MANUEL VERDUGO BARTLETT, GIGANTE DE LA POESÍA ESPAÑOLA Y ESPIRITISTA CANARIO
3 noviembre 2013 por
idafe
Por: Oscar M. García Rodríguez
Perfil biográfico
Este excelso poeta canario nació el 31 de
diciembre de 1877, en Manila, donde su padre, el general Federico
Verdugo y Massieu, natural de Tenerife, desempeñaba el cargo de
comandante militar. Su madre, Julia Ignacia Bartlett de Tarrius, era
hija del Cónsul de Gran Bretaña en las islas Canarias, Mr. Richard
Bartlett.
En 1880 su progenitor fue destinado a
Madrid. En 1883 volvió a Filipinas y en 1892 la familia regresa a
España. Dos años después, en 1894, Manuel ingresa en la Academia de
Artillería de Segovia, siendo ya teniente en 1899, con destino en Santa
Cruz de Tenerife.
Muy poco duró la vida militar del joven, porque
en 1903 pide la baja en el Ejército y se enfrasca por entero en la
actividad literaria. Desde entonces y hasta 1908 se dedicó a viajar por
España, Portugal, Francia, Suiza, Bélgica e Italia. Después, cumplidos
los 30 años, fija definitivamente su residencia en la ciudad de La
Laguna (Tenerife), donde vivirá hasta su fallecimiento el 17 de enero de
1951.
Sus contemporáneos le describen como un
hombre elegante que vestía con pulcritud. Indefectiblemente, cada
mediodía salía de su casa para acudir a lo que él llamaba “clínicas de
urgencia”, sobre todo a una taberna denominada La Oficina que se
convirtió en uno de los espacios literarios laguneros más importantes y
la única con este carácter que perdura. Allí se reunía un grupo de
canarios ilustres con profesiones e ideologías bien diversas (Manuel
López Ruiz, pintor de marinas; Francisco Bonnín, acuarelista; Juan Pérez
Delgado, “Nijota, poeta”; Comado Bonilla, González de Mesa, Juan Oliva,
Leopoldo Rencio o el músico Carmelo Cabral, de Gran Canaria) para
charlar sobre literatura, arte, poesía, ideas o política. Fluían
entonces el humor, la ironía, las interminables charlas…, siempre, eso
sí, sin perder la compostura. Parece ser que uno de los temas
predilectos de Verdugo en estas conversaciones era la astronomía.
El nivel dialéctico e ingenio de sus
participantes conformaba una de las tertulias más brillantes de su
época, y a juicio de muchos supone un referente de la historia más
reciente de la intelectualidad canaria, específicamente tinerfeña y
lagunera. Y como cabeza visible o más representativa de aquella pléyade
de intelectuales figuraba Manuel Verdugo y Bartlett.
El crítico y escritor tinerfeño Domingo
Pérez Minik comenta que Manuel Verdugo llegó a ser en la ciudad de La
Laguna un elemento irreemplazable, “como su instituto, su frío de invierno o su palacio de Nava”. Nadie como él supo captar la dualidad inherente a la naturaleza de La Laguna, a la que describió así: “Ciudad tranquila de los conventos y de las huertas…”
La ciudad universitaria le honró con un busto y en la capital tinerfeña una calle lleva el nombre de este gran poeta.
La comprensión de muchas facetas de la
actitud vital de Manuel Verdugo queda clarificada si atendemos a su
condición de homosexual. Después de todo, Verdugo ejerció un control de
las fuerzas que vivían en su alma, supo reconocerlas y utilizarlas,
permitiéndoles que tratasen de emerger para que lo iluminasen y luego
las relegó al mayor de los olvidos. Quizá de ahí surja en buena medida
esa postura aparentemente contradictoria del poeta: altiva, desdeñosa e
irónica, a la vez que desventurada y, no obstante, sensible, espiritual,
noble y, sobre todo, muy humana.
Un eximio poeta
Desde los 11 años de edad escribía Manuel
buenos versos, en muchos de los cuales aludía a un autor que le
apasionaba: Julio Verne.
Amigo de Rubén Darío –a quien conoció
durante su estancia en París y del que conservada poemas de puño y
letra- Jacinto Benavente, Francisco Villaespesa y especialmente de
Manuel Machado, fue parnasiano e impresionista y su obra poética está
colocada entre la de los grandes de la literatura hispana.
Manuel Verdugo, a quien se ha calificado como “mago del verso”,
fue un hombre excéntrico y genial. Su poesía es densa, musical y, con
frecuencia, irónica. Su publicación más importante lleva el título de Estelas,
(1922) un libro de plenitud y madurez que le coloca entre los mejores
poetas españoles de su época y donde más claro deja traslucir o
presentir la complejidad del pensamiento-sentimiento del poeta. Sus
sonetos son unánimemente reconocidos como auténticas obras de arte.
Como
poeta atraído por lo parnasiano –o parnasiano tardío- se nos muestra
Manuel Verdugo como una figura adicta al mito y a la referencia continua
al mundo clásico grecorromano. Junto a esto conviven el gusto por la
perfección formal, cierto aire impasible, tono erudito, búsqueda del
ritmo, también la serenidad y la línea pura.
Valbuena Prat señala (1) a Verdugo como: “…uno de los representantes más típicos del cosmopolitismo”. Y refiriéndose a la que considera su obra más lograda (Estelas), estima que el intento estético del autor es el de: “constituirse en un poderoso arquitecto de versos y de ideas”
María Rosa Alonso (2) nos proporciona una
atinada visión del talante artístico de este gran poeta y figura señera
de la vida cultural de la ciudad de La Laguna:
“Elegante y sobrio en la expresión, de
buen oído rítmico, heredó de Bécquer una fina melancolía, que el
positivismo irónico de Campoamor y de Bartrina le hizo diluir en
pinceladas encubiertas por una impasibilidad de mármol más o menos frío,
aprendida con los parnasianos y adobada con precauciones por el
condimento modernista”.
Sebastián Padrón Acosta (3) reconoce a Manuel Verdugo como un “maravilloso poeta y hombre de vasta cultura”. Y añade. “A
los que piensan que el sentimiento es ñoñez, acaso parezcan fríos los
versos de Manuel Verdugo… pero en su obra poética hay sentimiento hondo y
fuerte”, anotando como característica esencial de su poesía “la musicalidad, densidad de pensamiento y fragancia de ironía… sabe poner distinción y elegancia (y) describir en cuatro versos un paisaje o la psicología de un rey”. Sus sonetos, concluye, “son verdaderas obras maestras de orfebrería”.
Y en un alarde de honestidad junto a una no disimulada admiración, dice: “Su
poesía tiene don de plenitud, no están vacíos sus versos, sus estrofas
siempre dicen algo que interesa y sorprende, aunque nosotros no
comulguemos con sus ideas en muchos de sus puntos”. Y es que al final Padrón Acosta no puede eludir su condición de sacerdote, cuando comenta: “Muchas veces hay una verdosa fosforescencia demoníaca en sus estrofas”. Encantador don Sebastián.
La concepción que Verdugo tenía de la poesía, revela lo que Manuel Machado denominó “una misantropía sui generis entre amable y desconsolada” (4):
“Yo miro la poesía como un surtidor
cristalino que se eleva recto hacia el cielo, cual si quisiera besar los
astros y se queja armoniosamente de su impotencia; pero que a veces se
inclina a impulsos de orquestas ráfagas, y los irisados diamantes del
divino surtidor se esparcen sobre la tierra y brillan sobre una flor;
sobre una zarza, sobre una roca, sobre el mismo barro despreciable:
doblemente despreciable si en él se ven impresas las huellas de los
hombres”. (5)
En la composición titulada “Yo soy otro” (6) se
manifiesta la ambigüedad de la que gusta hacer gala Manuel Verdugo, y
una declaración de una autoafirmación, de una condición de hijo bastardo
“de la Madre Tierra” (Gea):
Estoy aislado sin hallarme solo:
¡una dicha incompleta!…
Paso junto a los hombres
como si no los viera,
y admiro a las mujeres
como si no existieran.
Pero yo… yo soy otro:
¡mi propia compañía me exaspera!
La soledad augusta de las cumbres,
la soledad salvaje de las selvas,
desdoblando mi ser podrán curarme
del mal que me atormenta.
Soy… un civilizado,
un hijo espurio de la Madre Tierra:
para sentirme lejos de mí mismo
nada mejor que aproximarme a Ella.
Interesante resulta la invocación que hace el poeta a los que él considera Vértices Luminosos (7):
Jehová, Zeo, Jesús: Ígneo tridente,
magna constelación —triángulo inscri-
[to en el cero que abarca lo infinito—:
Pon un crisma de luz en cada frente!
La humanidad bosteza indiferente,
Hallando el lirio de la fe marchito…
Ni áurea leyenda ni sagrado mito
surgen ya, como antaño, del Oriente…
¡Jehová, Zeo, Jesús!: Voz angustiosa,
ve a perderte en la noche silenciosa…
¡No hay un eco en la tierra para tí!
Bajo el cielo, sediento de plegarias,
yerguen sus cumbres mudas,
[solitarias,
el Gólgota, el Olimpo, el Sinaí.
Hay una cierta “preferencia” de Verdugo por
alusiones a mitos en general (o mejor, episodios de los mitos),
relacionados con el tema del amor, bien sea un amor esperanzado como —y
éste es el que más abunda— desesperanzado, un amor bisexual como un amor
homosexual…
Significativo es el texto que presenta la dicotomía entre El Alma y el Cuerpo; veamos un fragmento (8):
Un Apolo de mármol, frágil forma,
en su triunfante desnudez prefiero
a la visión inmensa de los mares
y al piélago infinito del desierto…
¿Por qué desdeñas la hermosura
[humana?
¡Maldigo tu desprecio!
Es para el alma la carnal belleza
lo que bella palabra al pensamiento;
si tanto amas a Dios, alma del mundo,
tienes que amar también al Universo.
Dice Mariano Daranas en la introducción de “Páginas de Manuel Verdugo” (9): “Su
inadaptación, que no es externa ni se debilita en gestos y desplantes,
se enrosca a la originalidad casi agresiva de su temperamento.
Prefiere seguir en su soledad, en su
disconformidad espiritual, disimulada por una cortesía sobria y afable
de todos y contra todos.
Pero este hombre, que habitualmente
pone en sus palabras acentos de irónico desengaño, habla de sus
amistades gratules o humildes con exaltado fervor. El humorismo no
malogra en él la lealtad, caballerosa condición de los varones bien
nacidos. El recuerdo de amigos que como Jacinto Benavente no dejaron que
el tiempo enfriara cordiales afectos, vive en Verdugo unido, en lazo
cariñoso, a la más fiel admiración…”.
Manuel Verdugo Bartlett fue, en definitiva,
un alma ática forjada bajo los rayos del sol del Mediterráneo,
trasplantada entre los cielos atlánticos y los suelos volcánicos de
Canarias.
Además de Estelas (poesías, 1922), Manuel Verdugo es autor de las siguientes obras: Hojas, libro de versos (Madrid, 1905); Lo que estaba escrito, drama en tres actos, estrenado en Tenerife en Mayo de 1919; Autobiografía, 1922; Fragmentos del diario de un viaje, 1928; Burbujas, 1931, Huellas en el páramo, 1945; Las fronteras del mal, drama inédito; Jugando, diálogo relámpago; Jardines de la Granja; Alicia al pie de los Laureles y otras muchas poesías aparecidas en folletos, revistas y periódicos entre 1918 y 1943.
Ante el Espejo o como el Poeta se veía a sí mismo
De su Autobiografía (10) copiamos esta estampa en que se describe a sí mismo:
“Yo tenía un amigo…, un amigo
insoportable a juicio de la mayoría de los que le trataron; por eso,
indudablemente, me fue simpático en alto grado. Tenía la fiera
independencia de los hombres geniales, y tan poca práctica de la vida,
que no sabía reír una necedad a tiempo, ni llorar un duelo de esos que
se despiden con lágrimas de guardarropía y lacayos a la Federica.
Yo miraba con admiración y recóndita
envidia a este ejemplar curiosísimo del bípedo implume de Platón, que
tenía sentimentalismos de doncella y altiveces de potro indómito… El
pasaba por la vida como un sonámbulo; sordo a la greguería de las
multitudes… Afirmaba, después de un viaje a la Mesopotamia, que el
Paraíso terrenal era un mito; que Adán debió ser un pithecantropus
erectus despreciable, y que le inspiraban una ternura infinita los
poetas que pretenden hacernos ver la existencia como un vergel, cuando
no es más que un bosque enmarañado, donde abundan los útiles alcornoques
y escasean los emblemáticos lirios, efímeros y divinamente inútiles.
Estas ideas extravagantes, que su
imprudencia dejó escapar en la pequeña población en que residía,
formaron en torno suyo un vacío hostil, donde él se ufanaba como un
monarca en la vasta extensión de su palacio.
Un día que satirizó, con muchísima
gracia, al Doctor de la Gracia, y aventuró ante un auditorio estulto,
sutilezas metafísicas sobre el pecado original, perdió la amistad de un
grave funcionario, tan intransigente en materias teológicas, que hubiera
tostado piadosamente a mi amigo, si en estos tiempos humearan aún las
hogueras—agradables a Dios—de nuestro Señor Rey Carlos II”.
La mayoría de los hombres procuran
acumular ajenas simpatías haciendo— ¡naturalmente!— transacciones
ridículas con su conciencia; mi extraño amigo me confesó, que no gustaba
de coleccionar amistades, como algunos bibliómanos reúnen libros, solo
por el placer de amontonarlos en una estantería, y sentir, de tarde en
tarde, en la punta de los dedos, la satinada caricia del papel couché al
hojear una obra editada con lujo al gusto moderno, o para admirar
trivialmente la paciencia de un anónimo benedictino en las letras
mayúsculas de algún manuscrito medioeval. Amistades a flor de piel… ¿Para qué?… Un libro: ¿no es un amigo?…
En general, el número de volúmenes está
en razón inversa de la bondad de una biblioteca. Pocos libros; pero
escogidos. La encuadernación es indiferente… «Libros—decía—que pueda
leer y releer sin que me produzcan fatiga, antes al contrario, descubra
en ellos nuevos motivos de emoción o de enseñanza: libros cuyo sentido y
profundidad me sea grato analizar: unos claros, diáfanos como la
amistad de un niño, otros complicados, algo confusos, como el espíritu
complejo y sutil de una cortesana elegante que haya cumplido tos treinta
años”…
Manuel Verdugo y el Espiritismo
La Autobiografía que Manuel Verdugo escribiera para el diario El Progreso
a invitación de su director, Leoncio Rodríguez, y que apareció en
portada del mismo en dos entregas sucesivas los días 21 y 22 de
septiembre de 1909, en la sección denominada, precisamente,
“Autobiografías: Viejos y Jóvenes”, viene encabezada con estas palabras:
“Sr. D. Leoncio Rodríguez, mi querido
amigo: Me pide usted mi autobiografía. ¡Eso es pedir peras al olmo! No
tengo humor para escribir mi novela que no es más que una historieta
inmoral que no interesa á nadie, ¡ni á mí mismo! Allá van esas
cuartillas en que aparecen opiniones de un sujeto que bien puede ser mi
alter ego. Suyo aftmo.”
Y es que Verdugo utiliza como original
método para hablar de él mismo, la tercera persona; crea así el
personaje de un imaginario amigo -su alter ego- que expresa
pensamientos, ideas, reflexiones y experiencias que son las del autor.
De este artículo transcribimos ahora la parte en la que confiesa su
plena participación del ideario y la cosmovisión de la doctrina
espiritista:
“Mis ideas religiosas, han seguido un
curso muy extraño: De la pura y candorosa fé de mi adolescencia, pasé
bruscamente—fenómeno nada raro en esa edad crítica— a un materialismo
estúpido, fruto de lecturas abstrusas mal digeridas. Después, como un
término medio conciliador para mi pobre espíritu indeciso, me refugié en
una idea caótica de panteísmo; me bañé en ese prístino albor de las
religiones orientales. Más tarde, la figura de Jesús—el Jesús de Renán—
me atraía como una estrella rutilante en medio de las lobregueces de mi
noche intelectual; y hacia ella dirigí mis pasos vacilantes. El Jesús
legislador de almas, me parecía de una grandeza abrumadora; pero… (¡Oh
Luciano!, ¡Oh Juliano!, ¡Oh Portifrio!…) ante aquello de “Jesús, hijo de
Dios Eterno” y “Jesús, hijo eterno de Dios*, Calvino me hubiera
socarrado en una hermosa fogata como la que achicharró a nuestro paisano
Miguel Servet. Después… Después, harto de hacer carambolas teológicas
con el pensamiento, guardé la simbólica serpiente que se muerde la cola,
en una caja de mazapán, y me tendí a la sombra de Sócrates, que parecía
sonreírme con sus labios túmidos, sin aceptar la ofrenda de mi corazón…
Y así musité las palabras que dirigía a sus discípulos el gran amigo de
Alcibiades: “El que de vosotros, al mirarse en un espejo se encuentre
hermoso, cuide de no deformar esa belleza con la deformidad de sus
vicios; y aquel que se vea feo, procure borrar la fealdad de su rostro
con el brillo de sus virtudes.”
Más tarde cambié de postura… Y
reverenciando la figura del Galileo como cúspide luminosa de la
Humanidad, y mirando sus máximas como un divino Código de Moral, me
incliné al Espiritismo que, como todas las teorías, la considero buena
mientras no vengan otras a explicar mejor que el ciertos fenómenos en
apariencia contradictorios a las leyes conocidas que rigen el mundo
físico; fenómenos cuya realidad ha sido rigurosamente comprobada por
eminencias científicas. Sé que te reirás viendo como mi extraño
sincretismo me ha hecho sedimentar tantas y tan diversas tendencias para
venir a cristalizarse en esta espiritista tan desprestigiada por el
charlatanismo y la ignorancia, ¿Y por qué no he de mirarla con franca
simpatía? El Espiritismo Moderno, como doctrina filosófica, creo que
responde a todas nuestras aspiraciones, a todas las necesidades de
nuestro ser pensante. Con frecuencia hallamos personas que se tienen por
cultas y creen que tratar de Espiritismo y Mediumnidad, es como hablar
de brujas, de Goecia, de Magia Negra; es hacer bailar una mesita de tres
patas para divertir a unas señoritas cursis, o invocar la sombra de
Nabucodonosor o de Pipino el Breve para que nos diga qué hace nuestra
cocinera o cuál será el número agraciado con el Premio Mayor de la
Lotería de Navidad.
Siendo infinitamente más cómodo creer
que discurrir, todas esas personas descansan en brazos de una fe que,
como ciega, sin duda ha de conducirlas por el mejor camino… Y condenan
con el ridículo o con el anatema más fulminante lo que desconocen y no quieren tomarse la molestia de encaminar despacio.
Prescinde de la fase experimental del
Espiritismo, y sumérgete en el piélago de su Doctrina… ¡Es consolador
echar una ojeada por los principios fundamentales de esa teoría, que ya
presintió Orígenes en su concepto de la vida; concepto que, a juicio de
Laurent, es la más vasta concepción que haya salido de combinar la
Filosofía con la Religión! El pensamiento moderno ha desechado los
errores de Orígenes y ha encauzado sus aciertos, deduciendo
consecuencias que tienen el encanto de un ensueño realizable… Sé que soy
imperfecto, no por efecto de la culpa, sino como criatura; pero sé que
poseo la fuerza necesaria para marchar por un camino infinito de
progreso. Sé también que por el hecho de ser criatura no puedo alcanzar
jamás la perfección del Creador; pero para satisfacer mi necesidad de
felicidad y perfección, me basta que sea ese el ideal, dependiendo de mi
el aproximarme a él. ¡El progreso continuo a través de una serie
infinita de existencias, sin que haya punto en que termine esa marcha
ascendente!… Cuando en las noches de tristeza y desaliento alzo la
frente a la cúpula del cielo donde los astros, con su misterioso
telégrafo luminoso, nos cuentan cosas incomprensibles del más allá, me
inunda un suave y generoso orgullo pensando en mi personalidad
indestructible…
Sí, una vez creados, seremos siempre, y
de ahí que nuestros esfuerzos para perfeccionarnos no son estériles:
“cuanto ganemos en virtud, subsistirá, y del empleo de nuestras
facultadas dependen las condiciones de nuestras existencias
progresivas.” Pero, — me objetarás— ¿Y el doloroso espectáculo de las
desigualdades humanas?… Y Orígenes te responderá: “Si el mal y el bien
están desigualmente distribuidos entre los hombres, no puede ser esa
desigualdad sino una pena o una recompensa: la justicia de Dios quiere
que esas penas y esas recompensas sean una consecuencia de nuestros
méritos y de nuestros deméritos; cada cuál de nosotros hace, pues, su
destino, y nuestra entrada en este mundo es un efecto rigoroso de
nuestra vida anterior, y las condiciones de nuestra vida futura
dependerán del uso que en ésta hagamos de nuestro libre albedrío.
¿Te repugna creer en la realidad de las
comunicaciones medianímicas? Y ¿por qué? ¿Es por que no crees en lo
sobrenatural? Yo tampoco; y sin embargo las acepto.
Dios, para manifestar lo infinito de su
poder, no necesita hacer nada sobrenatural ¿Qué mayor milagro que todas
las cosas tan naturales que nos rodean y que contemplamos con tanta
naturalidad? Un hecho por absurdo que nos parezca, desde el momento que
se realiza – podrá ser inexplicable; pero nunca sobrenatural. De todas
las leyes que rigen el mundo físico, conocemos unas cuantas— ¡muy pocas,
por desgracia!— y con este corto conocimiento pretendemos explicarnos
cuantos fenómenos se desarrollan en el Universo. Puede muy bien
atribuirse las pretendidas manifestaciones espiritistas a causas hoy
todavía desconocidas; pero que entran en el dominio de la ciencia.
Si en una sesión observo que una mesa
aislada se levanta y se mantiene en el aire, no se me ocurre pensar en
un milagro que haya anulado en aquel instante, para mi recreo, la ley de
la gravedad. Lo que pienso es que desde el momento en que la mesa se ha
elevado, hay una fuerza de origen desconocido, que vence a la fuerza de
la gravedad y que puede desarrollarse en circunstancias y con elementos
especialísimos: Cadena magnética de los experimentadores, estado
anormal del Médium, tensión poderosa de una red de voluntades ante un
pensamiento fijo, etc.
Así, creo que los fenómenos de
levitación, de golpes en los muebles y en las paredes, rachas de aire
violento, y otros muchos, pueden referirse a fuerzas físicas provocadas
en determinadas condiciones, sin que haya que recurrir para
explicárselos a los fieles difuntos, como no pensamos en éstos cuando
presenciamos los juegos de la electricidad, con la que estamos
perfectamente familiarizados, aunque su naturaleza nos sea perfectamente
desconocida.
Admito que los resplandores, la
adivinación; hechos acaecidos a gran distancia, etc., se atribuyan a
estados patológicos del médium, pues el histerismo algunas veces ha
tenido manifestaciones luminosas; y ya conoces sobradamente los casos de
telepatía y videncia de los sonámbulos.
Concedo también que la tensión de ánimo
de los que asisten a una sesión (formal) espiritista, el ambiente de
misterio, la semioscuridad, el deseo vehemente, unido a un vago terror
de presenciar algo ultrahumano, son circunstancias a propósito para
sufrir alucinaciones visuales o acústicas, hijas de la autosugestión,
aunque esta autosugestión colectiva me parezca un poco incomprensible…
Pero hay otros casos de una índole tal,
que de ningún modo pueden ser producidos por las causas apuntadas
anteriormente: Detrás de estos casos se revela embozadamente, no una
fuerza, no algo, sino alguien…
Y ante ellos, la razón se plantea este
dilema: o los niego —lo cual es imposible, por lo menos para mí – o
reconozco en ese alguien a un ser inteligente, invisible que, para dar
pruebas tangibles, claras, de su existencia, dados los imperfectos
medios de percepción de nuestro organismo, se vale de otro singularmente
constituido, que por eso se llama médium.
El Doctor Souza Couto, de Lisboa, me aseguró haber comprobado
diferentes veces con aparatos muy sensibles, que el sujeto con quien
experimentaba perdía peso durante el estado de trance…. Este dato te
dará que pensar, si no tienes muchas ocupaciones….
Por mi parte, desde el momento en que
creo en la supervivencia del alma al cuerpo, no hallo absurdo aceptar
que, una vez desligada de los lazos terrenales pueda y quiera
comunicarse con las que aún pululan encarnadas por este despreciable
planeta, destinado a girar siempre entre Venus y Marte, es decir: entre
el amor y la guerra.
El cariño puro, abnegado de una
madre; una pasión que llegue hasta el sacrificio, un afecto noble y
leal, mantenido íntegramente durante toda una vida, son cables
inmateriales, que no destruye la muerte, y que nos ligan con los que
partieron antes…. Para la existencia progresiva del espíritu, morir aquí
es un accidente, un cambio de fase…. Vivimos rodeados de seres
invisibles que nos observan, que nos aman y que nos compadecen….
Es pueril y es ridículo, oponer a estas
consoladoras ideas el argumento de que, si las almas pudieran
comunicarse con nosotros, nos resolverían todos los problemas que
atormentan al hombre desde que se dio cuenta de que tenía un cerebro. Si
el hombre estuviera en posesión de la verdad, ¿para qué esta vida de
prueba? ¿Cuál sería el objeto de la Humanidad en este correccional que
llamamos tierra?…. Con nuestros propios esfuerzos, con nuestro trabajo
constante a través de los siglos, con el deseo de perfeccionarnos, han
de conseguirse las grandes y lentas conquistas de la inteligencia. ¡Qué
suma de esfuerzos del entendimiento no representa cada una de esas
partículas de verdad que conservamos orgullosamente como trofeos de la
lucha grandiosa y purificadora!
Si es ridículo pretender que los
espíritus nos resuelvan los problemas cuyas incógnitas ha de despejar
poco a poco nuestra tenacidad, es estúpido imaginar que esos espíritus
acudan dócilmente a una vocación para ponerse al servicio de nuestros
mezquinos intereses y de nuestras pasiones a ras del polvo, o para
interrogarles sobre lo porvenir… ¡El Porvenir, tan misterioso para ellos
como para nosotros, puesto que su secreto es de Dios!”.
Nada que objetar al discurrir del poeta en
materia de espiritismo, pues refleja una postura que nos parece de altos
vuelos filosóficos, muy racional y auténticamente kardeciana.
Manuel Verdugo cita en su Autobiografía
algunos experimentos mediúmnicos a los que asistió durante su estancia
en Lisboa. Al respecto he tenido la fortuna de encontrar más detalles en
un reportaje publicado en la página 5 del diario “ABC” (Madrid) del 23
de septiembre de 1905. Viene firmado por Affonso Gayo y se incluye en la
sección Crónica Portuguesa, con el título Tres sesiones de espiritismo.
Dice el autor que apenas quince días antes había asistido en Lisboa a
tres sesiones de espiritismo en las cuales estuvieron presentes varios
literatos conocidos, los poetas españoles Francisco Villaespesa y Manuel
Verdugo, además del propio firmante de la crónica.
Desde una postura escéptica el autor
comenta las tres sesiones, a la primera de las cuales asistió un
jurisconsulto, director de revista portuguesa Estudios Psíquicos, y en la que actuó de médium un joven escritor. En la misma se produjeron fenómenos de aporte (11):
“Adormecido el médium después de atarlo
convenientemente de pies y manos, declaró entre sollozos y con voz
cavernosa que se encontraba en Merida. Al oírlo, el Sr. Villaespesa,
conmovido, interrogó al vidente, haciendo un esfuerzo por contenerse. El
médium describió una casa de Mérida con un jardín y un estanque, hacia
cuya orilla se inclina una señora vestida de blanco.
A medida que el médium habla, el poeta
español siéntese poseído de espanto porque la descripción corresponde
exactamente con la residencia de su novia, a la cual ninguno de los
presentes podía conocer.
El médium declara que va a haber
apports, enciéndense las luces y aparecen sobre la mesa una rana y unas
flores (dos crisantemos). Unos dieron crédito al experimento y otros no,
y se discutió mucho, como era natural.”
La segunda sesión se desarrolló en otro
lugar acondicionado de antemano a fin de evitar cualquier posibilidad,
atisbo o sospecha de fraude, con todas las puertas cerradas y siendo
registrados todos los concurrentes de antemano:
“El local se componía de dos salas, y
la puerta que las separaba estaba recubierta con una cortina. En una de
las salas se colocó al médium bien amarrado a una silla y en la otra
estaban los que debían ser espectadores del experimento.
Después de algunos momentos de silencio
y en plena obscuridad, el médium empezó a agitarse violentamente, a
llorar, a reír, hasta que, por fin, dirigiéndose al poeta español le
describió el interior de la casa de sus padres: un retrato de hombre
barbudo, una señora con dos niños en brazos, un mueble con vajilla al
lado de una potiere… De pronto prodújose una fuerte ráfaga de viento que
agitó la cortina violentamente e hizo vibrar los objetos de cristal que
estaban colocados en una elagere a espaldas del médium. Este manifestó
que se encontraba presente el espíritu de un suicida a quien la mayoría
de los concurrentes a la sesión había conocido en vida. Descripción del
cementerio de Lisboa, fenómenos luminosos y un consejo del espíritu para
determinada persona ausente: ‘El alma del suicida permanece junto a su
cadáver hasta la descomposición de su última célula.”
También esta vez se produjeron aportes:
“Esta vez eran tres montones de tierra del cementerio, uno de ellos de color distinto al de los otros, y dos bayas de ciprés”.
Con mayores precauciones aún que la
anterior, se celebró la tercera sesión de experimentación en la que el
fenómeno de los aportes volvió a reproducirse:
“A decir del médium, comparecía una
novia muerta que dejó como señal de su presencia un trozo de velo, una
trenza de cabello y una ramita de flores de azahar artificiales.
Terminada la sesión, se comprobó que los sellos que se habían colocado
en las puertas estaban intactos”.
El cronista refiere que no hubo unanimidad
en los presentes para aceptar como plenamente auténticos todos los
fenómenos que aparentemente se produjeron en las tres experiencias,
permaneciendo él mismo en el lado de los escépticos, pero sin ofrecer o
explicar en ninguna parte sus razones.
Y ahora quiero relatar una significativa
¿anécdota? Localicé un libro editado en los años 30 del siglo XX por la
Editorial Hespérides de Santa Cruz de Tenerife titulado “Autobiografías”. Se trata de una colección de varios escritos autobiográficos de distintos autores y años, encuadernados en un mismo volumen, con un total de 486 páginas. Entre las autobiografías que lo integran se encuentra precisamente la que Manuel Verdugo
publicó en el diario “El Progreso”. Comienzo a ojearla y, ¡oh
sorpresa!, algo no cuadraba… porque el citado trabajo aparece tal cual
se publicó menos….., sí, lo habrán sospechado, menos el texto íntegro
donde refiere sus razonamientos, reflexiones y vinculación confesa con
la filosofía espiritista (¡¿?!). Aquí no hay ningún error o
equivocación, esto es, sencillamente, pura y dura censura.
Hay autores que cuando hacen la biografía
de los personajes que estudian y encuentran alguna página que no saben
encajar en sus prefijados esquemas mentales, ceden a la autocensura
soslayando con un regate discursivo aquellas circunstancias de sus
biografiados que estiman “problematicas”, entre las que más de una vez
aparecen vinculaciones de aquel personaje con el espiritismo. Pero en
este caso ni siquiera nos parece amable el “olvido”, sino consciente
censura, en tanto en cuanto el autor del latrocinio, se muestra capaz de
mutilar intencionadamente y a su conveniencia un escrito original del
autor, que pretende hacer pasar por auténtico y completo.
Y para mayor ejemplo de la sospechosa
connivencia presente en una sociedad condicionada y mediatizada, ni
siquiera destacados estudiosos de la literatura canaria mencionan este
hecho. Es más, incluso “confunden” la fuente donde originalmente fue
publicada la citada Autobiografía. Ejemplo: en las notas finales que
acompañan la semblanza que a nuestro protagonista le dedica Sebastián
Padrón Acosta en “Poetas Canarios de los siglos XIX y XX”, se dice que
fue escrita para el diario “La Prensa”, cuando realmente lo fue para “El
Progreso” (¿?).
En el Recuerdo
A pesar del tiempo transcurrido y que hoy
en día el sentir poético discurre por derroteros múltiples, propios de
una época sin referencias de mayoritario asentimiento, el valor del arte
de Manuel Verdugo no ha dejado de crecer y ser reconocido.
Ya incluso en vida, compañeros escritores
se sintieron en deuda con el genial poeta y le dedicaron como homenaje y
en reconocimiento sentidos versos, algunos de los cuales recogemos a
continuación.
Es el caso del escritor Juan Álvarez Cruz,
quién dedicó tres poemas a Manuel Verdugo en su obra “Ecos” (S/C de
Tenerife, 1949) con el título de Tríptico, entre ellas la que sigue:
SALUTACIÓN
¡Oh, genial arquitecto que has sabido
erigir tenazmente y día a día
y sillar a sillar de poesía,
tu templo en las arenas del olvido!
Tu corazón, de eterna savia henchido,
junto a los claros mirtos florecía
como un fresco rosal que todavía
sus otoñales rosas no ha perdido.
Fue para ti el soneto parnasiano
la carroza triunfal de un dios pagano,
protagonista de irreal historia.
Y hoy sus versos, en mágicos tropeles,
son los bellos y líricos corceles
que arrastran la cuadriga de tu gloria.
Otro gigante de la poesía canaria, Manuel Padorno, le honra con un poema en su obra “Efigie Canaria” (12):
EL PENTELICO MÁRMOL AMOROSO
(Manuel Verdugo)
Nunca trazó figura humana alguna
oceánico gesto griego vivo
dilecta precisión, desdén altivo
en la envolvente luz de La Laguna,
delicadeza aparte, centro y cuna
belleza amó de mármol fugitivo,
eterna gracia de doncel esquivo,
reclinado jardín bajo la luna:
un muchacho de mármol le servía
de anécdota, social virilidad
apacienta la bestia equidistante;
tu sitio es éste, dulce todavía
pura arrogancia de la claridad
para tu desvarío emocionante
NOTAS:
1) Valbuena Prat, Ángel: Hª de la poesía canaria. I. Universidad de Barcelona. Seminario de Estudios Hispánicos. Barcelona, 1937, págs. 105, 108.
2) Alonso Rodríguez, Mª Rosa: Manuel Verdugo y su obra poética. La Laguna (Tenerife), 1955. I.E.C., pág. 158.
3) PADRÓN ACOSTA, SEBASTIÁN: Poetas canarios de los siglos XIX y XX. Ed., prólogo y notas por Sebastián de la Nuez, Aula de Cultura de Tenerife, 1966. Biblioteca Isleña III.
4) Agradecimiento de Manuel Machado en La Tarde por la dedicatoria hacia aquél de la obra de Verdugo Huellas en el páramo. Viernes, 7 de junio de 1946.
5) Palabras que figuran en el prólogo al frente de la obra Alta Plática, de Francisco Izquierdo (Sta. Cruz de Tenerife, Librería y Tipografía Católica, San Francisco 7, 1915).
6) Edición de Lázaro Santana: Estelas y otros poemas, BBC, no 21. Islas Canarias, 1989.
7) Edición de Lázaro Santana: Estelas y otros poemas, BBC, no 21. Islas Canarias, 1989.
8) Edición de Lázaro Santana: Estelas y otros poemas, BBC, no 21. Islas Canarias, 1989.
9) Ed.: Librería Hespérides, S/C de Tenerife, 1940.
10) Publicada en dos entregas en el diario “El
Progreso, diario republicano autonomista” (S/C de Tenerife), el martes
21 y el miércoles 22 de septiembre de 1909.
11) Para mayores explicaciones de esta categoría
fenoménica, remitimos al lector al apartado titulado “Aportes” del
capítulo II, y a las notas correspondientes.
12) Industria Gráfica MAE. Ingeniero Hermanos Granda, 30 MADRID – Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. 1994.
TOMADO DE: http://grupoespiritaisladelapalma.wordpress.com/2013/11/03/manuel-verdugo-bartlett-gigante-de-la-poesia-espanola-y-espiritista-canario/
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