LA ÉTICA
ESPÍRITA EN EL SIGLO XXI
Milton R.
Medran Moreira
I – LA ÉTICA -¿QUÉ ES?
Para tratar aquello que podremos denominar como “ética espírita”, es importante, para
empezar, conceptuar lo que se puede entender por “ética”. Es necesario recordar, en un inicio de estas reflexiones,
que Allan Kardec, en su vasta obra, probablemente nunca utilizó esa
palabra. Usó, sin embargo, con
frecuencia, y como valor central de todas sus reflexiones, el término “moral”.
¿Podríamos decir que “ética” y
“moral” son sinónimos?
Etimológicamente, las dos palabras son equivalentes. Ética proviene del griego –ethos-
que significa “modo de ser”, y moral
deriva del latín –mos-moris- que
tiene el significado de “costumbre”.
Contemporáneamente, se ha
buscado distinguir los dos términos, a partir de los parámetros siguientes:
Moral sería definida a partir de las costumbres, de las reglas de
comportamiento adoptadas por los pueblos, de conformidad con sus tradiciones, con
sus creencias, con las enseñanzas transmitidas y los códigos adoptados.
Ética sería la reflexión filosófica sobre la moral.
De esa forma, la moral sería normativa,
mientras que la ética sería especulativa.
Incluso de esta manera, los
conceptos siguen confundiéndose. Es corriente, por ejemplo, que se use la expresión
ética para designar el
comportamiento normativo de determinadas clases, de grupos o segmentos
corporativos que se autoprotegen y hacen su reglamentación “interna corporis”.
Hay, así, una ética médica, una ética empresarial, una ética cristiana, una ética partidaria, e, incluso, una “ética” que regula organizaciones
criminales.
A diferencia de las religiones,
Allan Kardec y los espíritus que entrevistó en su obra, evitaron prescribir códigos
de conducta. Analizaron, con bastante profundidad, la evolución del espíritu
humano, elemento inteligente integrante de la Naturaleza, desde sus etapas de barbarie,
todavía próximos de la animalidad irracional, hasta lo que se convino en
denominar civilización. En los períodos más atrasados de la humanidad, donde
predominaba la presencia de espíritus “simples e ignorantes”, el ser humano
actuaba fundamentalmente a partir de sus necesidades materiales, ligadas a su sobrevivencia
física, sin nociones más perfeccionadas de moral. Fue la convivencia con el
otro y el desenvolvimiento de la inteligencia lo que despertó en él la
necesidad de ir, paulatinamente, suavizando el egoísmo y el orgullo,
sentimientos que dominaban el espíritu primitivo.
La percepción de la existencia del otro y de la necesidad de la
convivencia condujo, inevitablemente a la formulación de reglas de
sociabilidad.
Para la filosofía espírita, hay
una Ley del Progreso, rigiendo todo
el proceso evolutivo del espíritu y de la cual, necesariamente, entre otras,
deriva una Ley de Sociedad, cuya
vivencia conduce a la plenitud de la Ley
de Justicia, Amor y Caridad (Tercera Parte de El Libro de los Espíritus - Leyes Morales).
El enfoque espírita es, pues,
eminentemente especulativo y no normativo. Por lo que es bastante apropiado
hablar de una ÉTICA ESPÍRITA, con características muy propias, pues parte de
principios filosóficos como los de la inmortalidad
del espíritu; de la evolución
que se da a través de las vidas
sucesivas; de la ley de causa y
efecto; y de lo imprescindible de la práctica de las leyes naturales, presentes en la propia consciencia del ser, para
alcanzar etapas de perfección y de felicidad.
Podemos afirmar, en
consecuencia, que a partir de eso, es más apropiado hablar de ética espírita que de moral espírita.
Aunque la doctrina espírita
trate, con propiedad, de la ley natural
como siendo “eterna e inmutable como el
mismo Dios” (El Libro de los
Espíritus, pregunta 615), reconoce que la práctica de la misma resulta de
un proceso evolutivo lento y gradual. Admite, de esa forma, que,
“(...) lo que antes era un bien, porque era una necesidad de su
naturaleza (del espíritu), se
convierte en un mal, no sólo porque ya no constituye una necesidad, sino porque
es perjudicial para la espiritualización del ser”. (La Génesis, Cap. III, Origen del Bien y del Mal).
Fundamentada en la ley natural,
eterna e inmutable, el espiritismo, principalmente en El Libro de los Espíritus, defendió valores que, aún no estando
presentes en las leyes o en las costumbres de los pueblos del Siglo XIX,
podrían ya ser teóricamente anticipados como conquistas a ser consolidadas por
las sociedades del futuro.
II
– EL ESPIRITISMO Y LA ÉTICA DE LA MODERNIDAD
Exactamente por las
características de universalidad y de atemporalidad de la ética predicada por
el espiritismo, le fue posible a Allan Kardec, con base en los diálogos y
preguntas propuestos a sus interlocutores espirituales, defender, en el Siglo
XIX, la implantación de normas legales o consuetudinarias que sólo serían
consolidadas en la posmodernidad de los Siglos XX y XXI.
Es conveniente recordar que el
espiritismo es un producto genuino de la Modernidad. El Profesor Rivail,
discípulo de Pestalozzi, tenía una sólida formación humanista e iluminista,
fundada especialmente en el pensamiento de Jean Jacques Rousseau (1712/1778). En
toda su vida, incluso antes de interesarse por el fenómeno de las “mesas giratorias”,
el educador francés que, más tarde, pasaría a ser conocido como Allan Kardec, siempre
demostró un amor incondicional a las nuevas ideas que modificaban la sociedad,
a partir del Iluminismo y que comenzaron a dar frutos más concretos en América,
con la Declaración de Derechos de la Constitución de los EUA (1791) y, en
Europa, con la Revolución Francesa (1789).
Para la intelectualidad europea, a la que pertenecía Rivail, el
pensamiento racional debería substituir a las creencias religiosas y al
misticismo derivado de las antiguas teocracias medievales. La fuerza de la
razón debería dar paso a un nuevo tiempo, implantando una sociedad más justa,
con derechos iguales capaces de producir felicidad. Por eso, combatían las
imposiciones de carácter religioso y se posicionaban contra el absolutismo y
los privilegios otorgados a la nobleza y al clero. De ahí el lema legado por la
Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Cabría a la sociedad del
Siglo XIX, donde, en la práctica, perduraban todavía sistemas absolutistas
ligados al poder civil y religioso, implantar concretamente esos cambios.
El Libro de los Espíritus (1857), teniendo como bases filosóficas la existencia de una
“Inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas”, la inmortalidad del
Espíritu y su vocación permanente para el progreso (evolución, que se daría por
las vidas sucesivas), y la comunicabilidad entre la Humanidad encarnada y la Humanidad
desencarnada, defendía concretamente todas las ideas del Iluminismo
racionalista. Más que todo eso, anticipaba conceptos que sólo serían normalizados
a lo largo de los Siglos XX y XXI.
Entre muchos otros, podemos inscribir los siguientes conceptos
presentes en El Libro de los Espíritus
que, para la época, estaban muy avanzados y eran todavía vehementemente
rechazados por la religión y aún no incorporados en las costumbres y
legislaciones vigentes en dicho período. Todos ellos componen una ética moderna,
prácticamente indiscutible en los países más democráticos y progresistas, en el
contexto del Siglo XXI, pero que, cuando fueron enunciados a mediados del Siglo
XIX, recibieron una fuerte reacción por parte de la Iglesia y/o del poder
civil. O sea:
a) El reconocimiento de los
derechos laborales, otorgando dignidad al
trabajador, en las relaciones patrón/empleado (Límite del Trabajo – Reposo – en
“Ley del Trabajo”, El Libro de los
Espíritus). Hay que recordar que, en Europa, el liberalismo del Siglo XIX predicaba
la no intervención estatal en las relaciones laborales. En Brasil y, en general, en los países de
América, todavía estaba en vigor el
trabajo esclavo y no se hablaba en Derecho del Trabajo, que hoy cuenta con
estatutos altamente protectores del trabajador.
b) La concesión de derecho
al hombre y a la mujer de regular su descendencia,
limitando la reproducción: “Dios concedió
al hombre, sobre todos los seres vivos, un poder del cual debe usar para su
bien, pero no abusar. Puede, pues, regular la reproducción de acuerdo con sus
necesidades, pero no debe entorpecerla sin necesidad. La acción inteligente del
hombre es un contrapeso establecido por Dios para restablecer el equilibrio
entre las fuerzas de la Naturaleza...” (Pregunta 693 de El Libro de los Espíritus – Ley de
Reproducción). Debemos considerar que, hasta nuestros días, la Iglesia Católica
se posiciona en contra de cualquier medio de limitación de la natalidad,
inclusive el uso de preservativos, admitiendo sólo como medio anticonceptivo la
ausencia de relaciones sexuales en períodos fértiles.
c) La aceptación del
divorcio. El
Libro de los Espíritus consignó que la
indisolubilidad del matrimonio, predicada hasta hoy por la Iglesia, se
constituía en “ley humana, muy contraria a la ley natural (...)” (“Ley de
Reproducción”, Pregunta 697). En aquella época, la institucionalización del
divorcio, en los países de tradición cristiana, era tenida como inaceptable. En
Brasil, por ejemplo, el divorcio sólo fue permitido legalmente en el año de
1976, con la férrea oposición de la Iglesia.
d) El rechazo a la pena de
muerte. Cuando fue publicado El Libro de los Espíritus, todos los países de Occidente
prácticamente tenían como algo legal la pena capital que era aplicada ampliamente,
por motivos especialmente políticos e ideológicos. La obra fundamental de la
doctrina espírita pronosticaba, sin embargo, su total extinción: “La pena de muerte desaparecerá
incontestablemente y su supresión señalará un progreso de la Humanidad” (Pregunta
760).
e) La globalización – Tendencia de la posmodernidad, la globalización ya fue anticipada en
El Libro de los Espíritus que
clasificó como imposible la “reunión de todos los pueblos de la Tierra en una
sola nación” (Pregunta 789 – Ley del Progreso), pero proclamó: “(...) Cuando la ley de Dios sea en todas
partes la base de la ley humana, los pueblos practicarán entre sí la caridad, como
los hombres entre ellos, y entonces vivirán felices y en paz, porque nadie
perjudicará a su vecino, ni vivirá a sus expensas.”. Se trata de un
proyecto de globalización, a partir de una ética de amor y de servicio que
alcance a todos los pueblos. En el extenso comentario aportado por Kardec sobre
dicha cuestión, consta: “(...) Cuando
todos los pueblos estén al mismo nivel con respecto al sentimiento del bien, la Tierra será exclusivamente punto de
reunión de buenos Espíritus, que vivirán fraternalmente unidos (...)”. La
nueva doctrina se adhería, así, a los deseos de la paz mundial, reconociéndose
a todos los pueblos y naciones, independientemente de sus creencias y
características culturales, como partícipes de un único orden mundial.
f)
Igualdad de derechos entre hombres y mujeres. De los nuevos derechos, consagrados en la Modernidad, el de la
igualdad de sexos tal vez sea uno de los de más lenta evolución. El desprecio a
la mujer está en la raíz de la teología judeocristiana. El Libro de los Espíritus también aporta razones históricas y
sociológicas sobre el trato de inferioridad moral conferido a la mujer y
derivado “del dominio injusto y cruel que
el hombre asumió sobre ella. Resultado de las instituciones sociales y del
abuso de la fuerza sobre la debilidad. Entre hombres poco avanzados moralmente,
la fuerza es el derecho”, dice la pregunta 818. Siguiendo la secuencia del
mismo capítulo, la pregunta 822-a defiende que “(...), una legislación, para ser perfectamente justa, debe consagrar
la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer”. Es cierto que la misma
pregunta de El Libro de los Espíritus
hace una distinción entre “derechos” y “funciones”, recomendando que “(...) el hombre se ocupe de lo exterior y
la mujer de lo interior, cada cual según su aptitud”. Se trata de un
concepto cultural que también se ha transformado en la posmodernidad, donde las
mujeres han avanzado ocupando funciones antes reservadas sólo al sexo
masculino. De todas formas, quedó bien evidenciada la posición de la doctrina
espírita en lo que se refiere a los derechos de la mujer, todos los derechos,
políticos y sociales. Un tema que avanza muy especialmente en este Siglo XXI.
g)
Repudio a la esclavitud. En la época
en que fue escrito El Libro de los
Espíritus, en varios países, tanto de Europa como de América, aún estaba en
vigor el comercio de esclavos. España había abolido la esclavitud en el país, en
1837, pero en Puerto Rico y Cuba, que eran colonias suyas, la esclavitud aún
era legal, sólo siendo abolida en los años de 1873 y 1879, respectivamente.
Portugal sólo decretaría la total abolición del comercio de esclavos en el año
de 1869. En Brasil, la abolición sólo tendría lugar en 1888. En los Estados
Unidos, la lucha por la abolición se desarrolló, de forma desigual, en las
diferentes regiones y estados, pero solamente en 1863, con la Declaración de la
Emancipación, Abraham Lincoln acababa legalmente con la esclavitud en todo el
país. Anteriormente a todas esas fechas, El
Libro de los Espíritus proclamaba claramente, en la pregunta 829: “La esclavitud es un abuso de fuerza que
desaparecerá con el progreso, como desaparecerán poco a poco todos los abusos”.
(Capítulo “Ley de Libertad”).
h)
Absoluta libertad de pensamiento. Finalmente,
continuando con la Ley de Libertad, y, en tiempos en los que Francia era
gobernada por un régimen absolutista comandado por Napoleón III, en España los
obispos aún tenían poderes para quemar libros y, en Roma, la Santa Sede combatía
con encíclicas la libertad de pensamiento y la separación de la Iglesia y del
Estado, El Libro de los Espíritus,
proclamaba con coraje: “La consciencia es
un pensamiento íntimo que pertenece al hombre, como todos los otros pensamientos”
(pregunta 835) y “la libertad de consciencia
es una de las características de la verdadera civilización y del progreso”. El
espiritismo nacía, así, totalmente comprometido con la ética de libertad, del
humanismo y del progreso. Asumía un perfil laico y librepensador, en sentido
opuesto a las posiciones de la religión, pero fundado en una filosofía
claramente espiritualista.
III - EL ESPIRITISMO Y LA ÉTICA DE LA FELICIDAD
Moral, Ética y Derecho son conceptos afines. El Derecho de los
pueblos, en la misma medida en que refleja la cultura y las costumbres (moral)
de un determinado agrupamiento humano, también es influenciado por el
sentimiento de Justicia (ley natural), presente en la consciencia del ser
humano.
Por eso mismo, y con mucha propiedad, la pregunta 795 de El Libro de los Espíritus registra:
“En tiempo de barbarie son los más fuertes los
que hacen las leyes, y las hacen en provecho suyo. Sin embargo, a medida que
los hombres fueron comprendiendo mejor la justicia, fue preciso modificarlas.
Las leyes humanas son tanto menos inestables cuanto más se aproximan a la
verdadera justicia, es decir, a medida que son hechas para todos y se
identifican con la ley natural”. (“Ley del
Progreso” – Tercera Parte del L.E.).
La Modernidad, con la cual conquistamos el Estado de Derecho, se
caracteriza por una búsqueda incesante de Justicia
para todos, delante del poder del
más fuerte, considerándose así lo físicamente
más fuerte, lo económicamente más
fuerte o lo políticamente más
fuerte.
El lema de la Revolución Francesa –Libertad, Igualdad,
Fraternidad- es apuntado como una ruta que se proyecta en el tiempo y que, en
los dos últimos siglos, propició algunas conquistas, pero que ofrece, aún,
serios desafíos en la búsqueda de justicia para todos. La conquista de los
llamados Derechos Fundamentales del Hombre es un proceso, visto hoy a través de
una escala que divide esos derechos en tres generaciones, como se expone a
continuación:
a) Derechos de Primera
Generación (o Derechos de Libertad). Ellos
surgieron en los siglos XVII y XVIII, y
fueron los primeros reconocidos en las Constituciones modernas. Son los
derechos civiles y políticos que el Estado de Derecho inscribió como inherentes
al ser humano. El Estado, hasta entonces, era visto como el gran opresor de las
libertades individuales. En el tiempo del surgimiento del espiritismo
–pos-Revolución Francesa-, esos eran los derechos que aún desafiaban el
escenario político y económico de Occidente. En esa generación se incluyen el
derecho a la vida, a la seguridad, a la justicia, a la propiedad privada, a la
libertad de pensamiento, a la expresión, a la creencia, entre otros. Allan
Kardec inscribió cada uno de esos derechos en lo que denominó como Ley Divina o
Natural, en la Tercera Parte de El Libro
de los Espíritus.
b) Derechos de Segunda
Generación (o Derechos de Igualdad). Normalmente,
esos derechos son llamados derechos económicos, porque surgieron después de la
Segunda Guerra Mundial, con el llamado Estado Social. Ahí está incluido el
derecho a la salud, al trabajo, a la educación, al ocio, al reposo, a la
vivienda, a la higiene, a la huelga, a la asociación sindical, etc. Como ya
citamos, también ahí El Libro de los
Espíritus, incluso antes del advenimiento del Estado Social, ya los
sustentaba, especialmente en la Ley del Trabajo, Ley de Sociedad y Ley de
Igualdad.
c) Derechos de Tercera
Generación (o derechos a la fraternidad y a la
solidaridad). De manera general, esos derechos contemplan a la Humanidad como
un todo, reclamando procesos de globalización, de desenvolvimiento solidario,
de preservación del medio ambiente, de comunicación, y, especialmente, el
derecho a la paz mundial. Pero,
avanzan también en la protección de minorías históricamente discriminadas por
motivo de raza, de género, de opción sexual. Ahí surgen nuevas peticiones como
la del reconocimiento de uniones homoafectivas e inclusive de matrimonio entre
personas del mismo sexo y de adopción de hijos por parejas homosexuales.
Englobando todos esos derechos y la búsqueda de garantías de su
ejecución en el mundo posmoderno, se habla, sintéticamente, en Derecho a la Felicidad. Diferentemente
de la tradición cristiana, donde la noción del pecado original y de la
redención por la gracia condenaba al individuo al estado de infelicidad terrena
para que la felicidad fuese un premio a ser concedido al cristiano después de
la muerte, la sociedad posmoderna reconoce el derecho intrínseco del ser humano
a ser feliz: psicológicamente feliz, económicamente feliz, familiarmente feliz,
socialmente feliz. Algunos países incluso ya disponen de un ministerio
denominado Ministerio de la Felicidad.
Es la búsqueda del rescate de la dignidad humana, que fue negada
al hombre por la opresión del más fuerte, incluyéndose ahí la fuerza bruta, o
la dominación religiosa, política o económica. El espiritismo tiene un
compromiso filosófico con eso. Pero, a la luz del espiritismo, la felicidad
está intrínsecamente ligada al cumplimiento de la ley natural, fundada en la
máxima de Jesús de Nazaret: “No hacer a los otros lo que no deseamos que nos
hagan”. La búsqueda de la felicidad, vista de esa forma, tiene en cuenta,
esencialmente, la existencia del otro. Ella no es una tarea sólo del Estado
como gestor de las leyes que rigen una Nación. Ella no debe ser vista como un
bien estatal a ser otorgado al ciudadano. Es un deber de todos, gobernantes y
gobernados, inspirados por el sentimiento de solidaridad.
En la pregunta número 614 de El
Libro de los Espíritus, al definir la ley natural, como aquella que nos
dice “lo que debemos hacer o no hacer”,
también queda dicho que el ser humano “solamente
es infeliz cuando de ella se aparta”. O sea, el ser humano está destinado a
la felicidad, y la ley natural le traza el camino para ser feliz. Felicidad es
regla. Infelicidad es excepción que resulta, justamente, del incumplimiento de
la ley natural. La felicidad, a partir de esa visión, sólo se construye a
partir de la práctica de la virtud. No existe la verdadera felicidad sino
aquella basada en el bien común, la que no resulta de la violación de derechos de
terceros. Placer no es sinónimo de felicidad. Aquél es fugaz y pasajero, ésta
es conquista paulatina del espíritu y de la propia humanidad en el largo
aprendizaje de las vidas sucesivas.
A partir de esa filosofía, en
cuya base están la inmortalidad del espíritu y su evolución, será natural la
integración del espiritismo a los anhelos universales de paz, de equidad, de
respeto al otro, independientemente de su raza, de su color, de sus
preferencias políticas, de sus creencias, o de sus opciones o tendencias
sexuales.
En “La Génesis”, Allan Kardec
analiza con mucha propiedad la natural inserción del espiritismo en ese nuevo
orden de ideas que comenzó en el Siglo XVIII, que maduró en el Siglo XIX, que
tomó forma concreta en el Siglo XX y que avanza con propuestas desafiadoras en
este Siglo XXI:
“El Espiritismo no es el artífice de la renovación social; es la
madurez de la Humanidad lo que hará de esa renovación una necesidad. Por su
poder moralizador, por sus tendencias progresistas, por la amplitud de sus miras,
por la generalidad de los temas que abarca, el Espiritismo es más apto que
cualquier otra doctrina, para secundar el movimiento de regeneración; por eso,
él es contemporáneo de ese movimiento. Surgió en el momento en que podía ser de
utilidad, ya que también para él los tiempos han llegado. (…) (Cap. XVIII,
ítem 25).
La inserción social del
espiritismo, como se ve por el posicionamiento de Allan Kardec, no está
destinada a ser de vanguardia. Ni deben moverlo intereses de conquista de
poder, como proceden las ideologías y las religiones. Como filosofía, el
espiritismo está destinado a secundar
los movimientos progresistas, sustentándolos, a partir de la generosidad de sus
ideas y de su visión del hombre, del mundo y del universo.
La ética buscada en ese período
de la humanidad es, fundamentalmente, de rescate de la dignidad humana y de su
derecho a la felicidad. La filosofía espírita se sustenta en pilares que
respaldan ese derecho primordial del ser humano, como espíritu inmortal, en
proceso continuo de perfeccionamiento intelectual, moral y social.
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