Lorenzo León Diez
Fotografía Onésimo Gallardo |
Es interesante notar que Pachita siempre actuaba acompañada; tal parece que los cuerpos de los ayudantes eran necesarios para la acción del “Espíritu”. Sus manos colocadas en las heridas o sus brazos entrelazados y Pachita misma, tenían la función de servir de canal a otras manos invisibles que, no obstante, Jacobo Grinberg dijo nunca haber visto. Otros testigos las describen, como es el caso de Memo, hijo de Pachita y quien sería heredero del “don” de la madre (aunque, según Jodorowsky, el que siguió operando fue otro de sus hijos, Enrique) y doña Candelaria, una anciana que hacía las veces de afanadora en el quirófano.
Es sorprendente el texto que le fue dictado a Maurice Cocagnac por Pachita a los pocos días que ella murió (el médico que la atendió – cuenta Jodorowsky- no pudo firmar de inmediato el certificado de defunción porque el pecho del cadáver estaba caliente. Ese calor duró tres días. Sólo entonces se la pudo declarar muerta) en un estado de trance que él llama
”el sueño del despierto” (Henri Michaux había hablado de este estado en su libro Modos del dormido, modos del que despierta)y donde se ve en acción el concepto de la lattice o el hipercampo, creado por Grinberg. “El mundo –dice el fraile- no es un espectáculo sino un misterio, marcado por el sello de la Palabra creadora”.
Fotografía Bárbara Guerrero, Pachita |
El arte de curar y el de escribir se muestran en las obras de Grinberg, Jodorowsky, Cocagnac y Castaneda como saberes simultáneos. Estos autores cruzan la frontera de lo artístico y lo científico para incursionar en el “poder materializador del lenguaje”. El centro es lo literario, pero los desarrollos palabrales tocan la totalidad que nos permite la “conciencia de unidad”.
El amor y el terror
Se confirma en la versión de Jodorowsky la relación de Pachita con Los Pinos (que le costaría a Grinberg salir del grupo de Pachita al término de su libro, pues Margarita López Portillo le solicitó que no dijera que allí había conocido a la chamana): “Habiendo oído hablar tanto de ella, la esposa del Presidente de la República (José López Portillo) la invitó a una recepción nocturna en el patio del Palacio de Gobierno. Allí había numerosas jaulas con diversas variedades de pájaros. Cuando llegó Pachita, aquellos cientos de avecillas despertaron y se pusieron a trinar como si saludaran al alba”. Esta situación entre la curandera y los pájaros también es registrada por Grinberg.
Al narrar su encuentro con Pachita, Jodorowsky describe cómo es introducido a una habitación en penumbra. Yacen en el suelo varios cuerpos envueltos en sábanas ensangrentadas. Cómodamente sentada en un sillón estaba la vieja bruja, limpiándose la sangre de las manos. Era pequeña, gorda, con una larga frente abombada y un ojo más bajo que el otro, como caído, velado por una membrana blanca. Ella acepta al visitante cariñosamente, él le pide ver sus manos. Se sorprende. La palma de aquella mano tenía la suavidad y la pureza de una virgen de quince años. Y luego sigue un evento de materialización. Entre la base de sus dedos medio y anular brilló un objeto metálico, muy pequeño. Era un triángulo dentro del cual había un ojo (el símbolo que Jodorowsky utilizaría en la película El Topo). Él le pide lo deje observar sus operaciones y ella lo cita para una sesión posterior. Cuando llega, unos días después, Pachita le hace leer un poema. De pronto, la que parecía una anciana cansada, lanza un grito estentóreo, alza el brazo derecho y se pone a hablar con voz de hombre: ¡Hermanos queridos, doy gracias al Padre por permitirme estar de nuevo con ustedes! ¡Traedme al primer enfermo! Jodorowsky es testigo de cosas increíbles. Ver a esa mujer, poseída, esgrimir su gran cuchillo y hundirlo en la carne de los pacientes, haciendo surgir chorros de sangre, era alucinante. En el quirófano había sólo un catre estrecho provisto deun colchón forrado con plástico. El paciente debía traer una sábana, un litro de alcohol, un paquete de algodón y seis rollos de vendas. Cubriendo el lecho con su sábana el enfermo se acostaba. Un ayudante, de manera ceremoniosa, le pasaba un largo cuchillo de monte a la curandera. La empuñadura estaba recubierta y forrada con una cinta negra de aislar y la hoja sin filo tenía grabado un indio con penacho. Jodorowsky narra una operación de vejiga: la vieja auscultó el interior del vientre, levantó la mano, hizo un gesto y aparecieron unas tijeras. Cortó algo que produjo una insoportable hediondez. Luego sacó una nauseabunda masa carnal que Enrique (su hijo) envolvió en papel negro. Después extrajo de un frasco la nueva vejiga. La colocó junto a la herida y fue absorbida, sin que nadie la empujara, hacia el interior del cuerpo. Colocó los algodones embebidos en alcohol sobre el tajo. Los presionó un momento, limpió la sangre y la herida, sin dejar cicatriz, desapareció.
Fotografía Jodorowsky emulando a Pachita |
Lo mismo que a Grinberg, que duda de lo que está viendo, Pachita obliga a Jodorowsky a meter la mano en la herida de un operado. Si se trataba de hacer una transfusión, porque el paciente se estaba desangrando, el Hermano metía el extremo de un tubo de plástico en su propia boca y el otro extremo en un agujero del brazo y comenzaba a escupir litros de líquido rojizo. Y como a Grinberg le había pasado, el director de cine regresa a su casa a las doce de la noche, alucinado, cubierto de sangre. Pero a diferencia de éste, Jodorowsky no sólo es testigo y ayudante en estas extraordinarias prácticas, sino también sujeto de una intervención.
En una ocasión Jodorowsky iba acompañado de una bella mujer en un restaurant de la avenida Insurgentes, cuando se le acercó un hombre que dijo llamarse Carlos Castaneda, ser su admirador y desear gustoso hablar con él. Este encuentro lo refiere Jodorowsky en el mismo libro en el que escribe sobre Pachita (La danza de la realidad) y en algunas entrevistas. Es un relato delicioso por tratarse de quienes se trata. El hecho es que se citan en el hotel de Castaneda y se encuentran conversando sobre la posibilidad de una colaboración para filmar una película con brujos reales, cuando repentinamente Castaneda es atacado por un dolor de estómago y una diarrea fulminante. Se despiden apresuradamente. A partir de ese día, Jodorowsky sufre un intenso dolor en el hígado. Como ya operaba con Pachita, le declara su dolencia. Al frotarle el vientre con un huevo, como lo hacía con sus pacientes, la santa le informa: “Niño querido del alma, aquí tienes un tumor. Te voy a operar para arrancártelo de cuajo”. Lo ve palidecer y riendo, le dice lo mismo que dijera alguna vez a Grinberg: “Llevo más de setenta años operando, miles de personas han sido abiertas por el cuchillo del Hermano. Si hubiera ocurrido un percance a alguno de los pacientes, hace tiempo que estaría en la cárcel”.
Con una irresistible curiosidad, Jodorowsky decide entregarse a la experiencia para saber qué se siente operarse en tan raras circunstancias. Se quita la camisa. Un par de tijeras aparece en la mano de la curandera “Hizo un rollo con mi piel y dio un corte. Oí el ruido de las dos hojas de acero. Comenzó el horror. Aquello no era teatro. ¡Sentí el dolor que siente una persona a la que le cortan la carne con unas tijeras! Corría la sangre y pensé que me moría. Después, me dio una cuchillada en el vientre y tuve la sensación de que lo abría dejando mis tripas al aire. ¡Espantoso! Nunca me había sentido tan mal. Durante unos minutos que me parecieron eternos, sufrí atrozmente y me quedé blanco. Pachita me hizo una transfusión. A medida que escupía su extraño líquido rojo por el tubo de plástico que me había embutido en la muñeca, sentí poco a poco que me invadía un agradable calor. Después levantó mi hígado sangrante y comenzó a tirar de una excrescencia que tenía. ‘Vamos a arrancarlo de raíz’, afirmó el Hermano. Y yo padecí, aparte del olor a sangre y de la horrorosa visión de la víscera granate, el dolor más grande que había sentido en mi vida. Chillé sin pudor. Dio el último tirón. Me mostró un pedazo de materia que parecía moverse como un sapo, la hizo envolver en papel negro, me colocó el hígado en su sitio, me pasó las manos por el vientre cerrando la herida y al momento desapareció el dolor. Me vendaron, me envolvieron en la sábana, me llevaron al salón y me acostaron entre los otros operados. Allí me quedé inmóvil media hora, feliz de estar vivo. Pachita, limpiándose la sangre, se arrodilló junto a mí, me tomó las manos y me preguntó cómo me llamaba. Luego, me estrechó entre sus brazos y me entregué a ellos con sed de madre. Cuanto más pedí, más me dio. Quise un infinito cariño, obtuve un infinito cariño. Sí, Pachita conocía el alma humana y sabía utilizar muy bien una terapia que mezclaba el amor y el terror”.
Maurice Cocagnac |
Las fibras del alma
El testimonio del padre Maurice Cocagnac como ayudante de Pachita ilumina desde una perspectiva distinta lo que sucedía en ese exclusivo, y en buena medida anónimo, círculo que convocaba la santa. A diferencia de Jacobo Grinberg, que combina en su libro sobre Pachita la descripción vívida de las operaciones, su propia introspección –pues él, por su parte, comienza un diálogo interno con el Hermano- y su teoría sintérgica; y de Alejadro Jodorowsky, que se ocupa sobre todo de la “técnica” que más tarde aplicaría en su propia práctica (a la psicomagia, el psicochamanismo y la psicogenealogía- el masaje inicático lo crearía influido por otra chamana: Doña Magdalena), Cocagnac acentúa la naturaleza espiritual que comporta la enfermedad ante Pachita. Escrito verdaderamente en un estado de “conciencia acrecentada”, su libro incluye un fragmento revelador que nos hace pensar en las teorías de la lattice y las supercuerdas, esta última comentada por Miguel Paz (http://homepage.mac.com/penagoscoscorzo/ensayos5.html) en su artículo comparativo entre esta teoría de la física moderna (creada por Michio Kaku) y la Sintergía de Grinberg. Si leemos el fragmento de Cocagnac a la luz de estas ideas, podemos imaginar que se refieren a la misma cosa. Hay que recordar que para Grinberg nosotros (o sea nuestro cerebro, y aquí podemos escribir también “el alma”) “interactuamos con una matriz informacional o campo informacional que todo lo abarca y envuelve y que contiene a cada una de sus porciones toda la información. Es una matriz de tipo holográfico. En este nivel de cualidad de la experiencia no hay objetos separados unos de otros, sino que se trata de un extraordinario campo informacional de enorme complejidad”.
En la teoría de las supercuerdas –dice Paz- la estructura material del espacio-tiempo es un entramado o urdimbre de infinitas cuerdas inconcebiblemente delgadas y unidimensionales, las cuales, dependiendo de su fase, pueden percibirse como partículas. ¿Por qué hay tantas de ellas? se pregunta Michio Kaku. En la teoría de las supercuerdas, una cuerda tiene un tamaño de 10 a 20 (10 elevado a la 20) veces más pequeño que el de un protón (absolutamente invisible para el ojo humano). Reseña Paz que para esta teoría una partícula subatómica es tan sólo un modo de la vibración de la cuerda. Cada partícula correspondería, así, a una resonancia diferente. Ninguna partícula es por sí misma fundamental. Un electrón no es más fundamental que un neutrino…lo es cuando poseemos medios para ver su estructura última. Según esta teoría, si pudiésemos supermagnificar cualquier partícula, veríamos finalmente una pequeña cuerda vibrante (vibración que –de paso- sólo podría tener lugar en universos de 10 dimensiones). De hecho, según esta teoría, la materia no viene a ser otra cosa que las armonías creadas por estas cuerdas vibrantes.
Jacobo Grinberg / Operación de páncreas |
Ahora resumiremos lo que, ya muerta, le dijo (en sueños) Pachita al fraile Cocagnac: “El alma necesita un ligamento. Es un conjunto de fibras independientes. Demasiado independientes. Las fibras del alma pueden desfibrarse, como las de la madera, como las una gavilla cuando se corta la cuerda. Cada fibra estira por su lado. Y cada fibra la estiran fuerzas que nos superan. (..) El alma es una construcción entrelazada (..). A veces hay que desligar el alma cuando las fibras se superponen, se lesionan, estiran cada una por su lado. Hay que extender esas fibras, redistribuirlas y ordenarlas para entrelazarlas otra vez. El ligamento del alma no merma su libertad. El ligamento es la libertad del alma. No se puede hablar del alma si no hay ligamento. Las fibras del alma y del cuerpo son de la misma naturaleza (..). En el hombre hay fibras que lo sostienen todo. Al principio son muy frágiles. Con el tiempo se vuelven más resistentes que el sisal. El trabajo del verdadero médico consiste en fortalecer las fibras del ligamento. Hay plantas que tienen el espíritu del ligamento. (..) No hay que estirar demasiado del ligamento. O se rompe, y el alma de desfibra, o el ligamento estrangula el alma. El ligamento debe sostener, mantener, con flexibilidad. No es fácil y puede ser peligroso. Las fibras del alma son las fibras del cuerpo que se han vuelto luminosas. Juntas son luminosas. Separadas o demasiado apretadas, se ennegrecen y se pudren. A veces hay que aflojar y a veces hay que apretar, eso es la salud. Es morir guardando bien apretadas las fibras luminosas. (..) El verdadero médico ayuda al hombre a desenvolverse. ”
Una cosa más: la carne desgarrada, las heridas que abre el cuchillo de Pachita, son frías, no calientes. Esto lo comprueba Jodorowsky cuando la santa lo obliga a tocar. Un miembro del grupo de operaciones (Guillermo Leuder, quien condujo a Jodorowsky hacia Pachita, lo mismo que a Maurice Cocagnac) le dice: se debe a que el Hermano realiza esos trabajos en una dimensión astral, distinta a la nuestra. Y Pachita explica, a su vez: “Cuando caigo en trance vivo en el astral, si alguien despedaza mi cuerpo, el Hermano lo reconstruye”.
Matar a la muerte
A diferencia de Grinberg y Jodorowsky, que relatan escenas muy sangrientas, Cocagnac no describe la naturaleza de su visión aunque reconoce que “todos los asistentes ven lo mismo”. Es interesante notar cómo la experiencia con Pachita suscita (aunque todos vean lo mismo) distintas reacciones y reflexiones. Grinberg es el científico que puede especular de acuerdo a sus conceptos en el acto mismo de la curación: “Puse mucha atención en el corte y me percaté (..) que parecía no ejercer presión alguna o realizar esfuerzo considerable y que bastaba con el contacto sutil del metal de la hoja del cuchillo sobre la piel, para que ésta se abriese (..) Realmente ese cuchillo no es lo que aparenta, inclusive ni siquiera sería necesario utilizarlo”. En el proceso de estas experiencias Grinberg piensa: “Somos uno y nuestro cuerpo no tiene límites. En la física contemporánea una partícula aparentemente separada de otras es en realidad la intensificación de un rango de frecuencia del mismo y único Campo Cuántico. Lo mismo acontece con la conciencia. Cada conciencia proviene de una conciencia global y unificadora del todo. Cada ser está en camino hacia la unidad con el todo y sufre diferentes experiencias para llegar. La frecuencia del Campo Neuronal se incrementa con la evolución. En cierta etapa, el campo se confunde y se vuelve indistinguible de la estructura del espacio. Se convierte uno con este último y así la conciencia individual se establece en un contacto íntimo con lo absoluto e indiferenciado”. Con Pachita, Grinberg descubre que “el espacio está organizado y que una de las bases del contacto es reproducir tal organización en el sistema nervioso”.
Jacobo Grinberg y un colega en su laboratorio |
Cocagnac es el místico: “Veo llagas abiertas que me remiten a mis heridas secretas, toco tejidos deteriorados que me recuerdan que el alma también puede tener equimosis”. El cuchillo de Pachita, “planea no para cortar la piel, sino para cortar el pedúnculo que transmite la angustia al corazón”. Cocagnac penetra en las raíces simbólicas del acto: “Miro en la temblorosa claridad de la habitación el cuchillo de Pachita que se convierte en una espada ritual, no una caricatura de bisturí. Su simbólico filo penetra las junturas del alma y separa el yo henchido por el miedo del que se mantiene fuera del alcance del terror”.
Esa sería la función del acto vivido en carne propia por Jodorowsky, separar. El cuchillo rotura “el punto de unión” del que habla Cocagnac, o el “punto de encaje”, al que se refiere Don Juan, o unifica el “campo neuronal” con la lattice o hipercampo, que menciona Grinberg.
Todos los asistentes ven lo mismo, afirma Cocagnac, pero él no va a relatar qué es lo que ven, pues “cabe preguntarse si se trata de una alucinación colectiva. Podría serlo si se entiende por esa expresión algo más que una divagación o una extravagancia. De hecho, se trata más bien de otra manera de percibir la enfermedad y la muerte, de otra forma de recibir la propia fragilidad y los signos precursores de su propia desaparición”. El sacerdote francés, dentro del grupo que rodea a Pachita, se siente “atrapado en un campo de fuerza que me desborda y no me extraña la coincidencia de la visión”. El cuchillo de Pachita es “el arma que puede matar a la muerte” ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cómo opera para lograrlo? Cocagnac explica que Pachita provoca una regresión psicológica del paciente a la infancia (“¿Qué quieres muchachito?” “Niño querido del alma” “¿Cómo estás mi cariñoso?” “Hijito mío”, etc.), y aunque su voz es masculina en la voz del Hermano, no deja de ser en todo tiempo la madre, que con la sola direccionalidad de su voz hacia el sujeto, desprende de sí su ego, su creencia de que es insustituible, su obtusa preocupación por sí mismo. Ya nada más entrando a esa habitación en penumbra, el paciente se echa a temblar, el terror es un principio de esta curación. “Cuando el hombre no deja de compadecerse con su suerte, se vuelve obtuso y a veces peligrosamente idiota, sea cual sea su coeficiente intelectual. La flecha del espíritu pierde el filo y las plumas, ya no puede volar más allá de la preocupación por sí mismo”, entonces el cuchillo cambia el “punto de unión” obtuso por su suplemento agudo, “separa el yo henchido por el miedo del que se mantiene fuera del alcance del terror”.
Cocagnac afirma que el cuerpo tiene conciencia interna. “Pachita creía que el cuerpo humano tiene una conciencia propia, sabe cosas que la conciencia que se expresa con el lenguaje tiene dificultades para comprender”. El fraile dominico se sumerge al lado de la santa, siempre en un estado de oración: “Al margen de la oleada de miedo me siento sumergido, con Robert (el paciente que acompaña), en un baño de pura amistad (..)una plegaria que no pide nada. He abierto los ojos a otra cosa, no a otro mundo ni a un más allá fantasmagórico, sino a este mundo de aquí, liberado del miedo, de la angustia que lo abotaga, lo paraliza y lo entrega sin defensa a los caprichos del destino. Comprendo mejor la expresión miedo servil: el señor miedo sostiene el extremo de la cadena, donde están atrapados los condenados a vivir bajo su imperio. En algunos casos la enfermedad es una escapatoria, una tentativa de evadirse de la galera del miedo.” O, como dice Jodorowsky: “Las enfermedades desde cierto punto de vista son sueños, mensajes que denuncian problemas no resueltos”.
Pachita conversando con Leo, un ayudante |
Jacobo Grinberg, sin embargo, a diferencia de Jodorowsky y Cocagnac, puede diferenciar nítidamente a Pachita de la entidad que la posee: “Me di cuenta que yo ya no confundía a Pachita con el Hermano y que ya los veía como dos personalidades separadas una de otra”. La integración de Jacobo en el equipo de operaciones le permite entrevistar a otros protagonistas de los eventos. Candelaria le dice: “Yo veo que alrededor de sus manos (de Pachita y de los ayudantes) hay otras manos. La verdad es que sólo veo el cuerpo del enfermo sin ropas y esas manos. Casi no veo las manos suyas, ni las de Pachita. Esas otras manos brillan más y siempre me asustan. Por eso ya ve que no me acerco. Sí, usan instrumentos. Cortan y saturan y paran la sangre y son muy rápidas. La verdad es que las manos de usted las ocupan esas manos brillantes y yo sé que cuando usted mueve un dedo, ellas son las que lo hacen pero usted no se da cuenta”. Y Armando, ayudante, le refiere: “El trabajo operatorio no termina con la operación. Los seres siguen trabajando los injertos, ligando conductos, dando energía y restableciendo y fortificando las células”. Y una enferma que es entrevistada por Grinberg: “Veía muchísimas manos. Las sentí muy claramente dentro de mi cuerpo. Eran 10 o 20 o 40 manos que rápidamente me tocaban los riñones y la vejiga. Algunas tenían uñas y me rasguñaban, pero todas operaban y no se estorbaban”.
Con Pachita, Jodorowsky comprende que “en el mundo mágico no sólo la fe jugaba un papel esencial sino también la obediencia”. Cocagnac apunta algo sobre este tema perturbador, pues los indicios o síntomas “no son simples elementos significativos, sino que también pueden constituir uno de los factores del mal (.) La persona que teme padecer cáncer puede interpretar algunos trastornos benignos como signos de la existencia de ese mal. Ese error puede influir en su organismo, alterar su sistema defensivo y convertirse a su vez en un factor mórbido”. Dice Pachita (citada por Grinberg) a una paciente que regresa no obstante ya fue operada: “Mi cariñosa mujercita, su cáncer está curado y usted no lo ha entendido. Cuando uno piensa que está mal, el cuerpo se enferma”. Y Grinberg completa: “El dolor es la transformación de la experiencia consciente de lo que previamente es un manejo de la lógica neuronal a través de circuitos hipercomplejos”.
Cocagnac acompañó desde Francia a dos enfermos, refiere Jodorowsky (no coincidió con él en su estancia, pero supo del caso y luego de su libro). A ambos pacientes, antes de que regresaran a su país, les dijo Pachita: “Niños queridos, ya están curados. Dejen de tomar medicinas y por nada del mundo consulten a un médico antes de seis meses.” Uno, apenas regresó a París “reunió a una junta médica. Los resultados fueron lapidarios: el cáncer aún estaba allí. El hombre murió un mes más tarde. Por el contrario, el otro operado dejó de ingerir píldoras y no vio a doctores durante seis meses. Cuando estos lo examinaron, se quedaron con la boca abierta: el corazón estaba sano, funcionando como el de un muchacho joven”. Jodorowsky escribe que, “aunque no se creyera en el poder de la bruja, era conveniente darle todas las posibilidades de actuar siguiendo al pie de la letra sus instrucciones. Más tarde apliqué esto a la Psicomagia. Un acto psicomágico debe ser realizado al pie de la letra, como un contrato. El consultante se compromete a obedecer. Si no lo hace o si transforma las indicaciones, por prejuicios, miedo o comodidad, el inconsciente se da cuenta de que puede desobedecer y la curación no se realiza”.
La concepción azteca de la energía
Varias veces El Hermano, por boca de Pachita, le insiste a Grinberg: “Mira, nunca hicimos sacrificios, hacíamos lo que has visto (.) Eso era para aprender. No es cierto que lo hacíamos por crueldad, investigábamos”. Pocos historiadores y arqueólogos de la sociedad azteca han penetrado en el sentido del sacrificio. Uno de ellos es Christian Duverger (La flor letal, economía del sacrificio azteca, FCE, 1993). Los aztecas sabían –dice- como lo ha demostrado Jaques Soustelle, “que el espacio penetra en el tiempo (.) En el mundo azteca, la religión, la moral y la política se confunden en la esfera de las ciencias físicas (.) El sacrificio no es el fruto de alguna barbarie inhumana y gratuita, es esencialmente, tecnología. (.) ¿No practicamos la desintegración del átomo que tiende precisamente a destruir la estabilidad de ciertos elementos para provocar una liberación de energía nuclear? Al descubrir que la ruptura de su núcleo atómico libera una parte de las energías que se concentraban en mantener la unión ¿no ha revelado la física moderna el espíritu secreto del sacrificio? ¿No desempeña el sacrificio en la sociedad azteca la misma función que el reactor atómico o el acelerador de partículas de nuestras sociedades contemporáneas?”.
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