EL POR QUÉ DE UN NUEVO BLOG

Después de abrir y mantener actualizado el blog: CENTRO VIRTUAL DE ESTUDIOS

ESPIRITISTAS Y AFINES, para la formación doctrinaria dentro de los postulados eminentemente racionalistas y laicos de la filosofía espírita codificada por el Maestro Allan Kardec que exhibe la Confederación Espírita Panamericana, a la cual nos adherimos, creímos conveniente abrir un nuevo Blog de un formato más ágil y que mostrase artículos de opinión de lectura rápida, sin perder por ello consistencia, así como noticias y eventos en el ámbito espírita promovidos por la CEPA, a modo de actualizar al lector.
Esa ha sido la razón que nos mueve y otra vez nos embarcamos en un nuevo viaje en el cual esperamos contar con la benevolencia de nuestros pacientes y amables lectores y vernos favorecidos con su interés por seguirnos en la lectura.
Reciban todos vosotros un fraternal abrazo.
René Dayre Abella y Norberto Prieto
Centro Virtual de Estudios Espiritistas y Afines "Manuel S. Porteiro".



martes, 8 de marzo de 2011

LOS MEDIUMS Y LA CIENCIA POR ETIENNE BERTHAUT LE JOURNAL SPIRITE N° 78 OCTUBRE 2009




LAS CONDICIONES EXPERIMENTALES
EN LOS PIONEROS DE LA MEDIUMNIDAD




Cada uno tiene sus preferencias y su manera de investigar. Lo importante es que se busque, pues no hay otra manera de

 



encontrar. Es la suma de todo lo que se encuentra lo que constituye la ciencia

”. Charles Richet - 1911

 



En materia de espiritismo el experimento siempre ha sido el pilar fundamental, el zócalo indispensable sobre el cual


ha sido estudiada la mediumnidad. Por su esencia misma, la mediumnidad no se puede separar de la observación de


hechos, eventos o fenómenos, a través de sesiones preparadas o por el contrario de manifestaciones espontáneas;


la observación pura, rigurosa, minuciosa y sistemática de las cosas fue pues un esbozo de metodología empleada


desde el comienzo por Allan Kardec. Si bien él mismo no era científico de profesión, su rigor, su trayectoria, así como


su personalidad, le hicieron adoptar los principios elementales de la metodología experimental en una época en


que la ciencia moderna no estaba más que en sus primeros balbuceos. Fue pues muy natural que, entre los años


1885 y 1925correspondientes a la edad de oro de la experimentación espírita, todos los grandes científicos que


se dedicaron al tema con minuciosidad y seriedad aplicaran los mismos criterios de experimentación científica, los


que ya habían utilizado en sus propios trabajos. Frente a los fenómenos que se presentaban ante sus ojos, ya fueran


experimentadores o médiums como sujetos de estudio, todos estos pioneros establecieron y respetaron entonces


condiciones experimentales tan inéditas como draconianas








Teoría y método experimental



Desde el principio con Allan Kardec, partiendo de la teoría


espírita definida como hipótesis de trabajo y extraída


de la observación de hechos registrados, los fenómenos


espíritas encontrados, para ser pasados por el tamiz, se


vuelven entonces explicados o explicables: cualquiera que


sea el orden en que sean provistos por las circunstancias


uno puede darse cuenta, comprender la posibilidad, conocer


las condiciones en que pueden producirse y los obstáculos


que se pueden encontrar. Derivando lógicamente de esta


conducta, es la repetición experimental lo que se pone en


marcha entonces y que debe permitir invalidar o confirmar


la teoría inicial, siendo ésta susceptible de modificaciones


a lo largo de las comprobaciones ulteriores provistas por


esos mismos experimentos. Este enfoque fenomenológico


define entonces exigencias que no tienen que ruborizar la


mirada científica moderna de los más grandes sabios de


hoy. Corresponde además a la esencia misma del proceso


científico, del cual he aquí en resumen las principales etapas:






Observación imparcial y sistemática de los hechos,

 




Sometimiento de los hechos a la experimentación

 



dentro de la capacidad de repetición y renovación de las


observaciones,






Establecimiento de una teoría como hipótesis de trabajo,

 




Comprobación experimental de la hipótesis y de ser

 



necesario ajuste de la tesis de inicio,






Establecimiento de una ley general que considere la

 



relación de causa a efecto, debiendo las mismas causas


generar los mismos efectos.


En cada momento de ese proceso, se trató de establecer


condiciones experimentales imparciales, apropiadas para


reproducir, analizar y validar los hechos señalados. Esas


condiciones fueron establecidas así, entre otras, para los


fenómenos más difíciles y más logrados en ese momento


de la fenomenología espírita, a saber las experiencias


de materialización y ectoplasmia. Numerosos médiums


prestaron entonces su concurso —y sobre todo sus


cuerpos— en múltiples sesiones, plegándose sin resistencia


a las necesarias coacciones —incluso hasta a la dureza—


de los rigurosos protocolos experimentales establecidos por


científicos de renombre.




El rigor de los protocolos experimentales




Muchos de estos científicos, como el naturalista Alfred


Wallace, el físico Oliver Lodge o hasta el profesor Charles


Richet para no citar más que estos, tuvieron al principio


prejuicios negativos en su comprensión de los fenómenos


espíritas. No hay que olvidar —y es un argumento de peso—


que ellos tenían todo el interés en tomar las precauciones


más minuciosas para ponerse en guardia contra la menor


de las supercherías, ¡simplemente para no comprometer a


la ligera su reputación de experimentadores! Iba en ello su


propia credibilidad —incluso de su carrera— frente a una


comunidad científica llena de detractores que no habrían


hecho la menor concesión y no habrían dejado de señalar la


menor debilidad en la metodología experimental utilizada.


En el campo difícilmente accesible de los fenómenos


espíritas, los problemas no pueden ser resueltos ni por una


indiferencia demasiado fácil, ni por bromas más fáciles


todavía, sino por experimentos bien conducidos.


Era entonces verdaderamente importante para estos


investigadores insistir sobre este valor de exigencia en la


experimentación para poder imponerse, a semejanza del


discurso que pronunció el profesor Ch. Richet el 24 de junio


de 1925 cuando ya viejo, se preparaba a dejar su cátedra en


la Facultad de Medicina de París. Fisiólogo durante casi 40


años en el laboratorio de fisiología de la Facultad, premio


Nobel de fisiología, miembro de la Academia de Medicina


y de la Academia de Ciencias, y pionero de la metapsíquica


o metapsiquis, quiso dar su última lección sobre esta


disciplina, la metapsíquica, término que él mismo había


creado en 1897 para designar esta ciencia de los fenómenos


espíritas. Con solemnidad, dadas las circunstancias, se


expresó entonces en estos términos:



En el momento en que, por las justas leyes sobre el límite

 



de edad, voy a terminar mi enseñanza, quisiera, antes de


partir, y desde lo alto de esta cátedra que he ocupado por


tanto tiempo, darles a conocer por medio de una exposición


muy breve los lineamentos de una ciencia nueva, la


metapsíquica, que no entra todavía en la enseñanza oficial


de la fisiología… Por supuesto, es preciso, antes de admitir la


realidad de estos hechos inverosímiles, inusuales, observar


una disciplina severa, feroz e implacablemente severa. Pero


en fin, cuando el hecho está allí, inexorable, dominante,


desafiando todas las objeciones, es preciso aceptarlo, so


pena de dar un estridente mentís a todos nuestros principios


científicos, a las leyes imperiosas del método experimental.


¡Obsérvenlo bien, es el profesor de fisiología quien les


habla! Ahora bien, él no admite otro guía que la experiencia.


He sido alumno de Claude Bernard, de Vulpian, de Marey,


de Berthelot, de Wurtz, y me consideraría deshonrado


científicamente si no siguiera los ejemplos y lecciones de


esos maestros ilustres, y si no aceptara constantemente la


experiencia como soberana dueña de mis opiniones. Así


armado, puedo desdeñar —y ese es un precepto tanto


de moral como de ciencia—, los clamores de la opinión


pública. Es necesario repetirse que todas las conquistas de


la ciencia han sido, en su origen, perseguidas, ridiculizadas,


abucheadas, condenadas a las gemonias…


…He terminado, señores, esta exposición sumaria sobre una


ciencia nueva. Me imagino que una de las grandes tareas


del siglo XX será dar a la metapsíquica, toda su amplitud.


Pesada tarea, pero gran obra. Estábamos tentados a creer


que el porvenir, el inmenso porvenir de la ciencia consistiría


sólo en termómetros más delicados, en galvanómetros más


sensibles, en microscopios más penetrantes, en telescopios


de amplio foco. Pues bien, la ciencia irá mucho más lejos.


No se contentará con estas mediocres conquistas. Mundos


imprevistos se abren ante ella

”.

 


En la oscuridad de un laboratorio…




Fue pues dentro de un rigor extremo que todos estos


especialistas pusieron en marcha los temibles protocolos











experimentales de precisión e imparcialidad, tanto en las


condiciones de desarrollo de las sesiones y en el análisis y


observación de los hechos como en la actuación y vigilancia


de los médiums. Estos criterios debían permitir por una


parte excluir de manera irrefutable el fraude potencial de


los médiums y por otra, de ser posible, tener el control


de un máximo de parámetros en juego para evitar ese


imponderable, ese factor desconocido, ese pequeño grano


de arena que, al final, no permitiera concluir con certeza


sobre la realidad —o la no realidad— del fenómeno


estudiado. Durante todos aquellos años de estudio, la


multiplicidad de las experiencias permitió establecer


condiciones experimentales completamente probadas.


En diversos lugares de Europa, no se


trató de algunas sesiones dispersas


y discretas que se efectuaron,


sino decenas y centenas, durante


semanas y meses, con múltiples


experimentadores y médiums, que


se cruzaron y se cambiaron. Entonces


los científicos se intercambiaron sus


experiencias, confrontando tanto


sus fracasos como sus resultados


positivos, rehaciendo series de


pruebas con los médiums ya probados


por otros, etc., perfeccionando sin


cesar los protocolos perfectamente


dominados. La repetición y los


intensos intercambios permitieron


una evaluación confirmada del


conocimiento de los médiums y de las


condiciones necesarias para el éxito


—dentro de lo posible— de estas


experiencias tan particulares.


El relato de las experiencias de


control relativas a los fenómenos


ectoplásmicos con la médium Eva


Carrière en París en 1922, ayudada


por una cierta Juliette Bisson, artista


plástica, resume perfectamente lo que


se acostumbraba hacer para cumplir


con las exigencias del rigor científico.


Extracto:



Para satisfacer estas exigencias, se preparó una cámara

 



oscura en el laboratorio de fisiología de la Facultad de


Ciencias, según las indicaciones de la Sra. Bisson. En esta


sala (2,6 m. x 2,5 m., altura 3,3 m.) se colocó un techo de


madera ennegrecida a 2,4 m. del suelo, en un ángulo, y


sobre una varilla se colgaron dos cortinas negras, a fin de


delimitar un gabinete de 1,2 m. por 1,1 m., donde pudiera


colocarse la butaca de la médium. Una bombilla roja, de


encendido exterior, se colgó en este gabinete, con objeto de


poder iluminarla débilmente si era necesario. En el exterior


se colocó, en el techo de la habitación, un dispositivo de


iluminación con reflector y difusor, un poco delante de la


vertical del ángulo anterior de la cabina, para no iluminar


la parte superior del cuerpo de la médium, y además, por


pedido de la Sra. Bisson, se colgó en este ángulo anterior


una cortina fija que bajaba 1,2 m., donde se juntaban las


dos cortinas móviles sobre las varillas, unidas por una pinza,


eso para evitar que un poco de luz pudiera filtrarse por la


hendidura. Dos reóstatos conjugados, situados en el circuito


de la lámpara, permitían graduar, en límites muy amplios, la


iluminación de la sala, que la Sra. Bisson regulaba ella misma,


manejando los reóstatos. Todas las paredes de la sala estaban


ennegrecidas, y hasta se pegó papel negro sobre los cristales


de un armario para evitar fenómenos de reflexión luminosa.


Con la iluminación adoptada habitualmente, la agudeza


visual en el exterior de la cabina era


alrededor de la mitad de lo normal. A


nivel de la cabeza de la médium, dentro


de la cabina, con las cortinas abiertas,


reinaba una semi-oscuridad, la agudeza


visual estaba reducida a un décimo, por


lo que era muy débil el poder de visión


directa, y el único color perceptible


era el rojo saturado. Finalmente, en el


interior de las cortinas la oscuridad era


grande, la visibilidad implicaba una


agudeza inferior a un quincuagésimo,


y ningún color, ni siquiera saturado,


podía ser percibido. Desde el punto


de vista del control, encontramos


satisfactorias las propuestas de la Sra.


Bisson que siempre dirigió su esfuerzo


hacia el rigor científico.


La médium se desnudaba


completamente delante de uno de


nosotros, en un gabinete situado frente


a la sala de experimentos, al otro lado


de un pasillo, y se vestía con un jersey


negro de una sola pieza, abrochado en


la espalda, que no dejaba al descubierto


sino las manos, el cuello y la cabeza,


jersey previamente examinado y


conservado en el laboratorio. Luego la


nariz y la garganta eran examinadas,


los cabellos soltados y examinados. Luego, la médium, vuelta


a peinar rudimentariamente, entregaba sus dos manos a


un controlador que la llevaba a la sala de experimentos,


donde se instalaba en su butaca. Allí, la Sra. Bisson la dormía


tomándole los pulgares y sujetándolos por algunos segundos


[nota: probablemente hipnosis], luego pasaba las manos a los


controladores. Las cortinas eran cerradas entonces con una


pinza, a un metro del suelo, las manos y piernas de la médium


quedaban en el exterior y permanecían visibles. Las manos


eran sostenidas, ya fueran las dos por un solo operador, o cada


una por un controlador diferente, y no eran soltadas nunca


a lo largo de todo el transcurso de la sesión, descansado,


o sobre las rodillas de la médium, o sobre las rodillas de los


controladores. Además, a partir de la sexta sesión, de acuerdo










con la Sra. Bisson, para facilitar el control sin entreabrir las


cortinas, uno de nosotros [nota: los experimentadores] se


instalaba en una silla, en la cabina, al lado de la médium.


Después de la sesión, la Sra. Bisson se llevaba a la médium al


gabinete de al lado, donde la despertaba soplándole sobre la


nuca y donde se volvía a vestir

”.

 



Es importante precisar aquí que una


de las grandes dificultades de estas


experiencias procedía de la acción


nefasta de la luz sobre la producción de


los fenómenos, pues molesta y perturba


el “trance” del médium. Contraría el


proceso mismo de las materializaciones.


Hay una relación inversa entre la


intensidad de la iluminación y la


perfección de las materializaciones: el


destello de magnesio de las fotografías


o la luz violenta suprimía radicalmente


y sin demora todo fenómeno. Por otra


parte, esta exigencia de oscuridad,


ampliamente reseñada en el relato, fue


esgrimida en múltiples oportunidades


por los detractores para justificar el


fraude. ¿Cómo conciliar entonces las


exigencias de una observación que


exigía el control simultáneo por medio


de la vista y el tacto? La experiencia


mostró que muchas soluciones sólo


tenían poca eficacia (luz roja, tamizado de la luz, pantallas al


sulfuro de cinc o de calcio…). Entonces se propuso una idea


con la utilización de una luz fría, luz viviente producida por


caldos de cultivo de microorganismos fosforescentes. Por


otra parte, el estudio de la ectoplasmia hacía aparecer un


fenómeno curioso y frecuente: la producción de fenómenos


luminosos antes de y durante las materializaciones. Esta


luz orgánica, llamada no actínica, parecía inofensiva, y


era utilizada también por las entidades producidas para


alumbrarse (por ejemplo las experiencias con el médium


polaco Franek Kluski). Para liberarse finalmente del control


visual por el experimentador, se desarrolló y experimentó con


éxito un sistema de fotografía con disparador automático


por corte de haces infrarrojos durante experimentos


realizados en noviembre de 1930 por el Dr. Eugène Osty


con el médium austriaco Rudi Schneider en el IMI (Instituto


Metapsíquico Internacional).




…rigurosas condiciones experimentales




Es difícil enumerar de manera exhaustiva todas las


condiciones experimentales utilizadas en aquellas sesiones


múltiples y variadas, pero todas comprenden principios


genéricos similares. Así podemos resumir algunos criterios


comúnmente utilizados:




l

Las sesiones siempre tienen lugar en casa de los

 



experimentadores, en su laboratorio,




l

Arreglo y vigilancia de las salas de experimentación

 



realizados con la mayor atención: puertas y ventanas


selladas, ausencia de escondrijos y zonas de sombra,


recinto cerrado con llave entre dos sesiones por el único


propietario, comprobación cuidadosa de la sala y del


gabinete realizada antes y después de los experimentos




l

Reunión de 5 a 10 personas, a

 



veces más, que pueden formar


una cadena dándose la mano,




l

Empleo de harina o aserrín

 



esparcidos sobre el suelo para


detectar cualquier pisada del


médium o de un cómplice.




l

En el interior del recinto, utilización

 



de una jaula como la utilizada por


ejemplo en los experimentos de


P. Gibier (0,94 m. x 0,87 m. por


una altura de 2,04 m.): compuesta


de cinco paredes (tres lados +


fondo + techo), construida en


fuerte malla metálica extendida


sobre un marco de madera, y con


una puerta del mismo material


y provista de bisagras y de un


candado (puerta cerrada con llave


y sellada durante toda la sesión).


Utilización de aparatos diversos


y variados: aparatos de medición


(miliamperímetros, higrómetros,


galvanómetros…) aparatos automáticos registradores o de


control, rayos infrarrojos para la fotografía, reóstatos para


la intensidad luminosa, cascabeles enganchados en las


cortinas, balanza de Marey para detectar algún cambio de


peso… por ejemplo, Pierre Curie tuvo la idea de instalar un


anemómetro bastante sensible para medir los soplos fríos


que se sentían con frecuencia alrededor del médium pero


murió trágicamente antes de concretarlo.


En los célebres experimentos de moldeados ectoplásmicos


realizados en los años 1920, 1922 y 1923 por el Dr. Gustave


Geley con F. Kluski, ya fuera en Varsovia, o en París en el


IMI, se utilizaron cubetas de parafina caliente en las que se


hundían las formas ectoplásmicas. Enfriado luego, después


de la desmaterialización de la sustancia se obtenía entonces


un molde de parafina que podía ser llenado de yeso para


reproducir el moldeado de la forma materializada. La


hipótesis de fabricación de moldes fuera de la sesión —si


es que se hubieran podido fabricar— traídos discretamente


por el médium o un cómplice fue excluida luego mediante


el empleo de colorantes o sustancias químicas, que eran


introducidas en la parafina a última hora, en secreto y


únicamente por los experimentadores a espaldas del


médium (por ejemplo, la colesterina y su color rojo-marrón


identificable con un reactivo apropiado).


Hay también una condición experimental, más sutil y menos


evidente, por ser más del dominio de lo espiritual, pero sin


embargo de importancia, que condiciona ampliamente












el éxito o no de los protocolos experimentales de orden


material. La experiencia de enfrentar fracasos, como los


estrepitosos habidos luego de sesiones realizadas en la


Sorbona a comienzos de los años 20, puso en evidencia


las especificidades de la fenomenología espírita en la


que ciertos hechos escapan a una conciencia científica


demasiado rígida. En efecto, en espiritismo se tiene trato


con inteligencias que tienen su libertad y que a cada


instante demuestran que no están sometidas, como objetos


de laboratorio, a los solos deseos del experimentador. El


espíritu que se manifiesta tiene su propia individualidad,


su propia libertad, y su propia voluntad. Los fenómenos


espíritas pueden entonces, o faltar, o presentarse en un


orden completamente distinto al esperado “sobre el papel”.


Paralelamente, para conseguirlos, estos fenómenos exigen


recurrir a personas dotadas de facultades especiales —


los médiums— que pueden variar al infinito según las


aptitudes y el estado de los individuos, pero también


según los experimentadores y los participantes presentes.


En este contexto, un ambiente negativo, una desconfianza


manifiesta, o una ausencia de simpatía y de respeto por parte


de los experimentadores hacia el médium, pueden adquirir


una resonancia muy particular en el fracaso de este tipo


de fenómenos físicos. Como en toda sesión de espiritismo,


se encuentra allí la necesidad indispensable de armonía


fluídica donde el pensamiento, la voluntad y el estado de


ánimo de los participantes en comunión provisional (quizás


también hasta ciertas afinidades de temperamento) tienen


una influencia preponderante en la manifestación de los


espíritus. Por lo tanto, todas estas experiencias de carácter


psíquico siempre son, y seguirán siendo, difíciles y delicadas:


el espiritismo es una ciencia muy humana y no una ciencia


de probeta. Estas consideraciones fueron comprendidas


pronto por numerosos científicos de la época, al menos por


los que tuvieron la inteligencia y la amplitud de miras para


comprenderlo.




Hay fraude… ¡…y fraude!




En aquella edad de oro de la experimentación libre e


independiente, los detractores siempre encontraron materia


de que hablar para invocar el fraude caracterizado, fuera


éste incuestionable o imaginario. Manejando sabiamente


el calor y el frío, echando mano a todo para llegar a


conclusiones que a veces se valían de contradicciones apenas


verosímiles, sabían agitar fácilmente una opinión pública a


menudo muy poco enterada de la realidad concreta de las


experiencias realizadas en los aposentos oscuros y cerrados


de los laboratorios, si no es que tenían una ignorancia total


de las condiciones elementales de la experimentación.


Como en toda nueva ciencia que se explora, siempre hay,


por supuesto, una parte de fracasos, azares, incidentes e


incertidumbres, que de todas maneras ayudan a comprender


y a hacer progresar la investigación: contradicciones entre


ciertos hechos en las actas y las conclusiones de los


experimentadores, acumulación de resultados negativos


si bien eso no prueba nada, resultados que cambian de un


experimentador a otro, resultados contradictorios entre


dos sesiones, conclusiones incompletas o demasiado


apresuradas por parte de los experimentadores… Todo


científico que se respete lo sabe perfectamente, pero


desgraciadamente eso alimentó siempre el escepticismo o


las burlas de los detractores. Una anécdota característica:


aunque sin embargo, éste nunca fue pillado en flagrante


delito, un informe acusó al médium polaco Jean Guzik de


fraude basándose en una hipótesis, la de la liberación de


una pierna del médium que se había soltado durante la


experiencia y de que era ella la que había producido todos


los fenómenos registrados. Ahora bien, entre los hechos


obtenidos, los hay que eran inexplicables por la sola acción


de la pierna no sujeta… Se utiliza entonces un episodio


desafortunado para anular todo el resto y el implacable


razonamiento sometido a la opinión por los detractores de


todo género se resumía así: “

Ha habido un falso médium de

 



efectos físicos, entonces todos los productores de fenómenos


metapsíquicos físicos, y hasta intelectuales, son impostores…


Un excelente experimentador ha sido embaucado, en


condiciones de observación defectuosa, ha sido engañado


pues siempre ha sido y siempre será engañado, aun en


buenas condiciones de observación… La prueba científica


indiscutible falta siempre”. En los años 20 por ejemplo,


cierto Paul Heuzé, redactor del periódico La Opinión, llegó


a esta famosa conclusión, cuando menos simplista, después


de un “profundo estudio” de los experimentos de la época:


“Cuando el médium no es controlado, hay fenómenos.


Cuando el médium es controlado, los fenómenos disminuyen


en la medida en que el control aumenta. Cuando el control


es completo, ya no hay más fenómenos en absoluto

”. ¡Todo

 



está dicho!


Pero, tampoco hay que omitir ya que en aquellas múltiples


sesiones, realizadas en todas las grandes capitales europeas,


desdichadamente existió el verdadero fraude. Fue muy


evidente y sistemáticamente denunciado sin complacencia


por los propios científicos. En muchas ocasiones se engañó


a los experimentadores más sinceros y más serios —


lo cual no deja todavía de alimentar rumores y lanzar


oprobios sobre tal o cual científico, a pesar de que en otras


circunstancias éste hubiera podido analizar y confirmar


fenómenos notables y perfectamente controlados. La


célebre médium italiana Eusapia Paladino, conocida al


parecer por su carácter caprichoso, ya había mostrado


que era capaz de hechos extraordinarios si se la privaba de


todos los medios normales de actuar, pero también que no


vacilaba, y con una audacia cándida, en hacer fraude si se


le daba la facilidad: por ejemplo, fue pillada en flagrante


delito ejercitándose en desplazar peones de ajedrez con el


cabello (caso de experimentos de telequinesia)… El relato


de otros experimentos hechos con ella en Cambridge en


1885 por Frederick Myers y miembros de la Society for


Psychical Research (los doctores Sidgwicik y Hodgson)


concluye también como ejemplo de fraude. Todos los


buenos observadores de este sujeto —que por lo demás












E C O S




El médium Henri Slade nació en


1836 en Norteamérica.

“Siendo

 



niño, durante mi permanencia en la


escuela,

escribe, los raps se hacían

 



oír por todos lados y hasta dentro


de mi pupitre, lo cual me acarreaba


a menudo severos castigos, porque


era acusado de hacer el ruido con


mis pies”

. Recorrió América, Europa

 



y Australia. Fue como médico que


Paul Gibier lo conoció. Este doctor,


alumno de Pasteur, fue director


adjunto del Museo de Historia


Natural, fundador y director del


Instituto Pasteur en Nueva York.


Se exilió después en los Estados


Unidos a causa de su toma de


posición en favor de la realidad


de los fenómenos mediúmnicos


y falleció en Nueva York en 1900


a consecuencia de un accidente


en un coche. El Dr. Gibier hizo


experimentos con el médium Slade,


tomando todas las precauciones


para evitar la posibilidad de fraude.


Entre los numerosos fenómenos


que estudió, hubo golpecitos,


movimientos de objetos con y sin


contacto con el médium, objetos


quebrados, materializaciones de


manos y escritura directa sobre


pizarra.




El médium Henri Slade


y Paul Gibier




fue uno de los que produjo los fenómenos más convincentes— aprendieron


enseguida que nunca se debe dar crédito a ningún médium y que, sin embargo,


hasta el más honesto debe seguir siendo objeto de experimentos que excluyan


automáticamente el fraude. Otros médiums, otras experiencias más: en 1924,


fue demostrado el fraude por el Dr. G. Geley en el médium italiano Pasquale


Erto cuando éste produjo resplandores, ¡que no era raro encontrarse al frotar


una pluma sobre pequeños trozos de ferro-cerio! El Dr. E. Osty pilló igualmente


in fraganti a cierta Albertine B. al encender súbitamente la luz (lo cual por otra


parte no carece de riesgo para el médium en caso de manifestaciones reales):


dotada para la mistificación, la médium representaba las apariciones cambiando


ligeramente su peinado, su traje o su actitud… El médium Slade, por lo demás


confirmado como auténtico, con frecuencia se hacía sospechoso para el profesor


Ch. Richet por cuanto no estaba bajo la influencia de controles absolutos (caso de


experiencias de aportes). Los anales de estos pioneros revelan así una diversidad


de actas de fraude confirmado.


El médium es pues considerado automáticamente como el principal “punto débil”


de la experimentación y convertido entonces en objeto de todas las atenciones y


vigilancias por algunas reglas de sentido común, pero indispensables:




l

Aceptación del médium con un mínimo de casos que estén registrados

 



sistemáticamente (no demasiados que pudieran contener una superchería),




l

Imposibilidad material absoluta para el médium de preparar cualquier

 



mistificación, nunca es dejado solo sin vigilancia, y jamás entra de primero o


solo al aposento o al gabinete de los experimentos,




l

Examen profundo del cabello, de todas las cavidades ORL (otorrinolaringología),

 



del ombligo, llegando también hasta el tacto vaginal y rectal (al cual, sin embargo,


algunos se negaron),




l

Ropa del médium, después de haber sido desnudado completamente, con un

 



simple traje de trabajo, suerte de jersey completo y calzoncillo largo, negro,


sin bolsillos, y cosido o atado en la espalda con hilo blanco —a veces este


pijama era fluorescente para poder controlar mejor los posibles movimientos


del médium en la oscuridad del gabinete (por ejemplo experimentos con R.


Schneider),




l

Objetos de experimentación y aparatos de laboratorio mantenidos siempre

 



fuera del alcance del médium,




l

Instalación del médium caminando hacia atrás sobre una silla o una butaca, en

 



el gabinete (o la jaula si fuera el caso), generalmente con los pies y las manos


atados separadamente a la silla.


Sobre este último punto relativo, el control de los miembros del médium, en


otras circunstancias, éstos son mantenidos con frecuencia directamente fuera del


gabinete por los experimentadores o por un controlador, él mismo controlado


naturalmente por su vecino. En los experimentos realizados por el Dr. G. Geley


con F. Kluski (éste estaba además en absoluta inmovilidad durante las sesiones),


a cada instante los controladores debían decir: “Estoy seguro de sostener la mano


izquierda… Estoy seguro de sostener la mano derecha”. Los pies del médium


también podían ser encerrados en una caja sellada, y a veces hasta los pies de


todos los participantes eran atados unos a otros y a las sillas (por ejemplo los


experimentos del profesor W. J. Crawford en Belfast en el Círculo Goligher en


1921). Pies y manos fueron pues objeto constante de una vigilancia y un control


rigurosos, y cuando eran sujetados, estaban muy a menudo fuera del gabinete y a


veces eran iluminados (utilizando pantallas o cordones fosforescentes durante los


experimentos del Dr. G. Geley con J. Gusik en 1923).


Ante la hipótesis de una manifestación producida por alguna cosa que hubiera


sido tragada de antemano y luego regurgitada por el médium en sesión, se


acostumbraba hacer también las mejores verificaciones posibles:





Empleo de una sustancia colorante y de vomitivos: se hacía tragar al médium

 



compota de arándano inmediatamente antes de las sesiones, los ectoplasmas




Henri Slade









salidos de la boca seguían siendo de una blancura


resplandeciente; se administraban vomitivos enseguida


después de las sesiones exitosas, los vómitos no


contenían nada sospechoso.





Empleo de la radiografía: el examen con rayos X

 



demostró que el estómago y el esófago son normales


y funcionaban normalmente. Ahora bien, el tubo


digestivo y su funcionamiento presentaban las


anomalías características de los sujetos que se ponen


a regurgitar así.


No obstante, el punto “positivo” del fraude —si es que lo


hay— es que fue también gracias a él que los protocolos


experimentales supieron perfeccionarse con el pasar


del tiempo, una experiencia tras otra, los fracasos de


unas alimentando los éxitos de otras. La imaginación


de los experimentadores no tenía límites entonces para


mejorar y complicar dentro de lo posible las condiciones


experimentales. Por una parte, eso permitía reducir a


cero las posibilidades de fraude (por ejemplo: inspección


íntima de los médiums, utilización de jaulas selladas, de


colorantes, sesiones decididas súbitamente o improvisadas


para mantener un carácter íntimo y convincente…), pero


por otra parte, eso permitía también liberarse tanto como


fuera posible de la incertidumbre humana y del error de


interpretación bien conocidos en la experimentación


científica (por ejemplo: la fotografía disparada


automáticamente por corte de un rayo infrarrojo).


Dicho esto, no todos los médiums se prestaron


evidentemente al fraude, y muchos de ellos fueron de una


conciencia, un escrúpulo y una paciencia extraordinarios,


a ejemplo de R. Scheider, espírita convencido, estudiado


con cuidado por los doctores E. Osty y A. von Schrenck-


Notzing, y que tuvo un comportamiento ejemplar:



Instituyan todos los medios de control que quieran,

 



los acepto todos, pero imagínenlos tan plenamente


satisfactorios que, si los fenómenos paranormales se


producen, tengan la absoluta certeza de que han sucedido


sin artificio de mi parte

”.

 


Homenaje a todos estos científicos




Sobre todos estos experimentos realizados por estos


pioneros de la mediumnidad a lo largo de decenios, se ha


acumulado pues un considerable patrimonio científico:


se han escrito libros enteros, memorias, informes de


congresos, tratados de investigación y observaciones


sobre las materializaciones de fantasmas, sobre la


penetración de la materia, o hasta sobre otros fenómenos


psíquicos rigurosamente observados y registrados. Se


han redactado actas, que excluyen de manera absoluta


la posibilidad de fraude, haciendo intervenir numerosos


testigos, personajes influyentes, juristas, científicos,


eminentes especialistas, escogidos por su moral y su


honestidad intelectuales que en ningún caso podían


ser cuestionados. Con una ética irreprochable, en el


sentido noble del espíritu científico, integrando todo el


rigor del proceso científico experimental, todos estos


investigadores de lo invisible supieron concluir sobre la


realidad de los fenómenos analizados y llevando así, sin


ambigüedades, la demostración de la supervivencia del


alma más allá del cuerpo físico. Hasta tal punto que “la


supervivencia se vuelve tan verosímil que la obligación


de la prueba incumbe más bien al que niega que al que


afirma”, como aseguraba el gran filósofo Henri Bergson.


Muchos de ellos reivindicaron además sus convicciones


espíritas, al aportar la prueba de la existencia del espíritu


tanto en el plano teórico como en el experimental. Es


pues un homenaje de apoyo que hay que rendir a


todos estos científicos, que no tienen nada que envidiar


a sus homólogos actuales: la ciencia de hoy no difiere


de la de ayer más que por la evolución de los medios,


las técnicas y un mejor conocimiento de ciertas leyes


físicas y materiales, pero el enfoque fenomenológico por


el método de la observación experimental sigue siendo


completamente el mismo. Entonces, para ellos, dejemos


resonar las palabras pronunciadas por el profesor y


cirujano J. L. Faure durante el único discurso fúnebre


pronunciado en las exequias de Charles Richet en 1935:



Era ante todo, un espíritu libre y si, como el viajero que

 



busca una tierra nueva a través de mares tenebrosos, él se


ha lanzado, él, el sabio, el experimentador, a la persecución


de problemas y quizás hasta de quimeras, a riesgo de


romperse los riñones, si ha tenido el coraje de enfrentar las


sonrisas y los sarcasmos, es porque sabía que al lado de las


verdades profundas y definitivas que los sabios han extraído


para siempre de la noche del pasado, hay todavía muchas


cosas que desconocemos y que debemos tratar de conocer.


Y sus arriesgadas carreras son precisamente uno de los


testimonios más poderosos de su sinceridad de sabio y de la


independencia de su espíritu…


No hay comentarios:

Publicar un comentario