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RECORDANDO A GABRIEL DELANNE (1857 - 1926)
A LOS 90 AÑOS DE SU DESENCARNACIÓN:
NECROLÓGICA DE GABRIEL DELANNE
Reproducimos aquí la Necrológica que dedicó con motivo de la muerte de Gabriel Delanne, la revista La Luz del Porvenir (3ª época), órgano del Centro Espírita La Buena Nueva (Barcelona) en su número 160, correspondiente al mes de marzo de 1926.
El deceso, que había ocurrido pocas semanas antes, en la mañana del 15 de febrero, motivó que la publicación barcelonesa dedicase el siguiente número de manera casi monográfica a glosar su figura y resaltar el significado de su obra en el panorama espiritista.
Gabriel Delanne, amigo y maestro, acaba de dejar la envoltura después de haber cumplido una misión brillante entregado al Ideal; luchando en las vanguardias hasta cuando las privaciones y las flaquezas de su salud le obligaron a recluirse en su hogar, ciego e impedido, limitando considerablemente sus posibilidades de acción.
LA LUZ DEL PORVENIR se honra hoy dedicando este número a su memoria, como prueba de afecto y de admiración al amigo, al luchador y al maestro.
GABRIEL DELANNE: ÚLTIMOS DÍAS DE SU VIDA
Los que han vivido en la intimidad de nuestro ilustre amigo, saben cuánto le ha martirizado por largo tiempo el sufrimiento físico. Presa de intensos dolores reumáticos desde hacía largos años, últimamente no podía andar sino ayudándose con un bastón en cada mano. Su cuerpo torturado era asiento de otros muchos males que se iban sucediendo y combinando para no dejarle un momento de reposo. Más que andar, se arrastraba con penoso esfuerzo, con reprimidos ayes y contracciones de dolor. Procuraba, sin embargo, disimular heroicamente sus sufrimientos, para no alarmar a sus familiares y amigos. Sufría sonriendo, para no hacer sufrir a los demás. Gran sensitivo, evitaba con exquisita delicadeza herir la sensibilidad ajena.
Una nueva calamidad vino en los últimos años a cebarse en él: una enfermedad en los ojos, que hizo necesaria una cruenta y dolorosa operación y le dejó casi del todo ciego. Hubo de renunciar desde entonces a salir de casa; no pudo asistir ya a conferencias ni reuniones; viose imposibilitado de tomar parte en el último congreso espírita internacional; y cuando sobrevino hace algunos meses el fallecimiento de la fiel compañera de su vida, no tuvo el consuelo de poder acompañar el cadáver a la última morada. No hay que decir cuánto le afectó aquella cruel separación.
En medio de tanta amargura, pese a la decrepitud lamentable de su cuerpo físico, se mantenía en él vigorosa, maravillosamente clara y serena, la vida espiritual, la luz de su inteligencia privilegiada. El progresivo decaimiento de la larva carnal parecía sublimar cada vez más las potencias del alma. Conservaba una memoria felicísima, que con estupor de todos respondía infaliblemente a todas las consultas, precisando fechas, rectificando nombres y datos minuciosos sobre sucesos lejanos, citando textualmente largos pasajes de autores antiguos y modernos acerca de cada materia consultada.
Delanne se había quedado sólo con su hija adoptiva, Susana, cuya gentil juventud ha sido como una lucecita entre tantas sombras. Ella es la que ha endulzado los postreros días del maestro, a fuerza de cariño filial, de abnegación y solicitud incansable. Largos ratos permanecía el pobre anciano con la cabeza apoyada en un hombro de la joven, dejando vagar el pensamiento por las regiones etéreas y buscando en ese entrañable afecto el valor para vivir un poco más, 'hasta ver asegurado el porvenir de Susana.
Ya por último comenzó a flaquear sin remedio su resistencia prodigiosa; tuvo desvanecimientos, accesos de tos asfixiantes, fiebre casi continua; las medicinas no producían afecto en el organismo agotado ni el estómago admitía casi ningún alimento. Dejó de fumar, su único placer, y en ello vieron sus íntimos un mal augurio. El día 13 de Febrero, al intentar incorporarse en su sillón, desfalleció de pronto y hubo que acostarlo. Algo aliviado al día siguiente, aun pudo recibir a algunos amigos y sostuvo la conversación con ellos con su lucidez y amenidad acostumbrada. Fue el postrer fulgor de la luz pronta a apagarse.
Por la noche le oyó Susana murmurar palabras incoherentes. Acudió a su lado y lo encontró ya inconsciente, bañado en copioso sudor, con los ojos desorbitados y la lengua negra e hinchada. Llamado un médico a toda prisa, ordenó la aplicación de sinapismos y de inyecciones de cafeína. El diagnóstico fue: insuficiencia cardíaca, crisis de asistolia inherente al reumatismo agudo.
Hubo un alivio momentáneo, durante el cual fueron alternando las horas de delirio de conciencia. El espíritu se iba arrancando penosamente su envoltura carnal, desgarrada por tantos dolores. Fijos los ojos en un punto vago del espacio, Delanne empezó a murmurar débilmente: "Mamá, mama...". Pareció ver a su madre que se acercaba para asistirle en sus últimos instantes y ayudarle en el tránsito hacia la otra vida. Distendidas sus facciones, pacificado el semblante en una expresión de bienestar, Delanne balbuceaba al agonizar las sílabas sagradas que aprendiera a pronunciar en la cuna. Con la imagen de su madre ante los ojos moribundos, afrontaba la muerte serenamente, como término augusto de una vida enteramente consagrada al Bien y a la Verdad, sin la más leve mancha de una mala acción.
Prolongose aquel estado por algunas horas y luego sobrevino dulcemente la agonía. A las 7 de la mañana del lunes, 15 de febrero, a la edad de 68 años, el cuerpo de Delanne dejó al espíritu en libertad.
El maestro murió sólo, sin otra compañía que la de su hija adoptiva, en silencio y lejos de toda agitación humana. Podría desearse que hubiera tenido una muerte menos oscura, menos solitaria. Sin embargo, esa despedida callada y sin aparato alguno es la más propia de quien como Delanne vivió con modestia y sencillez, en puro y desinteresado apartamiento de todas las vanidades terrenas. Nadie como él ha podido medir la mezquindad humana; nadie la ha juzgado con tan serena filosofía, con alma tan limpia de rencor.
Tal fue la muerte del apóstol, glorioso heraldo del ideal espiritista. De sus manos cansadas cayó la antorcha; pero el fuego que él encendió ya no se apagará jamás.
Fenecido el hombre, ida su alma a más alta morada, nos queda ardiente e inextinguible, en sus libros y en el ejemplo inolvidable de su vida, la luz de su espíritu inmortal.
París, Marzo de 1926.
G. B
ESQUELA DE DELANNE
Redactada siguiendo las indicaciones del Maestro.
JUNTO A LA TUMBA DE DELANNE
El cuerpo de Delanne fue incinerado en el horno crematorio de Pére Lachaise, el día 18 de febrero a las 11 de la mañana. Un nutrido grupo de espiritistas y de amigos del maestro asistió a la ceremonia.
Numerosas coronas habían sido enviadas para rendir homenaje a los restos mortales de Delanne. Entre todas ellas llamaba la atención una de crisantemos rojos y amarillos con lazos de los mismos colores que ostentaban esta inscripción: "La Federación Espirita Española al maestro G. Delanne."
Varios oradores hicieron uso de la palabra. M. Chevreuil hizo notar que ese fallecimiento deja un hueco difícil de llenar en las organizaciones espíritas. "Delanne –dijo - se adelantó a la ciencia que iba a nacer con el nombre de Metapsíquica. Los frutos de su obra son tales, que al despedirle no hemos de decir qué tristeza, sino cuánta esperanza."
M. Philippe enalteció las virtudes morales de Delanne como espiritista, como filósofo y como hombre de ciencia, y agregó: "Él nos iluminará, ahora que posee la clave del gran enigma. No nos ha abandonado, está aquí, nos oye, y yo le digo: hasta luego, amigo mío, hasta pronto."
Hablaron luego los señores Forthuny, Ripert, Bodier, Regnault y Osty. El señor Lemoine terminó la serie de discursos con estas elocuentes palabras: "¿Dónde hallaste fuerza para superar tus dolores, sino en tus convicciones espíritas? Por tu saber científico y por tus virtudes morales ocupaste la más alta jerarquía dentro del espiritismo. Fuiste un hombre que honra a la humanidad y tu obra es inmortal."
Las cenizas de Delanne fueron luego depositadas en una urna provisional, para ser más tarde trasladadas junto a los restos de sus deudos.
El entierro fue civil; pero Delanne había recomendado que se hiciera constar formalmente que ha muerto creyendo en Dios, en la inmortalidad del alma, en la reencarnación y en la comunicación entre vivos v difuntos, según puede verse en la esquela que reproducimos en otro lugar.
La F. E. E. ha dirigido una comunicación a la señorita Susana Rabotin, hija adoptiva del venerable maestro y compañera fiel en su infortunio.
En dicha carta, después de expresar su condolencia y simpatía, dice el Directorio de la F. E. E.:
"El valor de Delanne y su obra íntegra - así en lo que deja escrito, como en el ejemplo de su vida fecunda, luminosa y llena toda por el esfuerzo hacia el Bien y la Verdad - son bien conocidos entre los espiritistas españoles. Se sabe aquí también qué lugar ocupaba usted en el corazón del maestro y cuan tiernamente lo ha merecido usted. Que Dios le bendiga, querida hermana, y que el espíritu de vuestro padre adoptivo guíe vuestros pasos hasta que tengáis la dicha de volverle a encontrar."
La "Revue Spirite", número de marzo, dedica al venerable maestro un artículo de despedida.
Dice en él - y es cierto - que el Espiritismo mundial se ha de enterar con aflicción profunda de esta separación. Y glosa esta frase del querido hermano: "Yo he sido siempre espiritista. El tiempo de mis primeros recuerdos se remonta a 1860. Mi padre era espiritista. Yo he aprendido el francés oyendo hablar, explicar o razonar el Espiritismo; y he formado mi conciencia sobre el mundo y sobre el ser humano por la práctica de este mismo razonamiento".
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