HISTORIA DE UN APORTE: EL ÚLTIMO POEMA DE QUEVEDO
El hecho que presentaremos en este breve artículo es un maravilloso ejemplo de la inmortalidad del ser, de la supervivencia del genio individual después de la destrucción del cuerpo físico, con cuyo concurso el espíritu, a modo de escafandra orgánica, se manifiesta en el mundo material.
La muerte no es el fin. El Espiritismo demuestra con sus investigaciones, que más allá de esa frontera se extiende sin interrupción la ruta de la vida, la actividad del espíritu inmortal. Y en esa continuidad se evidencia que lo que cada individuo construye en su intimidad, lo llevará consigo; aquello que haya conseguido adelantar en la senda del progreso integral, en relación con los valores universales, junto a su forma peculiar de expresión, que es la nota diferencial de cada ser humano en razón de su individualidad, será su sello distintivo allá donde quiera que vaya.
Aunque dos seres humanos estén en un equivalente nivel de progreso desde el punto de vista espiritual, la forma en que cada uno se manifiesta el mundo estará presidida por un estilo particular, irrepetible, único. Se puede afirmar que no hay dos seres absolutamente iguales en la infinita escala del progreso.
Una de las glorias indiscutibles de la literatura escrita en castellano de todos los tiempos, es la figura luminosa de don Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), el gran maestro del conceptismo. A nivel popular la imagen de Quevedo se la reconoce especialmente por su producción poética de tinte satírico y humorístico. No en vano, fruto de su enorme capacidad para la sátira y el humor inteligente, fueron sus numerosas ocurrencias y chistes, gran parte de ellos motivadas por el enfrentamiento literario-vital que mantuvo con algunos contemporáneos suyos de tendencias estéticas opuestas, especialmente con otro gran poeta, don Luis de Góngora, adalid del culteranismo.
Fuera de las ocurrencias y chistes menores, este desarrollado sentido humorístico, unido a sus altas cualidades poéticas, se reflejan magistralmente en este celebérrimo soneto titulado “A una nariz”, dedicado a algún conocido suyo poseedor de monumental apéndice nasal:
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado;
era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado;
érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito, (1)
las doce tribus de narices era;
érase un narcísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
La personalidad y circunstancias vitales de Quevedo han conllevado que su imagen popular adolezca de ser demasiado superficial, ahogando con frecuencia sus indiscutibles valores líricos, además de que en sus poemas se revela como un ser humano de profundas preocupaciones morales y políticas. Este destacado valor lírico, no obstante, resalta enseguida con fuerza para quien lea con cierta atención sus escritos, lo cual ha sido destacado y reconocido de manera unánime por los grandes estudiosos de la literatura española.
El 28 de agosto de 1870, en el Círculo Privado Espiritista que dirigía José María Fernández Colavida, en Barcelona, se verificó un extraordinario fenómeno de aporte (2), singular tanto por las circunstancias en que se produjo como por la naturaleza y carácter de lo “aportado”.
En dicha ocasión se celebró en la casa de J. M. F. Colavida, donde tenía su sede el Círculo, una sesión de experimentación mediúmnica para cuya realización se tomaron anticipadamente todas las precauciones y controles posibles.
El celo y el rigor, común a todas las experiencias guiadas por el nominado con justicia “Kardec español”, se acentuaron hasta el extremo ese día, dado que una serie de distinguidas personalidades acudían en tal oportunidad a la sesión como invitados especiales.
Comenzó la reunión a las cuatro de la tarde. Durante su desarrollo hubo diferentes manifestaciones espirituales que a todos interesaron, pero la mayor sorpresa estaba aún por llegar. A su conclusión, apareció de forma inopinada en la sala una cuartilla de papel común en la que había escrita una poesía, a cuyo pie aparecía la firma de… Quevedo.
Las precauciones observadas antes y durante la sesión así como los estudios posteriores, dieron a los trece asistentes que habían participado en la misma, la certidumbre absoluta del hecho experimentado: El aporte de una cuartilla de papel, conteniendo escrita en una de sus caras una poesía original, transmitida desde el mundo espiritual mediante un fenómeno mediúmnico de orden físico, firmada por Quevedo. Y ese poema, llegado a las manos humanas de manera tan inhabitual, es el que seguidamente transcribimos:
PASA, PISA, POSA Y PESA (3)
Se siente se pasa el tiempo
Que nos deja en su carrera,
Después de ver como viene,
Mirando como se aleja.
En nuestro despecho pisa
Nuestra arrogancia, y se muestra
Como dogal de esperanzas,
Como pisón de conciencias.
Posa en nuestro corazón
Dulces sueños y quimeras,
Que luego son desengaños
Del alma que sueños siembra.
Y pesa su ruda planta
Tanto, que bajo su huella,
Después de luchar en vano,
Nos hace polvo en la tierra.
No perdáis esta lección,
Jugando a la correhuela,
Que el tiempo como se ve:
Pasa, pisa, posa y pesa.
QUEVEDO
¿Verdaderamente fue el espíritu del eminente vate don Francisco de Quevedo y Villegas el autor del anterior poema? No podemos asegurarlo, pero tampoco negarlo. Lo que si podemos decir es que merecería serlo. La forma de expresión, la perspicacia intelectual, la concentración conceptual, el fino sentido del humor, tienen, a todas luces, un indiscutible aire “quevediano”.
En cuanto a lo del “Último poema de Quevedo”, frase que elegimos como título de este artículo es, sin duda, una expresión relativa, pues dondequiera que more su espíritu, indiscutiblemente mantendrá intacta y posiblemente aún más desarrollada su capacidad creativa, ya que la tendencia natural del espíritu humano, su camino ineluctable, es PROGRESAR SIN LÍMITES.
Oscar M. García Rodríguez
GRUPO ESPÍRITA DE LA PALMA
NOTAS
1) “Egito”. Egipto. Así se escribía en el castellano de la época.
2) Los “aportes” son fenómenos en los que se opera la aparición en un recinto cerrado de objetos o substancias materiales que no estaban allí antes, procedentes con frecuencia de las cercanías y a veces transportados por los espíritus desde sitios lejanos
3) Este poema se publicó en la “Revista Espiritista”, de Barcelona, nº 9, año II, de Septiembre de 1870.
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