente y que sobrevive á todo. La existencia corporal
es una de las fases de la vida espiritista.
MANIFESTACIONES DE LOS ESPÍRITUS
X. Las relaciones entre el mundo espiritista y el mundo corporal son incesantes.
Son ocultas o patentes.
Los
espíritus obran sobre los hombres de un modo oculto por los
pensamientos que les sugieren; de una manera patente, comunicándose con
ellos por medios apreciables a los sentidos, tales como la vista, la
audición, la escritura, la palabra, y por diversos fenómenos físicos,
como los ruidos sin causa material, el movimiento de los cuerpos
inertes, etc.
XI.
Las comunicaciones de los espíritus tienen lugar por la intermisión de
ciertas personas dotadas de facultades especiales, y a quienes se
designa con el nombre de médiums. Los MÉDIUMS son las personas
aptas para recibir de una manera patente la comunicación de los
espíritus, y para servir de intermediarios entre el mundo visible y el
invisible.
Se les distingue, según la diversidad de su aptitud y los medios particulares que dependen de su organización, en médiums escritores, dibujantes, músicos, visionados, parlantes, auditivos, intuitivos, inspirados, sensitivos, y de efectos físicos.
XII.
Los espíritus superiores no se ocupan más que de comunicaciones
inteligentes. Las manifestaciones físicas o puramente materiales son
atributo especial de los espíritus inferiores.
XIII. La naturaleza de sus comunicaciones espiritistas depende de la naturaleza de los espíritus y de su grado de perfección.
Los inferiores son más o menos ignorantes; su horizonte moral está limitado, su perspicacia restringida.
No
tienen más que una idea falsa e incompleta de todo; están todavía bajo
el dominio de las preocupaciones terrestres, que toman algunas veces por
verdades; por eso son incapaces de resolver ciertas cuestiones. No
basta para conocer la verdad dirigirse a un espíritu; es preciso saber a
qué espíritu se dirige uno, porque los espíritus inferiores pueden
inducirnos a error, voluntaria o involuntariamente, sobre cosas que no
comprenden ellos mismos.
XIV.
La experiencia y el hábito de conversar con los espíritus enseñan a
conocer la elevación de los que se comunican. Se les distingue
generalmente por su lenguaje. El de los espíritus superiores es siempre
digno, elevado, impregnado de bien querencia, exento de contradicciones,
y no respira más que preceptos de la más sana moral.
Todo
pensamiento evidentemente falso, toda máxima contraria a la sana moral,
todo consejo ridículo, toda expresión grosera, trivial o simplemente
frívola; en fin, toda señal de malquerencia, son signos incontestables
de inferioridad en un espíritu.
XV. Los buenos espíritus se comunican más o menos voluntariamente por tal o cual médium, según su simpatía o su afinidad con su propio espíritu.
Lo que constituye la cualidad de un médium no
es la facilidad con que obtiene las comunicaciones, sino su aptitud
para no recibir más que las de los buenos, y no ser el juguete de
espíritus ligeros y mentirosos.
XVI.
Los espíritus se manifiestan palpablemente a la vista en las
apariciones que tienen lugar, ya cuando dormimos, ya estando despiertos.
Las apariciones han tenido casi siempre lugar espontáneamente, y el
hombre no os dueño de las circunstancias en que se verifican. La aptitud
para ver los espíritus constituye la variedad de médiums videntes.
XVII. Los espíritus aparecen con su periespíritu o
envoltura sobrematerial. La sustancia de esta envoltura, invisible a
nuestros ojos en su estado normal, puede sufrir modificaciones, que la
hacen perceptible en ciertos casos.
Los
espíritus aparecen a nuestros ojos en forma humana u otra cualquiera a
su voluntad; pero generalmente bajo la que tenían en vida, menos las
imperfecciones físicas inherentes a la materia, a menos que no lo
quieran hacer así para hacer reconocer la identidad.
PROGRESIÓN DE LOS ESPÍRITUS
XVIII. Los espíritus se purifican e ilustran pasando por las pruebas de la vida corporal.
No
siendo más que un instante, en comparación de la duración indefinida de
la vida espiritista, la duración de la existencia corporal, una sola de
estas existencias es insuficiente para la purificación completa de los
espíritus; por eso lo repiten mientras les es necesario para llegar a la
perfección.
XIX. En el intervalo de sus existencias corporales, los espíritus están en el estado errante. La
erraticidad no es muestra de inferioridad en los espíritus; es su
estado normal fuera de la existencia corporal, no siendo para ellos esta
existencia más que un estado transitorio y pasajero. Hay espíritus
errantes en todos los grados de la escala espiritista.
XX.
El número de existencias corporales de cada espíritu no es absoluto. El
espíritu se purifica más o menos, según su voluntad. Depende de él el
abrazar el número y la duración de sus pruebas.
XXI.
El espíritu que ha pasado por todas las existencias necesarias para su
purificación, no tiene que sufrir más; es ESPÍRlTU PURO, y goza de una
felicidad completa en la vida eterna.
XXII.
Durante cada existencia corporal, el espíritu adquiere nuevos
conocimientos y mi aumento de experiencia que le hace progresar. Cada
existencia es para él una ocasión de prueba en la vía del progreso, y es
para él como los días en la vida del hombre, que puede o no aprovechar
la experiencia que cada dia le dá.
XXIII.
Lo que el espíritu adquiere en ciencia y moralidad en cada existencia
corporal, no lo pierde nunca. Una existencia puede ser para él más o
menos aprovechable, según su voluntad; si no le produce más que poco o
ningún fruto, por su negligencia prolonga la duración de sus pruebas y
se estaciona, pero no retrocede.
XXIV.
Entre las diferentes especies orgánicas de la creación, Dios ha elegido
al hombre para la encamación de los espíritus; por eso se distingue de
otras especies, por la intuición que tiene de la divinidad y de la vida
futura, la conciencia del bien y del mal, la aptitud para comprender las
cosas fuera del mundo corporal, y la elevación de su inteligencia no se
limita al interés de conservación y a la satisfacción de las
necesidades materiales. Las diferentes existencias corporales del
espíritu se cumplen también en el hombre, y no en ninguna especie de
seres vivientes. El alma, sea cualquiera el grado en que esté, es y será
un alma humana.
LOS MUNDOS
XXV. Los espíritus nos enseñan, y la razón nos dicta que la tierra no es el sólo mundo habitado.
Los globos innumerables que circulan en el universo están poblados de seres organizados para el medio de que deben vivir.
XXVI.
Los diferentes mundos no tienen el mismo grado, bajo el punto de vista
intelectual y moral de sus habitantes. Están poblados de seres más ó
menos buenos o malos, más o menos avanzados ó atrasados, según lo que
han progresado.
XXVII.
El estado físico de los habitantes de cada esfera está en relación con
el grado de su adelantamiento moral. Cuanto más elevados son los
espíritus que los animan, tanto menos sujetos están a la materia; cuanto
más avanzados son los mundos, tanto más intelectual es la existencia;
cuanto más atrasados, más material.
XXVIII.
En los mundos superiores no so conoce más que el bien. No hay en ellos
egoísmo, ni orgullo, ni falsedad, ni envidia, ni locas ambiciones.
No hay ninguna de las pasiones brutales que degradan al hombre.
XXIX.
En la jerarquía de los mundos, la tierra no ocupa ni el primero ni el
último lugar; pero está más cerca del último que del primero. El estado
moral de la sociedad sería la prueba de ello, aunque no lo hubiesen
revelado los espíritus. Hay mundos cuyos habitantes están más dominados
por las pasiones animales que sobre la tierra, otros que son idénticos, y otros, en fin, que son superiores moral y físicamente.
DEL HOMBRE
XXX. Dios ha dado al hombre un alma inteligente, capaz de conocerle y de comprender el bien y el mal.
XXXI.
Nuestra alma es uno de los espíritus creados fuera de la materia
inerte, y que se une a nuestro cuerpo por la voluntad de Dios. Este
espíritu preexiste a la formación del cuerpo a que se une en el momento
de nacer; al morir entra en el mundo de los espíritus, de donde había
salido, y cumple durante la vida del hombre una de las fases de su
existencia.
XXXII. Hay en el hombre tres cosas: alma o espíritu encanado, cuerpo o envoltura material perecedera, y periespíritu o envoltura sobrematerial imperecedera, que une el cuerpo y el espíritu.
XXXIII.
La vida del cuerpo se mantiene por la armonía de los órganos; cesa
cuando deja ésta de existir. La vida del espíritu es eterna.
XXXIV.
La muerte no ocasiona más que la destrucción de la envoltura corporal.
El espíritu, despojado de esta envoltura, conserva su envoltura
sobrematerial.
XXXV.
Los espíritus encarnados constituyen la especie humana; despojados de
su envoltura corporal, constituyen el mundo de los espíritus.
XXXVI.
El alma, que tenía su individualidad antes de unirse con el cuerpo, la
conserva después de la muerte con el recuerdo de su pasado.
FACULTADES DEL HOMBRE
XXXVII.
Siendo el hombre un espíritu encarnado, su pasado y su porvenir no son
más que les del espíritu que ha venido a habitar su cuerpo. Llevará al
nacer, y por intuición, las cualidades y los conocimientos adquiridos
anteriormente por el espíritu que se ha animado en él.
XXXVIII.
La existencia del espíritu como hombre no es, por decirlo así, más que
un día en su vida como espíritu. La muerte del cuerpo es para el
espíritu como el sueño que acaba al día siguiente; es la señal de un
despertar inmediato.
XXXIX.
El hombre no puedo, ni haber adquirido todo lo que sabe, ni adquirir
todo lo que debe saber en una existencia. De aquí se sigue que ésta no
puede ser ni la primera ni la última. Si fuera la primera, estaría en el
último peldaño de la escala moral; si fuese la última, supondría la
perfección.
XL.
A cada nueva existencia temporal, el espíritu toma su punto de partida
desde el grado en que había quedado. Estas diferentes existencias son
otras tantas etapas de la vida espiritista, en cada una de las cuales
deja sus imperfecciones, basta que llega el término a que aspira: La
vida eterna.
XLI.
La preexistencia del alma, y el principio de un progreso anterior, es
lo único que puede justificar las disposiciones naturales y las ideas
innatas que ayudan la adquisición de las ideas nuevas, como en el curso
de la vida las que se adquieren cada día sirven de base a las que se van
adquiriendo al día siguiente. En esto se encierra la única explicación
posible de las aptitudes intelectuales y morales; de las inclinaciones
intuitivas, buenas o malas, que son independientes de toda educación y
de toda idea adquirida. La diversidad de aptitudes innatas,
intelectuales y morales, es un hecho que no so puede poner en duda si no
se admite la anterioridad del progreso; y si se cree que el alma nace
al mismo tiempo que el cuerpo, es preciso admitir que Dios ha creado
seres favorecidos, y a quienes releva del trabajo
reservado a otros, lo cual seria lo mismo que negar la justicia de
Dios.
XLII.
Siendo los órganos los instrumentos de la manifestación del
pensamiento, su mayor o menor perfeccionamiento influye necesariamente
sobre estas manifestaciones; pero hacer depender de estos mismos órganos
la diversidad de las aptitudes y de las tendencias, es quitar al hombre
su libre albedrío, es relevarle de toda responsabilidad en sus actos.
Esta
doctrina sería altamente inmoral y subvertiría el orden social. El
estado de los órganos hace las manifestaciones más o menos fáciles; pero
esto no quita al espíritu las cualidades inherentes a su naturaleza. El
artista eminente que no tiene a su disposición más que un mal
instrumento, ejecuta menos bien, pero esto no disminuye en nada su
talento.
XLIII.
Si se admiten órganos cerebrales especiales para cada facultad, el
desenvolvimiento de estos órganos es el resultado del ejercicio de la
facultad inherente al espíritu; es un efecto, pero no una causa.
EMANCIPACIÓN DEL ALMA
XLIV.
El alma no está tan identificada con el cuerpo, que no pueda en ciertos
momentos recobrar una parte de su libertad aun en el curso do la vida.
Durante
el sueño y el reposo del sueño, el alma so desprende en parto de sus
lazos corporales, recobra algunas de sus facultades de espíritu, y entra
directamente en comunicación con los otros espíritus.
Generalmente toma en sus comunicaciones consejos saludables, de que conserva, al despertar, algunas veces una noción clara y distinta;
otras, una simple intuición. Por eso el hombre perverso encuentra casi
siempre en sus sueños la desaprobación de los crímenes que ha cometido o
de los que medita: de aquí viene el proverbio de consultar con la
almohada.
XLV.
La emancipación del alma puede tener lugar durante el despertar, es
decir, no estando dormido, y se manifiesta por el fenómeno designado
bajo el nombre de segunda vista. Tiene igualmente lugar en el
sonambulismo, ya sea natural, ya magnético.
El éxtasis es un estado de emancipación del alma más completo que el del sueño y del sonambulismo.
XLVI.
Las facultades sonambúlicas son las del alma más o menos desprendida do
la materia. El olvido que sigue generalmente al despertar, de las cosas
percibidas en el estado sonambúlico se explica por la influencia de la
materia y por la ausencia en el cuerpo de órganos propios para conservar
y transmitir ciertas percepciones del espíritu.
La
misma causa produce el olvido del pasado del espíritu durante el estado
de encamación, que es lo que los antiguos explicaban por la alegoría
del LETEO.
DESTINO DEL HOMBRE
XLVII.
El espíritu vuelto a la vida espiritista por la muerte del cuerpo, es
feliz o desgraciado, según el bien o el mal que ha hecho durante la vida
corporal, y según el uso que ha hecho de las facultades y de los bienes
que le han sido concedidos.
Sufre
por todo el mal que ha hecho y por todo el que no ha evitado, y por
todo el bien que ha podido hacer y no ha hecho. No goza de una dicha
perfecta más que cuando se ha purificado completamente.
XLVIII.
Cuanto más se eleva un espíritu encarnado, más se desprende de la
materia; cuanto más apegado es a las cosas materiales más allá de sus
verdaderas necesidades, más retarda su adelantamiento.
XLIX.
La indiferencia por las cosas temporales no debe extenderse a los
conocimientos que pueda adquirir en la tierra. El espíritu debe
progresar en todos sentidos; todo lo que aprende contribuye a su
desenvolvimiento;
L.
Los espíritus no progresan simultáneamente en ciencia y moralidad. El
progreso puede cumplirse, ya en un sentido, ya en otro; lo que explica
por qué la inteligencia no está siempre en relación con la moral; pero
lo que no adquiere en una voz lo adquiero en otra; por eso la pluralidad
de existencias es el áncora de salvación que Dios, en su justicia, ha
dado al hombre, no haciendo depender para siempre su suerte futura de
una vida pasajera, que no es más que un instante en la eternidad, y que
mil circunstancias pueden romper de improviso.
LI. Las diferentes existencias corporales no se verifican todas sobre la tierra ni en el mismo mundo.
Es
posible que un individuo haya vivido en este globo y que vuelva a él,
como es posible que esté en él por la primera vez y que no vuelva más.
Es posible que haya venido a la tierra de un mundo igual, como puede
dejar éste por otro semejante o superior. Depende de él el hacer en esta
vida lo que necesita para asegurarse una posición más feliz de la que
tenía en la tierra.
LII.
Los espíritus superiores se encarnan algunas veces en los mundos
inferiores para cumplir una misión de progreso y conducir a los hombres
por la vía del bien. Los sufrimientos que padecen voluntariamente en
estas misiones, los elevan a los ojos de Dios y en la jerarquía de los
espíritus.
LIII.
El alma desprendida de la materia ve su pasado, y todas sus existencias
anteriores se reflejan en su memoria; así es que, como ve todas sus
acciones buenas o malas, ve la dicha de los justos, y sufre por verse
privada de ella.
LIV.
A medida que el espíritu se inmaterializa, comprende las imperfecciones
que le acarrean sus sufrimientos; por eso aspira a purificarse por
medio de una existencia en la cual pueda elevarse por medio de nuevas
pruebas. Esta satisfacción no se le concede en el grado que la desea; la
justicia de Dios quiere que sufra largo tiempo, y como su inferioridad
misma limita su horizonte moral y la extensión de sus percepciones, no
le permite ver el término de sus sufrimientos y cree sufrir siempre, lo
que es para él un nuevo castigo.
LV.
A su vuelta al mundo de los espíritus, el alma encuentra sus parientes y
a cuantos ha conocido y amado en la tierra, viene a visitar a los que
ha dejado en ella, los consuela y los protege según su poder.
También
encuentra todos aquellos a quienes ha hecho bien o mal, y su vista es
para ella una fuente de dicha o de remordimientos.
LVI.
La pluralidad de existencias no implica el prescindimiento de los lazos
de familia o de las afecciones; lejos de eso, entre los espíritus
buenos, éstas son más puras y desprendidas de toda causa material. No
dependen ya del capricho ni del choque de los intereses, ni se revisten
con la máscara de la hipocresía. Sólo las afecciones pasajeras, aquellas
en que las causas físicas tienen más parte que las causas morales, son
las que no sobreviven y se extinguen a menudo aun antes de la muerte.
Estas afecciones se contraen en cada existencia corporal, y no son más
sólidas que las alianzas efímeras de un viaje; pero el amor sincero de
dos seres verdaderamente simpáticos sobrevive a todas las emigraciones
del espíritu en los mundos corporales, y a menudo estos dos seres se
siguen y encuentran, y son uno y otro
atraídos hacia sí simultáneamente.
LVII. La suerte futura del hombre depende del bien y del mal que ha hecho voluntariamente, y del empleo más o menos útil que ha hecho de su vida.
Resulta
que el niño que muere en la infancia no ha tenido tiempo de obrar bien
ni mal, y no teniendo ni aun ante las leyes civiles discernimiento de
sus actos, no podrá gozar de una dicha eterna y sin contratiempos, que
no ha hecho nada por merecer.
¿Con
qué derecho gozaría de un privilegio tan inaudito, cuando el hombre que
ha trabajado durante largos años para perfeccionarse, que ha tenido que
sufrir tantos contratiempos, no está seguro de alcanzarlo? Dios, que es
justo, no puede haber consagrado semejante iniquidad; recompensa según
el mérito, y no castiga más que según las faltas, y he aquí demostrada
matemáticamente y hasta la evidencia la justicia de la pluralidad de
existencias.
Para
el niño que muere antes de haber podido cumplir su misión, su
existencia es una existencia incompleta, que deberá volver á empezar. Es
quizás para él el complemento de una existencia anterior interrumpida.
Su muerte puede ser también una prueba o un castigo para sus padres.
VUELTA A LA VIDA CORPORAL
LVIII.
Llegado al término marcado por Dios para su vida errante, el espíritu
escoge él mismo las pruebas á que quiere someterse para apresurar su
adelantamiento, es decir, el género de existencia que cree más propio
para proporcionarle los medios para conseguirlo, y estas pruebas están
siempre en relación con las faltas que debe expiar. Si triunfa, se
eleva; si sucumbe, tiene que volver á empezar.
LIX.
El espíritu goza siempre de su libro albedrío, y en virtud de él, elige
en estado de espíritu las pruebas de la vida corporal, y que en el
estado de encarnación, deliberará si hará o no hará, y escoge entre el
bien o el mal. Negar al hombre el libre albedrío, sería convertirlo en una máquina.
LX.
Entrado en la vida corporal, el espíritu pierdo momentáneamente el
recuerdo de sus existencias anteriores, como si un velo so las ocultase;
sin embargo, le queda siempre una vaga conciencia, y pueden serlo
reveladas en ciertas circunstancias; pero entonces es por la voluntad de
los espíritus superiores, que espontáneamente y por un fin útil lo
hacen; pero nunca para satisfacer una vana curiosidad.
Las
existencias futuras no pueden revelarse en ningún caso, por la razón de
que dependen de la manera como se llene la existencia presente y de la
elección ulterior del espíritu.
LXI.
El olvido de las existencias anteriores es un beneficio que debemos a
Dios; el recuerdo nos seria penoso muchas veces, y el hombre empeoraría a
la vez sus sufrimientos pasados y presentes. Este recuerdo podría
también coartarle el libre albedrío.
Si
cada hombre se acordase do lo que han sido los demás, este pasado
puesto ante sus ojos sería una causa incesante de perturbación y de mala
inteligencia.
LXII.
El olvido de las faltas cometidas no es un obstáculo para el
mejoramiento del espíritu; porque, si no tiene un recuerdo preciso, el
conocimiento de lo que era su estado errante, y el deseo que ha
concebido de repararlas, le guían por intuición y le sugieren el
pensamiento de resistir al mal, escuchando la voz de su conciencia, y en
la cual está secundado por espíritus que le asisten, y escucha las
buenas inspiraciones que recibe.
LXIII.
Si el hombre no conoce los mismos actos e saber siempre de qué género
de faltan ha adolecido o se ha hecho culpable, y cuál era su carácter
dominante. Le basta estudiarse, y puede juzgar de lo que ha sido, no por
lo que es, sino por sus tendencias.
LXIV.
Las vicisitudes de la vida corporal son a la vez una expiación por las
faltas pasadas y pruebas para el porvenir. Nos purifican y nos elevan si
as sufrimos con resignación y sin murmurar. La naturaleza de las
vicisitudes y de las pruebas que sufrimos pueden también iluminarnos
acerca de lo que hemos sido y lo que hemos hecho, como aquí abajo
juzgamos de los actos de un culpable por el castigo que le impone la
ley. Así, éste será castigado en su orgullo por la humillación de una
existencia subalterna; aquél, malo, rico y avaro, por la miseria; quien
haya sido duro con los demás, por las durezas que sufrirá; el tirano,
por la esclavitud; el hijo, por la ingratitud de sus hijos; el perezoso,
por un trabajo forzado.
LXV.
En una nueva existencia corporal, el espíritu puede decaer de lo que
era como posición social, poro no como espíritu. Puede quedar
estacionario, pero no retrograda jamás; es decir, que de rico y poderoso
puede convertirse en sirviente y miserable, si tales son las pruebas
que debe sufrir; pero, cualquiera quesea suposición, lo que ha adquirido
nunca lo pierde, y esto explica las ideas que en algunos individuos nos
parecen en desacuerdo con la posición en que viven y la educación que
han recibido. Hay en todo ser como un reflejo de lo que ha sido, de
grandeza o de miseria.
INFLUENCIA DE LOS ESPÍRITUS
LXVI.
La misión de los buenos espíritus es contribuir al adelantamiento de
los espíritus imperfectos; cuando éstos están errantes, los inducen al
arrepentimiento y les inspiran el deseo de progresar.
Cuando
están encarnados, los sostienen en las pruebas de la vida y vienen a
ser sus guías, genios tutelares, ángeles custodios de los que toman bajo
su protección.
LXVII
Cada hombre tiene su genio familiar o espíritu protector, que es
siempre bueno, que vela por él desde su nacimiento hasta su muerte, y le
sigue aun durante su vida errante.
LXVIII.
Los malos espíritus se adhieren a los que están encarnados para
distraerlos de la vida del bien; el hombro tiene siempre un buen y un
mal espíritu; el que no es escuchado cede la plaza al otro.
LXIX. Los pensamientos sugeridos por los espíritus están en relación con el grado de su elevación.
Los buenos pensamientos son sugeridos por los buenos espíritus, y los malos por los espíritus inferiores.
LXX.
Siendo el hombre un espíritu encarnado, tiene los pensamientos que le
son propios, independientes de los que le sugieren, y son más o menos
buenos, según que su propio espíritu esté más o menos purificado.
LXXI.
Teniendo siempre el espíritu el libro albedrío antes y después de su
encarnación, el hombre es libro de ceder o resistir a las sugestiones do
los espíritus, según su voluntad, aunque tiene siempre la
responsabilidad de sus actos.
LXXII.
Los espíritus se unen en favor de sus simpatías. Las simpatías de los
espíritus se fundan en la semejanza de sus pensamientos y sentimientos,
en razón del grado de su elevación. Los buenos simpatizan con los
buenos, y los malos con los malos.
LXXIII.
La simpatía de los espíritus es individual por los que están encarnados
y por los que no lo están; de aquí resulta que el hombre atrae hacia sí
los espíritus según sus tendencias, cualquiera quo sea, ya forme un
todo colectivo, ya sea solo, como una sociedad, una ciudad o un pueblo. Hay sociedades, villas y hasta pueblos que están asistidos por espíritus más o menos buenos y elevados, según el carácter y las pasiones que dominan en él.
LXXIV.
Los espíritus imperfectos se alejan de los que los desechan, y resulta
que el perfeccionamiento moral de los individuos, como el de todos los
colectivos, tiende a separar los malos espíritus y atraer los buenos,
que ejecutan y ocasionan el sentimiento del bien.
LXXV.
El egoísmo que domina a los hombres es una señal de su inferioridad
como espíritus; por eso atraen a la tierra más malos que buenos.
Pero
los buenos vienen también a ayudar el progreso, sea que obren como
espíritus, sea que se encarnen en hombres de genio, que de tiempo en
tiempo hacen dar un paso a la humanidad. Cuanto más se escuche la voz de
los buenos espíritus, más se mejorará la especie humana. Día llegará en
que los buenos sean más que los malos, y entonces empezará en la tierra
el reinado del bien, como tiene lugar en otros mundos más adelantados.
LXXVI.
Los espíritus encarnados se apegan igualmente o se repelen, según sus
simpatías o sus antipatías como espíritus. Los malos ejercen alguna vez
su malquerencia sobre ciertos individuos, sea para inducirlos al mal,
sea para hacerles sufrir tribulaciones, y de quien llegan a ser los
malos genios encarnados, como los buenos pueden ser sus protectores.
EL BIEN Y EL MAL
LXXVII.
El espíritu se purifica en la vida corporal y prepara su dicha futura
por la práctica del bien; haciendo el mal, continúa en su inferioridad.
LXXVIII. El bien se encierra en Ios mandamientos de Jesucristo, que está resumido en la máxima de Jesús: AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS, Y AL PRÓJIMO COMO A NOSOTROS MISMOS; o en otros términos: NO QUIERAS PARA OTRO LO QUE NO QUIERAS PARA TÍ.
El
mal es contrario a esta ley; las principales causas del mal son el
egoísmo, el orgullo y la sensualidad; de estos vicios se derivan los
demás.
LXXIX.
El amor del prójimo abraza a la humanidad entera; todos los hombres son
hermanos, como hijos de Dios, y se deben mutuo apoyo, sin distinción de
pueblos, de sectas, de castas ni de creencias.
LXXX.
A los ojos de Dios es agradable todo sentimiento sincero que lleva al
hombre hacia él; no reprueba más que las creencias incompatibles con la
práctica del bien y el amor al prójimo.
LXXXI.
Sea quien quiera el que haga el bien, es recompensado; sea quien quiera
el que hace mal, es castigado; pero Dios, en su bondad, deja siempre al
culpable la hora del arrepentimiento y de la expiación. Da a cada uno
los medios de rehabilitarse, y el que no lo hace prolonga sus
sufrimientos.
LA ORACIÓN
LXXXIL Nos fortificamos en la justicia y en la práctica del bien por la oración.
La
oración es un acto invocatorio. Se puedo rogar a Dios, a los espíritus
buenos y al protector o ángel de la guarda; se puede rogar por sí mismo,
por otro o por los espíritus que tienen necesidad de asistencia.
Toda oración hecha a Dios es oída por los buenos espíritus, que ejecutan su voluntad.
LXXXIIL
Los espíritus recomiendan la oración como un medio de perfeccionamiento
por sí mismo, y como un alivio para los espíritus que sufren.
Los
espíritus imperfectos nos piden oraciones; para ellos nuestra
conmiseración es un lenitivo para sus sufrimientos, y les excita al
deseo de elevarse.
LXXXIV. Los espíritus nos dicen, y la razón nos confirma, que la oración del corazón es la sola eficaz.
Para Dios y para los buenos espíritus, el pensamiento es todo, las palabras nada.
LXXXV.
La oración sola no basta más que para asegurar la dicha del hombre; nos
identifica con los buenos espíritus y llama a su asistencia; pero la
oración sin los actos es estéril. Dios no quiere sólo que se le pida,
sino que se utilice la vida.
CONSECUENCIAS MORALES DEL ESPIRITISMO
Por
el razonamiento, el estudio práctico y la observación de los hechos, el
espiritismo confirma y prueba las bases fundamentales de la religión
cristiana, a saber:
La existencia de un Dios único, todopoderoso, creador de todas las cosas, soberano, justo y bueno;
La existencia del alma, y la responsabilidad que contrae por todos sus actos;
El estado feliz o desgraciado del hombre después de la muerte, según el uso que haga de sus facultades durante la vida;
La necesidad del bien y las funestas consecuencias del mal;
La utilidad de la oración.
Resuelve
una multitud de problemas, que encuentran la única explicación que
puede darse, en la existencia de un mundo invisible, compuesto de seres
que se han despojado de su envoltura material, que nos rodean y ejercen
una influencia incesante sobre el mundo visible.
Es origen de consuelos:
Por la certeza que nos da del porvenir que nos espera;
Por
la prueba material de la existencia de los que hemos amado sobre la
tierra, la certeza de su presencia entro nosotros, la de volverlos a
encontrar en el mundo de los espíritus, y de la posibilidad de hablar
con ellos y de recibir consejos saludables;
Por el valor que nos da contra la adversidad;
Por la elevación que imprime a los pensamientos, dando una justa idea del valor de las cosas y de los bienes de este mundo.
Contribuye a la dicha del hombre sobre la tierra:
Calmando las causas de su desesperación;
Enseñando
al hombre a contentarse con lo que tiene, a hacerle considerar las
riquezas, los honores y el poder como pruebas que se deben temer más que
envidiar;
Poniendo un freno a las malas pasiones, origen de la mayor parte de las aflicciones;
Inspirándole por su prójimo sentimientos de caridad y fraternidad sinceros.
El resultado de estos principios, una vez propagados en el corazón del hombre será:
Hacerlos mejores y más indulgentes con sus semejantes;
Destruir poco a poco el egoísmo, por la solidaridad que establece entre ellos; Excitar una noble emulación por el bien;
Poner un freno a las ambiciones desordenadas;
Neutralizar los males inseparables a la efervescencia de las pasiones brutales;
Favorecer el desenvolvimiento intelectual y moral, no sólo en vista del bienestar presente, sino del porvenir á que está unido;
Y por todas estas causas, contribuir al mejoramiento progresivo de la humanidad.
Esta es la doctrina expuesta por M. ALLAN KARDEC en su opúsculo ¿Qu’est que c'est l’espiritisme? Según
el autor, lo ha hecho bajo la inspiración de los espíritus con quienes
se comunica, a los cuales deja la responsabilidad, como se la deja al
SR. KARDEC en algunos puntos con que no está conforme, y para discutir
los cuales tendría que escribir un libro, su afectísimo S. S., Q. B . S.
M.,
Un Espiritista.
Madrid, 5 de Junio de 1861.
NOTAS:
1. He aquí la nota con que ha sido publicada esta carta en La Razón: "Insertamos
con el mayor gusto la siguiente carta que se nos ha remitido. Aunque
anónima, hemos creído descubrir la distinguida pluma de un conocido
escritor, muy dado a los estudios de que en ella da extensa idea. Sin
que nosotros formulemos nuestra opinión acerca de las cuestiones que
trata, que dejamos íntegras a nuestro compañero el Sr. Canalejas,
creemos cumplir, insertándola, la obligación que nos hemos impuesto de
tener al corriente a nuestros suscritores de cuantos estudios merezcan
la consideración de las personas ilustradas. Seguros estamos de que así
lo considerarán, al mismo tiempo que nos darán gracias por la
publicación del ameno e interesante artículo, objeto de estas
observaciones. LA REDACCION.
2. Tomo III, número 2º, decimocuarto de la colección.
…………………………………………………………………………………………….
La REVISTA ESPIRITISTA de París dice, en su número correspondiente al mes de Abril del pasado año de 1867, lo siguiente:
CARTA
DE UN ESPIRITISTA.— Folleto impreso en Madrid, que contiene los
principios fundamentales de la doctrina espiritista, sacados de ¿Qué es el espiritismo?, con
esta dedicatoria: «A Mr. Allan Kardec, el primero que ha descrito con
método y coordinado con claridad los principios filosóficos de la nueva
escuela, dedica este insignificante trabajo su apasionado
correligionario.»
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