Por: Oscar M. García Rodríguez
1. Introducción
Periódicamente
me he venido tropezando desde hace años con mensajes que coinciden en
argumentar la necesidad de cultivar una cierta línea para el desarrollo
espiritual del ser humano en la que privilegia alguna cualidad interior
y vía por la que se expresa, en detrimento -explícito o no- de otras
cualidades y vías que también forman parte de ese corazón o núcleo de la
intimidad humana que es nuestro espíritu. La idea subyacente a este
planteamiento es la presunción de que algunas de esas cualidades o
expresiones son de mayor valor que otras, por lo que es preferible su
cultivo antes y por encima de las restantes.
Sin
embargo, ahí terminan las coincidencias entre estos mensajes, pues casi
con la misma frecuencia suelen ser totalmente contradictorios, ya que
mientras unos nos aleccionan al desarrollo de un aspecto, otros
igualmente lo hacen, pero del que podríamos considerar su opuesto.
Es
frecuente oír, por ejemplo, que siendo el hombre un ser esencialmente
racional, lo que debería primar en nuestras vidas y convertirse en guía
ineludible del hacer humano, es nuestra inteligencia o razón.
Sin
embargo, en otras oportunidades escuchamos que la humanidad estaríamos
entrando en estos tiempos en una especie de Nueva Era del Corazón, por
lo que si queremos obtener orientación segura para nuestras vidas,
deberíamos escuchar y seguir los impulsos de nuestro sentimiento, vía
expresiva del corazón, que a diferencia de la razón –argumentan- nunca
nos fallará.
Y
aún más, también suelen escucharse con cierta insistencia, mensajes que
dicen que el ser humano se definiría ante todo, por su voluntad, que
ésta es cualidad psicológica más directamente relacionada con nuestro
Ser Interno; o, lo que es lo mismo, que ella sería la que con más
precisión reflejaría lo que es nuestra verdadera esencia; en fin, que
somos lo que hacemos y por lo que hacemos.
Este
tipo de planteamientos han sido defendidos por distintos pensadores y
filósofos a lo largo del tiempo, llegando hasta formar escuelas con sus
partidarios y detractores. ¿Cuál de ellas predomina en nuestros días?
Actualmente
la idea del esfuerzo como vía para la consecución de objetivos está en
crisis, existiendo al tiempo una bajísima tolerancia a la frustración.
Igualmente, al predominio exacerbado de la razón - aun reconociendo que a
ella le debemos el desarrollo de las ciencias y con ello los increíbles
avances tecnológicos de que disfrutamos - se le culpa de haber
ocasionado una serie de problemáticas muy graves del mundo actual, entre
las que podemos destacar el obsesivo individualismo, la destrucción de
la naturaleza al mantener con ella una relación meramente utilitaria, el
acaparamiento de bienes y la insolidaridad distributiva de los recursos
de que disponemos, etc.
Atendiendo
a la frecuencia de cada uno de estos mensajes, en la época actual
parece apelarse principalmente a los sentimientos, puesto que se
consideran que son lo más vital, lo más interior que hay en el hombre.
Pero la preponderancia del sentimentalismo comporta que el hombre se
atiene fundamentalmente a lo que le gusta y evita lo que le disgusta, de
ahí la moral hedonista preponderante en nuestros días, una moral que
únicamente se guía por la búsqueda de aquello que agrade, distanciándose
de todo lo que es desagradable. Mas, si grandes contingentes humanos en
la actualidad tienden a guiarse por los sentimientos, ello se debe a
que es la única vía que resta después de la crisis de la inteligencia y
de la voluntad.
Si
analizamos la historia humana, nos encontramos que estos tres polos han
tenido, cada uno de ellos, épocas de esplendor y de crisis, dando lugar
a una trayectoria evolutiva humana caracterizada por un constante
vaivén. La humanidad ha venido progresando por una trayectoria que si la
pudiéramos representar en un gráfico, al verla diríamos, que refleja el
andar de un beodo.
¿No
hay alternativa? ¿Seguirá siempre siendo ésta la trayectoria de la
humanidad en su camino progresivo? ¿No podrá el hombre, individualmente,
y la humanidad, colectivamente, empezar a caminar definida, recta y
resueltamente en pos de su destino, sin verse acuciado por la necesidad
de una constante rectificación compensatoria?
Seguidamente
vamos a analizar este tipo de mensajes, intentando encontrar sus
orígenes y resaltando sus ventajas e inconvenientes para, finalmente,
lanzar una propuesta nueva resultante de una síntesis creativa, por la
cual abogamos en esta exposición. Este nuevo mensaje se expresaría
aproximadamente así:
Tenemos
la perentoria necesidad de convertirnos en seres humanos integrales, no
podemos menospreciar ni descuidar ninguna de nuestras potencialidades
esenciales si queremos inaugurar una nueva etapa en nuestra evolución,
la de la evolución consciente.
2. El principio
2.1. Biogénesis
La
idea más aceptada actualmente y más fundamentada desde el punto de
vista observacional sobre el origen del Universo, dice que hace
aproximadamente unos 15.000 millones de años, toda la materia del Cosmos
estaba reunida en un punto de densidad infinita - lo que los
matemáticos llaman una singularidad - que explotó, creándose a partir de
entonces la materia y el universo que conocemos. A esta hipótesis se la
conoce como teoría del Big-Bang o de la Gran Explosión.
Según
los estudios radiométricos realizados en los minerales más antiguos de
nuestro planeta, la Tierra se formó hace, aproximadamente, unos 4.550
millones de años. Nuestro planeta, según los geólogos, habría sido
inicialmente un globo de materia incandescente formado con los restos de
la nebulosa a partir de la cual se formó el Sol y el resto del sistema
solar que, tras un proceso de acreción de meteoritos, fue aumentando de
tamaño, para con el paso del tiempo acabar enfriándose y
solidificándose.
Durante
ese proceso, que duró unos 1.000 millones de años, la influencia de la
gravedad provocó que los materiales pesados se fueran depositando en el
interior del globo, mientras que los más ligeros permanecieran en la
superficie. Así se formó la corteza terrestre. Al mismo tiempo, las
erupciones volcánicas generaron la salidamasiva de vapores y gases y la
consiguiente aparición de una atmósfera primitiva, compuesta de
hidrógeno, helio, anhídrido carbónico y vapor de agua.
Cuando
la temperatura de la superficie fue inferior a la de la ebullición del
agua, el vapor se condensó en grandes cantidades y provocó fuertes
precipitaciones que, además de erosionar las rocas de la corteza
terrestre, determinaron la aparición de los océanos. Fue en este
contexto, hace unos 3.500 millones de años, cuando, en el agua,
aparecieron las bacterias más primitivas, es decir, los primeros
organismos vivos.
2.2. Evolución de la vida en la Tierra
Tuvieron
que pasar unos 700 millones de años más para que estas primigenias
formas de vida evolucionaran hasta convertirse en algas unicelulares
capaces de realizar la fotosíntesis y expulsar oxígeno. Con la
incorporación de este último elemento a la atmósfera, hace unos 1.500
millones de años, aparecieron las primeras células eucariotas - con
núcleo diferenciado - y, unos 500 millones de años más tarde, la
evolución de éstas permitiría el desarrollo de seres capaces de
intercambiar información genética entre sí; es decir, de reproducirse
sexualmente.
En
el siguiente período aparecieron las primeras formas de vertebrados
marinos, los peces sin mandíbulas, como las lampreas, mientras que
algunas plantas e invertebrados iniciaron la colonización de la tierra
firme. Por su parte, la tercera división de la Era Primaria, el
Silúrico, estuvo marcada por la abundancia de algas marinas y de peces -
algunos ya con mandíbulas -, así como por la existencia de miriápodos y
de plantas vasculares en el medio terrestre, es decir, con conductos
internos para la circulación de agua y nutrientes.
La
aparición de nuevas tierras, altas cordilleras y grandes lagos,
inauguró el período que siguió al Silúrico, el Devónico, conocido
también como la “era de los peces”. Junto a la floreciente fauna marina y
lacustre, en este tiempo se multiplicaron las formas de vida en
las tierras emergidas, mostrándose, por ejemplo, los más primitivos insectos y anfibios.
El
Carbonífero fue el tiempo de especies vegetales como los helechos
gigantes, siendo también el momento en que, además, aparecieron las
primeras coníferas, dando lugar a espesas selvas que, enterradas bajo
los aluviones en épocas posteriores, serian responsables de la formación
del carbón mineral. Por otra parte, la existencia de un clima
pantanoso, húmedo y cálido, favoreció la multiplicación de familias y
especies de insectos, tanto terrestres como voladores, así como de
anfibios. De un grupo de éstos evolucionarían los reptiles, los primeros
seres que pusieron sus huevos fuera del agua y que, gracias a
desarrollar una articulación occipital, pudieron mover la cabeza.
Durante
el Pérmico, periodo que pone fin al Paleozoico, los desiertos y las
montañas sustituyeron progresivamente a los húmedos bosques y pantanos
del hemisferio Norte. Este cambio climático y ambiental provocó el
retroceso de los animales que dependían del agua, como los anfibios, y
benefició a aquellos que, por su evolución fisiológica y reproductiva,
se adaptaban mejor a la vida terrestre: los insectos y los reptiles.
De
entre los grupos de reptiles surgidos a finales de la Era Primaria
destacan los terápsidos, los antepasados de los mamíferos. Se trataba en
su mayoría de animales terrestres, con grupos tanto de carnívoros como
de herbívoros, que, a diferencia del resto de reptiles, desarrollaron
poco a poco la capacidad de regular la temperatura interna de su cuerpo.
A finales del Pérmico, no obstante, algún tipo de catástrofe acabó con
numerosas especies vegetales y animales del planeta y, junto a éstas, se
extinguieron la mayor parte de terápsidos.
El
Paleozoico dio paso al Mesozoico o Era Secundaria, que se inició hace
unos 250 millones de años. El primero de los tres períodos geológicos en
que se divide, el Triásico, estuvo caracterizado en sus últimos
momentos por una nueva extinción masiva de especies y por la aparición
de los saurios, que pronto se diversificaron y, gracias a su capacidad
de adaptación, comenzaron a dominar el planeta.
Los
únicos descendientes de los terápsidos del Paleozoico que sobrevivieron
al Triásico fueron los cinodontes que, tras millones de años de
evolución, darían origen a los mamíferos, que aparecieron en la Tierra
hace unos 230 millones de años, es decir, a finales del Triásico.
Mientras
los dinosaurios fueron amos y señores de la Tierra, lo que ocurrió
durante el Jurásico y el Cretácico hasta hace unos 65 millones de años,
los mamíferos fueron pequeños e insignificantes. A la sombra de los
gigantescos reptiles, no obstante, los descendientes de los terápsidos
lograron diversificarse y evolucionaron lentamente. En este período, por
ejemplo, aparecieron los parientes lejanos del ornitorrinco, así como
los ancestros de los marsupiales y de los placentarios. En el Jurásico,
por su parte, también aparecieron las aves, evolucionando a partir de un
grupo de reptiles voladores.
Al
final del período Cretácico, se produjo la extinción masiva de los
dinosaurios y otras especies vivientes. Las causas de esta catástrofe
son aún desconocidas, aunque la teoría más aceptada es la que señala el
impacto de un meteorito de gigantescas proporciones como detonante de un
cambio climático con nefastas consecuencias para la flora y la fauna
del planeta.
La desaparición de los grandes reptiles dio paso a la Era Terciaria que, junto con la Cuaternaria, forman el llamado Cenozoico.
Durante
ésta, los mamíferos, aprovechando el vacío dejado por los saurios, se
multiplicaron y diversificaron, imponiendo su dominio sobre el resto de
vertebrados. De las 10 familias que existían al iniciarse el primer
periodo de la Era Terciaria, el Paleoceno, se pasó a casi 80 en el
Eoceno, tras sólo 10 millones de años de evolución. Muchas familias de
mamíferos modernos datan del Oligoceno, es decir, de hace entre 35 y 24
millones de años, y fue en el Mioceno, hace entre 24 y 5 millones de
años, cuando se registró la mayor diversidad de especies. En este último
período aparecieron los primeros y más primitivos hominoides, como los
Procónsul, Diyopithecus y Ramapithecus.
A
partir del Mioceno, el número de mamíferos empezó a declinar y, como
consecuencia de los profundos cambios climáticos que se produjeron
durante el Plioceno, hace unos 2 millones de años, muchas especies
desaparecieron. Estaba a punto de iniciarse la Edad del Hielo, la Era
Cuaternaria, en la que un primate muy avanzado impondría su dominio: el Homo.
3. La hominización
3.1. Los prehomínidos
Al
proceso que se dio en el período transcurrido entre los primeros
prehomínidos y el surgimiento de la especie humana, se lo conoce como
HOMINIZACIÓN.
La
fase previa a la hominización comienza con la aparición de los
prosimios al comienzo del Terciario (hace 55 m.a.), tras evolucionar de
un grupo de especies insectívoros del Mesozoico llamadas proto-primates.
Posteriormente, en el Oligoceno (35 m.a.), surgieron los primitivos
antropoides y, en el Mioceno (24 m.a.), se desarrollaron los ancestros
de los monos modernos y también de los hominoides, siendo el
Sahelanthropus tchadensis, según recientes descubrimientos, el hominoide
del que quizás surgiera la familia de los homínidos, la cual daría
lugar finalmente a la especie humana. La evidencia bioquímica y el ADN
sugieren una separación de los homínidos de los hominoides ocurrida
entre 6 a 8 millones de años atrás
3.2. Los homínidos
Homínidos
somos todos los seres humanos actuales y todos los fósiles de nuestra
propia línea evolutiva, desde que se produjo la separación con la línea
del chimpancé, es decir, todas las especies que caminaron de forma
erguida.
Hay cuatro tipos de homínidos, tres de los cuales no son humanos: Ardipithecus, Australopithecus y Paranthropus, siendo el cuarto el Homo.
El
complejo árbol de la evolución humana se está modificando casi
constantemente debido a los descubrimientos realizados en los últimos
años. La siguiente relación ilustra uno de los cuadros más actuales de
la evolución humana elaborado por parte del equipo del Proyecto
Atapuerca.
MILENIUM MAN:
En diciembre del año 2000 se presentaron en sociedad una serie de
fósiles hallados en Kenia, en un lugar denominado Tugen Hills de la
región de Baringo. Pueden ser los homínidos más antiguos que se conocen,
con seis millones de años, lo que significa que son 1,6 millones
anteriores a los considerados hasta ahora los antepasados más remotos de
la humanidad. Según los fósiles encontrados esta especie tendría el
tamaño de un chimpancé y ya era bípeda.
TOUMAI (SAHELANTHROPUS TCHADENSIS):
Un cráneo hallado por un estudiante en 2001 en la región de
Toros-Menalla, en el Chad, ha revolucionado el mundo de la
paleontología. Tiene entre seis y siete millones de años y parece ser
que se trata del último ancestro común entre el chimpancé y el género
homo. Su caja craneal se parece mucho a la de un mono pero la cara es
corta y los dientes, en especial los colmillos, son pequeños y se
parecen mucho a la de un ser humano moderno. El arco supraorbital
también es muy prominente. Pudo ser el primer homínido o, por lo menos,
uno de los primeros en empezar el camino que llevaría hasta el homo
sapiens sapiens. Sus descendientes habrían dado origen al homo habilis o
al homo rudolfensis.
ARDIPITHECUS RAMIDUS: No
se ha podido determinar a ciencia cierta si esta especie fue bípeda,
aunque hay muchos indicios a favor. Es muy primitiva y se calcula que
vivió aproximadamente hace 4,4 mill. de años. Estaba muy cerca de los
antepasados de los chimpancés, pero la línea evolutiva ya le había
separado de ellos, algo que también constatan las pruebas genéticas.
Vivía en un medio forestal y sus dientes tenían un esmalte fino,
alimentándose de hojas, tallos tiernos, frutos, etc.
AUSTRALOPITHECUS ANAMENSIS:
Los restos encontrados en Kenia en 1995 tienen una antigüedad de 3,9 -
4,2 mill. de años. Sus muelas poseían gruesos esmaltes, por lo que se
deduce que no comía solo hojas y frutos sino alimentos más duros. Vivió
en un ambiente forestal pero más abierto que el de sus antepasados
ramidus y caminaba erguido.
AUSTRALOPITHECUS AFARENSIS:
Con 3,5 mill. de años, nos encontramos con uno de los más famosos
homínidos hallados y sus restos se distribuyen tanto en Etiopía como en
Tanzania. Saltó a la luz en 1974 cuando se encontró a Lucy, el
esqueleto muy completo de una hembra. De su estudio se conoció que vivió
en un bosque más bien seco a lo largo del cauce de algún río, pero con
sabanas a su alrededor. Es pues un hábitat intermedio y refleja un
cambio climático importante.
AUSTRALOPITHECUS AFRICANUS: En 1924 se encontró en la cantera sudafricana de Taung un cráneo que se bautizó como mono africano del sur, es decir Australopithecus Africanus. Era un cráneo infantil que se denominó El niño de Taung. Esta especie vivió hace entre 3 y 2 mill. de años atrás y se desenvolvía en un medio forestal seco con espacios abiertos.
PARANTHROPUS AETHIOPICUS:
Los cambios climáticos fueron incrementándose y los homínidos fueron
adaptándose a ellos. Los paranthropus son prueba de ello. Vivieron en
ambientes mucho más secos que sus antecesores y desarrollaron una
mandíbula muy peculiar para poder masticar los duros frutos de los que
se alimentaban. Convivieron con los Homo durante 1,5 mill. de años. El Aethiopicus fue encontrado en Etiopía y vivió hace 2,5 mill. de años.
PARANTHROPUS BOSEI: El Bosei fue encontrado en 1959 y vivió hace 1,8 mill. de años.
PARANTHROPUS ROBUSTUS: Es el único de esta especie encontrado en el sur de África y no en el este.
3.3. El género Homo
Los
primeros representantes del género HOMO serían individuos de nuestro
género con un cerebro más desarrollado, que comenzaban ya a fabricar
instrumentos de piedra. Los primeros útiles de piedra que se han
encontrado tienen una antigüedad de 2,6 mill de años. Puede que al
principio no se diferenciaran mucho de los australopitecos, pero con
aspectos más "modernos" en su morfología. El ejemplar más antiguo de Homo
es un fragmento de cráneo encontrado en Chemeron, cerca del lago
Baringo, y se le ha calculado una antigüedad de 2,5 mill. de años.
AUSTRALOPITHECUS GARHI:
Los restos fósiles del Garhi fueron descubiertos entre 1996 y 1998 en
la región del Medio Awash, en Etiopía. Entre las particularidades más
interesantes de estos fósiles de homínido se encuentran la unión de
caracteres simiescos, como son los brazos cortos, con otros más cercanos
a los de los humanos, como son los miembros inferiores largos; además,
los rasgos de sus dentaduras se acercan más a los del hombre que a los
del mono; aquellos lejanos homínidos parecen ser también los primeros
seres vivos que utilizaron instrumentos de piedra para romper los
huesos, descarnar y trocear los animales que cazaban y de los que se
alimentaban.
HOMO HABILIS/ RUDOLFENSIS: Los primeros restos de esta especie se encontraron en 1960. Vivió, hace entre 1,8 y 1,6 mill. de años. Su nombre, habilis,
hace referencia a la realización de instrumentos de piedra sencillos Su
capacidad craneal era pequeña, de 510 cc aproximadamente. Se estima que
eran individuos de pequeño tamaño. Puede que el homo habilis sea el
antecesor del homo ergaster.
HOMO ERGASTER: Sustituyeron a los Habilis y es la especie más humana del género Homo. Humana
en el sentido de su gran cerebro, estatura y proporciones corporales,
parecidas a las de los humanos posteriores. Su capacidad craneal se
sitúa entre 800 y 950 cc. Presentan también un modelo de desarrollo más
lento que el
de sus antepasados y esto implica un entorno social más protector (la
alimentación y la complejidad social son imprescindibles para la
expansión y reestructuración cerebral). Además trajeron consigo una
nueva forma de tallar la piedra, la Achellense, que consiste en núcleos o grandes lascas tallados por las dos caras denominados bifaces,
como las hachas de mano, los hendedores y los picos. Se trata de una
técnica que perduraría durante muchísimo tiempo ya que son de múltiple
uso. Fue el Homo Ergaster el homínido que salió de África por
primera vez y comenzó a adaptarse a otros tipos de vida diferentes como
los de Asia y Europa. Las primeras huellas fuera de África datan de hace
1 millón de años, y los más conocidos son los del Homo Erectus de Java. A partir de aquí ya nos acercamos claramente a nuestra especie.
HOMO ERECTUS:
El ejemplar más antiguo tiene 1 millón de años y el más joven tan solo
100.000 años y corresponden a la isla de Java. En China se han
encontrado de una antigüedad de entre 800.000 a 230.000 años. Se parece
mucho al
Homo Ergaster, pero tiene mayor capacidad craneal
(750-1.300 cc). Los ejemplares descubiertos en Java y China difieren en
algunos aspectos, considerándose como dos subespecies. El fósil más
antiguo se encontró en África, por lo que se piensa que esta especie se
originó en dicho continente y después emigró. Algunos restos del
homo erectus aparecen asociados al uso del fuego.
HOMO ANTECESSOR: El Homo Antecessor salió a la luz en 1997 en la Sierra de Atapuerca (Burgos). Sus descubridores le definieron como el pionero, el que antecede a los demás.
Ha sido uno de los grandes descubrimientos en el campo de la
paleontología. Esta especie demostró que en Europa ya vivían seres
humanos hace más de 800.000 años, mucho antes de lo que se pensaba. Su
morfología revolucionó la idea que se tenía hasta ese momento de la
evolución de nuestra especie. Su capacidad craneal era elevada (más de
1.000 cc) y poseía una cara muy moderna, es decir, esta especie sufrió
una reestructuración total del neurocráneo, la mandíbula, los dientes y
la cara, siendo totalmente diferente a lo anterior. Desgraciadamente, no
se han encontrado aún fósiles en África de la misma antigüedad, que
podrían hacer seguir la pista de esta especie, y los de Asia,
contemporáneos a ella, se refieren únicamente al Homo Erectus. Se podría decir que es el eslabón que une al Homo Ergaster y enlaza con formas más cercanas a nosotros.
HOMO HEIDELBERGENSIS:
Su nombre lo recibe del lugar, Heidelberg (Alemania), donde se encontró
el primer fósil en 1908. La edad del mismo ronda los 500.000 años. Su
capacidad craneal se sitúa entre 1.000 y 1.400 cc.; se pensaba que se
trataba de una forma tardía de Homo Erectus, aunque con el descubrimiento del Homo Antecessor todo cambia. Se habla, eso sí, de una forma arcaica del Homo Sapiens Neanderthalensis,
de hecho sus rasgos son un preludio de lo que vendría a continuación en
Europa y en Oriente Medio. Muchos piensan que es un antepasado nuestro y
de los neanderthales, pero tras encontrar al Homo Antecessor se opina
de diferente manera. Se han hallado muchos ejemplares por toda Europa,
pero es Atapuerca el lugar que se lleva la palma con el hallazgo, en la
Sima de los Huesos, de al menos 32 individuos de distintas edades y
ambos sexos.
HOMO NEANDERTHALENSIS: Se
trata de una especie evolucionada en Europa que luego se extendió hacia
Oriente Medio. Coexistieron con nosotros antes de desaparecer. Ha sido
elegida como la imagen prototípica del hombre primitivo, pero tenían
incluso una capacidad craneana ligeramente mayor que la nuestra.
HOMO RODHESIENSIS/HOMO SAPIENS: Con la designación
Rodhensiensis se conoce al
Homo Sapiens Sapiens arcaico, son humanos modernos pero con rasgos arcaicos; y
con el nombre de
Homo Sapiens Sapiens se conoce a nuestra especie.
El
proceso de hominización ha comportado una serie de cambios físicos
desde una fisonomía parecida a los simios hasta el estado actual. Los
más importantes son:
- La marcha bípeda, con la consiguiente liberación de las manos y la evolución del dedo pulgar como opositor a los demás.
- Disminución progresiva del tamaño de la cara y los dientes y variación en su posición.
-
Aumento del tamaño del cerebro (en el transcurso del proceso de
hominización, el volumen de la masa cerebral se ha multiplicado más de
tres veces).
- Adquisición del lenguaje articulado.
4. La humanización
4.1. El desprestigio de lo “humano”
Todos
los seres humanos, por el hecho de serlo, estamos hominizados. En
contraposición, la especie humana, salvo un cierto número de individuos
que son honrosas excepciones, no está aún completamente humanizada; es
decir, como especie estamos todavía en pleno proceso de humanización,
que sería la expresión completa y armonizada de los rasgos y cualidades
inherentes a nuestra naturaleza humana.
Curiosamente,
hoy en día el término “humano” está sumamente desprestigiado, hasta el
punto que mencionar esta palabra en muchos ámbitos comporta en los
oyentes la asociación mental automática con otros términos que nos ponen
en guardia, tales como peligro, violencia, explotación, destrucción,
injusticia, guerra, aniquilamiento, etc. Esto resultaría de las
evidencias que dictaminan que la única especie viviente capaz de llevar a
la total destrucción a otras, de conducir a la mismísima vera del
abismo el propio medio vital, de poner en serio peligro su misma
continuidad sobre el planeta y hasta la considerar posible, como fruto
de sus desmanes, la desintegración física del hermoso planeta que los
cobija, esa única especie, repito, es la especie humana. A partir de
esta perspectiva y desde la comparación con el resto de formas
vivientes, la especie humana sale muy mal parada, lo que ha llevado a
muchos pensadores a plantearse si nuestro paso y preeminencia en el
planeta no será efímero, estando destinados inevitablemente a la
autodestrucción. Si a todo ello sumamos los recientes e inequívocos
datos que prueban la definitiva contribución de nuestra especie al
cambio climático, a la destrucción de los bosques y selvas, a la
desaparición masiva de especies a un ritmo como nunca antes conoció la
Tierra, etc., una pregunta lógica ha asaltado nuevamente a muchos: ¿será
acaso la especie humana un cáncer para la vida?
Al
lado de esta barbarie, no obstante, si hemos de ser objetivos, tenemos
que reconocer que el hombre ha demostrado a lo largo de los siglos y los
milenios, una gran capacidad para desplegar también las más altas cotas
de creatividad, abnegación, entrega y capacidad para forjar belleza……
Aquí hay una evidente contradicción que debe de obedecer a alguna causa,
por lo que es pertinente hacernos una nueva pregunta: ¿Convivirán en el
hombre dos naturalezas contrapuestas?
Para
responder a esta cuestión acude en nuestro auxilio el conocimiento
espiritual, que puede aportar un poco de luz de cara a su dilucidación.
Así, a la anterior pregunta, él contesta: se puede decir que sí, en el
hombre conviven dos naturalezas, una inferior y otra superior, una
animal y otra espiritual. Y la llave que el conocimiento espiritual nos
proporciona para entender este enigma es que el hombre es una especie
viviente que está aún buscando su propia identidad.
4.2. La aventura humana
El
ser humano es, con respecto a la vida en la Tierra, la especie que
expresa el más alto grado de desarrollo alcanzado; ella está, por
decirlo así, en la cúspide de la pirámide vital terrestre y como tal es
heredera y a la vez síntesis de todos los estadios anteriores que la
vida logró manifestar sobre este planeta, evolución continua que queda
bella y sabiamente expresada en el viejo adagio oriental que dice: La vida duerme en la piedra; sueña en el vegetal; se agita en el animal y se despierta en el hombre”. También sería éste, quizás, uno de los significados ocultos detrás del mito del Arca de Noé.
Sin
embargo la novedad que representa la fase humana, ese “despertar” al
que alude la sentencia anterior, es la autoconciencia, pues al llegar a
la fase humana la vida toma conciencia de sí misma. Como decía el poeta
inglés Thomson “el hombre es la naturaleza haciéndose consciente de sí misma”…
Ahora
bien, la autoconciencia lleva aparejada la libertad y ésta la
responsabilidad, por lo que podemos reelaborar la frase anterior
diciendo: “El hombre es la naturaleza alcanzando a vivir la libertad”.
Esto supone una auténtica re-evolución, recordemos si no lo que los
espíritus dijeron a Kardec en relación al salto evolutivo – no
cuantitativo, sino cualitativo - que significa el reino humano con
relación al reino animal que le precede:
“Del alma de los animales a la del hombre, va tanta diferencia como del alma humana a Dios» (El Libro de los Espíritus, Cap. IX – Los tres reinos, punto 597).
En
la fase humana la vida comienza a ser capaz de responsabilizarse de su
propia evolución. Autoconciencia, libertad y responsabilidad, están
aglutinadas en el desarrollo del Ser y son interdependientes, por eso
sólo el desarrollo de la CONCIENCIA permitirá adquirir la capacidad para
vivir la libertad y ser responsables. Pero la conciencia no se
desarrolla en un instante y de una vez, sino que se edifica a través de
un lento proceso con los ladrillos de la experiencia del vivir. Podría
compararse ella a una linterna que va poco a poco ganando en potencia
lumínica y en amplitud de foco, según se va desarrollando, iluminando
progresivamente un espacio de realidad más amplio, quedando todo lo que
esa luz engloba integrado en la unidad de la conciencia. Allí ya se ha
superado la ilusión de separatividad, bajo esa luz ya no hay afuera y
adentro, todo es adentro, todo es UNO.
Pero,
¿qué pasa cuando se alcanza la libertad sin haber desplegado todo el
potencial necesario para vivirla plenamente? Pues que la vida toda SE
PONE EN RIESGO. Ese es el meollo de la cuestión; con la aparición del
género humano la vida toda sobre el planeta se ha puesto a sí misma en
riesgo, se ha colocado en el filo de la navaja. De esta forma, en tanto
que conciencia de la naturaleza - no otra cosa es el hombre -, mientras
no se desarrolle plenamente y activado todas sus potencialidades – el
espíritu es como una flor encerrada en su capullo que va poco a poco
desplegando su oculta belleza -, no sólo no expresará su auténtico
sentido de vida, sino que será un factor perturbador.
En
el interior del ser humano, síntesis de los anteriores reinos, perviven
las fuerzas resultantes de éstos, los instintos animales, pero sin los
límites naturales con que antes dichas fuerzas se manifestaban. En el
hombre los instintos animales – a través de su cuerpo - no sólo están
todos vivitos y coleando, sino además, sin cadenas que los sujeten. Esa
misión controladora le corresponde ahora ejercerla al ser humano de
manera voluntaria y consciente, no sojuzgándolos sino ordenándolos y
sublimándolos para convertirlos progresivamente en fuerzas al servicio
de su misión, que es ser, como decía cierto escritor, el SENTIDO DEL
MUNDO.
¿Y
cómo se puede conseguir esto? Pues trabajando para que el ser humano
despliegue integralmente su propia HUMANIDAD, es decir para que
desarrolle y manifieste en armonía las cualidades que le otorgan
categoría humana y que al mismo tiempo le definen.
Siendo
las leyes animales por excelencia las de la reacción, el rivalismo, la
competitividad y la sobrevivencia del más fuerte, leyes plenamente
ajustadas a ese nivel, ¿qué sucede si se las aplica en el contexto
humano? Que no nos sirven siendo a la larga causa de desgracias y
sufrimientos infinitos, pues mientras entre los animales, una vez
satisfechas las necesidades básicas o reconocida la superioridad de un
ejemplar, la lucha así como la competitividad, y con ella la agresión,
cesan, entre la especie humana no existen tales límites, conduciéndonos
dichas fuerzas, si no existiera algún otro factor capaz de establecer un
control, a la orilla de la autodestrucción. Repito, pues lo ya
señalado: los límites, en el ser humano, han de ser RECONOCIDOS y
ASUMIDOS CONSCIENTEMENTE.
La
ley animal de la lucha instintiva por la supremacía del más fuerte,
aplicada en el reino humano se convierte en ansias de supremacía, en
deseos de ser más que nadie, en egoísmo excluyente, en separatividad, en
astucia, en odio y en crueldad.
La
arraigada costumbre consistente en autodenominarnos “animales
racionales” no hace sino perpetuar una falsa identificación y la
aplicación entre nosotros de leyes que no nos corresponden. Tenemos que
decirlo claramente: no somos animales racionales, somos seres
espirituales con un cuerpo animal, que no es lo mismo.
La
autoconciencia y la libertad dan poder, pero el poder puede ser
ejercido como una maldición o como una bendición. Como una maldición
cuando aplicamos en nuestra vida leyes equivocadas procedentes de una
fase evolutiva anterior a la nuestra; como una bendición cuando
reconocemos nuestra propia naturaleza y sus leyes, es decir, cuando
desarrollamos nuestra HUMANIDAD.
Es
hora, pues, de revalorizar lo verdaderamente “humano” en nuestras
vidas; hay que superar la “lógica de la reacción“, ley animal, y
sustituirla por la “lógica de la conciencia y el amor”, que es la ley
del desarrollo humano. Sólo reconociendo nuestros valores humanos y
comportándonos según nuestra verdadera ley, lograremos cumplir nuestra
misión como especie y como individuos, dejando de ser una quimera la
emulación y cultivo de lo que los grandes maestros de la humanidad nos
han dejado como herencia: el rastro luminoso de sus vidas ejemplares
como señal de por dónde debe ir nuestro derrotero.
4.3. ¿Cuáles son las cualidades genuinamente humanas?
La
inteligencia, el sentimiento y la voluntad son las tres grandes
cualidades del espíritu encarnado, o sea, del ser humano. El pensar, el
sentir y el actuar, son las vías por donde expresamos nuestra humanidad.
Aplicar en nuestras vida esas cualidades o valores específicamente
humanos, es HUMANIZARNOS.
La palabra “inteligencia” deriva del latín intellegere
- “leer dentro”, entender, penetrar, comprende a fondo, conocer….-
Común a sus múltiples definiciones es que la inteligencia capacita a su
poseedor para salir airoso de situaciones novedosas o poco familiares y
le permite la captación mental directa de significaciones y relaciones,
sin necesidad de un aprendizaje ni de muchas probaturas.
La palabra sentimiento deriva de la palabra latina sentire,
que significa percibir por los sentidos. No obstante este término
abarca más que el mero significado de sentirse estimulado. Como dice el
filósofo Max Scheler (1874-1928): “Los sentimientos son estados del yo”. Y quiero recordar el significado de la palabra “estado” según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua: “Situación en que se encuentra alguien o algo, y en especial cada uno de sus sucesivos modos de ser o estar”.
La palabra voluntad deriva del latín voluntas-voluntatis,
que significa querer. Un acto voluntario es, pues, un acto intencional
de orientarse con decisión hacia algo que se considera positivo y
valioso.
5. Los Ejes de Vida
Cada
hombre y cada mujer, dependiendo del tipo de desenvolvimiento o
desarrollo que haya alcanzado a lo largo de su trayectoria evolutiva -
generalmente no totalmente armonizado -, adquiere un peculiar modo de
expresión de su Ser Interno, caracterizado por la preponderancia de
alguna de las tres grandes cualidades espirituales atrás mencionadas,
que se articula como eje de su individualidad externada, configurando lo
que vamos a llamar su EJE DE VIDA.
De
acuerdo a nuestra expresión tri-unitaria, se concretarían tres Ejes de
Vida básicos, caracterizados, cada uno de ellos, por una serie de
fortalezas y debilidades intrínsecas:
1º. Eje intelectual (construido sobre el pensar)
Fortalezas: reflexivo, analítico y lógico. Capacidad de profundización.
Debilidades: distante, frío y separativo. Incapacidad para empatizar.
2º. Eje sentimental (construido sobre el sentir)
Fortalezas: es afectivo, empático, incluyente
Debilidades: es impulsivo, inestable, dogmático
3º. Eje volitivo (construido sobre el hacer)
Fortalezas: activo, práctico, concreto. Capacidad de realización.
Debilidades: impaciente, simple, rígido. Poca flexibilidad.
Es
imposible encontrar estos ejes de vida totalmente puros, pues ello
presupondría la carencia TOTAL de los otros aspectos de la expresión
espiritual, lo que es de todo punto de vista irreal, pues lo que existe
realmente son desproporciones o desarmonías de desarrollo entre dichos
aspectos.
Se
dan comúnmente tipos mixtos, con más o menos predominancia de uno de
los ejes citados sobre los demás. Tendríamos así los siguientes tres
ejes mixtos o de segundo grado, también con sus correspondientes
fortalezas y debilidades:
a. Eje intelecto-sentimental
Fortalezas: inteligencia emocional, afectividad, adaptabilidad.
Debilidades: inconcreción, idealismo, excesivamente especulativo.
b. Eje intelecto-volitivo
Fortalezas: perspicacia, concentración, fuerza.
Debilidades: egoísmo, frialdad, obcecación
c. Eje volitivo-sentimental
Fortalezas: solidaridad, capacidad de trabajo, entrega.
Debilidades: imprevisión, desorden, precipitación.
Como
pueden ver, el análisis es muy esquemático; no obstante, cada ser
humano podría encajar en uno u otro de estos ejes, aun considerando
todos los matices que se quiera y que de hecho se dan. Cada uno de
nosotros se manifiesta a través de un determinado eje de vida, donde
resaltan valores desenvueltos y también posibilidades escasamente
desarrolladas, denotando dichos cuadros nuestra peculiar línea
evolutiva.
Y
en el juego de las relaciones humanas damos y recibimos diariamente,
aportamos nuestros valores y aprendemos de los demás, podemos ser
referencia cercana para muchos en algo, mientras otros lo son para
nosotros en variados aspectos. Así, la vida de relación trabaja a favor
de nuestro desarrollo integral.
Pero
a veces surgen concepciones problemáticas que parten de una
interpretación equivocada de la situación. Habitualmente existe la
tendencia en nosotros - bastante lógica, por otra parte - que nos lleva a
idealizar precisamente aquello que más nos falta, atendiendo quizás una
llamada de nuestro interior para incentivar el trabajo en aquellas
facetas nuestras más desajustadas. Esto se traduce en planteamientos en
los que se remarca de una manera notable la urgencia de actuar bajo un
determinado eje vital, dejando a los demás en un segundo o tercer plano,
entendiendo que esa es la clave para solucionar los grandes problemas
individuales y sociales. Se remarca así la necesidad, según los casos, o
de ser más racionales, o de seguir más los impulsos del corazón, o de
ser más activos, pues, como dice el aserto popular, “obras son amores”.
De
esta manera, inconscientemente muchos proclaman como clave de la
solución de los problemas del mundo, lo que en realidad es la clave de
la solución de sus propios problemas.
En
función de esta situación se dan mensajes parciales y cada cual esgrime
su bandera: ¡Razón!, dicen unos. ¡No, Corazón!, dicen otros. ¡No, No,
acción, acción!, proclaman otros... No hagamos caso de estos mensajes,
pues todos ellos son incompletos, cojos y, a la larga, altamente
perjudiciales.
Confucio
aconsejaba, como núcleo de toda su enseñanza, tanto para la vida
individual como para el buen gobierno de las naciones, el “camino del
medio”. Y es que las comprensiones parciales sólo pueden dan lugar a
proclamas parciales, a ideales parciales, a mensajes parciales y a vidas
parciales. Esto supone problemas importantes, de ello se han dado
cuenta a lo largo de la historia muchos seres humanos.
Theodore Roosvelt, el que fuera vigésimosexto presidente de los Estados Unidos, decía: “Educar el intelecto de un hombre y no su moral, es crear una amenaza para la sociedad”. En este mismo sentido se manifestaba Sri Aurovindo cuando enseñaba que “la
educación del intelecto, divorciada de la perfección de la naturaleza
moral y emocional, es perjudicial para el progreso humano”. Y Goya lo expresaba de una manera más radical, pero no menos cierta, cuando decía que “el sueño de la razón crea monstruos”.
Jean Paul Sastre afirmaba que la base de la vida moral debía ser la espontaneidad, la inmediatez y lo irreflexivo; es decir la parte instintiva y emotivo-sentimental del hombre.
Por
su parte, el filósofo español actual, José Antonio Marina, uno de los
pensadores más interesantes de nuestro país, declaraba en una
entrevista: “Yo he estudiado los sentimientos dentro de una teoría de
la inteligencia, de forma que hay sentimientos idiotas y sentimientos
inteligentes. Todo sentimiento, incluso el amor, puede ser perjudicial
si es estúpido. A sentir bien se aprende como se aprende a tocar bien el
violín. Los sentimientos son educables”.
El
psiquiatra Otto Rank, discípulo favorito de Sigmund Freud y uno de los
primeros en adherirse al movimiento psicoanalista, decía que “el ser
humano experimenta su individualidad en términos de su voluntad, y esto
significa que su existencia personal es idéntica a su capacidad para
expresar su voluntad en el mundo”.
El
filósofo Nietzche, a su vez, pensaba que el hombre era ante todo
“voluntad de poder” y se rebelaba ante lo que para él era el ejemplo
máximo de subversión de todos los verdaderos valores naturales del
hombre, los que él designaba como “aristocráticos” y que integraban su
concepto del superhombre. Dicho ejemplo de sublimación enfermiza de la
debilidad para él, lo reflejaba el consejo de Jesús de “poner la otra
mejilla”, que era incapaz de entender. No obstante, Nietzche era honesto
y quizás esa honestidad unida a sus grandes preocupaciones e
incapacidad para desentrañar su propia madeja existencial, contribuyera a
su estado de locura final.
En
resumidas cuentas, a la vista de estos pensamientos tan divergentes y
hasta contradictorios, ¿qué es lo que hemos de hacer? ¿Sobre qué eje
hemos de fundamentar nuestra existencia? ¿Sobre la razón? ¿Sobre el
sentimiento? ¿Sobre la voluntad? Mi respuesta es: SOBRE TODOS, PORQUE
TODO ESO SOMOS. Es más, renunciar o anonadar cualquiera de esas facetas,
equivaldría a fomentar la creación de un ser humano mutilado
espiritualmente; un ser, por tanto, irreal.
Acudo
nuevamente José Antonio Marina en la entrevista que ya hemos aludido, y
recojo su respuesta a una pregunta del periodista sobre los diferentes
fundamentos para los esquemas éticos según hombres y mujeres, llamando
la atención especialmente sobre la conclusión final: “
Hoy en día – expresaba
- se está dando un movimiento de intelectuales feministas muy serio.
Alguna de ellas se ha enfrentado a esa concepción racionalista de la
ética, claramente masculina. A la mujer no le interesa tanto hacer las
cosas por deber como por cuidar de ellas. Su ética es más afectiva que
racional. Pero hay que tener en cuenta que el modelo ético correcto
surge de la simbiosis de las dos tendencias. La razón sin afecto es
absolutamente paralítica, y el afecto sin la razón es completamente
ciego… Nos hemos equivocado al partir al hombre en dos mitades: la
cabeza y el corazón”.
Por
tanto decimos, sí al intelecto, pero no al intelectualismo. Sí a la
sensibilidad, pero no a la sensiblería. Sí a la voluntad, pero no al
simple voluntarismo.
La
función de la razón es descifrar, entender o comprender, es decir,
visionar y aprehender la arquitectura formal del objeto estudiado y sus
relaciones (responde al qué y cómo es).
La
función del sentimiento es percibir, conectar, empatizar o sintonizar
con el estado del ser u objeto estudiado (responde al cómo es y cómo
está)
La
función de la voluntad es descubrir, concretar y formalizar la
aplicación, el sentido práctico o utilidad del objeto estudiado
(responde al para qué es)
La educación y potenciación de la inteligencia da lugar a la comprensión y de ahí nace el CONOCIMIENTO.
La educación y potenciación del sentimiento da lugar a la percepción de la unidad substancial de todo y de ahí nace la BONDAD.
La educación y potenciación de la voluntad da lugar al PODER DE MANIFESTACIÓN.
Conjugar
armoniosamente razón, corazón y voluntad; mente sentimiento y acción,
origina la aparición de lo que podríamos llamar la INTUICIÓN CREADORA,
como resultado de una suerte de síntesis cualitativa interna. La
intuición creadora vendría a ser la manera de conocer del ser totalmente
integrado o centrado desde el punto de vista espiritual.
Recordemos
que con el término intuición estamos refiriéndonos al concepto
filosófico y científico que designa la aprehensión de un objeto o de un
conocimiento sobre ese objeto de una manera directa e inmediata.
Hablamos de conocimiento intuitivo cuando captamos la evidencia de una
verdad sin necesidad de recurrir a ningún tipo de demostración. La
intuición, es por tanto, aquella facultad de conocimiento que nos
permite saber que algo es verdadero sin necesidad de justificarlo
mediante algún método lógico o científico.
¿Cómo
puede educarse la mente? A la mente se la educa adquiriendo hábitos de
estudio, con la práctica de meditación y de la reflexión, con el
desarrollo de la atención y de la imaginación; con el ejercicio de la
memoria, del juicio, de la observación, de la comparación, del contraste
y la analogía, y de la comunicación, ayudas todas indispensables para
la obtención del conocimiento
¿Cómo
puede educarse la sensibilidad? Educación afectiva y estética mediante
la sublimación de los sentimientos, experimentando la conexión entre
todo y con todo, es decir, percibiendo la unidad de la vida,
descubriendo la belleza intrínseca de todo lo que nos rodea,
compartiendo y enseñando a compartir, sirviendo a los demás por el
placer de servir, sin pretensiones de recompensa, es decir, compartiendo
solidariamente, y también sabiendo recibir con humildad…
¿Cómo
puede educarse la voluntad? El fundamento de la educación de la
voluntad - es decir, su potenciación – está en la lucha personal a base
de esfuerzos pequeños pero constantes. No se consigue educar la voluntad
haciendo un aislado acto heroico en un momento determinado, sino
mediante el logro de pequeñas metas, con constancia, día tras día, sin
abandonar ni abandonarse. Educar la fuerza de voluntad contribuye a
educar la inteligencia y la personalidad entera, mediante el
establecimiento de metas a conseguir y el diseño de tareas a realizar.
6. Los Modelos de Vida
Cada
hombre o mujer busca en el mundo exterior prototipos humanos
ejemplarizantes para la visión de su conciencia, modelos a los que le
gustaría imitar y que le sirven de referencia. Cada ser elige los
modelos que coinciden con algo que hay en él y también algo que le
falta. Ellos representan ideales a alcanzar o sueños por lograr, y
reflejan aspiraciones y propósitos interiores.
Los
modelos de vida son útiles, siempre y cuando sean verdaderos. Para que
un modelo de vida sea verdadero, debe aunar tres características:
1. Conocimiento (desarrollo del Intelecto)
2. Bondad (desarrollo del sentimiento)
3. Fuerza (desarrollo de la voluntad)
Si
alguna de estas cualidades faltase en nuestros modelos de vida, es
necesario rechazarlos, pues no son válidos. Los modelos de vida deben
ser, si no necesariamente modelos absolutos sí, al menos, modelos
integrales de la espiritualidad humana.
7. El Centro de Vida
Como
seres espirituales encarnados, representantes medios de una humanidad
como la terrestre que se encuentra en una fase de transición evolutiva
muy importante y a fin de realizar esa transición de la forma más
constructiva posible, haríamos bien en trabajar para encontrar nuestro
CENTRO DE VIDA.
El
encuentro de nuestro propio Centro de Vida, sólo es posible conseguirlo
en la medida que integremos armoniosamente todas las facultades que
como humanos, es decir, como seres espirituales encarnados, nos definen.
De ahí que esta exposición sea ante todo una invitación para que nos
desarrollemos como seres integrales, buscando el reequilibrio de nuestro
ser interno sobre la base de la identificación, primero, de nuestro
“eje de vida vigente”, para luego pasar a intensificar el trabajo en
aquellos aspectos que tengamos menos desarrollados o abandonados, con el
fin de completarnos y poder manifestar así toda nuestra HUMANIDAD y,
más tarde, toda nuestra ESPIRITUALIDAD.
Pero
no nos confundamos, integrarnos y encontrar nuestro centro de vida, no
supone haber llegado a ninguna meta definitiva, eso es sólo el comienzo
de otra etapa en nuestro desarrollo, la de la EVOLUCIÓN CONSCIENTE.
Seguirán existiendo, entonces, distintos niveles de integración,
distintos niveles de desarrollo del Ser, si bien quien haya alcanzado
este estado comienza a controlar y a dirigir su destino.
Por
otro lado, encontrar el propio centro de vida no supone que no se sigan
manifestando las peculiaridades o matices individuales en el desarrollo
espiritual, incluso en estadios evolutivos muy altos. Si hacemos caso
de las informaciones espirituales, los seres altamente evolucionados,
maestros de la espiritualidad, manifiestan en el esplendor y belleza
luminosa de sus cuerpos periespirituales, matices de colores que los
definen, por decirlo así, más o menos mentales, más o menos portadores
de los valores del sentimiento, o más o menos inclinados a la acción.
Así, por ejemplo, los matices amarillo-dorados expresarían las altas
cualidades de la mente, en tanto los bellos matices del rosa, que nos
hablarían del alto desarrollo de los sentimientos, expresarían el amor
universal o incondicional, y las iridiscencias del violeta o índigo,
mezcla del azul oscuro, que significa alta espiritualidad, y los colores
cálidos, que indican actividad, significarían un alto desenvolvimiento
del conocimiento activo, es decir, del amor desinteresado junto a la
sabiduría.
Podemos,
por tanto, concluir diciendo que cuando encontramos nuestro CENTRO DE
VIDA, cuando en él nos situamos y desde él vivimos, cualquier movimiento
que iniciemos y en cualquier dirección, se traducirá para nosotros en
CRECIMIENTO. Quien encuentra su propio centro ya nunca se pierde.
8. El Espiritismo como camino para la evolución integral
Si
el Espiritismo es algo real y válido, tiene que dar respuestas a las
necesidades o demandas humanas en cualquiera de sus planos, ya sean
necesidades de la mente, necesidades del sentimiento o necesidades de
la vida práctica, concreta u objetiva.
Por
esta razón, los Centros Espíritas como mini-sociedades portadoras de
los valores y fundamentos espiritistas, precisan ejemplarizar esos
valores. Un centro espirita responde a su sentido si contribuye a educar
en humanidad (humanismo espírita) alentando entre sus miembros la sana
curiosidad y los deseos de aprender, generando buenas relaciones humanas
a través de la práctica y vivencia de la fraternidad, y fomentando la
capacidad creadora de sus integrantes y de aquellos que se sitúen en el
ámbito al que llegue su influencia.
El
Espiritismo precisa promover la educación del espíritu a través de la
educación de sus vías de expresión: educación de la mente; educación de
la sensibilidad, y educación de la voluntad.
La
misión de una escuela como el Espiritismo es enseñar al ser humano cual
es su verdadera naturaleza y las leyes de su desenvolvimiento. De ahí
que las enseñanzas espíritas tengan tanta trascendencia.
9. Reflexiones y advertencias
9.1. ¿Existen atajos para evolucionar?
Por
estar relacionados con los puntos que hemos venido tratando a lo largo
del desarrollo del tema que nos ocupa, desde nuestras propias vivencias y
a partir de ciertas cuestiones que se han suscitado cuando hemos
hablado con otros amigos de estas ideas, quiero referirme ahora a
algunos asuntos complementarios, pero de suma importancia.
En
diferentes ocasiones, ante el panorama que se abre al estudiante al
conocer las enseñanzas espíritas o de otras escuela afines, que informan
de la lentitud – por lo general – del proceso evolutivo humano y las
múltiples equivocaciones y caídas que a lo largo de él se pueden
producir, así como de la confrontación de dicho panorama con la realidad
diaria de nuestra civilización, caracterizada por las prisas, la
inmediatez y la crisis de la voluntad, me he encontrado con propuestas
que hablan de establecer atajos en el proceso evolutivo humano. ¿Es esto
posible?
La sabiduría popular es muy fina y en ella existe este aserto: “Quien busca atajos, busca trabajos”, y también este otro: “Vísteme despacio que tengo prisa”. Aluden
ambos adagios a la tendencia que solemos evidenciar los humanos de
evitar realizar todo el esfuerzo que requiere, necesariamente, la
obtención de ciertos logros, y lo desengañados que salimos cada vez que
albergamos e intentamos concretar dichas pretensiones.
La
conciencia humana en su desarrollo tendría un comportamiento cuántico, y
un salto de nivel hacia adelante comporta un mayor nivel de energía. Es
decir, si en el proceso de nuestro desarrollo evolutivo no ponemos la
energía que tenemos que emplear, jamás se producirá el salto de nivel
pretendido. Dicho de otra forma, esa energía requerida para el salto de
nivel evolutivo estaría representada por la elevación de nuestro nivel
de entendimiento, bondad y poder creador, y eso no se improvisa: o
existe, o no existe. Por tanto, no pueden existir atajos, aunque sí que
se puede llegar más rápido o más tarde a la meta, dependiendo de nuestro
mejor o peor aprovechamiento de las oportunidades de que disponemos.
9.2. ¿Existen “técnicas” para evolucionar?
Relacionada,
en cierta manera, con la anterior, tenemos otra cuestión: la de la
aplicación o no aplicación de “técnicas” para el desarrollo espiritual.
Me
he encontrado con personas que conociendo las enseñanzas espíritas se
han quejado ante mí de que el Espiritismo es deficiente en lo que
respecta a lo que ellos llaman “técnicas” para ayudar a evolucionar; es
decir, a procedimientos prácticos para poder ejercitar o usar en el día a
día las enseñanzas espíritas. Siguiendo este razonamiento, ponen como
ejemplo, en sentido positivo, al Yoga. Argumentan estas personas así: “El Espiritismo te dice que tienes que ser bueno, que tienes que cambiar, que tienes que elevar tu mente, pero no te dice cómo”.
No
dejo de asombrarme. Si tales personas no son capaces de inferir, a
partir del estudio espírita, qué es lo que tienen que hacer para aplicar
sus enseñanzas en la vida diaria, es que muy poco o nada han entendido.
Evidentemente,
el Espiritismo no ha desarrollado un abanico de prácticas y técnicas
equivalentes a las que ofrece el Hatha Yoga, por ejemplo, prácticas y
técnicas tendentes a favorecer ciertos propósitos, disciplinas
personales, cambios y procesos. Pero de ahí a entender que tales
prácticas tienen algo que ver, por si solas, con la evolución
espiritual, es coger el rábano por las hojas.
Lo
mismo decimos con respecto a los llamados “poderes psíquicos”. No se
puede confundir desarrollo psíquico con desarrollo espiritual, así como
tampoco facultades mediúmnicas con evolución espiritual. En cuanto a los
poderes psíquicos, hay que dejar muy claro que su presencia no lleva
aparejado necesariamente un alto nivel espiritual. Asimismo las
facultades mediúmnicas no indican, por si solas, mayor elevación
espiritual que la media; los espíritus que inspiraron la Codificación y
Kardec fueron meridianamente explícitos al respecto. Es el uso, de unas y
otras, lo que indica el grado de desarrollo de su poseedor.
Nos
preguntamos, ¿no habrá detrás de este tipo de razonamientos el resabio
de una mentalidad acomodaticia, tal como las que se dan en el seno de
las masas de seguidores de cualquier religión tradicional, individuos
acostumbrados a que los lleven de la mano, a recibir indicaciones de lo
que tienen y lo no tienen que hacer, carentes de ideas propias,
habituados a que otros piensen por ellos, ha recibir alimento mental
predigerido? ¿No esconderá dicho argumento también, en el fondo, un
problema de falta de voluntad?
Aquí es tremendamente oportuna esta reflexión de José Antonio Marina, con la que estoy en total acuerdo: “La falta de voluntad – dice - se
suele dar con mayor frecuencia entre los “buscadores de emociones”, que
debido a su eterno aburrimiento, a la trivialización generalizada que
envuelve sus vidas, a la anulación de sí mismos y del valor del
universo, necesitan muchos estímulos”. Y nos recuerda Marina que quien precisa constantemente de estímulos evidencia una conducta adictiva.
Entre
los “buscadores espirituales”, por denominarlos de alguna manera,
existe la tipología característica del consumidor de todo tipo de
cursos, cursillos, talleres, etc., que viven de la novedad permanente.
Parece que saben mucho, pero no entienden nada, por eso no están nunca
mucho tiempo en ningún sitio; se les ve en todas partes, pero no están
en ninguna porque tienen un miedo atroz a comprometerse; en el seno de
sus vidas lo único que sobresale es el aburrimiento. Dice también José
Antonio Marina:
“A mis alumnos – él es catedrático de instituto
- les digo que las cosas no nos aburren porque sean aburridas sino que,
porque somos aburridos, nos aburren. Y es que ante una mirada pasiva
las cosas se repiten, aunque sean nuevas y maravillosas”.
La
mejor “técnica” que el Espiritismo nos da para evolucionar es la de su
invitación permanente a vivir con conciencia; a vivir con los ojos
abiertos, estando atentos, despiertos, comprendiendo y sintiendo la
unidad de la vida para hacer “nuestros” los problemas y los “goces” de
los demás, sin la ilusión de la separatividad; sufriendo con el
sufrimiento de los otros, alegrándonos con la felicidad de los demás,
creando permanentemente. Eso es lo que nos lleva a estar implicados en la Vida.
Nuestra admirada Amalia lo resumió de forma magistral: “Yo, antes de conocer el Espiritismo – decía - me quejaba de todo; ahora sólo pienso en trabajar”.
10. Conclusión
Hemos
llegado a final de nuestras reflexiones y resulta conveniente dejar
anotadas algunas conclusiones que nos permitan recordar la esencia de
las cuestiones tratadas,las que he resumido en seis apartados:
1ª.
El ser humano representa la cúspide del desarrollo de la vida en la
Tierra. Con su aparición la vida toma conciencia de sí misma. Desde ese
momento la especie humana está en un proceso paulatino de
autodescubrimiento de todas sus potencialidades, que le llevará a poder
desarrollar el papel que el destino le tiene reservado en el escenario
de la Creación: el de ser la Conciencia del Mundo.
2ª.
En tanto los individuos que forman nuestra especie, no hayan
descubierto mayoritariamente quienes son en verdad y las leyes de su
desarrollo, identificándose provisoriamente con la etapa anterior - la
animal - y sus leyes, la Vida transita por su etapa más crítica y se
pone en riesgo.
3ª.
Para la superación de esa fase los seres humanos precisamos dejar de
ser caricaturas de nosotros mismos, equilibrándonos mediante el
desarrollo armonioso de cada una de aquellas facultades que nos definen
como SERES HUMANOS, es decir, como seres espirituales encarnados: la
inteligencia, el sentimiento y la voluntad.
4ª.
Por tanto, es tiempo de mensajes unificadores, no fragmentarios, en lo
que se refiere al desarrollo espiritual del ser humano. El Espíritu no
tiene compartimentos estancos, es una totalidad que se expresa por
varias vías, a las que no podemos renunciar sin anularnos, de alguna
manera, a nosotros mismos.
5ª.
Este mensaje unificador sería muy útil tenerlo como emblema en la
enseñanza espírita, generando un clima en los Centros Espíritas que
favorezca en cada miembro lo que podríamos llamar una INTEGRACIÓN
ESPIRITUAL.
6ª.
Esta integración espiritual equivale a caminar resueltamente en pos de
la fase evolutiva que los tiempos que corren demandan que inauguremos,
fase que algunos han llamado muy bien de la EVOLUCIÓN CONSCIENTE. Llegar
a ese punto equivale a la culminación de nuestro proceso de
HUMANIZACIÓN y el inicio de nuestro verdadero camino hacia la
ESPIRITUALIZACIÓN.
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